Mónica Ojeda. Fotografía de Pepe Olivares.

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Canibalismos filiales. El espacio donde habita lo siniestro en Mandíbula, de Mónica Ojeda

Mónica Ojeda, Mandíbula. Barcelona: Candaya, 2018.

 

Qué asfixiante responsabilidad es no hacer de ti un monstruo cuando naciste ya caníbal.
Mandíbula

En 1919, Sigmund Freud escribió un influyente ensayo que llevaba por título Das Unheimliche, ‘lo siniestro’, ‘lo extraño’, aquello que inquieta en medio de lo conocido y aun de lo hogareño. En esta obra, atendiendo a los mecanismos que se ponen en marcha dentro de la literatura, se traza la imprecisa frontera que encierra el espacio en el que los seres humanos se enfrentan con lo inquietante, con aquello que provoca miedo; y se levanta el plano del terreno que ocupa eso anómalo que puede identificarse o percibirse como unheimlich, ‘siniestro’. Este término alemán que, según Freud, estaba ligado con lo espeluznante, angustiante o espantoso, y que surge como oposición a heimlich, ‘íntimo’, ‘secreto y familiar’, ‘hogareño’, ‘doméstico’, nombra una experiencia sutil en la que, precisamente, lo familiar, lo cotidiano, puede provocar el más extremo y puro horror. Sin embargo, el interés de Freud no era en sí mismo lo Unheimliche, sino el de explicar qué es y dónde habita en la literatura lo siniestro; un interés al que el psicoanalista puso ejemplos a través de la obra de E. T. A. Hoffman, a quien describe como «el maestro de lo siniestro en la literatura». El ensayo de Freud sigue siendo un marco de referencia que permite entender algunas de las experiencias en las que el horror se vuelve aún más horroroso cuando nace de lo próximo y de lo íntimo.

Casi un siglo después de la publicación de Das Unheimliche, como si se tratara de una actualización o materialización literaria de las reflexiones de Freud, la escritora ecuatoriana Mónica Ojeda (1988), publica Mandíbula (Candaya, 2018), una novela compleja, aterradora, pavorosa y perturbadora, en la que un grupo de adolescentes, fanáticas de las creepypastas, y una maestra de literatura, que sufre de un trastorno obsesivo de imitación hacia la madre, encarnan y exploran cada uno de los elementos desencadenantes de lo siniestro.

Mónica Ojeda. Fotografía de Pepe Olivares.

En Mandíbula el lector se encuentra ante una serie de preocupaciones que, desde hace años, la autora ecuatoriana ha planteado y explorado en obras anteriores. Lo siniestro y perturbador ya se hallaba, por ejemplo, en los personajes de Nefando (2016), en aquella extrañeza y repulsión que se sentía al leer sobre la experiencia de abuso sexual a la que habían sido sometidos por su padre, durante la infancia, los hermanos Terán, y que, años más tarde, estos usan como material visual para un videojuego que suben a la Deep Web, o asimsmo, se percibía en los adolescentes que protagonizaban la porno-novela que escribía Kiki Ortega. Sin embargo, en Mandíbula lo siniestro alcanza niveles mucho más desconcertantes y aterradores. Las protagonistas de esta obra no solo exploran el erotismo o la sumisión de los cuerpos o los modos de dar forma a la experiencia del miedo escribiendo y narrando creepypastas, sino que, con performativa audacia, encarnan lo monstruoso y dejan atrás las fronteras de estos juegos.

Como planteaba Freud, lo siniestro, en una de sus manifestaciones más hirientes, se halla en lo cotidiano, en lo aparentemente más puro, en eso de lo que nunca se sospecharía, en lo inocuo, en la profesora Clara López Valverde, cuyo destino, en Mandíbula, señala la oscuridad. Lo Unheimliche se encuentra en el Dios Blanco que crea Annelise Van Isschot, también está en las perturbadoras obsesiones sexuales de esta adolescente. «Lo desconocido, decía, obviamente es siempre terrorífico, pero lo horrible, lo que en verdad nos petrifica los órganos, es lo que conocemos a medias; lo que tenemos cerca y, a pesar de ello, somos incapaces de entender» (204-205). Lo Unheimliche habita en el tabú del sexo ligado a la religión, y en las madres que odian o temen a sus hijas, y en el silencio del Dr. Aguilar, psiquiatra de Fernanda Montero, testigo inmóvil y mudo, que parece un espectador que disfrutara de un espectáculo; se halla también en el desajuste de las relaciones filiales donde la maternidad o la amistad se convierten en algo aterrador, y se hace notar, con dolorosa intensidad, en el juego del doble. Freud afirmaba que, entre los temas que evocan un efecto siniestro, la aparición de un doble hace espantoso algo que, normalmente, sería solo algo familiar. Hay, según el psicoanalista, un efecto unheimlich en verse reflejado, reproducido, en otro ser, en el hermano o la hermana gemela con rasgos faciales, expresiones y comportamientos compartidos, de tal forma que la identificación del carácter único e individual se vuelve ilusoria y, a su vez, la pérdida de la identidad se hace posible.

