- ¿Cómo compaginas tu profesión como filólogo, crítico literario y tu oficio como escritor?, ¿te causa alguna dificultad o facilidad a la hora de escribir?
Ni una cosa ni la otra. Es parte de una vocación y ofrece la oportunidad de observar el «hecho literario» desde distintos puntos de vista, lo cual resulta enriquecedor a la larga. Fui formado para ello, y hacerlo (es decir, trabajar como crítico literario además de como escritor), al margen de quienes piensan que no se puede ser juez y parte, es también una forma de dar un servicio a quienes no tuvieron las oportunidades que yo tuve. Me pagan por ello, además.
- Me gustaría que nos hablaras un poco sobre la elección de los títulos de tus libros. Todos los títulos de tus obras, a mi juicio, son particulares y, digamos, también, poco convencionales y precisos y atractivos. Por ejemplo, títulos de libros como La vida interior de las plantas de interior (Mondadori, 2013) o El mundo sin las personas que lo afean y lo arruinan (Mondadori, 2010), y novelas como Nadadores muertos (Editorial Municipal de Rosario, 2001), y El espíritu de mis padres sigue subiendo en la lluvia (Mondadori, 2011). Entendiendo la importancia que el título tiene para la configuración y proximidad del lector con la obra, ¿cuál es el planteamiento autoral que determina los títulos?, ¿qué tanto intervienen tus editores o, indirectamente, tus lectores, en su elección o en qué medida son parte del texto antes de que este llegue a sus manos?
Muy influido por Ricardo Piglia, cuando comencé a escribir escogía títulos compuestos por un sujeto y un modificador directo (Hombres infames, Nadadores muertos, etcétera), pero después empecé a interesarme por los títulos programáticos como El libro tachado. El mundo sin las personas que lo afean y lo arruinan tenía, precisamente, uno de esos títulos (El libro alemán), pero Mónica Carmona, mi editora de aquel entonces, tuvo el talento y la generosidad de sugerirme que utilizase el título de uno de los cuentos del libro para titular el volumen, y a partir de entonces esta forma de titular se ha vuelto parte consustancial de mis libros. Me parece divertido que sea así, y disfruto especialmente de las combinaciones involuntarias que hacen algunas personas cuando me hablan de mis libros: «El espíritu de la primavera» o «El mundo sin los espíritus que caminan en sueños», cosas así.
- Quisiera que me contaras qué opinión tienes sobre las formas de construcción de la narrativa contemporánea, la transformación de los textos y la ruptura de las convenciones narrativas. Qué crees, por ejemplo, que ha pasado o está pasando con lo que entendemos autores, críticos y lectores como novela.
Oh, la novela… El tema es tan, tan amplio y tan complejo que sobre él se debería decir mucho o no decir nada. Me inclino por la segunda opción, pero, al margen de ello, creo que nos encontramos en un momento histórico en el que es (ya) necesario establecer una distinción entre dos géneros o tipos de novela: la comercial y la «literaria», que tienen objetivos diferentes, características disímiles y lectores distintos. Ambos tipos circulan por carriles distintos y producen efectos diferentes, de tal manera que buena parte de nuestra confusión sobre el género (y de los debates que ésta provoca) se debe a la dificultad de comprender la coexistencia de un tipo de novela mayoritaria y conservadora en sus formas (y no sólo en ellas) y una novela que sigue estando en movimiento, tratando de ponerse a prueba a sí misma y a sus límites con cada nuevo libro.
- A propósito de la pregunta anterior, de la ruptura de las formas tradicionales de la novela, ¿cuál es tu opinión sobre la relación de otras artes con la literatura? ¿En qué medida procedimientos y estéticas que surgen en la música o en el arte plástico son relevantes y están permitiendo a los escritores repensar y transformar el arte literario?