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Trazar una línea en el agua: entrevista a Patricio Pron

«…el malentendido es la forma principal de relación entre autores y lectores y una buena razón para seguir escribiendo».

Como parte del interés del SENALC por analizar críticamente la creación literaria, no solo atendiendo a las obras, sino también interesándose por aquellos aspectos que las hacen posibles, los gustos y preocupaciones de sus autores y las condiciones en las que son creadas, hemos entrevistado al escritor argentino, residente en España, Patricio Pron (Rosario, 1975). Un autor que ha sido galardonado con el premio Jaén de novela en 2008 por El comienzo de la primavera (Mondadori), y seleccionado por la revista Granta como uno de los mejores escritores jóvenes en 2010. El diálogo recoge algunas de sus ideas sobre la novela, los procedimientos literarios y la figura del autor, entre otras. Ideas, todas ellas, que se expresan, de otra manera, ensayísticamente, en su más reciente trabajo: El libro tachado (Turner, 2014). Este dialogo, además, se desarrolla teniendo presente que la opinión de los escritores sobre sus libros, los libros que leen y las condiciones generales de su trabajo, posee una relevancia que nos ayuda a comprender mejor o desde otra perspectiva la literatura.

  •  ¿Hay una poética narrativa que pueda identificar el lector como propia de Patricio Pron?

Quizás la haya, sí; pero corresponde al lector establecer si existe y, en ese caso, de qué tipo es. Los escritores, por lo general, no somos buenos críticos de nuestro trabajo.

  • Tú empezaste a publicar desde muy joven; tu primer libro Hombres infames (Bajo la luna, 1999), se publicó cuando contabas, tan solo, con veintidós años. Luego estudiaste un doctorado en filología románica, pero sé que tu formación inicial es de periodista, ¿cómo es la transición del mundo del periodismo al de la literatura?

No es nada difícil, como ponen de manifiesto decenas de escritores que son o fueron, también, periodistas. Pese a ello, es una transición interesante, porque obliga a quien la lleva a cabo a pensar en cuestiones como el estatuto de verdad de los textos, los vínculos entre la literatura y la «realidad», el problema de la representación verosímil, el papel del autor y la relación que éste establezca con su lector. En ese sentido, pienso ahora, es una buena escuela: para ser periodista y también para ser escritor.

  • Teniendo presente la experiencia del protagonista de «Diez mil hombres», que es escritor y traductor, y la particular forma fragmentaria de tu novela El espíritu de mis padres sigue subiendo en la lluvia, quisiera preguntarte si piensas en los lectores al escribir tus obras o, quizá, en un lector ideal. ¿Cómo y cuál es tu relación con ellos?

No, no suelo pensar en ningún lector cuando escribo, sino más bien en qué es lo que el texto requiere y hacia dónde conduce, cosas que nunca sé de antemano. A pesar de ello, cuando termino de escribir algo, y al margen de lo que ese «algo» sea, sé que ese «algo» no está terminado: se encuentra en un estado de potencialidad del que sale cuando el lector se lo apropia y le otorga sentido. Por esa razón, me gusta y me entusiasma conversar con los lectores, porque ellos son, a mis ojos, coautores de la obra en la medida en que la completan, la comprenden y me la devuelven explicada. Que esa explicación muchas veces no explique mucho o no dé cuenta de mis propias impresiones acerca del texto no me preocupa porque siempre he pensado que el malentendido es la forma principal de relación entre autores y lectores y una buena razón para seguir escribiendo.

  • ¿Cómo compaginas tu profesión como filólogo, crítico literario y tu oficio como escritor?, ¿te causa alguna dificultad o facilidad a la hora de escribir?

Ni una cosa ni la otra. Es parte de una vocación y ofrece la oportunidad de observar el «hecho literario» desde distintos puntos de vista, lo cual resulta enriquecedor a la larga. Fui formado para ello, y hacerlo (es decir, trabajar como crítico literario además de como escritor), al margen de quienes piensan que no se puede ser juez y parte, es también una forma de dar un servicio a quienes no tuvieron las oportunidades que yo tuve. Me pagan por ello, además.

