Diego Trelles Paz. Fotografía de Dominique Souse.

Imprimir Entrada

Escribir es una forma silenciosa de recordar: La procesión infinita

Trelles Paz, Diego. La procesión infinita. Barcelona: Anagrama: 2017, 215 p.

 

El escritor peruano Diego Trelles Paz (Lima, 1977) está construyendo una sólida y atractiva carrera literaria. Su más reciente novela se titula La procesión infinita, fue publicada en el 2017 y fue finalista del Premio Herralde.

La trama es compleja, incluye historias de amor, traición, asesinatos, desapariciones y violencia en el contexto de la posdictadura fujimorista. Abarca una temporalidad entre el año 2000 y el 2015 y las acciones suceden principalmente en tres escenarios: Lima, París y Berlín.

Fiel al estilo que ha plasmado en obras anteriores, la forma de narrar es fragmentada; la novela posee un ritmo rápido, trepidante, con saltos de escenarios y de épocas y con enigmas que deben resolverse. Además, también puede verse un gran trabajo en la forma: combinación de voces narrativas, oralidad y distintos discursos como cartas o diarios.

Debido a la multiplicidad de líneas narrativas presentes en La procesión infinita, este texto se centrará sólo en las referencias a las secuelas de la dictadura de Alberto Fujimori, que gobernó Perú la última década del siglo XX. La elección se debe a que en esta novela, como ya había hecho Trelles Paz en su obra anterior Bioy, el contexto de la historia peruana reciente marca a sus personajes de manera notable.

Aunque en esta historia la dictadura de Fujimori ha terminado, en varias ocasiones se señala que no se ha ido, que es infinita, como alude el título. Elementos como el dolor, el duelo y la culpa son fundamentales para los personajes principales: Diego 1 y Francisco, quienes describen a su país como “descompuesto”. Ambos vivieron, con plena conciencia, el gobierno de Fujimori y tuvieron que dejar su país porque “la dictadura no se iba a ir nunca”, es decir “terminó pero no se fue”. Los dos se exilian porque “estábamos en el Perú de los muertos y los coches Bomba y si uno desaparecía era probable que no volviera” (p. 82). Sin embargo, a lo largo de la novela el lector observa que ni Diego en París ni Francisco en Londres pudieron escapar de su pasado.

Diego Trelles Paz. Fotografía de Dominique Souse.

El personaje femenino de más peso es Cayetana Herencia, quien entabla una relación con un profesor de Ciencias Políticas de la universidad, Mateo Hoffman. Él es quien experimenta más de cerca la violencia del conflicto armado interno que Fujimori se preciaba de haber terminado. Este hilo narrativo se sitúa en el año 2000, cuando Cayetana es estudiante universitaria y se involucra en protestas contra el fraude electoral de Alberto Fujimori y Vladimiro Montesinos. A través de la voz de Mateo Hoffman se profundiza en lo que se vivió durante la guerra senderista.

Hoffman, aunque era un hombre de izquierda, nunca se radicalizó, lo cual, en esa época significaba pertenecer a Sendero luminoso. Este hecho lo aisló, se fue quedando con pocos amigos, el ambiente político hacía que creciera la desconfianza hacia los que no se comprometían. Él mismo explica que el modus operandi de Sendero era captar estudiantes por medio de infiltrados que los espiaban en las universidades. Señala que a inicios de los años ochenta los senderistas eran:

Apenas un espectro, un rumor ominoso que se hacía corpóreo a través de infiltraciones invisibles y de alumnos sorprendidos que habían oído de su existencia y hablaban de Sendero Luminoso como se habla de los fantasmas. La labor de los topos senderistas consistía en persuadir estudiantes: era un lento proceso de adiestramiento y capacitación de militantes que, arrancados del perímetro universitario, pudieran terminar enrolados para las acciones subversivas en Lima. Enrolarse era, en pocas palabras, estar dispuesto a morir (p. 57).

Quienes se integraban lo sabían y aceptaban. Mateo confesó que así había perdido a su mejor amigo: Jaime Velásquez. Ese era el secreto que le estaba revelando a Cayetana, la historia trágica de su amigo que lo cambió para siempre. Su amigo había sido “levantado” por un grupo paramilitar y su cuerpo nunca había aparecido. Pero su caso no fue tan sencillo, así como él hubo miles más que fueron arrestados extrajudicialmente en plena calle enfrente de numerosos testigos, lo que cambió es la actuación de los senderistas, que terminaron por desencantar a Mateo:

A Jaime lo arrestaron en Villa El Salvador el 21 de octubre del 90. La versión que se dio era que estaba haciendo actividades de proyección social, un trabajo de campo para la universidad. Sin embargo, a pocas cuadras de donde lo levantaron, había una marcha de Sendero a la misma hora. Nuestra hipótesis era que Jaime estaba participando en esa marcha, pero eso no podía decirse públicamente: era imposible pedir justicia para alguien si cabía la menor sospecha de que fuera senderista. Si lo hacías, el caso moría judicialmente (p. 91).

