Quince años después de su salida de la cárcel, Henry y su amigo Patalarga deciden volver a representar El presidente idiota, la obra que prematuramente había terminado con sus carreras. Así se cruzan con Nelson que se integra al grupo con el fin de realizar una gira por la provincia que conmemorara el vigésimo aniversario de la fundación del colectivo teatral, Diciembre. Esta parte es una especie de road movie por los pueblos andinos, por “el corazón del corazón del país (p. 30).
Durante este viaje entran en contacto con ecos de la guerra, con cicatrices visibles que marcaron a los lugares y a las personas. El más impresionado es Nelson quien, además de ser el más joven, confiesa avergonzado que nunca antes había salido de la ciudad. Hasta ese momento se da cuenta de que era verdad lo que tanto le habían repetido: “siempre le habían enseñado que había dos países diferentes: la ciudad y todo lo demás” (p. 91). El, como citadino, padece un clima que nunca antes había imaginado, se enfrenta a la pobreza, a la falta de infraestructura y de comunicaciones. Pero, paralelamente, aprende a medir el tiempo de otro modo, a conocer el silencio y la tranquilidad, la amabilidad y la calidez de la gente. El problema era que se encontraba tan perturbado que eso difícilmente le permitía sentirse satisfecho. Sus compañeros de gira decían que parecía que “una tristeza le fluía a borbotones desde lo más profundo” (p. 136).
Ninguno de los tres actores estaba completamente convencido de que el viaje fuera una buena idea y el tiempo y los acontecimientos se los terminarían confirmando. En algún punto de la gira, en un pueblo “donde en vez de morir, la gente desaparecía muy lentamente, como una fotografía que se desdibuja con el tiempo” (p. 280), se enfrentan, por un lado, al doloroso pasado de Henry y, por otro, al desconsuelo presente de Nelson, cuya combinación desemboca en una situación totalmente inesperada.
La novela es muy atractiva, atrapa al lector de principio a fin y le impide abandonarla hasta responder varias preguntas. Llama la atención el narrador sin nombre que hace toda una investigación en la que intenta solucionar una intrincada trama que incluye relaciones complicadas, muertos que no son llorados y un asesinato misterioso. El lector quiere saber quién es este narrador y por qué se esfuerza tanto en conocer la verdad de este caso. Además, se interesa por el futuro de Nelson, quiere que se le revele lo que le sucedió, ese enigma que se va anunciando paulatinamente, como dice el narrador que se anuncian los grandes acontecimientos en la vida: “esos momentos de emoción real e incluso intolerable, tienden a anunciarse solo si uno presta atención, del mismo modo como el océano se abulta antes de cada ola” (p. 304).
En De noche andamos en círculos todos los personajes representan distintas versiones de sí mismos o incluso de otros personajes, con esto, Alarcón parece decirnos que las historias están llenas de juegos de espejos en donde los protagonistas actúan y pretender ser alguien más, trastocando los límites de la ficción y diluyendo las identidades.