  • Me gustaría que nos hablaras un poco sobre la elección de los títulos de tus libros. Todos los títulos de tus obras, a mi juicio, son particulares y, digamos, también, poco convencionales y precisos y atractivos. Por ejemplo, títulos de libros como La vida interior de las plantas de interior (Mondadori, 2013) o El mundo sin las personas que lo afean y lo arruinan (Mondadori, 2010), y novelas como Nadadores muertos (Editorial Municipal de Rosario, 2001), y El espíritu de mis padres sigue subiendo en la lluvia (Mondadori, 2011). Entendiendo la importancia que el título tiene para la configuración y proximidad del lector con la obra, ¿cuál es el planteamiento autoral que determina los títulos?, ¿qué tanto intervienen tus editores o, indirectamente, tus lectores, en su elección o en qué medida son parte del texto antes de que este llegue a sus manos?

Muy influido por Ricardo Piglia, cuando comencé a escribir escogía títulos compuestos por un sujeto y un modificador directo (Hombres infamesNadadores muertos, etcétera), pero después empecé a interesarme por los títulos programáticos como El libro tachadoEl mundo sin las personas que lo afean y lo arruinan tenía, precisamente, uno de esos títulos (El libro alemán), pero Mónica Carmona, mi editora de aquel entonces, tuvo el talento y la generosidad de sugerirme que utilizase el título de uno de los cuentos del libro para titular el volumen, y a partir de entonces esta forma de titular se ha vuelto parte consustancial de mis libros. Me parece divertido que sea así, y disfruto especialmente de las combinaciones involuntarias que hacen algunas personas cuando me hablan de mis libros: «El espíritu de la primavera» o «El mundo sin los espíritus que caminan en sueños», cosas así.

  • Quisiera que me contaras qué opinión tienes sobre las formas de construcción de la narrativa contemporánea, la transformación de los textos y la ruptura de las convenciones narrativas. Qué crees, por ejemplo, que ha pasado o está pasando con lo que entendemos autores, críticos y lectores como novela.

Oh, la novela… El tema es tan, tan amplio y tan complejo que sobre él se debería decir mucho o no decir nada. Me inclino por la segunda opción, pero, al margen de ello, creo que nos encontramos en un momento histórico en el que es (ya) necesario establecer una distinción entre dos géneros o tipos de novela: la comercial y la «literaria», que tienen objetivos diferentes, características disímiles y lectores distintos. Ambos tipos circulan por carriles distintos y producen efectos diferentes, de tal manera que buena parte de nuestra confusión sobre el género (y de los debates que ésta provoca) se debe a la dificultad de comprender la coexistencia de un tipo de novela mayoritaria y conservadora en sus formas (y no sólo en ellas) y una novela que sigue estando en movimiento, tratando de ponerse a prueba a sí misma y a sus límites con cada nuevo libro.

  • A propósito de la pregunta anterior, de la ruptura de las formas tradicionales de la novela, ¿cuál es tu opinión sobre la relación de otras artes con la literatura? ¿En qué medida procedimientos y estéticas que surgen en la música o en el arte plástico son relevantes y están permitiendo a los escritores repensar y transformar el arte literario?

No lo sé. Por una parte, es evidente que los vínculos entre la literatura y las otras disciplinas se han intensificado en las últimas décadas, debido (entre otras cosas) a la mayor cantidad de recursos de los que disponemos para estar al día y conocer producciones que en el pasado estaban demasiado arraigadas en un territorio o eran únicamente accesibles para las clases altas; de tal forma que, para un escritor argentino que vive en Madrid como yo, resulta más fácil que nunca acceder a la información acerca del más reciente proyecto de arte conceptual en Nueva York o conocer la obra del principal pintor hiperrealista estonio, todo lo cual, inevitablemente, acabará viéndose reflejado en lo que escribo.

Por otra parte, me parece evidente que aquello de lo que los escritores contemporáneos se están apropiando es lo más banal y mainstream que anda circulando. Pensar, por ejemplo, que las teleseries serían un modelo verosímil para una «nueva literatura» es olvidar todo lo que las teleseries le deben a la literatura, su carácter de producción colectiva y masiva en contraposición a la literatura (que es producida de forma individual y para un público relativamente reducido de personas especializadas) y la naturaleza muy, muy trivial de la mayor parte de las teleseries. Ese rechazo a la literatura por parte de algunos de sus autores (producto, posiblemente, de su desconocimiento) es uno de los principales riesgos a los que se enfrenta la literatura en este momento, creo.