En ese contexto, quedaba claro que nadie podía decir que Jaime era sospechoso de pertenecer, o siquiera simpatizar con Sendero, porque el gobierno difamaba -“terruqueaba”- para justificar las persecuciones. Todos los estudiantes lo entendían y muchos grupos universitarios se unieron para exigir su aparición, la movilización fue muy grande. Ahí es cuando el grupo armado decide actuar:

Fue entonces que Sendero Luminoso se da cuenta de que aquello se ha vuelto un movimiento social, un movimiento desbordado que ellos no controlan, y por eso los muy hijos de puta deciden liquidarlo… Pusieron un cartucho de dinamita en el Centro Administrativo. Reventaron la puerta y los vidrios mientras llenaban las facultades de carteles reivindicando a Jaime como senderista. […] Eso terminó con el movimiento. Lo fulminó. El estudiante por el que estábamos haciendo campaña era de Sendero, y con eso mucha gente se plateó y todo se fue al carajo… ¡Estos senderistas conchasumadre prefirieron la inmunda ganancia de deslindar con nosotros antes que salvarle la vida a Jaime! (p. 93).

Jaime nunca apareció y tampoco hubo procesados, nadie supo nada, la dictadura protegió a quienes se lo habían llevado. Mateo no se quedó conforme, le atormentaba no saber el paradero de su amigo, por eso investigó y descubrió que alguien de Sendero lo había delatado, el “camarada Manuel”. Esta pequeña pista hace que se obsesione con encontrarlo para vengarse de lo que le hizo a Jaime: “si algo pienso hacer en esta vida antes de morirme, es encontrar a ese conchadesumadre” (p. 137). Habían pasado años desde que lo habían desaparecido y él seguía firme, aunque también esa misma obsesión lo había ido consumiendo: la incertidumbre, la impotencia y la injusticia lo habían convertido en una persona solitaria, triste y profundamente pesimista. Para Mateo, en Perú todo parecía estar corroído desde la raíz: “con o sin dictadura, aquí todo está torcido y seguirá torcido quién sabe hasta cuándo” (p. 149).

Así como Mateo, hay miles de peruanos que quedaron marcados por la violencia de la guerra y la dictadura fujimorista. Cayetana se alejó de él por todo esto, no quería cargar con un dolor ajeno:

¿Cómo rechazar el dolor heredado, el resentimiento, la orfandad, la culpa, el odio? […] ¿Había un respiro, un contrapeso, un punto medio para que los deudos y las víctimas pudieran seguir viviendo sin ese anclaje mortuorio, sin la ficha necrológica del amado fallecido tatuada en la frente? […] ¿Qué hacer con la memoria cuando ya no quieres vivir de luto? (p. 161).

Esas interrogantes de Cayetana son los problemas esenciales a los que se enfrentaron -y se siguen enfrentando- los peruanos, pues hasta hoy sigue habiendo un lamentable saldo de aproximadamente 46,773 desaparecidos y 4,600 fosas comunes que no se han investigado todavía. Hay historias de duelo inconcluso, de dolor ante la muerte o ante la incertidumbre de no saber dónde está el cuerpo de un familiar o de un amigo. Lo que se percibe a través de los personajes de La procesión infinita son los saldos de la guerra en quienes pudieron sobrevivir: dolor, culpa, angustia, coraje. Cada uno vive el duelo de diferente manera: enfrentándolo, negándolo, ignorándolo o, como hace el personaje de Diego, escribiendo como una forma de terapia, para recordar. De varias maneras y con diferente impacto, los personajes de esta novela no han podido superar las secuelas del gobierno de Fujimori, pues resulta complicado cuando esas secuelas se refieren a personas desaparecidas y culpables sin castigo. Por eso, aunque ya no había dictadura, no se había ido, seguía marcando sus cuerpos y mentes.

Asimismo, La procesión infinita aborda los efectos del exilio, como la soledad, la no pertenencia y la culpa de los que huyeron de la violencia que se vivía en Perú tras 20 años de guerra y una dictadura. Esos exilios no son un paraíso, es como si los personajes escaparan de un espacio pero ese espacio no se fuera de ellos. El proceso de recordar lo ocurrido es necesario para Diego y Francisco, por eso critican a quienes apuestan por el olvido para seguir adelante. Por ejemplo, Diego explica:

Diez años sin dictadura y ahora ninguno de los que aplaude desea recordar lo que pasó. Se acabó el delirio, llegó la época lúgubre de la tábula rasa: blanquear los ojos, vivir en un presente perpetuo, fundar un nuevo Estado sobre las ruinas del difunto, negar que alguna vez existió… Chato serías un hombre más sano… si tan sólo pudieras voltear la cara como ellos y olvidarte del duelo ajeno, de esos muertos penantes que no son tuyos, de la gente que todavía desaparece tan lejos de la capital (p. 18).

Por su parte, Francisco señala, tras hacer un análisis desde lejos, que Perú es un país de salvajes, de seres que se inclinan por un “comportamiento animal”. Incluso presagia que Fujimori volverá, tarde o temprano y que de nada servirán las protestas porque los peruanos olvidan por conveniencia, y quienes antes marchaban contra él lo van a apoyar. En este sentido parece casi premonitorio el pensamiento de Francisco: el indulto otorgado al ex dictador y el apoyo que ha recibido de cierto sector de la población así lo indica.

En esta novela todos los personajes llevan un dolor encima, una derrota que padecían en soledad, como una procesión infinita. Esta es la segunda parte de una trilogía que Diego Trelles Paz desea escribir sobre la violencia política, sin duda esperamos con interés la tercera entrega.

Acerca del autor

Brenda Morales Muñoz

Licenciada, maestra y doctora en Estudios Latinoamericanos (área de literatura) por la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México. Realizó…

 

Compartir en redes

Notas al pie:

  1.  El personaje de Diego alias “el chato” puede considerarse un alter ego de Trelles Paz, es escritor, su última novela se titula Borges, un claro guiño a la novela Bioy, y un amigo lo llama, en tono de burla “Varguitas” en alusión a Vargas Llosa.