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La derrota de Dios contra el mal en Satanás de Mario Mendoza

Mendoza, Mario, Satanás, Barcelona: Seix Barral S.A., 2002, 288pp.

Uno de los más grandes escollos que ha tenido que sortear, no siempre con éxito, la Iglesia católica, es el dogma que asevera que Dios es omnipresente, omnipotente, omnisapiente y benévolo. Filósofos como Descartes y Rousseau han demostrado, por medio de distintos pasajes bíblicos, que estas virtudes se estorban unas a otras y no pueden ser verdaderas al mismo tiempo. Su benevolencia es quizás la más controvertida de todas ellas. El Génesis dicta que Dios, en su infinita benevolencia, creó todo lo existente, y lo hizo bueno; sin embargo, sobran ejemplos para demostrar que hay muchas cosas malas en el mundo, de ahí se desprenden múltiples objeciones. Epicuro advierte que si Dios quiere evitar el mal y no puede, entonces es impotente; si puede pero no quiere, entonces es perverso. Lactancio añade un caso más: si  quiere y puede, ¿entonces de dónde vienen los males y por qué no se los lleva? La respuesta de la Iglesia a esta pregunta es quizás sumamente incómoda, insatisfactoria, peligrosa, pero a la vez necesaria, para explicar el mal en el mundo: su nombre es Satanás, quien surge como un contrapeso necesario a la bondad de Dios. Sin él, las acciones de Dios se muestran insulsas, simplonas. Satanás engrandece a Dios como Judas a Cristo. Puesto que todo fue creado por Dios, no queda más remedio que aceptar que Satanás también es una creación suya, pero para desligarlo de la bondad de su creador, el imaginario lo corrompe, lo eleva al cielo para luego derribarlo debido a su soberbia, y mandarlo al infierno, una palabra con la cual se designa al olvido de Dios, una zona al servicio de Satanás, el eterno adversario, sagaz y necesario de Dios: todo aquello que no se pueda explicar mediante Dios, encuentra su causa primera en el Diablo: la violencia, los robos, la desgracia, las guerras, el Mal en su máxima expresión.

En 2002, Mario Mendoza publica Satanás, un libro cuyo personaje principal es precisamente el Diablo, no como ente de carne y hueso, sino como representación simbólica a través de una pléyade de personajes que viven, insuflan y sufren la maldad en la ciudad de Bogotá. El eje rector que vertebra las historias del texto está basado en un hecho real: la matanza relámpago que realizó Campo Elías Delgado el 4 de diciembre de 1986. Primero asesinó a su madre y le prendió fuego, luego mató a unas de sus vecinas, salió del edificio y fue en busca de una de sus alumnas, a quien violó y mató junto a su madre, y finalmente fue al restaurante Pozzetto, donde asesinó a varias personas en cuestión de minutos, y cuando llegó la policía se dio un balazo en la cabeza. Campo Elías era un veterano de la guerra de Vietnam que estudiaba literatura y daba clases particulares de inglés. Mario Mendoza habló con él horas antes de sus asesinatos.

A partir de unas víctimas ficcionalizadas de esa matanza, Mario Mendoza crea tres historias: la primera es la de María, una joven huérfana que vende bebidas calientes en el mercado, y soporta a diario los insultos en forma de piropos e insinuaciones que le lanzan los dependientes de cada puesto. Pablo, un conocido suyo, le ofrece asociarse con él y su amigo Alberto en un negocio: ella debe ir un bar y ligarse a hombres de dinero (previamente investigados por Pablo y Alberto) y cuando se descuiden vierte una pastilla que contiene escopolamina, que se disuelve en la bebida del implicado, la cual adormece a quien la consume y los hace dóciles para sacarles las claves de sus cuentas bancarias. Al asociarse con ellos gana mucho dinero en poco tiempo. Sin embargo, en una ocasión es violada por el taxista que la lleva a su casa, y decide vengarse. Contratan a unos sicarios que los matan enfrente de sus ojos.