  • ¿Hay algún escritor cuyo procedimiento literario te resulte, en este momento, especialmente interesante?

Muchos de ellos: Mario Bellatin, Miranda July, César Aira, Leanne Shapton, Judith Schalansky, Felix Philip Ingold, Luigi Amara, Cristina Rivera Garza, Rodrigo García, Angélica Liddell, etcétera.

  • Tu tesis de doctorado trató sobre los procedimientos narrativos en la obra de Raúl Damonte, mejor conocido como Copi, un escritor que nació en Argentina, pero que pasó gran parte de su vida en Uruguay y Francia. Copi, igual que Edward Lear, primero se dedicó profesionalmente a la ilustración, luego paso al teatro y, finalmente, a la novela, y esta experiencia profesional múltiple marcó un estilo particular en su obra, ¿cuál es tu opinión sobre sus propuestas narrativas, sobre la ruptura genérica que se halla en su obra y cómo crees que ha influido a otros escritores?

Esa pregunta, la de las relaciones entre la obra literaria y la obra pictórica de un autor, es una pregunta que la crítica no suele hacerse a menudo, y sin embargo me parece fundamental. Si bien algunos escritores produjeron su obra pictórica al margen de la literaria y sin ninguna ambición, existen autores en cuya obra la ruptura del marco se da precisamente por el desplazamiento de reglas de un ámbito al otro, como en el caso de Lear, en el de Copi y en el de muchos otros autores. La adopción de procedimientos del arte conceptual en la literatura contemporánea y los cruces que ello provoca (Sophie Calle y César Aira, por ejemplo) tiene como resultado lo más interesante que se está produciendo en este momento, y es una razón para mantener la esperanza de que la literatura no se convertirá (al menos no de inmediato) en una teleserie o en un videojuego.

  • Hace pocos días, Vicente Luis Mora, publicó bajo el nuevo sistema de encuestas de Twitter, la pregunta: «¿Está usted saturado de esta moda de meter tanta realidad en la literatura?». Las opciones de respuesta, entiendo, en parte, cómicas y satíricas, eran dos: 1) Un poco, la verdad, y 2) Hasta los cojones. En ese sentido, y teniendo en cuenta la hegemonía de que han gozado durante las últimas dos décadas las obras autoficcionales, o las denominadas novelas del yo, en las que también se podrían incluir algunos de tus textos, ¿cómo asumes el trabajo literario ligado a la experiencia biográfica?, ¿puede el escritor prescindir de sus experiencias para escribir o siempre hay algo de realidad en la literatura, en tu escritura, al menos?

Mi impresión es que sólo alguien profundamente desconocedor de la forma en que funciona la literatura o absurdamente enamorado de su propia, minúscula, forma de leer puede pensar que es posible separar la literatura de la realidad. La propuesta es tan torpe, y disminuye hasta tal punto un nivel de discusión ya de por sí bajo, que no creo que merezca ningún comentario. (Al margen de lo cual, personalmente, no tengo ningún interés ya en las «novelas del yo», en particular las españolas.)

  • Volviendo a Twitter, me gustaría preguntar por la relación de la escritura y la red. Tú eres muy activo en Twitter, tienes un blog y una página oficial. ¿Cómo crees que la literatura ha influido en la red y viceversa? ¿Cómo ha modificado a los escritores y a los lectores? ¿Son la red y la literatura formas de expresión y comunicación recíprocamente modificadas?

No sé si conoces la anécdota: en 1972, durante una visita de Richard Nixon a China, la prensa norteamericana le preguntó al líder chino Zhou Enlai qué opinaba de la Revolución Francesa, y éste respondió: «Es demasiado pronto para valorarla». Pues bien, yo digo lo mismo acerca de las relaciones entre la literatura y la Red (pese a lo cual dediqué un capítulo a ellas en El libro tachado, que creo que has leído): que todavía es muy pronto para valorarlas.

