Brenda Lozano es una narradora mexicana contemporánea que, a la par de sus novelas y cuentos, ha escrito numerosos ensayos de crítica literaria. La reflexión que da origen a este artículo surge de las conexiones que he encontrado entre una de sus obras, Cuaderno ideal, y algunos de los artículos publicados durante los últimos años en Letras libres. Considero que sus interpretaciones sobre la literatura se pueden poner sutilmente en contacto con ese relato si ambas facetas son puestas en tensión a través del aforismo; una forma literaria en la que constantemente se ha reivindicado la posibilidad de un pensamiento que, situado en los márgenes de un apunte fragmentario, enfatiza el carácter crítico de la literatura. Así pues, propongo iniciar con un par de citas que, colocadas en paralelo, ya ofrecen algunos trazos de la poética de nuestra autora y permiten iniciar un diálogo con su obra. En un artículo de 2005 dedicado a Kafka, Lozano nos dice:
¿Qué resulta tan entrañable de la lectura? Uno puede elegir lo que desea leer. La lectura es la única elección genuina. Lo demás es secundario, incluso la escritura. Uno puede elegir lecturas como un hombre elige cebollas. El resto está sujeto a lo que uno es capaz de hacer. ¿Qué resulta tan entrañable de la lectura de Kafka? Vayamos a lo hermético. Kafka: una lata sin fecha de caducidad. Textos que incitan la escritura. Frases que lo encuentran, tarde o temprano, a uno. La culpa y la incertidumbre sonriendo desde las páginas. Lecturas que desconciertan. Encontrarse en el libro. Y, uno, angustiado, a la mitad de la noche, tratando de conciliar el sueño con ese molesto sonido, tratando de aventar un zapato para embarrar la frase contra la pared. (Lozano, 2005)
Casi al final de Cuaderno ideal, novela publicada en 2014, la narradora lanza una pregunta acerca del relato: «¿Desembocan las historias, como los ríos, en el mismo lugar?» (Lozano, 2014: 222) Dos citas que invitan a preguntarse, ¿cuál sería una de las estrategias para llegar a la libertad de la lectura, que implica dejarse afectar por un texto y querer darle una continuación con la propia voz, en su propuesta literaria?
Primero quisiera mencionar que para abordar la reflexión teórica sobre el aforismo me remito a La brevità felice. Contributi alla teoria e alla storia dell’aforisma: un libro que reúne algunos de los trabajos de un seminario que se llevó a cabo en la universidad de Padua de 2002 a 2004 y que fue dirigido por Mario Andrea Rigoni, uno de los mayores especialistas en Italia del aforismo. En la presentación al volumen Rigoni aclara que fue específicamente con la publicación de un artículo de Franz Mautner (Der Aphorismus als literarische Gattung, 1933) que se dio inicio una revisión profunda sobre el tema. Es importante recuperar una cita del estudioso italiano para aproximarnos a nuestro análisis:
[El aforismo] Surgió por la imposibilidad de coincidencia entre el ser y el pensar, debido a su naturaleza está animado por la fractura de la lógica como lenguaje y, por lo tanto, es constitutivamente crítico, irónico o paródico en relación con el estado de las cosas. El aforismo se coloca en las antípodas de la totalidad hegeliana, desarrolla un «no saber» que «presupone la reflexión extrema del saber» […] representa, al mismo tiempo, una suerte de protesta de la vida en contra de las deformaciones que acarrearon los sistemas religiosos y científico. (La brevità felice:10-11)
A pesar de que la historia de esta forma literaria se remonta a la mitad del siglo XVII, la expansión definitiva del aforismo es una de las muchas consecuencias del pensamiento antimoderno; que, frente al desencanto de los ideales de la Ilustración y de la Revolución francesa, hizo que el artista se planteara una nueva forma de asumirse frente a la sociedad. Distancia, recelo, inadaptación por parte de los intelectuales son algunas nociones con las que podemos resumir, a muy grandes rasgos, este tipo de comportamiento. Pero la intención aquí no es delinear un panorama tan amplio y difuso. Regresemos a La brevità felice.
El primer texto de ese libro es, por decirlo de alguna manera, una carta de despedida. Rigoni recuperó para esa recopilación de estudios sobre el aforismo una breve nota, «Ueber den Aphorismus als philosophische Form», que Theodor W. Adorno escribió como introducción de la obra póstuma de uno de sus alumnos: Heinz Kruger. Su autor tenía muy poco tiempo de haber fallecido cuando Adorno decidió publicar esa tesis doctoral, una de las primeras que dirigió cuando regresó a Alemania después del exilio. La investigación de Kruger buscaba rastrear las raíces clásicas del aforismo y su relación con el pensamiento moderno. En ese trabajo propone un recorrido de Hipócrates al Romanticismo y sin duda se liga con la voluntad de reapropiarse, reactivar desde otra trinchera la herencia de Nietzsche después del Nacional Socialismo. En esas pocas páginas Adorno explicita la importancia de comprender el aforismo como una lucha en contra del pensamiento hegemónico. Rescata la relevancia de esa forma discursiva para postularla como una de cura a través de la palabra. Señala que esta forma literaria debe de ser la expresión de un anticonformismo que pueda ofrecer «un pedazo de libertad vivida». (La brevità felice: 17) Para Rigoni iniciar ese volumen con el recuerdo de Adorno a Kruger significa colocar el aforismo desde una perspectiva política que defiende su potencial crítico y apela a su no neutralidad.
