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Las articulaciones del yo: escritura y dolor

María Luisa Puga, Diario del dolor, México: Alfaguara/Universidad del Claustro de Sor Juana/CONACULTA-INBA, 2004, (Colección Primero Sueño), 92 pp.

“Escritura. Esa cae a los pies con un alegre tintineo.
A tientas la levanto buscándole el derecho y el revés.
Hay que saber cómo se usa. Hoy, ahora, en esta situación”

María Luisa Puga, Diario del dolor

Entre los géneros discursivos, el diario es, paradójicamente, uno de los más frecuentados y, al mismo tiempo, de los menos valorados. Su confinamiento al ámbito de lo privado lo convierte en un texto que, tal y como afirma Nora Pasternac, “no está destinado a la publicación e incluso la intención estética no está presente entre sus exigencias primeras ni es una regla obligatoria del género”.1 El diario es, por antonomasia, el espacio escritural vinculado a la intimidad y cuyo destinatario no es nadie más que el autor, salvo en los casos en que el registro de la cotidianidad implica uno o varios acontecimientos sociales (es decir, de la Historia con mayúsculas) que, por su relevancia y al paso del tiempo, adquieren un tono testimonial, como los célebres casos de Ana Frank y Primo Levi.

Célebre también —por la manera de encarar el género, como se verá— es el Diario del dolor de María Luisa Puga. Publicado apenas unos meses antes de la muerte de la autora, ocurrida en 2004, este texto es al mismo tiempo el testimonio fiel de la batalla librada contra la artritis reumatoide inflamatoria y la muestra flagrante de las aptitudes literarias de esta admirable mujer.

El Diario del dolor está formado por cien breves fragmentos en los que María Luisa Puga traza un itinerario vivencial signado por la presencia de la enfermedad. A través de la prosopopeya o personificación, el padecimiento de la narradora se convierte en su interlocutor y compañero. Así, Dolor, es representado como un ser “delgado, untuoso, oscuro […] que está al acecho siempre, aunque no esté cerca” (12).

María Luisa Puga.

La relación que la narradora establece con Dolor es, sobra decirlo, a todas luces compleja: si por un lado, admite, en la primera entrada del diario, que “desde que [Dolor] llegó no he vuelto a estar sola” (9); por otro, no duda en reconocer las penurias que su acompañante le provoca: “Estamos aprendiendo a convivir. Estas dos naturalezas están aprendiendo: doler/aguantar. Cuando tuve que convivir con el miedo, hace ya mucho, aprendí que no es venciéndolo, sino poniéndolo a mi lado. ¿Será así con Dolor?” (13. Énfasis mío). En efecto, aguantar parece ser la única manera de contrarrestar el asedio del malestar físico. “La cosa es que yo no lucho en contra de él. Yo lucho en contra de mi estado de ánimo, para que no se caiga” (12-13). Esta resistencia que se dirime en los confines del cuerpo del “yo” que enuncia, encuentra su máxima expresión en la escritura.

A propósito de Dolor, la narradora señala: “Hay que reconocerlo, entender su tamaño, su volumen para poder cercarlo” (13). Esta comprensión cabal de lo otro (aquello que invade y mina su cuerpo, tan extraño pero inevitablemente suyo) sólo es posible luego de un proceso de indocilidad que, además de física y anímica es, sobre todo, textual. Al volcarse en la grafía, Puga consigue explicarse a sí misma la experiencia del dolor o, para decirlo en sus palabras, junto a Dolor. Dicho de otro modo, la escritura no tiene, en el caso de este diario, una teleología establecida a priori; por el contrario, es un recurso (animado también, como Dolor) que posee cualidades específicas y que le revela a la narradora formas distintas de entenderse a sí misma en la enfermedad:

Otra cosa que ahora nos ronda a Dolor y a mí todo el tiempo sin que acierte a saber qué forma tiene: es la escritura. Antes era yo la que la observaba entrecerrando los ojos, pescándola de reojo, descubriéndole sus trampas, sus juegos, sus artificios. Ella hace eso ahora conmigo y con Dolor. ¿Qué nos busca? ¿Qué podemos tener que le interese? Sólo se me ocurre una cosa: frases inéditas, situaciones nuevas, actitudes diferentes. […] Caray, esto sí que es nuevo (19-20).

