Favela de Santa Marta. Fuente: https://tomatealgo.es/mi-experiencia-en-la-favela-santa-marta/

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Continuidades, rupturas y emergencias. Las desigualdades urbanas en América Latina, Alejandro Sehtman y Elizabeth Zenteno (coords.)

Alejandro Sehtman y Elizabeth Zenteno (coords.). Continuidades, rupturas y emergencias. Las desigualdades urbanas en América Latina. México: UNAM-Coordinación de Humanidades-PUEC-CIALC-PPELA, 2015: 340.

“América Latina, como la región más urbanizada del mundo, merece un examen singular” (7). Es con esta frase contundente que Maura Pardini Bicudo Véras, prologuista de esta compilación, nos presenta un volumen cargado de reflexiones fundamentales sobre las ciudades latinoamericanas en la actualidad.

La ciudad es un fenómeno material y cultural al que nos enfrentamos día a día millones y millones de latinoamericanos. Sin embargo, a pesar de estar insertos en un entorno urbano, no todos experimentamos la misma urbe: cuando la “ciudad capitalista global se sustenta en los fuertes pilares del libre mercado y se ha transformado en un bien de consumo”, “la capacidad de consumir lo que la ciudad ofrece, determina el tipo de ciudad a la que accede el habitante” (10). En este sentido, a la par de ser la región más urbanizada del planeta, Latinoamérica se constituye también como una de las regiones más desiguales del mundo (17). Bajo este panorama, la tarea que debemos asumir es la apertura de “una discusión sobre las ciudades latinoamericanas desde una óptica de la desigualdad y en busca de construir un futuro con escenarios de vida en común más igualitarios” (19).

A lo largo de los 17 artículos que integran volumen, se tocan, directa o tangencialmente, temas nodales de las ciudades latinoamericanas: la ciudad como espacio de “oportunidad”; los movimientos migratorios del campo a la urbe; la hibridación entre lo rural, lo urbano y lo global; las desigualdades y segregaciones de la urbe; la destrucción ecológica para la expansión de la ciudad; la asunción del desarrollo de la ciudad por parte del sector privado; las políticas estatales de urbanización; entre muchos otros temas de gran relevancia. En una valoración global, resulta evidente que hay por lo menos dos ejes rectores de todos los artículos: por un lado, la incapacidad o ineficiencia del estado para controlar, configurar, o incluso asegurar, lo que se conoce como el “derecho a la ciudad”; por otro, la violencia sistémica y la descomposición del tejido social a los que se enfrenta Latinoamérica en la vida cotidiana.

Para efectos de los estudios literarios, las reflexiones sobre la urbe son de suma relevancia. La ciudad es uno de los espacios por excelencia en la narrativa latinoamericana, desde sus primeros trazos coloniales hasta las megaurbes del siglo XXI. Sin dejar de mencionar la siempre recurrente oposición o contraste entre la ciudad y el campo. Los personajes que habitan la gran mayoría de las novelas, cuentos y crónicas, así como los sujetos mismos de la realidad efectiva, están atravesados en mayor o menor medida de los fenómenos que en este libro se estudian, de manera que sus postulados se convierten también en herramientas para el comentario artístico y literario.

Es así que, encabezando el apartado I. “Formaciones y transformaciones en las ciudades latinoamericanas”, Kathrin Golda-Pongratz, en “Transformaciones espaciales, identidades urbanas emergentes y conceptos de ciudadanía en el Cono Norte, Lima, Perú”, retrata un Cono Norte (o Lima Norte) alimentado imparablemente por migrantes provenientes de poblaciones rurales o selváticas, atraídos por las “promesas de progreso, salud, educación, trabajo y mejores condiciones de vida”, o empujados por los, así llamados, “factores push”: desastres naturales (terremotos o huaicos, principalmente) o el “terrorismo maoísta de Sendero Luminoso”, por poner dos ejemplos (33-34). Golda-Pongratz afirma que este fenómeno se ha dado, en parte, porque el gobierno ha permitido asentamientos irregulares (invasión del territorio público y autoconstrucción) como “solución fácil para el problema de la vivienda” (34). Sea como sea, esta sobrepoblación y saturación de los espacios por parte de migrantes de la periferia se convierte en un crisol de “rituales y costumbres rurales”, asimilados a prácticas urbanas, atravesados a su vez de la cultura global: “una nueva cultura urbana chicha”, dice la autora (38), lo cual podría recordarnos las caracterizaciones de la modernidad híbrida de Néstor García Canclini.

