Kamenszain, Tamara. El libro de Tamar, Buenos Aires: Eterna Cadencia, 88 pp.
El libro nunca habla de las causas del amor.
Alega que la confusión es un bien necesario.
Nunca explica. Solo revela.
Mark Strand
En «Nudos ciegos», un ensayo sobre las tensiones entre el mundo de las artes plásticas y el de la literatura, Juan Cárdenas afirma que, a fuerza de repetir mucho la sentencia de que las obras de arte deben explicarse solas, la idea sobre la autonomía del arte ha terminado por convertirse en dogma de fe para muchos artistas, espectadores, curadores y críticos. No obstante, advierte que,
[…] lo cierto es que damos demasiado por sentado lo que hace y cómo funciona por dentro la escritura. Y esto, por supuesto, no les sucede solamente a los artistas sino a muchos escritores, convencidos de que la escritura es un vehículo de comunicación y sentido para contar historias, una destreza o técnica que hay que «dominar» para que el relato se transmita sin interferencias […] La escritura, desde luego, nos sirve para transmitir mensajes o para contar historias, pero sus operaciones están muy lejos de limitarse a cualquier tarea comunicativa. Existe algo así como una intimidad de la escritura, un vórtice inicial donde lo escrito deja de ser ese palacio de las certezas y significados (p. 165-166).
En un intento por desentrañar o entender en qué consiste esa «intimidad de la escritura», o como si se tratara solo de un trabajo de interpretación de un poema que su fallecido exesposo deslizó bajo su puerta, como si intentara llevar a cabo una hermenéutica de sus afectos, en mayo del 2018, Tamara Kamenszain (Buenos Aires, 1947) publicó una obra que lleva por título El libro de Tamar.
En este caso, la ensayista y poeta argentina compuso una obra transgenérica, que oscila entre el ensayo y la novela (metaliteraria), una obra en la que, a través de catorce breves capítulos, de manera delicada, afectuosa y, a veces, furiosa, reflexiona sobre cada uno de los elementos que se incluyen en el poema que, después de la separación, su exesposo, el también escritor Héctor Libertella, introdujo un día por debajo de la puerta de aquella casa que compartieron por más de veinte años.