En los dos siguientes relatos hay poca acción y los hechos son apenas insinuados. En “Los climas extraños” un día, de pronto, el protagonista nota pequeños cambios en su rostro, detalles apenas imperceptibles, primero en la nariz, luego en la barba y los ojos, hasta que no se reconoce, se encuentra con un extraño frente al espejo. Sólo él puede ver estos cambios, que califica de sobre naturales, experimenta la angustia de no sentirse él mismo, como si su cuerpo no le perteneciera. Por su parte, “75, calle Prince Edward”, narra la historia de un hombre que conduce de Londres a Babbacombe. No sabemos el motivo del viaje, sólo menciona que espera encontrarse con un hombre al que nunca ve. Todo el tono del relato es misterioso, al final se siguiere que se trata de un asesino serial de vida anodina.
“Rizoma” es el cuento mejor logrado de este volumen, tanto por la historia, como por los elementos narrativos utilizados. Comienza con un epígrafe de Xavier Abril, extraído de El autómata, novela corta que el surrealista peruano escribió entre 1929 y 1930. En esa novela sólo aparecen dos personajes: Sergio, que está encerrado en un manicomio, y su padre alcohólico. Ambos están en el umbral entre la vida y la muerte, en una situación desesperada, de locura, de confusión y de agonía. Y justo esa es la atmósfera que prevalece en el relato de Yushimito.
El personaje principal es un crítico gastronómico, Gumersindo Mallea, quien escribe para una revista gourmet. Su trabajo es reseñar restaurantes de alta cocina, lo que le permite burlarse con desparpajo de los chefs que pregonan que son los creadores de diferentes tipos de cocinas vanguardistas cuyos nombres van desde “de autor”, “posmoderna”, “sinestésica”, “molecular” o “deconstruida” hasta “tecno-emocional”, tecno-gastro-pop” o “pos-gastronomía”. Mallea no deja pasar ninguna oportunidad para señalar los excesos de esta nueva moda elitista que se impone con precios altísimos y se dirige a un sector muy restringido.
En este afán de innovar en la gastronomía, un chef se vanagloria de haber conseguido alterar algunos sabores mediante un proceso de inmersión termal, lo cual implicaba la modificación y manipulación de la estructura de los ingredientes como nunca antes se había hecho.
Lo que parecía ser un mero experimento con los alimentos desencadena una tragedia de proporciones inimaginables. Comenzó con la noticia de que una mujer le había arrancado la nariz a un mesero en un restaurante de San Isidro. Con este episodio comienzan las mordeduras. De manera vertiginosa aparecen más y más casos de personas que muerden a otras, víctimas y enfermos son llevados a hospitales, se disparan las alertas sanitarias para aislar a los infectados, pero nada impide que la ciudad se pueble de cinocéfalos. Con esto llegan las acciones internacionales, se declara el estado de emergencia, se cierran las fronteras y la Organización Mundial de la Salud impone una cuarentena.
Toda la comida era ahora una mezcla química, casi mágica, y tanto forzarla había conducido a esta situación. Con un sólo mordisco se transmitía la extraña enfermedad y la ramificaba. Al tratarse de un virus rizomático, no estructurado, se hacía imposible su aislamiento.
Lima se llena de cinocéfalos buscando víctimas, reproduciéndose sin control. Los sobrevivientes se desenvuelven, llenos de miedo y desesperación, en un ambiente de apocalipsis zombi. El mayor temor no es a la muerte, sino al contagio, a convertirse en uno de ellos, más bestias que humanos. La epidemia es irreversible, escapar parece imposible cuando los servicios de transporte aéreo y terrestre están suspendidos, la única opción es quedarse y sobrevivir “los más fuertes comen, los más débiles son comidos” (Yushimito, p. 138) anunciaba ya un chef al inicio del cuento.