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El olvido y el descubrimiento del estío

ISAURA CONTRERAS. Cosecha de verano. Tuxtla Gutiérrez: coneculta chiapas, 2010

«El mundo era tan reciente que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo», dice el narrador de Cien años de soledad al referirse a la llegada de los fundadores de la estirpe Buendía a la futura Macondo, porque para asir la realidad práctica no hay nada tan efectivo como el lenguaje, aunque éste se limite a señas y gestos. El mundo ha sido enteramente nuevo para todos, por ello la infancia suele ser la etapa más inquisitiva de las personas. Cosecha de verano, de Isaura Contreras (Guanajuato, 1982), es la ficcionalización de la voz de una niña que va conquistando, de manera alegórica, el universo, es decir, la casa donde vive, su familia, el perro guardián, los objetos que encuentra en el camino hacia la escuela, la forma de los árboles, pero sobre todo el secreto del comportamiento humano.

Mientras esa niña sin nombre ordena sus experiencias en el catálogo de palabras aprendidas y, con cuidado, las resguarda para el futuro, en su propio entorno conviven personas que se hallan en el extremo opuesto de la vida: «el abuelo y su intento por no perder la memoria», nos dice la narradora a propósito del deseo del anciano por no olvidar para no ser olvidado, en esa batalla perdida de antemano. Y a ese hombre viejo se le suma su esposa, la abuela, quien paradójicamente está perdiendo el habla, «sin memoria y sin voz la casa de los abuelos ya no existe. El que recuerda no habla y el que habla olvidó», lo cual nos trae a la mente la eterna aporía del circuito de la comunicación, o sea, la imposibilidad de una cabal culminación.

En el creciente mundo de esa voz que guía la novela penetran hechos e historias inesperados, como una niña de familia nómada —Persa, la única confidente de la protagonista—, el primer connato de amorío con un compañero de la misma edad, los juegos con el primo Emilio, las caricias del profesor barbudo en cuyas piernas ella se sienta a manera de premio por ser una buena alumna. Así, la niña va rellenando su propia memoria durante el paso de su infancia en un pueblo atemporal y sin nombre, y donde el único indicador de modernidad está representado por el camión que un día compran su padre y su tío. Como todo elemento extraño a la cotidianeidad de la casa de los abuelos, y de la comunidad en general, lo que irrumpe con la promesa de ser novedad termina por provocar disgustos y conflictos, tal como sucede con la familia gitana de Persa, que un día abandona el pueblo casi a escondidas.

En el imaginario de la familia persiste una historia que, por vergüenza o pudor, se mantiene encubierta: la huida de la tía Saura. Además de su recuerdo y de sus extraños motivos para salir del entorno familiar, en la casa queda su ropa y su nombre pronunciado casi sin querer. Existe una leve esperanza de su retorno que poco a poco se va desgastando, tal como sucede con la memoria del abuelo y con la capacidad de pronunciación de la abuela, quien se mete a la jaula de los pájaros para intentar conversar con ellos. Sin embargo, tía Saura arriba de improviso una tarde, y llega enferma. Es la loca de la casa que, en efecto, ratifica esa obsesión que ronda a la familia por aprender y desaprender palabras, pues habla sin contenerse; reproduce palabras, pero no dice nada.

Cosecha de verano, novela ganadora del premio nacional de novela breve Rosario Castellanos 2010, expresa la configuración del mundo personal de una niña a través de la enunciación. Los ritos de crecimiento y descubrimiento se efectúan mediante el uso de las palabras, las cuales recuperan su acepción y se materializan en acciones que todavía no han sido correctamente descodificadas por la protagonista. El proceso de aprendizaje, que supone una adquisición de conocimientos, significa de igual manera la pérdida de la inocencia tanto en casa como en el salón de clases. En el ámbito puramente textual, sin duda el lenguaje o, mejor dicho, el trabajo del lenguaje, es el personaje principal de esta segunda novela de Isaura Contreras, pues más allá de las múltiples anécdotas relatadas en pocas páginas —donde se mezclan la locura, la decepción amorosa, la corrosión de la memoria y las tensiones familiares en una casa que prácticamente no permite intimidad—, destaca el cuidado por la forma en que se hilvanan las frases en segmentos cortos, en ocasiones de solo una línea por fragmento. Al final, dicha preocupación por la materia prima de la literatura refleja el principal miedo —no confesado— de la protagonista de la novela: que las palabras aprendidas desde la niñez con el tiempo se vacíen de referente, o que significado y significante acaben dislocados, como las palabras emitidas por la tía Saura una vez que volvió de su viaje a lo desconocido, allá, muy lejos.

Acerca del autor

Héctor Fernando Vizcarra

Investigador del Instituto de Investigaciones Filológicas de la UNAM. Traductor literario. Secretario de redacción de la revista Literatura Mexicana. Co-coordinador del volumen…

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