El cerco de Lima, de Óscar Colchado Lucio. Mesa Redonda, Lima, 2013
Todo comienza con un motín en una cárcel de Perú, en la isla El Frontón, en junio de 1986. Los presos, vinculados a Sendero Luminoso y acusados de terrorismo, son reprimidos de forma violenta en las siguientes horas. Uno de los sobrevivientes, Alcides, puede salir del penal a escondidas y, meses después, se reincorpora a su célula en Lima.
Las primeras páginas de El cerco de Lima, sin embargo, relatan el estallido de una bomba en pleno centro de Lima, en 1989, desde tres perspectivas: un transeúnte (agente de la policía), el grupo de senderistas que preparó la bomba y un Predicador callejero. El recurso de la simultaneidad concentrada en un momento preciso da algunos indicios para analizar una novela que, pese a sus brevedad (129 páginas), exige del lector una participación constante en el armado y ordenamiento de secuencias, narradores y, sobre todo, perspectivas éticas disímiles.
Si bien, como sabemos, el tema de la violencia en Perú durante las décadas de los ochenta y noventa ha generado una cantidad importante de obras de ficción, Óscar Colchado Lucio (Lima, 1947) propone una estrategia más afín a la cinematografía que a la narrativa literaria para contar El cerco de Lima. El empleo técnico de la focalización múltiple o efecto Rashomon (por la película del mismo nombre, de Akira Kurosawa, basada a su vez en dos cuentos de Ryunosuke Akutagawa, “Rashomon” y “En el bosque”), donde un incidente hace confluir perspectivas distintas, eficaz para el discurso audiovisual, mas no siempre afortunado en el escrito, es su apuesta para evitar la subjetividad, tan señalada por la crítica andina, en el tratamiento ficcional de Sendero Luminoso. Así, la tensión se construye mediante tres personajes vinculados entre sí por la violencia, cada uno de ellos con intereses contrapuestos, pero marcados por su ímpetu por construir un mejor futuro para el país.