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Desde el otro lado de la historia: El samurái de la Graflex, de Daniel Salinas Basave

Daniel Salinas Basave. El samurái de la Graflex. México: Fondo de Cultura Económica, 2020, 240 pp.

Bajo el agua turbia de la laguna Guzmán, Chihuahua, en 1915, un antiguo pescador de perlas japonés le sostiene la mirada a un jinete subacuático que se ahogó montado en una silla cargada de oro revolucionario. El objetivo de Kingo Nonaka es el de rescatar el cadáver de Rodolfo Fierro, el lugarteniente de Francisco Villa y uno de los asesinos en masa más violentos que vio la Revolución mexicana. Quién sabe si en un intento por entender tanta violencia o en una muestra patente de que hubo algo incomprensible (e incontenible) en la Bola, tanto Martín Luis Guzmán y Rafael F. Muñoz escribieron cuentos inolvidables.

A través de una combinación inteligente de archivo, investigación histórica, los propios diarios de Nonaka, la memoria de sus descendientes y una prosa sólida, Daniel Salinas Basave (Monterrey, Nuevo León, 1974) narra una historia particular: Kingo Nonaka, el joven japonés que, en 1906, a los 17 años dejó Japón, emigró a México y vivió el resto de su vida en el país. Mientras lo hizo, vivió de cerca las condiciones extremas del campesinado de Oaxaca bajo el porfiriato, los avatares de la Revolución y la vida del acelerado siglo XX mexicano desde más facetas de las que conocemos la mayoría de los mortales. Son varios los hechos que llevaron a Nonaka a ser enfermero de Francisco Villa y curar el brazo de Francisco I. Madero en Ciudad Juárez, a uno de los primeros fotógrafos de Tijuana a sufrir en carne viva la detención (arbitraria, anticonstitucional y agravada por el hecho de que para entonces Nonaka ya era un ciudadano mexicano y miembro de la policía) que sufrieron miembros de la comunidad japonesa en México durante la Segunda Guerra. Al leer la historia en palabras de Salinas Basave, el lector tiene que insistirse una y otra vez que no es ficción, a pesar de ser fascinantemente increíble.

Es posible que este sea uno de los aciertos más notables del libro. Como varios autores de la literatura mexicana reciente de no-ficción, Salinas Basave disfruta de pasearse por las estrategias de diversos géneros. La voz autoral que atraviesa el libro acompaña al lector por algunos puntos del proceso de creación. En algún momento, el narrador nos cuenta cómo conoció y entrevistó a Genaro Nonaka. Del mismo modo, comparte con el lector cómo concibió una escena o buscó algún dato. Sin embargo, a diferencia de lo que ocurre con cierta literatura mexicana reciente, esta voz mayormente decide dar un paso atrás para contar la historia. La organiza, la valora, se mete en los pensamientos de sus personajes y rompe sin afán de escandalizar al crítico algunas convenciones sobre la ficción y la no-ficción. Por ponerlo en contexto, se distancia de las problematizaciones de límites de géneros canónicos que sí hacen, por ejemplo, Cristina Rivera Garza en Había mucha neblina o humo o no sé qué. Caminar con Juan Rulfo (Penguin Random House, 2016) y Autobiografía del algodón (Penguin Random House, 2020) y Julián Herbert en La casa del dolor ajeno (Penguin Random House, 2016).  Y sin embargo, incluso si su intención no parece ser la de problematizar, comparte con estos textos algunas de sus preguntas. En particular, comparte con el lector los mecanismos y procesos por los que valoramos y reevaluamos nuestra relación con la historia y sus formas de contarla. ¿Quién cuenta? Ante la voz omnisciente e imperturbable de la Historia, está aquí la voz cautelosa y a ratos titubeante de la primera persona. Si, al parecer, algo de esa narrativa incuestionable ha quedado llena de lagunas y omisiones, ¿por qué no optar por una estrategia diferente para contar una historia no contada? Porque esto es justo otro de los elementos que Salinas Basave comparte con estas narrativas: ¿qué contamos? Que es lo mismo que preguntarse, ¿qué miramos?

La relación de Nonaka con la fotografía, en el contexto que he descrito, resulta productivamente metafórica. En el segundo capítulo del libro, Salinas Basave llama la atención sobre una de las fotos más famosas de la Revolución: Pancho Villa entrando a Torreón en 1914. Al lado, en la parte de la composición que regularmente se edita para darle dramatismo y centralidad al Centauro del Norte, hay una carreta tirada por una mula. El hombre menudo y con el rosto cubierto por el ala de su sombrero, es Nonaka. Más tarde, en los capítulos XX y XXI, Salinas Basave describe el modo en que Nonaka consiguió la primera fotografía panorámica de Tijuana y documentó la cara oculta de la ciudad. A diferencia de la mayoría de las ciudades del mundo, la cara conocida de Tijuana es la cara del exceso que, en la década de la Prohibición del alcohol en los Estados Unidos propulsó el crecimiento económico y cimentó su leyenda negra. La cara oculta, la que Nonaka tomó, fue la de la gente normal, la naciente clase media que, por primera vez en su vida, era capaz de hacer un retrato de familia, uno individual en tres cuartos, capturar una quinceañera, una pareja recién casada, algunas calles de la ciudad; en fin, esa vida íntima sin la que la Historia o no vale la pena o no se explica. Muchos negativos de este material, cuando Nonaka es desalojado de Tijuana para salvaguardar la xenofobia estadounidense disfrazada de seguridad nacional, quedan abandonados a su suerte.

