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El miedo y sus metáforas

Ignacio Padilla. El legado de los monstruos. Tratado sobre el miedo y lo terrible. México: Taurus, 2013.

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Los usos políticos del miedo.

Terry Eagleton en su obra Terror sagrado (2005) nos explicaba que el miedo y el terror en los tiempos modernos son un arma política. La palabra miedo en Occidente, irremediable bajo la hegemonía yanqui y después del 11 de septiembre, quedó asociada al término terrorismo. Contrariamente a lo que muchos creen, el terrorismo no es un fenómeno antiguo sino una invención moderna. De hecho emergió con la Revolución Francesa, lo que equivale a decir que el estado democrático moderno y el terrorismo son hermanos gemelos. «En la era de Danton y Robespierre, el terrorismo se transformó en terrorismo de estado. Fue violencia de estado contra sus enemigos, no para golpear a soberanías extranjeras a través de adversarios sin rostro» (Holy Terror: 50).

El miedo y el terror se convirtieron en una forma de dominio político, así lo pensó uno de los padres de la democracia norteamericana, Alexis de Tocqueville cuando ideó el sistema penitenciario moderno. Ya desde el año 1651, Thomas Hobbes había propuesto que el edificio social era un monstruo vigilante constituido por la multitud: el Leviatán. El miedo a esta bestia civil haría al hombre virtuoso, lo haría responsable y respetuoso de sus semejantes por obra y gracia del miedo al castigo. El monstruoso Leviatán es un ente omnipresente, y como la arquitectura panóptica de las cárceles del siglo XIX, tiene mil ojos, nada escapa a su escrutinio. No obstante, el miedo como instinto animal nos ha servido para sobrevivir como especie.

En los días que corren el miedo, el mal y la violencia son los temas de nuestro tiempo, por tal motivo me llamó la atención este ensayo de Ignacio Padilla. ¿Qué nos puede decir un escritor consentido y privilegiado del Sistema Nacional de Creadores que no nos hayan dicho ya especialistas sobre el tema, sean sociólogos, psicólogos, antropólogos o médicos forenses? Para mi sorpresa Padilla hace un estupendo y documentado estudio que deja satisfecho tanto al lego como al especialista.

El miedo a ser devorado.

Devórame otra vez, ven devórame otra vez
Ven castígame con tus deseos más
Que mi amor lo guarde para ti
Ay, ven devórame otra vez, ven devórame otra vez
Que la boca me sabe a tu cuerpo
desesperan mis ganas por ti
Eddi Santiago.

Uno de los terrores más remotos del ser humano es el miedo a ser devorado por una bestia salvaje, pero el terror más atroz, que en la plenitud de la paradoja masoquista ejerce cierto erotismo, es el de ser devorado por otro ser humano. Desde estos axiomas, el miedo a la muerte y el orgasmo, Padilla comenta las metáforas de la antropofagia presentes en varias pesadillas como la del ogro, el coco, el hombre del costal, la bruja caníbal hasta llegar a Hannibal Lecter. La aterradora canción de cuna: «Duérmete niño, niño duérmete ya, que viene el coco y te comerá» es una invocación a los monstruos infantiles más aterradores que están relacionados con el infanticidio y el canibalismo infantil.

Hay un caso paradigmático que Padilla comenta como ejemplo del sadomasoquismo mediático de los tiempos que corren, el del caníbal de Rotemburgo, cuyo crimen fue motivo de series televisivas sobre mentes criminales y nos lleva a preguntarnos si el que es devorado en su expiación alcanza el orgasmo en el estertor de la muerte multiplicada en el mordisco y la degustación.

En año 2001, el alemán Armin Weimes, asiduo navegante de internet, colgó un anuncio en el que solicitaba a un voluntario de entre 30 y 40 años que quisiera ser devorado. Por inverosímil que resulte, el aviso fue contestado por Bernd Jünger Brandes, un ingeniero civil que se convirtió en el platillo que Armin cocino y degustó ante las cámaras. El ingeniero antes de ser rebanado recordaba que de niño su padre les leía la histora de Hansell y Gretel, la historia de dos niños que fueron cebados para ser devorados. Weimes fue condenado a sólo 8 años de cárcel gracias a una argucia legal que lo declaró como colaborador de una muerte asistida. Al ser encarcelado pidió a las autoridades que guardaran las cintas en donde filmó la emasculación y degustación de su víctima, porque quería verlos cuando fuera excarcelado. En el mercado negro las reproducciones piratas de las cintas se cotizan entre 60 y 70 mil euros.

