Tomás González. La luz difícil. México: Bordes, 2019.
Algo saben. Ellos conocen otra parte de la existencia. No pueden mostrarla. Lo desean. No es posible acceder a aquello. Pero ahí está. Siempre. ¿Qué es? Quizá un destello de luz en una pintura de tema marino; quizá una melodía de Mozart que no sale de la cabeza o el trino musical de un pájaro. Un indicio,1 una idea que sólo se puede observar cuando se termina de leer un texto y se deja reposar. ¿Cómo se nombra esto? Luisa Valenzuela dice que es el Secreto, con mayúscula. Una lectura de “La estética del silencio”, de Susan Sontag, advierte que algunos artistas proponen desde su obra y sus acciones un proyecto de espiritualidad (13). ¿Quiénes son ellos, los que saben? En su mayoría son personas que han encontrado en el arte un vínculo con la realidad y la trascendencia, un sentido más allá del devenir práctico: son los que logran mirar de cerca los fenómenos que inquietan la vida y que tienen respuesta en el arte. En este texto trataré de mostrar la forma en que uno de esos seres excepcionales ‘prepara’ el terreno para que el lector pueda ‘aproximarse’ a ese Secreto en una de sus obras: Tomás González,2 escritor colombiano, y su novela La luz difícil, publicada en el año 2011.
Digo ‘preparar el terreno’ y ‘aproximarse’, porque es imposible llegar a esa idea que ya quiere ser algo tangible y al mismo tiempo, aquellos que pueden mirar ese haz de luz necesitan estar preparados y abiertos para la experiencia. No es una información que pueda ser dicha en cualquier momento: el receptor debe estar en un estado de ánimo ideal; el escritor debe manejar la información para vulnerar y abrir puertas de percepción más allá del mundo objetual. ¿El Secreto se puede observar como algo que habita este horizonte de realidad? Según lo que he logrado entender desde la perspectiva teórica de Luisa Valenzuela, en su libro Escritura y Secreto, no es posible atender al concepto desde este plano de la existencia, pero se puede intuir. ¿Entonces qué es? Y desde su ser, ¿por qué inquieta y atrae con tanta fuerza? Y desde su querer mostrarse como posibilidad intuitiva, ¿cómo estudiarlo? ¿Cómo hace un escritor para, desde la literatura, crear en su lector a un iniciado digno de saber?
La noción de Secreto, según Luisa Valenzuela, será algo “reservado, oculto incluso para nosotros mismos”. No es el secreto trivial de todos los días; tampoco son los secretos del poder, la política y la religión; ni siquiera indica un aspecto de la vida donde la palabra se ausenta por miedo o dolor. Este tipo de Secreto está “en referencia por supuesto al más desgarrador e intenso de los secretos, aquel que nos pondría en contacto con el meollo del conocimiento” (14) ¿Pero el conocimiento de qué? De aquello que no es dable a conocer a los seres humanos: tal vez la esencia del mundo, de la vida. Quizá este Secreto permite cercanía con lo místico, lo divino o con lo fundamental que habita en todos los seres humanos y se manifiesta sólo en emociones profundas y excepcionales, en destellos de lucidez que duran nada.
Parece que los artistas son capaces de retenerlo un poco más que otros; así, se convierten, según Luisa Valenzuela, en “la persona, quien en el acto de escribir intenta aproximarse al corazón de lo inefable, es decir al siempre inalcanzable núcleo de lo simbólico”. Y sobre lo inefable, ella misma completará al decir que “es aquello que no puede ser dicho con palabras, aquello para lo cual todo el vocabulario humano y su casi infinita combinatoria no alcanza” (15). ¿Qué experiencias de la vida arrojan al ser humano a uno de los límites donde no se puede comunicar con palabras lo que se siente o piensa? Sólo aquellas donde las emociones se mueven en la frontera de lo que debería ser imposible.
En La luz difícil se pueden entrever varios de esos instantes. Tomás González intenta, con todo su arte, aproximarse al Secreto, a lo inefable, al conocimiento de uno de los límites imposibles en la experiencia humana, o, al menos, el que debería serlo: sobrevivir a la muerte de un hijo, enfrentarse, pese al dolor interno, a la continuidad de la vida y ser noble y responsable con el arte, porque este personaje que se enfrenta a lo imposible es un pintor. Una de sus herramientas de creación es la luz: y por eso pierde lo que ilumina su vida (el hijo, su esposa, después), por lo que González muestra al personaje ya viejo, ya en la pérdida de la vista. Le quita todas las fuentes externas de luz: pero queda la que ilumina internamente, la que mueve al personaje a seguir en el camino de la vida: la creación y la compasión.