Com quantos gigabytes
se faz uma jangada,
um barco que veleje
Gilberto Gil
Desde hace no muchos años vivimos con asombro cambios sustanciales en las dinámicas culturales y comunicacionales latinoamericanas, principalmente en las periferias de las grandes ciudades. Hoy una cámara de celular que recorre los bordes de la Provincia de Buenos Aires o del Estado de México muestra estrategias para negociar desde equipos electrónicos a hierbas medicinales. Un video se detiene en un cerro de la ciudad de São Paulo. Retrata la vida de una tribu guaraní durante la pandemia del Covid-19 mientras promociona a raperos de la zona. El trabajo es “colgado” en Internet. Kunumí MC es uno de los artistas. El joven se propuso hacer composiciones electrónicas relacionadas con la historia de su pueblo.
Estos retratos surgen como imágenes paganas, formas de aparición que no se ajustan al credo hegemónico que suele separar dos mundos: el de las prácticas culturales comunitarias “tradicionales” y el de la cultura digital. Trabajos especializados hoy critican o comulgan con el avance de las nuevas tecnologías trazando un dualismo poco operativo. Convendría, en cambio, resaltar las contaminaciones que practican muchos pueblos de nuestro continente. Esto no implica describir un hibridismo que desatienda las derivas conflictivas de una diferencia irreductible o abandonar las serias implicancias del diseño modernizador de nuestros países. Todo lo contrario. Lo que se intenta es señalar un camino distinto: el de los usos y estrategias de apropiación que son todavía ocluidos por narrativas que sólo logran equiparar tecnología con desarrollismo; es decir, con una forma específica de producción.
Así como durante las décadas de los ochenta y noventa se logró poner en evidencia la falsa analogía entre industria cultural y capitalismo, así convendría buscar los desencuentros entre los usos de las nuevas herramientas, los proyectos progresistas y la idea de futuro. Por mucho tiempo se ha equiparado a la cultura con un pasado asociado a un mundo de tradiciones y costumbres. Frente a esto, la modernidad se erigió como un ethos indiscutible. En la actualidad existen dos discursos que parecieran hegemonizar la vida social: el económico y el tecnológico. “La economía se ha convertido en la ciencia del futuro y, cuando se concibe a los seres humanos como poseedores de un futuro, palabras tales como deseos, necesidades, expectativas y cálculo están incorporadas finalmente al discurso de la economía”, escribe Arjun Appadurai. Según el antropólogo, el actor cultural es construido de y desde el pasado, “el actor económico —en cambio— es una persona del futuro” (238).