La segunda historia es la de Andrés, un pintor que está pasando por un momento de mucha creatividad artística. Un día su tío le pide que le haga un retrato suyo, Andrés acepta, pero cuando lo pinta, algo lo hace dibujarle un nudo extraño en el cuello. Días después su tío lo llama y le dice que le han diagnosticado cáncer de garganta en etapa terminal. Poco tiempo después lo busca su exnovia con el mismo propósito, y al pintarla vuelve a sentir un trance que lo lleva a pintarla en el infierno y con el rostro demacrado, lo cual prefigura el SIDA que le diagnostican a ella días más tarde.

La tercera historia es la del cura Ernesto, que sufre de una crisis profesional y quiere dejar el oficio. Conoce a un hombre que le confiesa querer matar a su familia por piedad, para que no sufran más hambre. Esa misma tarde cumple su deseo. Al poco tiempo una mujer le pide ir a su casa porque su hija está poseída por el diablo, y desea que él intervenga en ese caso. Esta tercera historia es la que une a los otros dos personajes: el cura Ernesto es tío de Andrés y protector de María, por lo que cuando decide dejar su oficio y casarse con Esther, la mujer que cuida la iglesia, los invita a cenar para celebrar que los tres quieren reformar sus vidas: María ha decidido dedicarse a algo lícito y honrado, Andrés a crear un arte que ayude al pueblo, y Ernesto casarse. Por lo cual van al restaurante Pozzetto, donde son asesinados por Campo Elías.

  Satanás describe la Bogotá violenta de principios del siglo XXI, pero igualmente podría estarse refiriendo al contexto de varios países más de América Latina: el machismo y su subsecuente violencia en contra de las mujeres, los celos, las violaciones, las vejaciones a que son sometidas y que sufren cada día, las drogas como arma para estafar, los robos, la corrupción, el pesimismo social, la violencia intrafamiliar, verbal, física, los asesinatos a sangre fría, etcétera.

Para Campo Elías, todos estamos conformados por dos naturalezas: una buena y una mala. Su metáfora es El caso de Mr. Jekill y Mr. Hide, de Stevenson, libro con el cual enseña inglés a sus alumnos, pero con el cual también sustenta su filosofía: «Una pluralidad, una multitud, un gentío habitándome por dentro. La identidad como una multiplicidad de entidades que luchan dentro de nosotros por sobresalir. ¿Cuál triunfa dentro de mí? ¿Cuál se apoderará de mi voluntad? El soldado, el guerrero, el vengador, el combatiente, el estratega. […] La maldición del ser humano consiste en que estos dos incompatibles gusanos están encerrados en la misma crisálida, mellizos de antípodas perpetuamente en lucha en el seno de la conciencia. De modo que, ¿cómo disociarlos?» (Mendoza 254).

El bien y el mal conviven juntos en cada persona, están en constante lucha, y, a veces, se juntan y se hacen indisociables, como en el caso del hombre que asesina a su familia por compasión. El padre Ernesto comenta al respecto que «es un individuo normal, un hombre bueno acorralado por las fuerzas oscuras de la necesidad, una víctima de un mal mayor […] El hombre asesinó movido por sentimientos nobles: la compasión y la piedad» (Mendoza 58).  A decir del padre Ernesto, se puede hacer el bien desde la maldad; así, el acto ignominioso se convierte en redención del pecador, es su justificación, e incluso quizás, y contra toda ley, humana o divina, también es la salvación de su alma.

María, para escapar del entorno tóxico en el que vive, recurre a actos ilícitos: drogar a hombres que la intentar seducir para robar su dinero. Domeña la lascivia gratuita y enervante de los vendedores del mercado para ocuparla en su favor. María es virgen, pero conoce el efecto que su cuerpo puede ejercer sobre los hombres a partir de la insinuación y el coqueteo. Sin embargo, pierde su virginidad tras una violación doble, en manos de dos hombres que cada viernes se dedican a secuestrar y violar mujeres. María es despojada de su virginidad, pero a partir de ese acto, y tras obtener su venganza, decide reformar su vida, aunque antes de concretar sus planes, muere acribillada por Campo Elías.