Vista panorámica, Lima, Perú.

Por su parte, en “Segregación urbano-residencial en la ciudad de Morelia, México”, Erika Elizabeth Pérez Múzquiz señala un proceso similar de migración, pero en este caso “intraurbano”: Morelia se convierte en una “ciudad media” (según la clasificación del sistema de ciudades en México) que sirve de desahogo de las tres megalópolis mexicanas (Ciudad de México, Guadalajara y Monterrey). Pérez Múzquiz hace ver que, en términos generales, el “plan [estatal] de desarrollo urbano de Morelia de 1983” (50) se respetó en el siglo XX, concentrando la mancha urbana en los límites del anillo periférico y de los ríos Chiquito y Grande, sin embargo, a partir de comienzos del siglo XXI, es notable la superación de dichas fronteras para la creación de una “ciudad dispersa” (54). No resulta extraño, si leemos entrelíneas algún tipo de cohecho, que sea la iniciativa privada la que está construyendo condominios de lujo (tanto en periferia como en densificación) que constituyen verdaderos “city garden” para las clases con poder adquisitivo (52) y que, además, esto se haga sobre reservas ecológicas que una vez estuvieron protegidas.

            Diego Aulestia Valencia, en “Políticas urbanas en Ecuador”, nos entrega un caso que podríamos considerar hasta cierto punto contrario: un ejercicio, por parte del estado ecuatoriano, de contrarrestar la supremacía del capitalismo neoliberal en cuanto a planeación y desarrollo urbano se refiere. Esta estrategia a nivel país, que se dio gracias al cambio de poderes, con Rafal Correa como símbolo, tiene su principal anclaje en la instauración constitucional del “derecho a la ciudad”, el cual marca que las “personas tienen derecho a un hábitat seguro y saludable, y a una vivienda adecuada y digna, con independencia de su situación social y económica”, además de que “tienen derecho al disfrute pleno de la ciudad y de sus espacios públicos” (72). Según prueba su estudio, el control urbano por parte del estado devino en un aumento considerable de la cobertura de los servicios básicos, mayor acceso a la vivienda en propiedad, una reducción de la pobreza urbana y una notable disminución del hacinamiento, resultado de “la masiva entrega de subsidios destinados a la construcción de vivienda nueva” (75).

            El apartado II. “La desigualdad en las ciudades latinoamericanas”, lo inaugura el artículo de Ramiro Segura, “Desigualdades socio-espaciales en ciudades latinoamericanas”. Aquí, el autor nos regala una síntesis de los rasgos más destacados en términos de segregación urbana latinoamericana. Segura afirma que lo económico, la clase, la raza, la etnia y la nacionalidad, son los elementos fundamentales que intervienen en el vaivén de la segregación, tanto “geográfica” (de espacios) como “sociológica” (de interacción), atravesadas por el rango de “movilidad”. Asimismo, el autor pone sobre la mesa la pregunta de si nuestras ciudades están pasando de la “segregación” a la “fragmentación”, es decir, no sólo que exista una “distribución desigual de los grupos en el espacio”, sino que se estén alzando verdaderos “obstáculos físicos” que materialmente restringen o modifican las relaciones sociales (90). Es el paso, dice, de la configuración “centro-periferia” a la dispersión “pluricéntrica” (92), fenómeno que sólo deviene en un tipo distinto de desigualdad (educación, salud, trabajo, etc.). Segura parece hacerse la pregunta sobre la validez general, latinoamericana, de sus reflexiones, y como respuesta afirma la necesidad de una comprobación empírica. Hacia el final, ofrece algunas perspectivas ante la desigualdad.

