Esta alianza ficcional entre Poe y Barnum reditúa en la aventura sobre la desaparición inexplicable de Cordelia, hija del empresario, principal misterio de la novela. Tal como el escritor y poeta norteamericano imaginara en su primer cuento protagonizado por Auguste Dupin, el problema al que se enfrenta aquí es un enigma de cuarto cerrado: Cordelia, imposibilitada para abandonar su silla de ruedas, deja su habitación sin pistas. La resolución, que no tiene sentido revelar aquí, está vinculada con el relato fundador de la literatura de detectives, “Los asesinatos de la calle Morgue”.
“Monstruos. Acudió usted al hombre indicado: nadie mejor que yo para comprenderlos” (18), le dice Poe a Barnum cuando éste le solicita ayuda a fin de hallar la mejor forma para promover su circo, como si estuviera comerciando la imaginación de un literato metido a las relaciones públicas. “Si unimos su ingenio con el mío, conquistaremos la ciudad” (15), responde, con ilusión, Barnum. Así, se plantea un doble beneficio: en primer lugar, el negocio utilitario de la exhibición de freaks que intenta desarrollar el empresario (argumento que retoma Tod Browning en la película citada), y en segundo, el deseo de entenderlos e incluso de mezclarse con ellos. Esto, obvio, desde la perspectiva elaborada por Bernardo Esquinca, abierto admirador de Poe, de acuerdo con la dedicatoria de su libro, donde sostiene: “A nuestros héroes hay que quitarles el apellido. Sólo así, en la simpleza de su nombre propio, podemos volverlos más cercanos y entenderlos mejor. Este es mi intento por comprender a uno de ellos” (7), una de las justificaciones más habituales entre la comunidad que escribe fanfic.
Es claro que el sensacionalismo decimonónico, entendido como una vertiente de la publicidad y del periodismo, se asume como la base de la dupla entre el empresario y el escritor ficcionalizados en Las increíbles aventuras. Recordemos que uno de los mayores impulsos de la literatura popular, y particularmente de la novela policial, fue la publicación periodizada de noticias sangrientas en diarios y revistas de amplia circulación en las capitales de Occidente. Esa dosis de sensacionalismo serializado catapultó las carreras literarias de Dickens, Dumas, Tolstoi, Collins y Gaboriau, por poner ejemplos destacados del folletín europeo, mientras que en las literaturas hispánicas podemos mencionar a Pérez Galdós, Manuel Payno o Raúl Waleis, quien es probablemente el autor de la primera novela policial latinoamericana, La huella del crimen, publicada en Buenos Aires en 1877.
Ya en el siglo veinte, el cine (la combinación más exitosa entre industria y arte, parafraseando a André Malraux) reproduce desde sus años incipientes la construcción seriada —por ejemplo el ciclo de cinco películas de Fantômas (Louis Feuillade, 1913-1914)—, misma que se expande a un gran número de ficciones encadenadas con uno o varios protagonistas, especialmente en el rubro de los géneros populares, y cuya manifestación contemporánea más notable se encuentra en el cine de superhéroes, el cual prolonga la lógica de los humanos de características extraordinarias y socialmente excluidos, hecho que explica la similitud entre el título del libro de Esquinca y los nombres de cómics y películas con dichos personajes, como The Amazing Spider-Man.
Salvo un personaje, ninguno de los “monstruos” aparecidos en la novela es sobrenatural. Se trata de personas marginadas de la sociedad, tal como el Poe de ficción se concibe a sí mismo. Su injerencia en la resolución del misterio emplea una estrategia atípica en la narrativa de detectives, pues deben trabajar en conjunto para rescatar a la joven Cordelia. Estos “embajadores de las maravillas”, como los suele nombrar P. T. Barnum, forman un grupo de asalto e investigación liderado por Edgar Allan Poe, quien decide “armar un equipo. Uno muy especial, que será capaz de meterse en los rincones más inalcanzables de ese gigantesco antro que es Five Points” (97), lugar donde probablemente tengan secuestrada a la hija del empresario.
El género de monstruos se combina, entonces, con el género de atracos grupales, heist movies como Ocean’s Eleven (Lewis Milestone, 1960), Topkapi (Jules Dassin, 1964) o Reservoir Dogs (Quentin Tarantino, 1992), donde la virtud fundamental para lograr el objetivo está en la unión de sus protagonistas, cada uno con características distintivas. En Las increíbles aventuras se relata una inmersión a los bajos fondos de Nueva York de mediados del siglo XIX, el ya mencionado Five Points, barrio que emerge “sobre los restos de un lago contaminado por los desechos de los mataderos y las curtidurías. Estaba destinado desde sus orígenes a albergar los detritos de la sociedad […]. Aquí están las madrigueras de los criminales, los apostadores, las prostitutas, los borrachos y los miserables” (88), es decir, lo que en el imaginario social decimonónico representa la versión moderna de Sodoma y Gomorra, un mundo invertido, insalubre y peligroso, una suerte de antimundo donde sólo pueden acceder los héroes (Edgar Allan Poe) y quienes puedan confundirse con sus moradores (los freaks del circo de Barnum).
El relato de Esquinca aprovecha, en suma, la facultad codificadora del género fílmico de terror y establece con él intertextualidades, combinando y a veces forzando otros modelos narrativos. Acompañadas por una serie de ilustraciones que amplifican el tono lúdico de un discurso próximo al de las novelas juveniles, Las increíbles aventuras articulan un homenaje a los personajes excéntricos, objetos de culto, freaks marginados en vida. Y al frente de ellos, obviamente, está Edgar Allan Poe.