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Lo que se narra y lo que no se deja narrar

Rea, Daniela. Nadie les pidió perdón. México: Editorial Tendencias, 2016.

Cuenta David Viñas que en una ocasión Rodolfo Walsh comparó la literatura tradicional con la pintura de caballete; en cambio, asoció el periodismo con el muralismo: una forma de escritura hecha al límite de sus posibilidades, recurriendo a la voz coral de las victimas, al efecto político del signo, al acontecimiento de la lectura urgente, al uso deliberado de formas populares, de registros y géneros considerados muchas veces menores por la crítica literaria, como el policial o la crónica. Es imposible leer el profundo trabajo de Daniela Rea sin evocar una y otra vez a Walsh cuando en plena dictadura argentina escribió que había cosas que debían ser dichas. Muchos seguramente nos preguntamos a diario cómo decirlas, de qué modo. No es fácil ponerle texto a lo que nos pasa y sin embargo Nadie les pidió perdón logra abrir el campo de percepción, predicar más allá de fechas, nombres y hechos, más allá de los datos duros de rigor. En ese nuevo campo perceptivo hay una apuesta por contar historias alternas, a contrapelo. Y hay en esta apuesta, a la vez, pequeños complots para desarticular un discurso oficial, una lengua autodenominada “histórica” y “verdadera”, la lengua en la que nos quiere hablar y hacer hablar el horror.

Por eso la autora pone el foco, la mirada, la curiosidad incansable del sobreviviente que escribe, del que documenta, en un espacio donde la escritura nos muestra el trauma, pero también una posible forma de transitarlo. En un momento de peligro como éste, pareciera decirnos el texto, la lengua que no intente recorrer la herida no sirve para nada. La espera, la desazón, la voz desoída, la lucha de los detenidos, el reclamo de sus familiares, la resistencia aún en el miedo inenarrable, se vuelven en este trabajo un límite simbólico, una forma extremadamente precaria de ponerle algún nombre al terror. Se podría leer entre las ruinas del texto (entendiendo que todo texto es una ruina hoy en México) un deseo comunitario, el murmullo comunal de un derrumbe. La voz de lo posible es la voz de los que aún en circunstancias límite, aún bajo tortura estatal o frente a la muerte, no se dejan, desobedecen, pelean, protestan, se agrupan, lloran a sus muertos, dicen “hasta cuándo”, preguntan “por qué”.

Es ahí donde Rea renuncia a la nota roja tradicional para dar cuenta de esa semejanza abismal a que está sujeta toda escritura de lo real. Lejos de retratar, lo que pareciera intentar este trabajo es retener, conservar una materialidad, accionar a partir del texto, y que éste no sólo diga, sino que haga. La discusión que ha originado es prueba de su tremenda eficacia; la utilización de sus textos como documentos jurídicos o como un archivo alterno de esta época seguro será otra. No es nuevo afirmar que una matanza como la que vivimos trastoca las formas de producir y hacer circular las narrativas. Hoy, parte de la crítica está abandonando el lugar de la palabra autorizada para aprender y dar acompañamiento a las víctimas, mientras que numerosos activistas o artistas intentan transformar el ruido en discurso revelador, como apuntara alguna vez Ileana Diéguez Caballero.