            Neiva Vieira da Cunha, en “Territorios e Identidades Sociales”. Nos enfrenta al problema de la inseguridad en los fragmentados sectores urbanos llamados favelas en Río de Janeiro, lugares, que, como sabemos, son de una gran “criminalidad violenta ligada al tráfico de drogas”, convirtiéndose incluso en uno de los lugares más violentos del mundo (103-104). Vieira narra cómo, de cara ante la Copa Mundial de Futbol 2014 y los Juegos Olímpicos 2016, el estado estructuró un programa de pacificación, regulación y remodelación de estos espacios, encarnado en su primera etapa por las Unidades de Policía Pacificadora (UPP). El “experimento” se llevó a cabo en la favela de Santa Marta, dando resultados favorables en términos de seguridad e infraestructura (agua, luz, TV por cable e Internet). Curiosamente, y no podemos dejar de decirlo, Vieira nos ofrece un ejemplo que sólo podemos interpretar como un intento de pacificación y de integración de los espacios urbanos con miras hacia el paradigma de la rentabilidad turística o la gentrificación. Además, nos atreveríamos a decir que el artículo carece de seguimiento del proyecto o de un panorama más amplio.

Favela de Santa Marta. Fuente: https://tomatealgo.es/mi-experiencia-en-la-favela-santa-marta/

Óscar A. Alfonso R., en “Segmentación del espacio residencial y colapso de movilidad cotidiana en la zona metropolitana de Bogotá”, nos presenta un panorama de segregación y movilidad ciudadana. Con un ojo muy crítico, Alfonso observa que el “sistema de movilidad cotidiana funciona a la manera de un sistema de altísima entropía, debido a que una porción considerable de la energía empleada a diario en la movilización de los residentes en la ciudad se dilapida puesto que no produce riqueza alguna y, por el contrario, origina un conjunto de efectos socialmente indeseables”, como “el deterioro del carácter”, “el deterioro de la calidad de vida” y la “disminución de la productividad humana” (118-119). Esto es propiciado, en Bogotá y en otras ciudades latinoamericanas, porque el desequilibrio urbano funciona como regla: ciudades de inexorable crecimiento (geográfica y demográficamente); segmentación estratégica (rentable), pero no planeada, del mercado de nuevas viviendas; “la irrupción del contrato flexible” desde 1990; el desarrollo policéntrico; por mencionar algunos. Desde luego, dependiendo del segmento al que se pertenezca (ingreso bajo, medio o alto), la movilidad es una experiencia muy distinta.

            Podemos encontrar otro ejemplo de urbe y movilidad en “La medianización por la movilidad urbana”, de Yves Jouffe. El autor establece una muy atractiva relación cultural entre sujeto y espacio en términos de movilidad, caracterizada, principalmente, por la distinción entre desplazamientos locales o metropolitanos y su vinculación con el transporte, el trabajo, las compras, la salud y el ocio. Con la idea de “configuración territorial individual”, se establece la “noción de acceso individual objetivo al territorio colectivo y pasa del territorio colectivo de la ciudad al territorio particular del sujeto” (139). Jouffe evidencia nuestras tácticas individuales de desplazamiento (rememorando a Michel de Certeau), así como la relación afectiva que cada sujeto tiene con sus rutas: “la casa y su entorno imaginados que toman sentido en una historia de esperanzas, experiencias, logros y decepciones”, es decir, “los recursos movilizados por los individuos […] en su proyección narrativa en el territorio” (139). En un muy destacado ejercicio de teoría y análisis, Jouffe nos da un ejemplo de los desplazamientos “medianizados” (entrecruces empíricos de la clase popular y la clase media, con sus respectivos capitales económicos y culturales), en el barrio El Cortijo, de Santiago de Chile.

            En el apartado III. “Las políticas públicas de vivienda”, con “Políticas de contraste a la marginalidad urbana”, Elizabeth Zenteno Torres aborda el tema de los asentamientos urbanos irregulares, a saber, favelas, campamentos, villas miseria, barriadas… Aunque históricamente éstos comienzan con las migraciones rurales en los años 60 y 70 del siglo XX, hoy en día se mantienen debido a que “la ciudad formal en América Latina es extremadamente costosa” (162). Haciendo un análisis (que se pretende comparativo) de Santiago de Chile y São Paulo, Zenteno estudia las “principales líneas de política pública de vivienda” respecto de ciudades informales (160). En el caso chileno, el proyecto consiste en la “remoción y el traslado” de los campamentos, “asignando subsidios a las familias residentes […] para que accedan a la vivienda social”. En el ámbito brasileño, se trata de conducir recursos para “vivienda e infraestructura social para la urbanización de favelas”: “el concepto central es […] la permanencia de los moradores”, así como la preservación ambiental y cultural (180). Hay que decir que, más que comparativo, el estudio se bifurca en dos ejemplos sobre asentamientos irregulares.

