Son precisamente las imágenes de cosas las que permiten relacionar la memoria, la fotografía y la ecfrasis. Frances A. Yates retoma en su monumental El arte de la memoria una de las imágenes de cosas en la que se describe a un hombre enfermo recostado en una cama, al lado su abogado «sosteniendo con su mano derecha una copa, con la izquierda tablillas, y con el dedo cuarto los testículos de un carnero». Yates enfatiza la extraña composición que conforman estos elementos y cómo cada uno de ellos remite por similitud visual e incluso verbal a otra cosa, también destaca que la eficacia de la imagen depende de su dramatismo. Por lo que menciona más adelante, puede suponerse que la mayoría de las imágenes de cosas se construían mentalmente semejando cuadros pues en diversos tratados de retórica se les describe como si fueran pinturas.
Desde la perspectiva de los estudios sobre la memoria colectiva, Jens Ruchatz desarrolla un análisis de dos formas en que se relacionan la memoria y distintos medios (tecnológicos y de comunicación), entre ellos la fotografía; en la primera, los medios se conciben como una «exteriorización» de la memoria ya sea porque tienen una estructura análoga o sirven para almacenar «recuerdos», la relevancia de esta relación se evidencia en las metáforas empleadas para describir la memoria como un medio y viceversa, por ejemplo la «memoria fotográfica» o la «memoria de las computadoras»; en la segunda forma de relación, los medios son concebidos como una «marca» o «huella» de un evento pasado que sólo cobra sentido al ser interpretada y completada por un sujeto. Concebir la fotografía como una huella es tomarla como evidencia de lo que muestra y reconstruir la situación en la que se originó; para Ruchatz la fotografía «funciona más como un “recordatorio” que dispara o guía el proceso de recordar que como un recuerdo en sí mismo».
A partir del funcionamiento análogo entre las imágenes de cosas y las fotografías, ambas disparadoras de recuerdos, me interesa analizar el uso que se les da a estas últimas en obras narrativas. Al igual que las imágenes de cosas (sólo existentes en la mente del orador), las fotografías que aparecen en los textos narrativos que analizo no tienen una existencia más allá de la obra misma, son constructos verbales. La descripción de objetos artísticos (tanto referenciales como no referenciales) tiene una larga historia en Occidente, su origen se ubica en la amplia descripción que Homero dedica en La Ilíada al escudo de Aquiles y es designada como ecfrasis, que Mitchell define como la «representación verbal de una representación visual» y Luz Aurora Pimentel como la «representación verbal de un objeto plástico». Para Mitchell la ecfrasis no conduce a la «presencia visual» de las imágenes dentro del texto, sino a la reconstrucción que se hace de ellas a través del lenguaje, y señala que en la écfrasis pueden distinguirse tres momento: el primero es «una indiferencia efrástica», proveniente de la suposición de que en realidad es imposible representar verbalmente una imagen; el segundo momento es el de la «esperanza ecfrástica», que ocurre cuando se acepta que el lenguaje puede «hacernos ver» el objeto; finalmente, el último momento es el del «miedo ecfrástico», el cual surge al sentir que la diferencia entre representación visual y verbal puede desaparecer.
Las fotografías como cosas que disparan el recuerdo forman parte de los diversos objetos presentes en las obras que Josefina Ludmer agrupa en los «géneros de la memoria» o «ficciones de la memoria»; para Ludmer en estas obras «algún sujeto familiar (madre, hijo o hija, discípulo) parte del presente y avanza para ir atrás, al pasado (en la memoria, avanzar es ir hacia atrás), a un acontecimiento que corta en dos la vida y constituye una fisura temporal en el sujeto»; el avance hacia atrás se realiza con la intención de encontrar el sentido que permita al sujeto «identificarse y definirse». En El hablador y en Estrellas muertas la indagación sobre el pasado se origina por el fortuito encuentro entre el personaje narrador y una fotografía, ambas obras oscilan en un constante ir y venir entre el presente de la enunciación y el pasado de lo enunciado.