«El aforismo como género literario» de Werner Helmich es el segundo texto que Rigoni decidió incluir en La brevità felice y es a través de éste que pretendo leer la novela de Lozano. Helmich apunta que definir un género literario es una renegociación constante con los vestigios del pasado. La literatura está cargada de historia y la unidad de la obra está compuesta, además de su forma y contenidos explícitos, por una red de significados contextuales concretos. De allí la dificultad de enmarcar qué pertenece o no a un género; establecer una categoría transhistórica pertinente para comprender un muy amplio número de obras. En el caso del aforismo la situación es todavía más delicada. Las sentencias y máximas morales de La Rochefoucauld han sido ampliamente reconocidas como el inicio del aforismo. Su aparición en las literaturas modernas tiene que ver con el auge de las sentencias morales escritas por laicos.
Helmich propone que, al igual que el ensayo, se puede considerar que el aforismo se desprende de la «prosa de ideas»; un hiper género que puede englobar las textualidades cuyo objetivo principal es la argumentación. Ahora bien, el estudioso alemán remarca que para poder hablar de una tradición aforística se debe superar el dogmatismo cerrado de las literaturas nacionales y organizar una constelación del pensamiento occidental fundado en el establecimiento de un pensamiento crítico.
Helmich también apunta que en las literaturas modernas se tomaron como modelos de inspiración para el aforismo el epigrama y el αφορισμοί griegos. El académico alemán explica que el primero era una composición poética fúnebre: una breve serie de versos con los que se buscaba dar cuenta de la totalidad de una vida ejemplar. Mientras que el segundo es un término que implica el acto de delimitar, separar, colocar aparte, distinguir, elegir; pero que con el tiempo fue adoptado por la medicina hipocrática para sus sentencias, como la muy afamada Mens sana in corpore sano. Ese lenguaje técnico fue adoptado en el siglo XVI, en la tradición italiana y española principalmente, para dotarlo de un carácter político, y su impronta más significativa quizás tiene que ver con la muy difundida metáfora del Estado como cuerpo.
El aforismo, entonces, se trata de un tipo de texto que se inspira en un tema considerado ejemplar por el autor, para dar una opinión contundente. En su origen este tipo de texto desarrollaba el diagnóstico concreto de un sujeto en particular sobre una situación generalizada; de allí que el moralismo francés sea el movimiento intelectual con el que el aforismo comience a difundirse. En ese punto de su exposición, Helmich ofrece su definición del género: «Forma literaria en prosa, concisa, aislada de un contexto, carente de ficción y provista de una “pointe”; es decir, de un efecto estilístico destinado a procurar en el lector una sorpresa estética y gnoseológica». (La brevità felice: 31)
Aventuro que, guiados por las características que Helmich detecta en el aforismo y que expone detenidamente en su artículo, se puede realizar un análisis de la novela de Brenda Lozano.
Una de las intertextualidades de la trama es que el personaje principal es una actualización del mito de Penélope. Bajo la idea de emular las entradas que la narradora apunta en una libreta, esta novela propone retazos que el lector tiene que reorganizar a lo largo de todo el libro. Tal rompecabezas da cuenta de la experiencia del duelo y de la recomposición de las vivencias de la narradora, muchas de carácter íntimo y otras que dialogan directamente con su contexto de enunciación. Cada uno de los capítulos de la novela está construido a partir de breves notas. La novela propone una estructura completamente fragmentada que, a pesar de los vacíos de información, construye una trama: nos cuenta la historia de una mujer que decide llenar un cuaderno mientras su pareja emprende un largo viaje. Esas anotaciones, que surgen en la espera de un ser amado, nos plantean un continuo tejer y destejer de los acontecimientos. Son las huellas de un duelo.
Ya desde el primer capítulo se establece que esos fragmentos, las reflexiones que la narradora deja como apuntes de un cuaderno, son un conjunto de memorias de la infancia, de impresiones cotidianas a través de las cuales la narradora entrelaza a cuenta gotas la trama de su vida. En uno de los párrafos define la función de su libreta que constituye la estructura de la novela: «Un cuaderno ideal es breve, fragmentario, inconexo, largo o anecdótico. Un cuaderno ideal también puede abrazarte». (Lozano 2014: 22)