El galardón no sólo puso en medio de los reflectores a un escritor que era poco conocido en el ámbito hispanohablante, sino que también evidenció la postura del premio con respecto a su razón de ser: con esta obra se reconocía a una tradición que había sido prácticamente desdeñada por los críticos en el continente. Al respecto, uno de los miembros del jurado, el escritor Juan Duchesne aseguró que: “Puerto Rico ha sido a veces como esa obrera invisible y al fin pues, contradiciendo un poco al autor, se hizo visible”. En este caso, el galardón es una disculpa tardía, pero también una muestra de la autoridad de la crítica que había olvidado a estos “países invisibles”. Sin embargo, debemos recordar que los diálogos no se producen solamente del centro al margen, sino que también existe una respuesta clara, pero pocas veces escuchada, del margen al centro. En este sentido, Simone es una postura literaria que discute los procesos de consolidación literaria en Latinoamérica.
La obra rechaza la falsa concepción de un mundo hispanohablante inclusivo, en el cual la calidad artística es suficiente para que un texto pueda ser apreciado en el resto del continente y más allá de sus fronteras. En Simone se desmenuzan las convenciones culturales que condenan al silencio y al olvido a los escritores puertorriqueños, quienes escriben (al igual que otros periféricos) para nadie: su público natural consume las novelas canonizadas por los centros o naufragan entre los best-sellers que ocupan los grandes aparadores. Asimismo, la lejanía de estos escritores con los grandes medios de distribución vuelve impensable la posibilidad de ser leído en otras latitudes. Frente a esta situación, el escritor queda aprisionado en un oficio que a nadie le importa, imposibilitado para defenderse o para justificar su trabajo.
Ante esto, ¿cómo puede hacerse literatura en una sociedad globalizada que borra fronteras de fuera hacia adentro, pero que mantiene cercados a los compradores “locales”? Esta pregunta, que recorre el inicio de la obra, tiene como primera respuesta el silencio. Es decir, se narra la banalidad de cualquier empresa; la acción parece no tener sentido en una sociedad donde todo se desmorona y donde incluso la memoria ha perdido la concreción. No obstante, el verdadero impulso de Simone está en la superación de esta condición: si la globalización ha traído consigo un desarraigo y un sentimiento de no-pertenencia en todos los países, la única forma de hacerle frente es reestableciendo las relaciones uno a uno. Lejos de los centros comerciales, de los restaurantes sin identidad y de las relaciones fugaces, el encuentro entre dos individuos y la posibilidad de un diálogo se vuelve lo único tangible. Dos construyen un mundo dentro de los simulacros. Así, la creación literaria vuelve a sus orígenes: la comunicación, y a partir de este redescubrimiento, ajeno a los ritos culturales y de mercado, se puede escribir para el otro como para uno mismo.
Ahora bien, el lugar de la literatura puertorriqueña se plantea de una forma similar; si el mercado ha vuelto imposible la relación entre el autor y el lector, pues el libro es un producto tan desechable como cualquier otro, los medios de canonización que imponen un poder sobre la lectura, se revelan como disfraces tan mezquinos como el del mercado. Es decir, ni la academia y su discutible “objetividad”, puede consolidar un valor que supere al consumismo. En este sentido, Eduardo Lalo expone la necesaria revisión de los medios de validación que existen en la crítica (tanto en Puerto Rico como en el resto del mundo hispanohablante); pues sólo a partir de un diálogo carente de prejuicios se puede saber desde dónde se está hablando. En la novela leemos: “Somos una isla geográfica, política y literaria. Pero no existe una gran diferencia entre la situación de un escritor español o de donde sea y nosotros, aunque ellos no lo puedan ver nunca. Y te digo la verdad, prefiero la lucidez del margen, de esta miseria” (p. 174).