Cuando en el primer capítulo de La muerte me da la narradora se percata incrédula, atónita, de su hallazgo de un cuerpo, lo más importante es la perturbación que éste provoca en la que más tarde será la Informante, Cristina. Cito el fragmento para subrayar tanto el encuentro traumático como la descripción de la mirada que se enfrenta al asesinato:
—Es un cuerpo —dije o debí decir, balbucir apenas, para nadie o para mí que no podía creerlo, que me negaba a creer, que nunca creí. Los ojos abiertos, desmesuradamente. El llanto. Pocas veces el llanto. Esa invocación. Ese crudo rezo. Lo estaba observando. No había escapatoria o cura. No tenía nada adentro y, alrededor de mí, sólo estaba el cuerpo. Lo que creí decir. Una colección de ángulos imposibles. Una piel, la piel. Cosa sobre asfalto. Rodilla. Hombro. Nariz. Algo roto. Algo desarticulado. Oreja. Pie. Sexo. Cosa roja y abierta. Un contexto. Un punto de ebullición. Algo deshecho. (La muerte me da 16)
La autora no describe el cadáver, sino su hallazgo y su mirada, misma que de alguna manera hace eco de la «desarticulación» del cuerpo exánime, pero también del impacto que el enfrentamiento con el hecho, la materialidad, la presencia, del asesinato provoca en su propio empleo del lenguaje, una segunda desarticulación. A partir de ese momento la Informante entabla una conversación constante y familiar (lo tutea, le comparte lo que piensa) con el que a partir el encuentro se convierte en su muerto. No es sino hasta que la Detective empieza a frecuentar a Cristina, en su carácter de testigo, de Informante (una asesora, una consultant en la jerga del policial) y de sospechosa, que al ver las fotografías del asesinato se percata de la disposición del cadáver, de la puesta en escena del cuerpo, del crimen, para dejar de ver el hecho y ver lo que la imagen del asesinato representaba:
No despegué la mirada de la fotografía. Vi, en cambio, otra cosa, uno siempre ve otra cosa, vi las imágenes de una instalación: Great Deeds Against the Dead, 1994. Fibra de vidrio, resina, pintura, cabello artificial, 277 por 244 por 152 centímetros Jake y Dinos Chapman, nacidos en la década de los sesenta, habían dispuesto tres figuras masculinas de tamaño natural alrededor de un tronco. Atados y desnudos, en posiciones de lejanas resonancias religiosas (un cuerpo crucificado, los brazos abiertos) los hombres que colgaban de los troncos carecían de genitales. Vi eso. Ahí donde deberían estar el pene y los testículos se encontraba, en su lugar, la carne mancillada, terrena. La falta en rojo. La castración. Todo eso envuelto en el aroma ácido de la sangre. Todo eso envuelto en Londres. Jakes y Dinos Chapman habían declarado a la prensa que se concebían como un par de oxímoros escopofiliacos que herían los ojos. Jake y Dinos Chapman aseguraron que eran artistas. (La muerte me da 23-24)
Si en el encuentro con el cuerpo la ahora Informate está imposibilitada de articular lo que ve, la fotografía (la mediación del hecho en una imagen) evoca el recuerdo de la pieza de una exposición y desata una descripción detallada que se extiende incluso a la información de la ficha museográfica de la pieza. Great Deeds Against de Dead busca, se cuenta, herir también lo ojos, pero en la narración se hace claro por un lado, que la representación artística no impide (al parecer hace lo contrario) el lenguaje coherente, sino que incita a establecer conexiones. De la pieza de los hermanos Chapman, que después de una breve reflexión en la diégesis se define como una «traducción incompleta, sesgada, real. Un eco de Goya» (25), se llega al referente previo, un grabado:
Una reverberación de la guerra. Grandes cosas, sí, terribles cosas contra los muertos. Eso nos toca. Hazañas contra ellos. [..] El original. Francisco de Goya y Lucientes: Tristes presentimientos de lo que ha de acontecer. Enterrar y callar. Ya no hay tiempo. Tanto y más. Fuerte cosa es. Esto es peor. ¡Grande Hazaña!¡Con muertos! Yolo vi. Esto es malo. Lo peor es pedir. ¿De qué me sirve una taza? Las resultas. Murió la verdad. Sucedió así. […] recordaba que Goya había dicho todo esto en aguafuerte. Los títulos como pedazos de un diálogo entre muertos. […] Una sublevación: 85 láminas, 45 acerca de la masacre y 16 sobre la hambruna que, un par de años después, ocasionó 20 mil decesos, entre ellos el de su esposa. Fatales consecuencias de la guerra. (La muerte me da 25-26)
Si bien, la narradora Cristina señala que «lo increíble, lo espantoso y lo increíble [sic.] [era] que resultaba siempre ver, sin importar si se trataba de Goya o de los hermanos Chapman, de un grabado o de una instalación o del hecho real, el cuerpo de un hombre castrado» (2007a: 27); la diferencia entre el hecho, la narración del hecho, el grabado y la instalación, juega un papel fundamental en el planteamiento de novela y en sus problematizaciones. Por un lado, hay que destacar la trasposición medial inherente a cada uno de las representaciones: la narración-descripción de la escena que es tanto una referencia (evocación) como una trasposición intermedial (Rajewsky) para describir la escena del crimen central de La muerte me da; la trasposición intermedial del grabado a la instalación que hacen los hermanos Chapman; así como la representación que hace Francisco de Goya en el grabado «Grande Hazaña! Con muertos!» de una escena de la guerra. Pero sobre todo, por otro, pone en relieve la importancia del contexto de producción de cada una de las representaciones y la relación con él que éstas revelan.