            Un caso de problemática más aguda nos lo muestra Leticia Peña Barrera en “Abandono de vivienda, violencia y deterioro urbano, panorama de las ciudades fronterizas con Estados Unidos”. Durante las últimas décadas, la constante tensión entre el crimen organizado y la vigilancia fronteriza ha propiciado múltiples “desestabilizadores que generan violencia y actos delictivos cada vez más crueles” (177), con una evidente “tolerancia, corrupción y complicidad” por parte del Estado mexicano. Ciudad Juárez es, desde luego, la fatal concreción de este recrudecimiento, “la entidad más peligrosa del mundo” (178): cuna de narcomenudeo, secuestros, feminicidios y crímenes de odio. A esto, hay que añadir la carencia de infraestructura en que se vive: servicios de agua, energía eléctrica, drenaje; instancias educativas; áreas verdes; clínicas; instancias culturales o recreativas; todos ellos escasos, ineficientes o sumamente costosos. Las consecuencias: abandono de viviendas y deterioro urbano. El único reducto: la recuperación de los barrios por vías de la organización ciudadana: “por medio de la participación-acción de sus residentes se pueden construir alternativas viables de integración vecinal, mayor gobernanza y construcción de ciudadanía” (185).

Viviendas abandonadas. Fuente: https://www.lavozdelafrontera.com.mx/local/van-al-rescate-de-viviendas-abandonadas-2683552.html

Por su parte, María Carman, en “Las grandes intervenciones urbanas y la jerarquización de los afectados de la cuenca Matanza-Riachuelo de Buenos Aires”, nos presenta el complejo escenario de relocalización de la villa porteña 21-24 con el fin del saneamiento de la cuenca Matanza-Riachuelo, “río fétido en cuyas orillas conviven industrias y villas y que provoca sufrimiento ambiental en los habitantes populares próximos” (plomo en la sangre, problemas respiratorios, padecimientos dermatológicos) (190). Este proyecto se da en un contexto de varios intentos históricos de saneamiento, siempre inconclusos o frustrados, siempre simulacros del estado, de donde nace un natural escepticismo de los habitantes en cuanto a la concreción de la obra y los nuevos hogares que les serán asignados (con mínima infraestructura y múltiples carencias). El proceso fue tortuoso, y el texto de Carman se encarga de mostrarnos “las graves falencias del Instituto de la Vivienda no sólo como ejecutor de la política de relocalización, sino como interlocutor con los afectados, su permanente actitud omisiva, la información incompleta suministrada y su falta de búsqueda de consensos con las familias” (204).

“As representações de favela na América Latina”, de Teresa de Jesus Peixoto Faria, hace un eco con el artículo de Neiva Vieira da Cunha. Aquí, nos acercamos nuevamente al proyecto de pacificación y remodelación de las favelas en Río de Janeiro, de cara ante la Copa Mundial de Futbol 2014 y los Juegos Olímpicos 2016, el cual, afirma Peixoto, en un intento de cambiar la imagen negativa de las favelas con miras a la rentabilidad turística, ha consistido, básicamente, en una serie interminable de desalojos o reubicaciones arbitrarias y forzadas. En todo caso, lo que cabe destacar de este trabajo es la dimensión de “representación” de las favelas: “Por um lado, são vistas negativamente enquanto um problema social. Por outro, vistas positivamente de modo idílico e como solução para os problemas de habitação” (215). La representación ha variado, desde lo exótico o pintoresco hasta lo idílico y político, pasando por lo violento y la lucha contra el narcotráfico. Peixoto ejemplifica esto con diversas obras artísticas, sobre todo del terreno musical, pictórico y cinematográfico. El cometido actual parecería ser caracterizar a Río de Janeiro como una “ciudad-mercancía”, es decir, como turismo exótico.