En Mandíbula las relaciones filiales se establecen a través de juegos de poder y manipulaciones psicológicas, aparentemente inofensivos y cotidianos, pero que ocultan el grado de perversión y horror que une a las protagonistas. Cuando la profesora Clara López Valverde se esfuerza por parecerse a su madre, a Elena Valverde, usando el mismo tipo de vestuario o imitando alguno de los gestos o expresiones de esta, no hace otra cosa que reproducir un juego de infancia en el que se imita un modelo que sirve de referencia para construir, más adelante, una personalidad propia. Sin embargo, en la novela se cuestiona el momento en el que el juego de imitación se transforma en una experiencia de apropiación o borrado de la identidad. Clara se viste, se peina y actua como lo habría hecho su madre en los ochentas. Clara se esfuerza, incluso, por caminar y desviar su columna vertebral para reproducir la escoliosis neuromuscular que padece la madre. Lo Unheimliche se encarna en el doble tenebroso que es Clara respecto de Elena, en la obsesión morbosa que lleva al personaje a apoderarse, incluso, de la profesión de su progenitora «-de todas las cosas que la hija le arrebató de su identidad era esa, la profesión perdida, la que consolidó su resentimiento filial-» (29). Clara termina consumiendo a la madre, devorándola para ser ella las dos, para ser, a la postre, una sola. «Ser una hija, entendió en su momento, la había convertido en la muerte de su madre –todos engendraban a sus asesinos, pensó, pero solo las mujeres los daban a luz–» (30). Elena es la madre que no logra escapar de los dientes de su cría. Elena representa al cocodrilo que, al intentar proteger a su cría dentro de sus mandíbulas, en la aparente seguridad de sus dientes, termina siendo devorada desde el interior por aquel ser a quien ha dado vida.

El efecto siniestro a través del doble también se reproduce en la relación de Fernanda y Annelise. Dos jóvenes que crecen, se transforman y se deforman de manera recíproca. Se reconocen como iguales y como compañeras que son mucho más que mejores amigas, son «ñaña gemela», «siamesa perfecta», «hermana», «doble» (231), son dos mentes que desearían ser una, compartir el nombre y consumirse en la voluntad de la otra, expresar sin temor que, para ellas, «el amor empieza con una mordida y un dejarse morder» (245).

Las historias de creepypastas que el grupo de adolescentes, liderado por Annelise, se cuenta, y que tienen como objetivo primordial ensayar cómo pueden provocarse los más altos niveles de terror, identificar el punto exacto en el que se produce lo siniestro, en la versión del horror degradada o pueril que esas historias representan, con su punta de ironía cervantina respecto de la literatura de género y de la parodia, dan cuenta del mismo esfuerzo narrativo que la autora ecuatoriana ha llevado a cabo en obras anteriores, y que Mandíbula representa como su mejor logro. Es como si la ópera prima de Ojeda, La desfiguración Silva (2014), donde aparecen por primera vez los hermanos Terán, o Nefando, le hubiera servido a la escritora como banco de pruebas para una aventura literaria de mayor ambición que llega a su última escala en esta novela.

Más allá del interés social e intelectual por las fuentes del terror y por las manipulaciones del poder o del micropoder, que hacen del miedo y del horror un campo experimental privilegiado, la novela Mandíbula representa un esfuerzo al que hacen notable dos características que todo lector debe tener en cuenta. Se trata de una obra sin concesiones a lo fácil, a lo sencillo o a lo cómodo. No busca la popularidad sin riesgo del best seller o del fast seller, sino que solicita el aplauso del lector que pide que la literatura sea, por encima de todo, literatura. La segunda característica no es menos llamativa: sin renunciar a lo próximo, sin renunciar al color local, elude el color local anclado en el pintoresquismo. Las emociones son de Guayaquil, pero, vale decir, son de todo el mundo, de nuestro mundo, de la naturaleza humana.

Acerca del autor

Alexandra Saavedra Galindo

Doctora en Letras por la UNAM, maestra en Estudios Latinoamericanos (área de Literatura), por la misma institución, y licenciada en Lingüística y Literatura con énfasis en Investigación Literaria, por la Universidad Distrital Francisco José de Caldas de Bogotá. Realizó una estancia posdoctoral…

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