Este fragmento delata la posición discursiva de María Luisa Puga respecto a su diario. Si antes —en sus otros textos de carácter ficcional— la escritora manipulaba las palabras (haciendo uso de sus “trampas”, “artificios” y “juegos”) hasta brindarles un sentido, en el Diario del dolor ella es, al mismo tiempo, sujeto y objeto del lenguaje. La novedad a la que alude no es otra que la de saberse referida en el texto y “observada” por la escritura. Si tenemos en cuenta que el rasgo narrativo más sobresaliente de todo diario es la concentración de las acciones alrededor de un epicentro inamovible —el “yo” que se refiere siempre a sí mismo—, podemos aseverar, en consecuencia, que Puga es relatora y protagonista de su propia historia. Esta posición discursiva —atribuida según Genette al narrador autodiegético2  propicia una identificación ineludible entre la figura extratextual y el “yo” que sobresale en el diario. Sin embargo, ese “yo” no es una entidad definida desde el inicio y para siempre, sino una efigie movediza e inestable, en permamente construcción, pendulante entre el dolor y la grafía. “Así pues, surge, curiosamente un cuadro polifónico interesante: yo, Dolor y escritura, trío que se configura a partir de estas tres experiencias singulares y tangibles del sujeto, experiencia de escritura y experiencia sensorial del dolor”.3

La redacción del diario representa para Puga un anclaje al aquí (como ella lo llama), que resta fuerza al sufrimiento. Ella misma le increpa a Dolor lo siguiente: “Igual tú deberías recordarme el presente como única propiedad posible, con todo y contigo adentro. La escritura sí lo hace, no sé por qué no podrías hacerlo tú” (88). Ese aquí no sólo alude al espacio textual, sino que implica un “ahora”, un continuo presente que se rebela, incluso, contra uno de los recursos habituales del diario: la datación. El texto no se organiza por una sucesión de fechas, sino por fragmentos numerados (del 1 al 100), detalle significativo en la medida que evidencia la poca o nula efectividad de las formas convencionales de percibir el tiempo y representarlo a través de la escritura en una situación límite: aquella en la que la secuencia de sucesos se mide por la presencia o ausencia de Dolor. Antes de él nada, imágenes difusas, proferidas sin nostalgia; después, la incertidumbre: “Perdí el pasado y el futuro. Ambos son irreales. Que si la prótesis, la operación. Que si cuando no me dolía. Ya no soy así y no seré de otra manera. No lo puedo imaginar. Soy este presente raro y largo que no me permite ver hacia dónde se dirige” (16). ¿Existe otro modelo narrativo más ligado al “aquí” y al “ahora”, a la inmediatez, que el diario, que este diario?

Foto: Rogelio Cuellar. Coordinación Nacional de Literatura-INBA.

Por otra parte, en lo que respecta a la confidencialidad que caracteriza al diario, el libro de María Luisa Puga puede catalogarse como íntimo, pues ¿qué es más interior e intransferible que los embates de la enfermedad sobre el propio cuerpo? Su lectura, empero, no está reservada para la persona que lo escribió, sino que, en tanto diario de una escritora, pretende dar constancia de su particular experiencia, (en la que una arruga en la sábana puede ser una tortura), bajo la ascendente presencia de Dolor.4

No puedo creer que el protagonismo se te haya subido tanto, Dolor, si en el fondo eres un cuate discreto” (89), confiesa la narradora a su interlocutor en las últimas entradas de su diario. Y prosigue: “Yo sospeché que durante la escritura te nació algo que les pasa a los humanos cuando entran en años: un regocijo narcisista. No te quiero abochornar, para nada, pero piénsalo: estas páginas hicieron que te enamoraras de ti mismo” (90). En efecto, el lector del Diario del dolor ve crecer a este personaje página tras página hasta convertirse en una presencia invasiva y molesta. El cuerpo del texto, tal como el cuerpo de María Luisa Puga, es infestado por Dolor. Forma y contenido, en suma, se amalgaman magistralmente en esta obra. El acierto cobra más notoriedad si consideramos el valor que la autora requirió para escribir en el estado físico en que se hallaba. Si, como afirma Daniel Link, “a la hora de leer testimonios, habrá que escuchar sobre todo lo no dicho, porque no se trata de la verificación de las relaciones de adecuación del discurso respecto de tales o cuales vivencias, es decir, respecto de lo preconstruido, sino precisamente de la lectura del testimonio como un lugar de la transformación del «yo»”,5 habrá entonces que considerar, dentro del ámbito de lo silenciado, la dificilísima empresa que constituye no sólo el acto de trasladar el sufrimiento en lenguaje, sino el empecinamiento de la autora en escribir siempre, diario, con, a pesar y en contra de Dolor.

