El tercer tema y, quizá, el tema central y más importante no solo en esta, sino en muchas otras obras de Marías, es la dificultad que existe al afrontar la decisión de elegir entre decir la verdad o mentir. Los personajes se ven en la necesidad de decidir si permiten que sus vidas sean también el tipo de vidas «configuradas sobre el engaño o el error» (336), como la mayoría desde que el mundo existe, según Muriel. Si se elige el camino de la verdad, se ha de tener claro cómo se maneja la verdad, porque «uno no borra la memoria a su gusto» (156), y una vez que las cosas se saben no hay manera de eliminarlas. «Las cosas son como han sido y ya no tienen vuelta de hoja ni tiempo para regresar» (260). No obstante, una mentira inaugura el camino de la desconfianza.
Nos afanamos por conquistar las cosas sin pensar, en el ahínco, que jamás estarán seguras, que rara vez perseveran y son siempre susceptibles de pérdida, nada está nunca ganado eternamente, a menudo libramos batallas o urdimos maquinaciones o contamos mentiras, incurrimos en bajezas o cometemos traiciones o propiciamos crímenes sin recordar que lo que obtengamos no puede ser duradero (es un viejísimo defecto de todos, ver como final el presente y olvidar que es transitorio, por fuerza y desesperantemente), y que las batallas y maquinaciones, las mentiras y las bajezas y las traiciones y crímenes se nos aparecerán como baldíos una vez anulado o agotado su efecto, o aún peor, como superfluos: nada habría sido diferente si nos los hubiéramos ahorrado, cuánto denuedo inservible, qué malgasto y desperdicio (187).
Las mentiras siempre vuelven, como la sangre a las manos de Lady Macbeth. Esa mentira que Beatriz considera una niñería pequeña, insignificante y hasta ridícula, con el tiempo, inevitablemente, intenta explicar Marías, por medio de Juan de Vere, puede terminar convirtiéndose en el falso cimiento sobre el que reposa la vida de alguien más. Y esa vida, al igual que ese mundo, han sido trastocados por un detalle que alguien consideró superfluo. La elección, ya lo había planteado Marías magistralmente en Corazón tan blanco (1992), transforma. «Cuán poco hace falta para que no exista lo que existe» (531). Sin embargo, también parece sugerir que no se debe idealizar la verdad. La mejor manera de afrontar el pasado es aceptando que nada de lo que se haga ahora cambiará el presente.
Repetir, repetirse, no es necesariamente malo, hay autores que solo han escrito en su vida un libro en varias o en muchas versiones diferentes. Pero repetir cuando en la memoria de los lectores hay obras del mismo autor que llevaron a altas cumbres de la emoción y la expresión los asuntos que de nuevo se repiten y contemplar estos ahora en la fatigosa penillanura de la innecesaria sobreabundancia de detalles, eso despega al lector del texto, lo mueve a añorar momentos más felices.