I
El cuento “Ciudad de payasos”, del escritor peruano-estadounidense Daniel Alarcón, es una interesante muestra de los distintos caminos que puede experimentar un texto ficcional al adaptarse a diversas formas artísticas.
La historia se centra en un joven periodista cuyo padre, don Hugo, acaba de morir. Todo el relato está narrado en primera persona y en dos planos temporales distintos. Por un lado, el pasado se enfoca en la infancia y adolescencia de Óscar, “el Chino”. Esta parte del cuento deja ver la profunda fragmentación en la sociedad peruana, problema que ha estado presente en buena parte de la producción literaria de ese país, desde las obras de Mario Vargas Llosa o Julio Ramón Ribeyro hasta los escritores más contemporáneos como Alarcón.
La familia de Óscar, como muchas otras, emigró de Pasco a Lima cuando él tenía 8 años. Su madre, que nunca se había adaptado del todo a la vida citadina, trabajaba como sirvienta en casa de un matrimonio de clase alta que, generosamente, le pagó a “el Chino” una beca para que estudiara en una secundaria de San Isidro. En ese colegio, desde que se enteraron de que era de San Juan de Lurigancho (uno de los barrios periféricos más pobres), dejaron de llamarle “Chino” ˗el apodo menos original del Perú˗ para decirle “Piraña”, en alusión a las bandas de ladrones que vivían en esa zona. Ese nuevo apodo clasista lo apartó de inmediato de sus compañeros.
Aunque Óscar no lo sabía, su padre, don Hugo, sí era ladrón. Aparentemente, se dedicaba a la construcción y a la remodelación de inmuebles, pero su hijo ignoraba que cuando iba a las casas a hacer alguna reparación, aprovechaba para revisar todo lo que había (televisiones, joyas, electrodomésticos, relojes), memorizar puertas, cerraduras y horarios de la familia y así poder regresar a robar.
Cuando a los 14 años Óscar es consciente de lo que hace su padre, este se aprovecha y lo lleva a cometer un robo en la casa de un compañero de escuela. Aunque “el Chino” sabe que no es correcto, en ese momento no le da importancia y no le parece demasiado grave. Después de este primer suceso, durante los meses que acompaña a su padre a realizar trabajos en aquella casa, “el Chino” debe soportar los maltratos de Andrés, quien “montaba todo un espectáculo de poder” (54), lo trataba como a la servidumbre y no perdía oportunidad para humillarlo y hacerle saber que él era superior. Por eso, llegado el momento, piensa en el robo como una forma de venganza, no considera injusto robarles a los “pitucos”, a esos “ricos de mierda”.
Un poco más adelante la relación con entre padre e hijo sufre una fractura irreversible. Después de ese atraco, don Hugo los abandona a él y a su madre para formar otra familia con Carmela, su amante, y sus tres medios hermanos. De esta forma Óscar se enfrenta a un proceso de duelo y durante 12 años aprende a vivir sin su padre, por tanto, la muerte de Hugo solo pone un punto final a una historia casi cerrada. Sin embargo, aunque don Hugo no había sido un gran hombre ni un buen ejemplo para él, Óscar no puede negar el dolor por su pérdida.
Por otro lado, en el presente de la narración se abordan los días posteriores al fallecimiento de don Hugo. “El Chino”, con 26 años, intenta procesar la muerte de su padre. El autor insinúa que en Perú llevar a cabo un proceso de duelo es un trabajo sin duda solitario e implica enfrentarse a la indiferencia. El personaje sabe que al resto de la gente no le importa que su padre haya fallecido porque se trata de un difunto más en una ciudad tan acostumbrada a los muertos y a la violencia que una muerte natural no provoca mayores reacciones: “[…] en Lima, morir es el deporte local. Aquellos que mueren de una manera fantasmagórica, violenta, espectacular, son evocados en los periódicos de cincuenta centavos bajo titulares apropiadamente escabrosos: CONDUCTOR ESTALLA COMO MELÓN o TIROTEO NARCO, LOS CURIOSOS TRAGARON PLOMO” (2005: 21 énfasis en el original).