Andrés, como los profetas de la antigüedad, adquiere el don de ver el futuro de las personas que retrata, pero ese porvenir siempre es aciago, su pintura se convierte así en la premonición de la desgracia. Andrés, con su pincel, anuncia la muerte, y es así que su don se convierte en una maldición. Al buscar la realización de su arte, deja a su novia Angélica, lo cual la sume en la más profunda depresión, que la lleva a tener sexo con muchos hombres y contraer SIDA. Andrés, en un intento por redimirse de la culpa por sentirse causante de la futura muerte de Angélica, decide tener relaciones con ella y a mitad del acto se quita el condón para contraer él mismo la enfermedad, y perderse en la muerte junto a ella. Sin embargo, eso lejos de acercarlo a Angélica, la aleja, pues ella le pide dejarse de ver. Consternado, va a hablar con su tío, el cura Ernesto, donde encuentra nuevos bríos para vivir, pero nunca llega a realizar nada con ese nuevo ímpetu, porque su vida se interrumpe durante la matanza en el restaurante italiano.

El cura Ernesto, entregado a hacer el bien a la comunidad, no logra darle paz a nadie: su intento de ayudar al hombre que desea matar a su familia por compasión sólo le infunde el valor necesario para llevar a cabo su matanza.

—Yo venía planeando el crimen hacía rato.
—¿Por qué te acercaste a mí entonces, si ya tenías todo decidido?
—Para coger fuerzas, para animarme. Necesitaba un ayudante.
—Yo no te estimulé a hacerlo.
—¿No le ha sucedido que una idea empieza a existir sólo cuando la comentamos? Sólo si le decimos a alguien lo que pensamos, salimos de la nada, rompemos los monólogos que nos impiden llegar a la acción.
—Eso no es cierto.
Sí, padre, yo le estoy agradecido por haberme escuchado. Sólo cuando hablé con usted supe que en verdad iba a realizarlo. Sin su ayuda no hubiera sido capaz. (Mendoza 62)

En su intento por hacer el bien, únicamente parece empujar al hombre a hacer el mal. Se arrepiente, se duele, pero no logra olvidarlo. Para cuando Esther, la madre de la niña poseída, le pide ayuda, duda ya de su vocación como sacerdote, y trata de ayudarla desde la duda e incertidumbre de sí mismo. Satanás, quien hablar a través de la niña, insta al padre a tener sexo con el cuerpo de aquella joven, y en cada encuentro que tienen, el cura sucumbe ante la fuerza descomunal de aquel demonio. Satanás corrompe el cuerpo y la mente de una niña, para dar a entender que el mal se apodera incluso de la persona más inocente que pueda existir en el mundo que nadie se libra de su influencia.

La única persona a la que Ernesto puede ayudar es la mujer que trabaja con él, Irene, quien también funge como su barragana. Sólo parece hacerle el bien a alguien con quien vive en pecado según los parámetros de la Iglesia. Al final decide dejar su oficio y casarse con ella para no sentirse culpable ante los ojos de Dios. Deja la túnica, pero al hacerlo, no defiende más el caso de la niña poseída, a quien no logra conseguir que las autoridades eclesiásticas le realicen un exorcismo. Al pretender hacer el bien, coadyuva, por omisión, a que Satanás desencadene la matanza de Esther y la sirvienta en manos de la niña por un lado, y por lo que se infiere en el texto, también la que realiza el propio Campo Elías horas después.