¿Hay algo —parece preguntarnos la autora— más universal que el dolor y, a la vez, tan incomunicable? No hay duda de que María Luisa Puga logra transmitir, en un estilo en apariencia sencillo —y a ratos humorístico— pero colmado de hondura, las vicisitudes que conlleva la artritis reumatoide o, para usar las palabras de Link, la transformación de su “yo” durante la enfermedad y su correlativa plasmación textual. A modo de respuesta, la misma Puga señala: “No se tiene memoria del dolor hasta el momento en que llegas para quedarte. Es cuando nos tenemos que adaptar, o aprender a ser alguien distinto de lo que éramos y usarnos de otra manera” (91). Dolor la transforma, la doblega, mina su cuerpo y su energía. ¿Qué hacer, entonces? ¿Cómo resistir? Escribiendo. El Diario del dolor es un libro combativo: ante las afecciones cotidianas, Puga esgrime, indeclinablemente, la palabra: su conjuro, su bastión, la única certeza a la cual asirse entre tantos cambios y dolencias. La permanencia de esta vocación literaria recorre todo el Diario del dolor y nos sitúa, a sus lectores, frente a otro dolor: el que provoca la irreparable ausencia de una escritora que vivía para escribir y escribía para vivir.

Fuentes:

Aguilera Portales, Rafael Enrique. “Apuntes sobre el dolor (una reflexión sobre Diario del dolor de María Luisa Puga)”, en Elizabeth Sánchez Garay y Roberto Sánchez Benítez (coords.), Literatura latinoamericana: historia, imaginación y fantasía, México: Plaza y Valdés, 2007, (El jardín de Epicuro), pp. 227-249.

Link, Daniel. “Qué se yo. Testimonio, experiencia y subjetividad”, en Cecilia Vallina (ed.), Crítica del testimonio. Ensayo sobre las relaciones entre memoria y relato, Rosario: Beatriz Viterbo, pp. 118-131.

Pasternac, Nora. “María Luisa Puga y su Diario del dolor”, en Ana Rosa Domenella (ed.), María Luisa Puga, La escritura que no cesa, México: Tecnológico de Monterrey/Universidad Autónoma Metropolitana/CONACULTA-FONCA, 2006, (Desbordar el canon), pp. 101-114.

Pimentel, Luz Aurora. El relato en perspectiva. Estudio de teoría narrativa, México: UNAM, Siglo XXI, 1998, 191 pp.

Acerca del autor

Marco Polo Taboada Hernández

Candidato a Doctor en Estudios Latinoamericanos (área de literatura y crítica literaria) por la Universidad Nacional Autónoma de México. Licenciado en Letras Hispánicas y maestro en Humanidades (línea de Teoría literaria) por la Universidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa. En 2018 realizó una estancia de investigación en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Ha participado en congresos sobre literatura en México, Ecuador y Perú.

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Notas al pie:

  1.  “María Luisa Puga y su Diario del dolor”, en Ana Rosa Domenella (ed.), María Luisa Puga, La escritura que no cesa, Tecnológico de Monterrey/Universidad Autónoma Metropolitana/CONACULTA-FONCA, México, 2006, p. 102.
  2.  Luz Aurora Pimentel afirma: “Típicas de esta forma de narración en primera persona son, en especial, las narraciones autobiográficas y confesionales; el monólogo interior y las narraciones epistolares o en forma de diario”, en El relato en perspectiva. Estudio de teoría narrativa, México: UNAM, Siglo XXI, 1998, p. 137.
  3.  Rafael Enrique Aguilera Portales, “Apuntes sobre el dolor (una reflexión sobre Diario del dolor de María Luisa Puga)”, en Elizabeth Sánchez Garay y Roberto Sánchez Benítez (coords.), Literatura latinoamericana: historia, imaginación y fantasía, Mexico: Plaza y Valdés, 2007, pp. 234-235.
  4. La edición de Diario del dolor incluía un disco compacto (CD) con la versión de libro en audio, grabada en la voz de la autora. La publicación fue llevada, en 2004, a las clínicas del dolor de la Secretaría de Salud y usada —en pacientes con afecciones similares a las de Puga y enfermos terminales— no sólo como testimonio, sino para ejemplificar el uso del diario como instrumento terapéutico.
  5. “Qué se yo. Testimonio, experiencia y subjetividad”, en Cecilia Vallina (ed.), Crítica del testimonio. Ensayo sobre las relaciones entre memoria y relato, Rosario: Beatriz Viterbo, p. 127.