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Mar y tiempo

TOMÁS GONZÁLEZ, Temporal, Bogotá: Alfaguara, 2013, 147 pp.

Uno de los retos más difíciles con los que puede enfrentarse un escritor es el de entretejer en la trama de su narración el posible desenlace. Por poner tan solo dos ejemplos, recuérdese Crónica de una muerte anunciada, de Gabriel García Márquez, o Canadá, la más reciente obra de Richard Ford. Contar sin contar en las primeras líneas lo que ocurrirá en las siguientes cien o doscientas páginas puede llegar a ser una apuesta peligrosa de la que pocos escritores logran salir victoriosos. En la literatura, la anticipación descuenta los giros y sorpresas que, con no poca frecuencia, dejan fascinados a los lectores y con los que el escritor se asegura el beneplácito de estos. Sin embargo, las obras que empiezan con este tipo de anticipación dramática intentan dejar claro, desde el comienzo, que no va a hacer falta hacer conjeturas, seguir pistas, construir una lista de sospechosos para, finalmente, hallar al asesino entre los asistentes a la elegante cena a la que también fue invitado el narrador. Desde las primeras páginas, el lector será consciente de lo que le espera y, en definitiva, con su lectura, le apostará ya no a la historia o al hecho en sí, sino a la forma en la que estos le van a ser relatados. El lector le apostará a la habilidad del narrador, pondrá sus fichas a favor del estilo, del ingenio del escritor. El lector deberá considerar la inevitabilidad o evitabilidad del destino, de su destino. A finales del año 2013 llegó a las librerías Temporal, del escritor colombiano Tomás González, una obra que, desde ya, puede considerarse emblemática de esta práctica. Con una gran delicadeza, talento y una excelente calidad literaria, González mantiene vivo el interés del lector, a pesar de que este sabe, desde las primeras páginas, que los protagonistas de la obra se verán enfrentados a una gran tempestad a la que acaso no sobrevivirán.

El título anuncia lo que se irá corroborando a lo largo de la novela. Se avecina una tormenta, un temporal, que puede transformar o destruir. «Vendaval sin rumbo que te llevas tantas cosas de este mundo, llévate la angustia que produce mi dolor, que es tan profundo», cita González como epígrafe de su novela. Pero, ¿qué temporal es ese? Las respuestas pueden ser tan variadas como lectores tenga la obra. Puede ser, desde luego, el enfrentarse con la enormidad del mar y con la furia de la naturaleza o puede ser enfrentarse con la conciencia propia. El argumento de la novela puede resumirse, simplistamente, diciendo que se trata de cómo un padre y sus dos hijos mellizos —uno de los cuales odia profundamente a su padre— salen de pesca cuando empiezan a verse las primeras luces de un sábado en el que los pescadores expertos ven venir una gran tormenta. En tierra, mientras los aventureros se adentran en el mar de Tolú, la esposa del viejo marino y madre de los mellizos enfrenta otra crisis más en su larga y dolorosa enfermedad mental. Un hombre orgulloso y colérico, sus dos hijos mellizos, uno de estos con unos curiosos intereses intelectuales, el otro convertido en una representación del rencor viviente, y la madre loca de ambos reman a contracorriente en las páginas de este libro. Pese a que no se puede negar que Temporal es una representación del enfrentamiento del hombre contra la furia de la naturaleza, se trata también y en igual medida de cómo los seres humanos confrontan su propia naturaleza violenta e intensa. La novela es una sostenida reflexión sobre la manera en la que la humanidad hace frente a su propia furia, a sus dolores, temores y pasiones, a los excesos, deficiencias y a las represiones. Es una obra que permite ver a los hombres luchando contra la fuerza de sus sentimientos, contra las oleadas de emociones que, sin control, se convierten en la agitada borrasca que arrastra, cotidianamente, a la humanidad hacia un lado u otro.