El trabajo de Alejandro Sehtman, “Las evoluciones posneoliberales de la política de vivienda en la Argentina y Brasil”, es el que da título propiamente a este apartado (III. “Políticas públicas de vivienda”) pues va al fondo de la teoría de la política habitacional para después describir dos modelos impulsados y financiados enteramente por el estado, el argentino y el brasileño. En ambos casos, desde el año 2003 ha predominado el “enfoque facilitador” y subsidiario para los sectores bajos y medios bajos mediante “un programa de crédito para la vivienda financiado principalmente a través de fondos semipúblicos” (241). Hay tres ejes muy claros: el estudio y planeación de cuántas viviendas deben construirse para satisfacer la demanda, el subsidio proporcional a la capacidad de pago de las familias, y el uso de fondos públicos y semipúblicos para el “fondeo” (242). Sin embargo, el autor nos recuerda que el término posneoliberal no debe engañarnos: “el posneoliberalismo real no implica tanto un proceso de desmercantilización o de regulación del mercado como uno de participación estatal en él, como un agente económico cuya racionalidad está entremezclada con los mecanismos de legitimación política y con horizontes de mejora social” (243).

Para comenzar el apartado IV. “Gestión urbana”, Neli Aparecida de Mello-Théry y Hervé Théry nos entregan “Disparidades territoriais e capacidade de gestão dos governos locais no Brasil”, un estudio de las posibilidades de autogestión de los gobiernos locales en Brasil de cara ante lo que se conoce como el Proyecto o Agenda XXI. El trabajo se basa en un conjunto de “mapas temáticos” que permiten la evaluación “dos territórios e das políticas territoriais locais” (251). Dichos mapas se concentran en tres variables: la estructura organizacional (“a capacidade de cobrança de impostos e a legislação para conservação dos patrimônios”), las condiciones legales para la planificación municipal (“a existência de planos diretores e de distritos industriais planejados ou implantados”) y las condiciones de los recursos humanos (“capacidade do quadro de funcionários municipais, destacando se os mesmos são permanentes ou não”). Este mapeo muestra las “profundas disparidades” que aún marcan el territorio brasileño, pero también dan la pauta para que los gobiernos locales programen, ejecuten y monitoreen acciones públicas.

“El desafío metropolitano en Brasil: político, social e institucional”, de Sergio de Azevedo y Virginia Rennó dos Mares Guia, también aborda la dimensión municipal. Los autores hacen un breve balance histórico de la legislación urbana estatal y municipal en Brasil “en un contexto de una economía de mercado extremadamente jerarquizada y marcada por profundas desigualdades de renta” (264). Teóricamente, desde 1988 “se viene dando un tratamiento diferencial a las diversas regiones metropolitanas del país en función de sus peculiaridades políticas e institucionales”, pero esto está lejos de ser cumplido en su cabalidad. “El tema de las regiones metropolitanas”, afirman, “se caracteriza tradicionalmente por no ser el centro de las atenciones en las agendas políticas […] una vez que ellas no significan el usufructo de beneficios inmediatos” (273). Bajo este escenario, los autores están convencidos de que Brasil, en términos de gestión urbana, tiene de frente tres grandes desafíos: la consolidación institucional de las diversas cooperaciones federativas, la existencia de “un arreglo institucional intergubernamental de cooperación federativa para la gestión de las regiones metropolitanas” y evidenciar que los municipios no lograrán solucionar sus problemas de políticas públicas por sí mismos, sin ayuda del gobierno federal”.

El volumen cierra con el apartado V. “Prácticas de ciudadanía y apropiación del espacio urbano”, cuya primera contribución es “Desigualdades urbanas y acción pública local en la ciudad de México”, de Alicia Ziccardi y Arturo Mier y Terán. Los autores parten de la premisa de que “la desigualdad urbana amplifica las condiciones de pobreza [estructural] que existen en nuestras ciudades [latinoamericanas]” (287), es decir, “el cúmulo de obstáculos que existen para el ejercicio […] [del] derecho a la ciudad”: hacinamiento, acceso restringido al agua, horas perdidas en el transporte público, acceso diferencial a la educación y a la salud, se suman al ya de por sí multifactorial fenómeno de la pobreza. La Ciudad de México es un paradigma de esta relación entre desigualdad estructural y desigualdad urbana. Ziccardi y Mier detallan los aspectos del “Programa Comunitario de Mejoramiento de Barrios, Colonias y Pueblos”, para evidenciar un ejemplo de acción gubernamental que mitiga la desigualdad urbana, pues busca “un modelo urbano, orientado al uso equilibrado y justo del espacio público […] [capaz de] generar procesos de inclusión social y participación ciudadana” (293).

