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Alejamientos al Pueblo de la Princesa

La llamada «novela de campus», subgénero, moda o modelo surgido en Estados Unidos, tiene, aún, un limitado acervo entre las literaturas hispánicas. No obstante, en 2014, la Red de Universidades Lectoras, acuerdo interinstitucional surgido en España en 2006, convocó a su segundo Premio Internacional «Novela de Campus». Aunque en el ámbito español existen libros que parecen completar los preceptos de esta narrativa, en América Latina estas intrigas académicas no son todavía de lectura común. Se me ocurren, como ejemplos de novelas que suceden en campus universitarios de Latinoamérica, Amuleto de Roberto Bolaño y La sombra del caminante de Ena Lucía Portela. No obstante, ambas carecen de algo que les da sentido a las novelas de campus estadounidenses: que los personajes sean, efectivamente, miembros de la comunidad académica (Auxilio Lacouture, protagonista de Amuleto, vive en la UNAM, pero ni está inscrita ni imparte curso), y que la intriga quede prácticamente encerrada dentro de las instalaciones de la universidad (en La sombra del caminante, luego del homicidio ocurrido en el campo de tiro de la Universidad de La Habana, los implicados se desplazan hacia el exterior).

Tanto Otra vez me alejo, de Luis Othoniel Rosa, como El camino de Ida, de Ricardo Piglia, son novelas de campus latinoamericanas que ocurren en Estados Unidos. En Princeton, para ser precisos, aunque en Otra vez me alejo la mención al lugar no se haga de manera explícita, sino como «un pueblito universitario de Nueva Jersey. El Pueblo de la Princesa». El mecanismo autoficcional que suele entretejerse en este tipo de novelas se activa luego de revisar la nota biográfica del autor, nacido en Bayamón, Puerto Rico, en 1985, y doctorado en literatura por la Universidad de Princeton. Y si acaso los ortodoxos de la teoría de la autoficción tuvieran duda, hay una coincidencia nominal entre autor, narrador y protagonista.

La novela, segmentada en nueve «alejamientos», narra el final de una historia de amistad entre dos roommates, un puertorriqueño y un norteamericano de nombre Alfred Dust, personaje enigmático, locuaz, carismático e inteligente que, gracias a su habilidad para relatar e improvisar historias familiares, es el centro de atención en las fiestas del campus, situaciones que «muchos estudiantes de doctorado aprovechan para lucir su inteligencia de una manera casual». Como toda novela sujeta a las cuitas y dinámicas de la vida académica, Otra vez me alejo ridiculiza y expone algunas de las particularidades del mundo universitario, e incluso parece una novela consciente de que estos textos, en su gran mayoría, son producidos por y para gente inmersa en el círculo que retratan, gente que habita en Literatureland, «the place where the texts and acts of interpretation constitute the world of experience which the novelist, knowingly or unknowingly, represents», como apunta con ironía Mark Currie en su ensayo «Metafiction».

En el Pueblo de la Princesa suceden los nueve alejamientos del narrador y de Alfred Dust, doctorandos en literatura comparada, ambos aspirantes a ser escritores «de creación» y, todavía (porque están en el penúltimo año, no en el último), sin esa angustia que envuelve a los jóvenes doctores por obtener, lo más pronto posible, una plaza universitaria, un empleo estable que los aproxime al modelo liberal de persona con futuro resuelto, algo que les quite la incertidumbre de estar fuera del mercado académico tras dejar de recibir una beca. Por fortuna para ellos, y para quienes somos lectores de Literatureland, los dos amigos tienen tiempo para fumar y revender mariguana en lugar de estar hablando de sus proyectos de tesis, hasta que un triángulo amoroso, recurso infalible, provoca el alejamiento definitivo. Así quedaría resumida la anécdota que guía la novela del principio al fin, los amigos que se conocen en la universidad y luego se separan.

Sin embargo, la riqueza del libro sobrepasa dicha historia, pues apunta, en sí misma, una teoría del espacio y de la condensación del tiempo en la narrativa literaria. A pesar de contar con sólo 85 páginas, la novela de Luis Othoniel Rosa aglomera una buena cantidad de microhistorias con final abierto que se van contaminando entre ellas e inciden en la trama principal. Historias sobre piratas, sobre la insólita Ley del Guano que, en una suerte de delirio pre-imperialista, proclamaron los Estados Unidos en 1856 («El imperio es sobre todo una forma de imaginar», dice el narrador), sobre las universidades de ese país, donde confluyen alumnos de innumerables nacionalidades (cuyo vínculo «no era su inteligencia, sino la clase media universal de la que provenían […], todos hijos de una clase trabajadora con una sed terrible de reconocimiento»), sobre la conferencia magistral de un trasunto de Ricardo Piglia levemente parodiado, y sobre un misterioso grupo terrorista, ACTEÓN, que amenaza el ambiente plácido, conservador y seguro del pueblito universitario de Nueva Jersey.

Dentro de este conglomerado de historias, que en un par de momentos llegan a saturar la novela (pues parecen metidas a la fuerza, sin que la línea narrativa trazada las respalde), encontramos dos libros insertos en Otra vez me alejo. En primer lugar, Tortugas, de Alfred Dust, compilación de escritos heterogéneos que él mismo califica de «una mierda», opinión que el narrador suscribe. Tortugas, libro fallido de un personaje disperso e inasible (la onomástica es reveladora, «Dust»), exhibe parte del proyecto de novela que es Otra vez me alejo: una apuesta por cuestionar las distancias genéricas en la literatura (el documento de Alfred Dust está formado por cuentos, poemas, trabajos académicos, imágenes de las Tortugas Ninja) y las distancias temporales entre lo que se narra y el momento de narrar.

El segundo libro inserto, también fallido por inconcluso, es el que escribe el protagonista con Trilcinea, la chica rumana que detona el previsible conflicto entre los dos amigos. Ese texto, que circula indefinidamente entre el género de terror, el suspenso y la ciencia ficción, termina por hacer que ambos estudiantes se enamoren y se olviden de la escritura a cuatro manos del libro en cuestión y se dediquen a otras cosas.

La lejanía, que en la primera escena de la novela se plantea como una noción espacial, se transforma poco a poco en una idea que remite a la relatividad de la memoria, a la paradoja del presente visto desde el futuro, o al momento en que se narra proyectado hacia un pasado que no está del todo fijo: ante la imposibilidad de representar la simultaneidad en el discurso escrito, queda la posibilidad de intercalar historias conectadas arbitrariamente. Finalmente, ese carácter arbitrario de la organización del relato está influido por distintas variantes; en el caso de Otra vez me alejo, novela de campus por su contexto, novela sobre las distancias y el tiempo filtrados por la memoria, dichas variantes están supeditadas a la historia del fin de una amistad entre dos doctorandos que comparten habitación y que, en realidad, siempre fueron desconocidos uno para otro.

Acerca del autor

Héctor Fernando Vizcarra

Investigador del Instituto de Investigaciones Filológicas de la UNAM. Traductor literario. Secretario de redacción de la revista Literatura Mexicana. Co-coordinador del volumen…

 

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