En los tres casos, los personajes se ven atrapados en una red de maldad infinita e inagotable. Cuando todos parecen alejarse por fin de ese círculo vicioso, la maldad misma consume sus vidas, negando así la posibilidad de la existencia de un dualismo. En el libro no existe en realidad una lucha entre el bien y el mal, hay una masacre de la bondad en manos del mal, hay una imposibilidad de realizar el bien, hay desesperanza y desencanto por el mundo y la humanidad.

El padre Ernesto guarda una carpeta con recortes de periódicos en los que advierte «la gradual descomposición del mundo»: menciona el caso de un niño a quien arrestan por posesión de armas, otra nota habla de Carmen Romero, una muchacha que maniató a sus papás y los mantuvo en el sótano de su casa hasta que murieron. Cuando la policía la capturó, ella adujo: «Mi padre empezó a violarme desde niña con la complicidad de mi mamá. Lo permitió sin decir nada. Muchas veces él me sometió a golpes y patadas, y ella nunca me protegió, nunca impidió las agresiones. Ellos sufrieron dos semanas. Yo sufrí por más de diez años». (Mendoza 201).

El cura Ernesto se sabe derrotado por una fuerza que lo excede en demasía. Sabe que no puede contra Satanás. «El papa se ha enfrentado personalmente y en varias ocasiones a una joven italiana que ya cumple siete años de tener al Demonio dentro de ella, y ha salido perdedor de todos los exorcismos, Incluso se rumorea que sus dolencias físicas y su deterioro mental son la prueba del poder incalculable de Satanás. Tú lo sabes». (Mendoza,  208) Ernesto sabe que ha perdido la batalla y decide retirarse de esa masacre, pero la maldad lo alcanza en su huida y le da muerte al final, porque, en el libro, el autor pretende demostrar que no existe salida posible en contra de la maldad. Todos sucumben ante ella.

Si Dios existe, ¿por qué permite tanta maldad en la Tierra? ¿Es acaso menos poderoso que su adversario Belcebú? Mario Mendoza parece partidario de esta idea. A lo largo del libro alterna entre noticias y ficciones para apoyar dicha noción: quizás el caso más desgarrador es la mención de la noticia de Omayra, una niña que quedó atrapada en los escombros de su casa en Armero, tras la erupción del volcán Nevado del Ruiz, y agonizó durante tres días ahí, con las piernas atoradas entre escombros, pisando el cuerpo de su tía muerta ya, y con el agua y el lodo hasta el cuello, «una niña que, mientras iba muriendo sin que los organismos de socorro pudieran hacer nada por ella, contaba ante los micrófonos y las cámaras sus sueños, sus anhelos, sus aspiraciones, el amor incalculable que sentía por la vida» (Mendoza 182).

 

Omayra Sánchez, durante su agonía.

Se dice que el cielo es el reino de Dios, y el infierno lo es del Diablo, pero los actos viles y atroces que padece el ser humano hacen decir a los personajes del texto que en realidad es Satanás el verdadero príncipe del mundo, y que Dios no tiene el suficiente poder para combatirlo.

Epicuro y Lactancio se mofan de las supuestas cualidades de Dios, aduciendo que son contradictorias entre sí. Siglos después, Nietszche atisba otra posibilidad, más devastadora todavía: «Dios ha muerto. Dios sigue muerto, y nosotros lo hemos matado» (Nietzsche 185).  En Los hermanos Karamazov de Dostoievsky, Aliosha conjetura que si Dios no existe, entonces todo está permitido. Es probable que la propuesta de Mario Mendoza sea igualmente válida: es probable que Dios haya existido, pero hace centurias que perdió la batalla contra Satanás, quien ahora gobierna todos los actos que hay sobre la Tierra, y no existe posibilidad alguna de escapar de él y de su destino de hierro, que se cierne sobre cada uno de nosotros irremediablemente.

Bibliografía:

Nietzsche, Friedrich, La gaya ciencia, Madrid: editorial Edaf, 2013, 382pp.

Andrés Gutiérrez Villavicencio

UNAM

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