  • En muchos de tus cuentos y novelas se aprecia una especial preocupación por la literatura, por el autor y por el mundo literario en general, por las características que lo configuran. Tu más reciente libro, un libro de ensayos que lleva por título El libro tachado, expone, de diferentes maneras, polémicas que van desde la «muerte del autor», el ready-made, la industria editorial, el plagio, hasta la desaparición en sí misma de la literatura gracias a la censura o a situaciones que han llevado a los autores a destruir sus obras. Brevemente, cuál es tu opinión sobre estos temas en relación con la literatura actual. Para ti ¿qué es un autor? ¿Qué se puede decir sobre el autor ahora que existen plataformas de elaboración y construcción de textos en línea en la que intervienen diferentes personas al mismo tiempo? ¿Se puede hablar de censura literaria en la actualidad, cuando se cuenta con medios para la autopublicación o cómo funciona la censura ahora? ¿Crees que fenómenos como la twitteratura o los BookTubers realmente están transformando el mundo de la literatura o pueden hacerlo? 

Voy a intentar responder breve y ordenadamente a lo que me preguntas, pero no estoy seguro de poder lograrlo: para mí, un autor es alguien a quien se le atribuye una autoridad no solamente intelectual sobre un texto; las producciones colectivas desdibujan la autoría, pero, en tanto sigamos pensando en la literatura de la forma en que venimos haciéndolo desde la primera mitad del siglo XIX, centrándola principalmente en la producción de un autor individual, no son literatura; la censura se produce actualmente por acumulación (cosa que ponen de manifiesto los «trols» de Putin, que no reprimen la expresión individual del descontento sino que la ahogan en comentarios o desvían el tema) y la autopublicación contribuye a ello, es un mecanismo regulatorio del sistema, les guste a los autores que se autopublican o no; de momento no veo que nada salido de YouTube o de Twitter esté modificando el panorama literario, excepto de forma muy superficial; es decir, no veo que estén modificando el panorama literario en mayor medida de lo que lo modifican cuestiones sobre las que no solemos pensar y son mucho más importantes, como la concesión de ayudas gubernamentales a la creación, los premios literarios, la falta de alternativas a un modelo de negocio irracional y deficitario, la escasa o nula renovación generacional en la crítica literaria, etcétera.

  • Una de las discusiones interesantes que expones en El libro tachado tiene que ver con la propiedad intelectual, el plagio y con el uso de las ideas literarias. Hablas de la polémica que se presentó entre Agustín Fernández Mallo y los abogados de María Kodama por el libro El hacedor (de Borges) Remake. El pleito, que concluyó con el libro retirado de las librerías y un acuerdo confidencial entre los abogados de Kodama y Alfaguara, sería el antecedente de lo que luego ocurriría con El aleph engordado, de Pablo Katchadjian. Como escritor, pero también como filólogo y crítico, ¿qué opinión te merece el procedimiento de los autores y la actuación de la viuda de Borges?

Más interesante que comentar la actuación de María Kodama o las diferencias tan grandes de calidad entre ambos libros (el de Pablo Katchadjian es muy bueno), pienso que lo que estos affaires deberían hacer posible es una discusión más amplia acerca de a quién le pertenecen los libros, si a los familiares de un autor, a sus lectores o a los abogados. A mí (no hace falta decirlo) me parece evidente que los libros pertenecen a los lectores, pero también es evidente que el marco legal vigente no lo contempla así y, por lo tanto, hace a la inteligencia y al talento de un escritor producir su obra contemplando ese marco y sin ponerse en peligro. A pesar de todo, nadie cree que los mejores escritores sean los que se suicidan.

  • A finales del año pasado un periódico español les preguntó a diferentes editores cuál habría sido el libro que les hubiera gustado editar publicar; en relación, también, a algunos de los temas que abordas en El libro tachado, quisiera preguntarte cuál libro te habría gustado escribir.

Miles de ellos. Hoy, aquí, a esta hora, posiblemente cualquiera de Terry Eagleton. O Sociología de la cultura de Raymond Williams. Me parece, por cierto, que ninguno de los dos es leído mucho estos días.

  • ¿En las entrevistas a las que has tenido ocasión de responder ha habido alguna pregunta que siempre has esperado y nunca te han hecho?

614.128. Nadie me las hace nunca, sin embargo. No sé por qué.

  •  Finalmente, ¿cuál es la razón última de que escribas?

Trazar una línea en el agua.

Sitio web de Patricio Pron

Twitter: @Patricio_Pron

Blog de Patricio Pron

Acerca del autor

Alexandra Saavedra Galindo

Doctora en Letras por la unam, maestra en Estudios Latinoamericanos (área de Literatura), por la misma institución, y licenciada en Lingüística y Literatura con énfasis en Investigación…

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