Verónica Gerber. Conjunto vacío. Oaxaca: Almadía, 2016.
En La máscara o la vida, su libro más reciente, Manuel Alberca, uno de los más importantes estudiosos de la autoficción en español, ha declarado la muerte de esta práctica. Para él, a fin de cuentas, “fue un simple desvío pasajero de la autobiografía o una fase intermedia del camino de ésta hacia su reconocimiento literario y su plenitud creativa” (315). La función de la autoficción ha sido, pues, integrar la autobiografía al canon literario: “ha sido una vuelta o un rodeo necesario para que la autobiografía pueda alcanzar el reconocimiento literario, al mismo nivel de la ficción, pero sin ser confundida con ella” (315).
Por mi parte, considero que en nuestro contexto geográfico, social y político, lo que habría que buscar es la diversificación: legitimar la pluralidad de las expresiones literarias (y artísticas en general) y no tratar de adaptarlas a esta jerarquización abstracta que ha sido el canon, que presenta una visión bastante sesgada. Sabemos que, ante todo, está formado por obras de hombres blancos occidentales y, preferentemente, heterosexuales.
Alberca parece decir que el estudio de la autoficción se ha agotado porque se han trabajado hasta el cansancio las obras de los mismos hombres blancos europeos, más unos pocos latinoamericanos. Pero dejar fuera a las mujeres, a los latinoamericanos en general, y demás autores que por una u otra razón puedan ser considerados marginales, no demostraría sino una visión bastante corta y aun elitista de la literatura. Si es ésta la seriedad a la que se refiere Alberca al escribir “me cansa ya la autoficción, y los años comienzan a darme una visión más seria de la literatura” (“De la autoficción”, p. 22), nosotros no deberíamos ponernos tan serios. Como mujeres, como latinoamericanos y como estudiosos comprometidos con la literatura en general, y con la de corte autobiográfico en particular, no podemos zanjar tan fácilmente el asunto de la autoficción.
Al respecto, considero fundamental retomar la propuesta teórica planteada por Angélica Tornero, quien propone el sintagma con-figuración de singularidades para hacer referencia a las autoficciones hispanoamericanas (141-149), ya que le parece necesario un término que brinde mayor flexibilidad, por cuanto estas producciones presentan particularidades que las distinguen de las europeas, a partir de las cuales se ha tratado de fijar el concepto.1
La propuesta de Tornero parte de la concepción de transmodernidad en el sentido que le da Enrique Dussel, quien, en palabras de la teórica:
[la describe] como un nuevo proyecto de liberación de las víctimas de la modernidad, y el desarrollo de su potencialidad alternativa, la “otra-cara” oculta y negada. La transmodernidad no es posterior […] sino un proyecto exterior a la modernidad, un proyecto paralelo al moderno o posmoderno estadounidense o europeo (Tornero 139).
Para Tornero, el sujeto transmoderno pleno no está dado por el hecho de ubicarse en un contexto específico, sino que hace falta una toma de conciencia, es decir, lo que Dussel llama una ética de la liberación. Es en este sentido que se desarrolla la con-figuración de singularidades de la autoficción hispanoamericana, la cual ya no es hija de la noción de la muerte del autor ni del concepto del lector sin historia. Desde esta perspectiva, no importa verificar la veracidad de lo narrado, y la relación de la obra con el mundo extratextual se da en el conocimiento compartido del contexto más que en una identidad onomástica absoluta (Tornero 143-144).
Podemos hablar, nos dice la autora, de que en estas obras la identidad se construye no en cuanto sustancia ni identificación, ni desde la perspectiva del sujeto individual que busca al otro dentro de sí mismo, sino que se trata de un sujeto plural (“un yo-tú-nosotros”) que se construye a partir de su puesta en trama, es decir, del contexto en el que se sitúa y de las relaciones dialógicas que establece con los otros. Así, “la estrategia de con-figuración de singularidades permite a los lectores acercarse a voces narrativas […] que no surgen de un ego, de la conciencia individual ni del inconsciente, sino construidas social e históricamente de manera dialógica: voces que quieren decir algo a alguien sobre algo” (Tornero 149).
El fin último de estas obras no es el goce estético ni la experiencia de la ambigüedad plena producidos por la estrategia autoficcional, sino que el lector pueda integrarse en ese diálogo sobre el contexto y cuestionar sus certezas al respecto. A partir de esto, se constituiría en un sujeto hermenéutico crítico. De manera que las autoficciones, en cuanto con-figuraciones de singularidades, contribuirían a la constitución del sujeto transmoderno (Tornero 149).
Bastante puede decirse de Conjunto vacío en relación con la propuesta de con-figuración de singularidades; sin embargo, me concentraré específicamente en señalar algunos puntos que inciden en la construcción de la identidad femenina de su protagonista.