Construida la novela como una tragedia griega clásica, un sorprendente coro de turistas acompaña al colérico padre y a sus dos hijos, Mario y Javier, en su rendición de cuentas ante el mundo. Sin embargo, resulta interesante notar cómo este coro de turistas antioqueños, más que representar esos intereses morales o políticos superiores, característicos del coro griego, que suele cumplir «sobre todo, una función mediadora y comentadora: se pronuncia a propósito de la acción, advierte, suplica, se compadece […], pero no puede participar directamente en la acción dramática»1, está más interesado por comentar y problematizar sus propias desdichas. La novela da cuenta de una tragedia en medio de otra decena de tragedias cotidianas. Los comentarios que hacen los integrantes del coro sobre los protagonistas resultan apenas anecdóticos. Cada integrante del coro contará su versión, su relación con los protagonistas y su percepción de estos; no obstante, el verdadero interés del coro estará en poder cantar sus propias penas, sus pequeños sufrimientos, sus sufrimientos mayores, sus tormentas íntimas. Así, Tomás González combina y compara, con sutileza extrema, la furia del mundo natural con la de todos los hombres. El coro, pues, no es ajeno a la tragedia. Los lectores, a quienes, en cierta forma, representa el coro, podrían ser, acaso, unos turistas en el mar del texto narrativo.

 

Otro de los detalles significativos de Temporal es que está plagada de referencias y alusiones literarias que resultan deliciosas para el lector. «Se notan las lecturas y la erudición de González», han dicho críticos y periodistas. Sin embargo, no se trata exactamente de eso. La novela de Tomás González no es un ejercicio de virtuosismo con el que el escritor pretenda demostrar su bagaje cultural y literario. Es, por el contrario, una muestra de su hábil capacidad para apelar, a través de esos guiños, incluso a su propia obra, a todos aquellos sentimientos que han sido explorados y elaborados dentro de la tradición literaria. Es una novela que conversa con otras obras para hacer más rica la experiencia del lector, para hacerla plena.

Con esta novela parece que González volviera fortalecido, como el experto capitán que llevara años surcando los mares, al comienzo de su carrera literaria. El autor regresa a sus fuentes originales de inspiración. Vuelve a esas aguas desde donde casi puede divisarse la isla en la que se desarrolla la historia de Primero estaba el mar. Pero ahora, en la elaborada descripción de la naturaleza, logra capturar, detalle a detalle, la también incomprensible e inconmensurable naturaleza humana.

En este drama el telón cae cuando, como en las tragedias griegas, se recuerda que, en la historia de los hombres, todo tiende a repetirse. Que hay una propensión natural a que las cosas vuelvan al lugar del que partieron, a volver sobre los pasos que dejaron sus huellas sobre la arena. Y que, aunque pasen los siglos, la furia del hombre puede llegar a ser, incluso, más cruel y ciega que la del propio mar. «Entre ramas y algas había latas de aceite vacías y relavadas; había suelas de zapatos de hombre, de mujer y de niño; había cepillos de dientes y otros tipos de cepillos; había suelas de sandalias de plástico, y estaba el negro casco de Darth Vader, opacado por otros elementos, pero imponente, sobre un montículo de arena» (p. 142), se lee casi al final de la novela. El poder, el rencor y la ira han vuelto a su lugar de origen. No han desaparecido, siguen ahí, imponentes sobre un montículo, esperando un nuevo ataque, una nueva tormenta, atentos a una nueva oportunidad, esperando a otro niño en el que, aunque con el casco del mal parezca un hongo (p. 109), se incuben nuevamente los motivos para otro temporal o, tal vez, aguardando a que, como en la saga de ciencia ficción, el padre, finalmente, se redima ante el sufrimiento de su hijo. La tragedia de la humanidad, resumida en las piltrafas de su naufragio, concluye en las playas de la indiferencia, donde espera su repetición. Temporal no es solo una tempestad, es también todo lo relativo al tiempo.

Se acaban las páginas de Temporal con la exhibición de un Vulcano de agua, enamorado de una joven (como lo estuvo Vulcano de Venus), confiado y esperanzado en el pacto entre los humanos y los dioses que se anuncia con un arco Iris y con el que, de momento, también, se anuncia el fin de la tormenta. El Vulcano de agua camina sereno, renovando su pacto con los dioses por medio de esa nueva vida que recién comienza a navegar.

Acerca del autor

Alexandra Saavedra Galindo

Doctora en Letras por la unam, maestra en Estudios Latinoamericanos (área de Literatura), por la misma institución, y licenciada en Lingüística y Literatura con énfasis en Investigación…

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Notas al pie:

  1. Carmen Bobes et. al.Historia de la teoría literaria. Vol. I La antigüedad grecolatina, Madrid, Gredos, 1995, p. 109.