En “Los ‘barrios porteños en disputa’”, Silvia Hernández, a través de un muy agudo y concienzudo análisis de algunos discursos públicos emitidos por integrantes de la comunidad política y ciudadana de Buenos Aires, formula una relación directa entre la noción de “patrimonio” e “identidad”. La calidad de “lo patrimonial”, en este caso, es el resultado de una construcción cultural alrededor de un espacio (un parque, un monumento, una plaza), que puede devenir en un “branding urbano” o en una “identidad vecinal” (303). Este proceso, afirma la autora, conlleva una “moralización de los usos del espacio”, pues tiene como resultado la discriminación de usos “correctos e incorrectos”, “tolerables e intolerables”, “deseables e indeseables”. Esto “no sólo avala una expulsión simple de los [sujetos] ‘indeseables’, sino que además da consistencia a una figura del sujeto con legítimo derecho al disfrute del espacio urbano: ‘el vecino’” (311). Hernández hace evidente el problema: bajo la apariencia de legitimación “democrática” de los usos del espacio, se condena la diferencia y, con ello, la ciudad queda autorizada para “repeler” la alteridad en un acto de intolerancia.

El cierre del apartado, y prácticamente de todo el libro, lo encontramos en “Década por una educación para el desarrollo sostenible”, de Pablo Rivera, Ricardo Ibarra, Elena Sánchez y Claudio Milano. Este texto a cuatro manos nos sensibiliza ante un hecho que, de cierta forma, atraviesa (o debería atravesar nuestra lectura de) todos los artículos y todo el volumen: la proyección de un futuro sostenible impulsado por una conciencia ambiental inculcada y promovida desde las escuelas. Destacando los valores del diálogo y del trabajo conjunto, el aprendizaje y los cambios de comportamiento, los autores sugieren el programa de la “Educación Ambiental para el Desarrollo Sostenible” (ONU-UNESCO) como camino a seguir. El artículo realiza un recuento pormenorizado de gran parte de la experiencia chilena respecto de este compromiso, desde la adición oficial de Chile a este proyecto global, hasta su implementación en la región metropolitana de Santiago, pasando por el proceso de certificación por parte del Sistema Nacional de Certificación Ambiental de Establecimientos Educacionales. Al final, los articulistas nos regalan un hermoso ejemplo de viabilidad del proyecto en la experiencia del Complejo Educacional Maipú, en Santiago de Chile.

Al final del recorrido, es obligatorio hacer dos críticas. En primera instancia, al ser una publicación la Coordinación de Humanidades, del Centro de Investigaciones sobre América Latina y el Caribe, y del Posgrado en Estudios Latinoamericanos, se extraña la integración de más artículos que versen sobre la dimensión discursiva, cultural, representacional, o en torno a las subjetividades de la urbe, al estilo de los textos de Teresa Peixoto o Silvia Hernández. La cuestión económica, arquitectónica y política de la ciudad es tan fundamental como su aspecto intersubjetivo.

En segundo lugar, llama mucho la atención, por no decir que consterna, que un libro que habla sobre segregación y desigualdad sea académicamente canónico y desigual al estudiar los mismos países (en ocasiones las mismas ciudades) una y otra vez: Brasil, México, Argentina y Chile, como si el resto de los países y ciudades latinoamericanas no se enfrentara a problemas urbanos de la misma magnitud, o incluso mayor, que los aquí consignados. Desde luego, no se cuestiona la selección y edición de los coordinadores del volumen, pero sí se destaca la falta de perspectiva al respecto.

Acerca del autor

Daniel Castañeda García

Es Licenciado en Lengua y Literaturas Hispánicas y Maestro en Letras Latinoamericanas por la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Es profesor desde 2016 en las asignaturas del área de Teoría de la Literatura en el Colegio de Letras Hispánicas de la misma Facultad. Su principal línea de investigación es la convergencia entre la literatura y la sociedad latinoamericanas, especialmente los fenómenos de la modernidad, postmodernidad y postcoliniadad en América Latina, así como el acto de la lectura y su compleja repercusión en el individuo y la sociedad.

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