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En los bordes entre lo banal y lo extraordinario

Massei Natalia, Maraña, Rosario: Baltasara Editora, 2014, 180 p.

La obra de Natalia Massei (1979) aparece de manera periódica en el suplemento cultural Rosario/12, del diario Página/12, y algunos de sus relatos han sido incluidos en las antologías Nada que ver (Caballo Negro, 2012) y Rosario: Ficciones para una nueva narrativa (Baltasara Editora, 2012). La autora, quien dirige un café literario en su ciudad desde hace varios años, reúne en Maraña once relatos para conformar su primer libro publicado, narraciones de extensión diversa en las cuales se cuentan historias que a pesar de ser tan distintas entre sí tienen un origen común en la observación de la cotidianidad. En una entrevista reciente, Massei profundiza un poco en su método de escritura y señala: «podría decir que parto de pequeñas escenas triviales, pueden ser un flash, una visión fugaz o una situación que me sugiere una grieta hacia una dimensión más profunda en la que vibran sentidos intensos, trascendentales». Más adelante añade que a través de estas escenas se filtran cosas que no pueden observarse y las sitúan en «los bordes entre lo banal –que puede pasar desapercibido− y lo extraordinario, el entramado complejo detrás de cada gesto»1.

Desde «Carcoma», el primer relato del libro, puede observarse el profundo trabajo con el lenguaje desarrollado a lo largo de todo el volumen, un trabajo orientado a producir la sensación de transparencia, tan frecuentemente confundida con la sencillez expresiva. Massei cuenta en este libro situaciones triviales en un lenguaje diáfano, pero en modo alguno fácil; el dominio de la escritura genera en el lector esta claridad que oculta lo que ocurre detrás de las palabras y los hechos cotidianos, en una integración profunda entre la forma artística y la historia narrada. En «Carcoma» una joven familia vacaciona en un balneario y aunque las acciones que realizan diariamente se limitan a comer o nadar, el silencio instalado entre los esposos, el calor sofocante y un sonido apenas perceptible pero constante, configuran una atmósfera opresiva que lleva a la madre a una especie de huida parcial: se aleja del balneario caminando bajo el sol y con su segundo embarazo, ya muy avanzado, a cuestas. El relato está narrado desde la perspectiva de la madre y alterna diversos tiempos para dar cuenta de lo sucedido a su llegada al balneario y lo que le ocurre justo en el momento presente, en una intercalación de temporalidades que en el resto de los relatos también se amplía a la integración de varias perspectivas narrativas. En este relato aparecen por vez primera Luci, Marcos y la madre (NÁ), tres personajes que forman parte de otros dos cuentos del libro y a los que podemos seguir en distintas situaciones y rupturas.

Es quizá en «Tatuada», uno de los relatos más largos del libro, en el que Massei construye un lenguaje distinto al de los otros cuentos, mucho más denso y ciertamente más cercano a lo que se considera poético. Este lenguaje es diferente porque la historia en sí misma es distinta a las demás, igualmente cotidiana pero en modo alguno trivial: la experiencia de la muerte a través de la identificación de un cadáver. Manuel aguarda en una comisaria mientras se realizan los trámites necesarios para que pueda identificar un cuerpo que lleva distribuidos once nombres, tatuajes que traducen en caligrafías y calidades distintas las experiencias amatorias de Brenda, la hija del hombre que espera; Brenda lleva en su piel el nombre de su padre y el de todos los hombre con los que ha estado, graduando la importancia de la relación por el lugar que ocupa la marca en su cuerpo. Mientras espera, Manuel reconstruye la aparición de los tatuajes, la vida de su hija, y paulatinamente cede la voz a un narrador más amplio, uno que ingresa y sale de espacios y tiempos vedados al hombre que bebe un café asqueroso para tragar el lapso de la duda. Al final del relato, en su última sección, la voz regresa a Manuel y se produce un efecto de ruptura que es, al mismo tiempo, el de la identificación profunda: el narrador que todo lo sabe calla para que el hombre que espera hable, porque la duda, el dolor y el miedo sólo pueden enunciarse en primera persona: «Lo peor es la duda. Ese momento en el que uno aún conserva la esperanza pero sobreviene el terror de la incertidumbre. […] El intervalo en el que se juega todo. Lo que viene después es ya irremediable y el curso de la vida arremete. La cuestión es el antes. La brutalidad del dolor cuando insiste el anhelo». (p. 61).

En el cuento que da título al libro cambian las geografías de lo cotidiano para instalarse en la precaria situación de dos parejas de inmigrantes indocumentados que viven en Madrid; la narradora y Marcos son argentinos, ella trabaja en un bar propiedad de dos compatriotas suyos y ahí es donde conoce a Moisés y Bety, aunque nunca llega a saber si ella se llama Beatriz, Betina o Betiana. Pese a no ser amigos, ambas parejas comparten las precariedades y zozobras de su situación ilegal, trabajan sin descanso y ahorran para regresar a su país, en el caso de los argentinos, o para traer a su pequeña hija de Ecuador, el sueño de Moisés y Bety. La geografía es un elemento fundamental en “Maraña”, la narradora y Marcos recorren la ciudad en el metro y los autobuses nocturnos, observando a todos los indocumentados que viven en los márgenes; la relación con la ciudad es distinta para Moisés y Bety porque ella simplemente no puede comprender cómo funciona el metro, qué dirección tomar en la calles y menos la ruta de los autobuses. Bety no puede salir a la calle sin Moisés, lo acompaña al trabajo y espera hasta que termine su turno, ensayando en sus largos periodos de espera recorridos posibles que traza en un mapa de bolsillo y que luego le cuenta a su hija mientras hablan por teléfono; pese a sus esfuerzos, Bety fracasa en su relación con el espacio que pareciera expulsarla para reafirmar su no pertenencia y extranjería.

Las historias que conforman Maraña de Natalia Massei no sólo hablan del día a día de sujetos convencionales, en un registro ciertamente cercano a Carver, también generan una temporalidad del presente. Menciona Josefina Ludmer que “el tiempo cotidiano es un tiempo roto, hecho de interrupciones y fracturas, que se repite cada vez como lo mismo y lo diferente”. En esta temporalidad fragmentaria y repetitiva es donde Natalia Massei encuentra e inscribe sus relatos, historias que parten de la repetición para estallar en la singularidad de un hecho capaz de interrumpir con sus ondas el flujo voraz de lo cotidiano, un flujo que termina asimilándolo todo.

Acerca del autor

Armando Octavio Velázquez Soto

Profesor Asociado de Tiempo Completo en el Colegio de Letras Hispánicas de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Doctor en Letras por la UNAM. Es profesor en las áreas de …

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Notas al pie:

  1. Entrevista concedida al sitio Ceroveinticinco, disponible en https://goo.gl/Bhj16V.