El miedo como obra de arte.

Al rastrear la imagen del ogro, Padilla descubre que el ogro transformado en coco y en otras entidades siniestras devoradores de niños, se han refugiado los

[…] todo ogro es a fin de cuentas una reminiscencia a los estadios más elementales o prehumanos del individuo y de la sociedad, su presencia será constante mientras desempeñe su función catártica de advertencia.
[…] impulsos caníbales que laten en el imaginario cultural y cuyo significado puede ser aún escuchado en la mitología del ogro devorador y su progenie. En tanto monstruo, la figura del ogro es lo mismo catártica que moralizante: al crearlo para abominar sus actos, reconocemos en el ogro una bondad didáctica y sublimante. El ogro es limítrofe como cualquier otro monstruo, contiene una ambigüedad tal que le permite siempre ser parcialmente redimido, edulcorado por quienes lo crearon. En ningún relato este proceso es más visible como en la redención parcial que el occidente judeocristiano ha hecho del otro en la figura de Santa Claus. (107-108)

La representación descafeinada de Santa Claus a lo largo de la historia del cristianismo ha eliminado sistemáticamente el pasado incómodo del ogro germano que dio lugar al santón navideño. Sinester Klaes era para los antiguos germanos el gigante come niños y era un «demonio ancho y barbado que metía en su enorme saco a los párvulos malcriados para conducirlos al infierno de las nieves eternas» (101).

Por supuesto, el miedo descafeinado, como lo califica Padilla, se convirtió en espectáculo y prueba de ello es el éxito económico de filmes y teleseries sobre vampiros, hombres-lobos, zombies, cultos satánicos, exorcismos, actividades paranormales y toda las franquicias del terror que han enriquecido a los corporativos del mainstream explotando el miedo como entretenimiento. Una sociología del show business nos diría que: «Si el vampiro el aristócrata y el zombi es la masificada clase media del capitalismo autofágico, la momia es el nuevo pobre en la corte de los monstruos, es un exótico noble venido a menos que nos recuerda insistentemente que las civilizaciones, como los hombres, están indefectiblemente condenadas a la decadencia y finalmente a la extinción» (157-158).

El miedo como control de género.

La cultura hegemónica a lo que teme o a lo que quiere eliminar lo transforma en monstruosidad, así pasó con la Melusina y con otras deidades transformadas en sirenas, brujas o vampiresas. Padilla analiza otros tipos de monstruos femeninos relacionados con el miedo a la castración: las brujas, hechiceras, antiguas presencias de la diosa tierra y de la fertilidad transformadas en seres despiadados. Por ejemplo, en la antiguas religiones, la mujer que no es fértil y rivaliza con el hombre en fuerza y en inteligencia se convierte vampiresa o en sirena. La mujer cuando deja de presidir la cocina y se sale del ámbito doméstico se negativiza, se convierte en ser abominable aunque mantiene y hasta recupera un atractivo sensual que antes parecía reprimido. «No por nada [nos dice Padilla] los monstruos femeninos del imaginario colectivo son tanto o más voraces que los monstruos devoradores masculinos» (122).

El mundo cotidiano está lleno de miedos, miedo a perder el trabajo, miedo a ser asaltado, miedo a tener cáncer, miedo a no tener dinero para pagar la cuenta del hospital, etc. El tratado de Padilla nos hace ver que estos pequeños miedos cotidianos que nos quitan de a poco la vida provienen de arquetipos mayores que encontramos en las mitologías y en el arte. Pero el miedo y el terror nos remiten a la fascinación sempiterna que tiene el ser humano por lo oscuro y el abismo.

Eduardo Serrato Córdova

Instituto de Investigaciones Filológicas de la UNAM.

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