El registro periodístico se ha vuelto tan material, tan performático, a la vez que tan necesario que con su accionar ha trazado un límite todavía más visible en nuestro país entre las escrituras asesinadas y las premiadas por el poder. Daniela Rea sabe de este límite y no hace concesiones. Describe hasta la última pieza de la maquinaria para recalcar que esto no es una excepción, sino una regla. La historia de las migraciones internas, la vida absolutamente precaria en las maquilas, la plaza pública vuelta escenario del crimen diario, pueblos armados, zonas liberadas, enjuiciamientos de unos y venganza de otros son parte de una lógica política y económica que contempla como un eslabón más de la cadena al secuestro, la desaparición o la muerte. “Ya se que es normal, que lo que está pasando es normal dentro de una situación anormal” (96), dice una de las victimas intentando pasar por el tamiz del lenguaje toda la locura vivida. “No queda rencor, no queda odio, sólo quedan las preguntas. ¿Por qué? ¿Por qué a nosotros? ¿Por qué tanta maldad?” (99), se pregunta otra. La autora recurre a John Gibler, a Hannah Arendt; intenta explicar, explicarse; intercala declaraciones oficiales, expedientes, sueños, anhelos. Escribe: “Pero en este país que se muere de miedo, los derechos han ido quedando rezagados por una promesa de seguridad, no sólo de los grupos de autodefensa, sino del gobierno mismo” (120). En otra parte apunta: “Antes, estos pueblos no existían en el mapa del país, pero las tragedias nos han empujado a voltear –aunque sea de reojo- y escuchar sus extraños nombres, ubicar su lejana geografía. Saber que existen. Y, seguramente, después de esto volverán a ser invisibles hasta que otra vez la mala fortuna arroje luz sobre ellos” (134).

Daniela Rea. Foto: thespanishbookstage.com
Daniela Rea. Foto: thespanishbookstage.com

Los textos retoman un innegable eco rulfiano, más precisamente un ritmo, posibilitando la frase certera, además de la construcción del destino fantasmal de las poblaciones. Pero estos préstamos literarios parecieran ser usados aquí para dar cuerpo, sustancia a una reflexividad: son frases que apelan, a partir de una marca literaria, a la materia memorística que intenta resistir al terror mediante una cadencia y una huella de lo común que se hinca en el lenguaje. Nadie les pidió perdón aparece así como un hecho político frente a la borradura sistemática de los mundos simbólicos: recupera versiones, palabras, afectos, territorios que la lengua oficial estigmatiza o descarta.

En este sentido, estos textos, estas narrativas silenciadas, disputan un campo donde se ponen en juego los destinos de la experiencia, la discursividad de lo acontecido, la vida misma. ¿Quién historiza hoy? ¿Quién posee el poder de registro? Son preguntas que también se hacen y nos hacen estos escritos. ¿Cuáles son las políticas argumentativas del poder? ¿Cómo construyen la impunidad, las desapariciones, las matanzas? O recurriendo a Nicolás Casullo, cuando al analizar la construcción discursiva del terror durante la última dictadura argentina preguntaba: “¿Qué es lo que narra, lo que se narra y lo que no se deja narrar?” (237).

Rea se mete con los ritos de resistencia que dan sustento a la lucha de las familias de los chicos muertos en el News Divine, por ejemplo. Escribe que se juntaron, que conformaron una familia, que encontraron alivio en las canciones que escuchaban sus hijos. Apunta: “Cada domingo acuden juntos a limpiar las tumbas y adornarlas con flores. Cada día 20 de mes organizan una ceremonia en honor a sus hijos, cada aniversario ofician una misa frente al News Divine” (160).

Familiares de las víctimas del News Divine. Foto: Cuartoscuro.
Familiares de las víctimas del News Divine. Foto: Cuartoscuro.

No sólo actúa la denuncia extremadamente necesaria, no sólo es el dato duro, la descarga, la inmediatez de lo acontecido. Aquí la autora pareciera dar forma a otra cosa, a un tiempo nuevo, el tiempo de las víctimas, el tiempo del repliegue y cuidado de sí. Es un tiempo comunitario que crea otras narrativas y cronologías para sustentarlas. Es desgarrador leer lo que le pasa a esta gente, a nuestra gente. Es terrible lo que hizo y hace el estado terrorista en México. Pero es importante, también, detenerse en estos momentos donde el texto pareciera decirnos que los lazos sociales son más profundos de lo que el mismo estado supone. Ahora sí que, como Walsh, Daniela Rea no sólo describe un mundo, sino que escucha y nos hace escuchar otros.

Fuentes:

Casullo, Nicolás. Las cuestiones. México: FCE, 2007.

Acerca del autor

Iván Peñoñori

Licenciado en Creación Literaria por la Universidad Autónoma de la Ciudad de México y diplomado en psicoanálisis por la misma institución. Actualmente realiza la Maestría en…

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