Arriba, mencionaba la escena con que el libro abre: un personaje siniestro del que dos escritores mayores escribieron con deleite. Aquí, me he detenido en la relación de Nonaka con la fotografía: mirar y ser mirado desde el fuero íntimo que alberga la vida diaria o siendo el fondo anónimo de la historia que ocurre alrededor nuestro y a la que intentamos sobrevivir. Hay algo en esto que nos habla de la forma de mirar la historia de México en la primera mitad del siglo XX: una tendencia a escribir sobre la gente que sostenía las armas. La historia de Daniel Salinas Basave es la apuesta contraria: escribir sobre quienes transitaron por la historia con algo distinto de un fusil entre las manos. Si bien Nonaka participó una sola vez como infantería en una batalla, mayormente cargó con cosas muy distintas a las armas:  herramientas de labranza, instrumental médico y, desde luego, una cámara fotográfica con la que registró la historia temprana e íntima de Tijuana; ese rincón donde el país comienza.

Fotografía: Paula Vázquez

Durante un buen tiempo, cierta crítica canónica habló de la literatura de la Revolución como una épica del pueblo. Una épica que contenía su propio panteón de héroes y villanos, además de la súbita visualización de esa gran masa que es tan cómodo llamar pueblo. Un gran retrato, parecía. Sin embargo, como muchos retratos familiares, la imagen estaba incompleta. Si algo han probado libros como los que comento arriba, en particular La casa del dolor ajeno, de Julián Herbert, un referente obligado para repensar la presencia e impacto de comunidades asiáticas en México, es que el concepto de nación en que nos hemos movido por décadas está inconcluso. Digamos, como las fotografías de la vieja Tijuana que un recolector de antigüedades rescata de un vendedor de tianguis al final del libro de Salinas Basave, hay partes de la historia, nuestra historia, que se encuentran a plena vista, ni siquiera ocultas, sino ignoradas. La recuperación de las fotografías de Kingo Nonaka, que a la larga funcionan como uno de los muchos impulsos para la escritura del libro de Salinas Basave son una buena metáfora de estas historias. La caja de imágenes y negativos que retrata una Tijuana íntima, al parecer, es rescatada de una casa en ruinas donde probablemente se alojó el que fuera el primer estudio fotográfico de la ciudad, el negocio familiar de Nonaka. Este material, que Nonaka debe dejar atrás cuando la presión estadounidense obliga al gobierno de Ávila Camacho a movilizar a la población japonesa a la Ciudad de México y Guadalajara, se encuentra en cierto modo bajo los escombros de la historia. Específicamente, bajo el peso de una decisión política: un gobierno mexicano que en su momento respondió a la petición de una potencia extranjera complaciendo su xenofobia. Una xenofobia, por lo que hemos podido ver recientemente, mucho menos lejanos de las conductas habituales mexicanas de lo que nos hemos querido convencer durante años. Pienso aquí en otros materiales, como México racista. Una denuncia, de Federico Navarrete (Grijalbo, 2016).

Una historia rescatada de las ruinas. Un personaje fascinante que viene desde lejos a participar con dos manos del mismo país que, sin aviso, lo amenaza con la muerte, la enfermedad, el desempleo, y de inmediato le sonríe cuando muestra sus sorprendentes habilidades de supervivencia, adaptación y de crear algo donde no parece que haya nada. Quisiera decir que es un libro sobre un personaje con el que el lector puede identificarse dado los vaivenes a los que los vendavales de política, violencia y economía mexicanos nos someten cotidianamente. No es así. Kingo Nonaka se cocina aparte y por eso había que hacerle un libro: cultiva arroz, es pescador de perlas, migra al otro lado del mundo y llega a un país al punto de la guerra donde lo mismo le parcha un brazo a Madero que saca del fondo de una laguna el cadáver de Rodolfo Fierro. Enfermero villista, fotógrafo, desplazado en su país de abrigo por la misma guerra que ha tirado dos bombas atómicas sobre las islas en donde nació. Un tipo excepcional narrado por una voz que se permite bucear con tiento, incluso titubear, pero que recrea con la solvencia de un autor calado una historia que deja un tajo en la memoria.

Colaborador invitado

Luis Miguel Estrada O.

Narrador y docente. Maestro en Literatura Mexicana por la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla y Doctor en Lenguas y Literaturas Romances por la Universidad de Cincinnati, en Estados Unidos. Realizó una estancia postdoctoral en Brown University donde también fue profesor visitante. Es miembro de la Sociedad de Escritores Michoacanos, A. C. Candidato al Sistema Nacional de Investigadores. Miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte. Es autor de Colisiones (Arlequín, 2015), Alain Prost (Arlequín, 2013), Crónicas a contragolpe (La Dulce Ciencia Ediciones, 2014), Bartolomé (Paraíso Perdido, 2016) y Alain Prost de próxima aparición.

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