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Las tramas de El Gordo-escritor-traficante de armas y otros objetos

Las tramas de El Gordo-escritor-traficante de armas y otros objetos: Río Quibú, de Ronaldo Menéndez1

Publicada por Lengua de Trapo en 2008, Río Quibú es la tercera novela (su única novela corta) de escritor cubano radicado en Madrid, Ronaldo Menéndez; está vinculada con su novela previa, Las bestias (Lengua de Trapo 2006) por el personaje de El Gordo, narrador y escritor ficcional de ambos textos, así como por el planteamiento que subyace en la comprensión y configuración de contexto histórico y personajes.

Para Chiara Bolognese, en estas novelas “La necesidad de sobrevivir anula todas las leyes y las normas sociales y morales […] describen un universo que roza con la abyección […] límites y fronteras entre lo humano y lo deshumanizado […] se van continuamente trasgrediendo” (“La reescritura” 192-193). Situadas en los años del llamado Periodo Especial en Tiempos de Paz ponen en trama las extremas posibilidades de la existencia de los cubanos ante la escasez y la hambruna, mismas que resultan en una especie bestialización de los personajes protagónicos. En Las bestias un profesor de filosofía pasa de ser, en palabras de El Gordo, una babosa a un lince humano con tal de sobrevivir las intenciones de eliminarlo de dos matones profesionales, primero, y luego con tal de descubrir la razón de sus perseguidores. Mientras que en Río Quibú, Junior/Mateo, en la búsqueda del asesino de su madre, descubre el negocio redondo de los habitantes del río que da nombre a la novela: la venta de balsas para quienes pretenden abandonar la isla como frente; la captura y posterior venta de la carne de los aspirantes a balseros para consumo humano.

Si bien las historias de Claudio y/o Junior son sumamente interesantes y complejas, en este trabajo me interesa revisar el personaje de El Gordo ‒quien en Las Bestias se autondenomina como “Gordo-escritor-traficante de armas y otros objetos (yo)”‒ como narrador-autor ficcional de ambas novelas y como recurso metaficcional de Menéndez, así como la revisión de su evolución (en tanto personaje narrador-escritor como recurso metaficcional) en Río Quibú. Para ello, primero examinaré su rol configuración como personaje en ambas novelas, y posteriormente, analizaré su intervención como narrador-escritor ficcional de/en las diégesis y su dimensión metaficcional.

El Gordo

A partir de la información que se dosifica a lo largo de Las bestias sabemos, en una narración alternante entre la tercera y la primera persona, que El Gordo es una “mole de hombre”, mulato y homosexual. Inicialmente, vive en la “Calle Alambique, entre Vives y Puerta Cerrada, número 64” en el barrio de “Jesusmaría, al costado de una bodega derrumbada” (155); y se autodenomina “Gordo-escritor-traficante de armas y otros objetos (Yo)”. Según Claudio Cañizares refiere al tratar de denunciarlo a la policía, El Gordo “vende trastos para balseros, marihuana, tabacos de exportación, camarones, pienso para cerdos, antigüedades, maní al por mayor, falsificaciones de violines Stradivarius, elefantes de yeso, serigrafías de pintores muertos, carne de res y, escucha eso bien: armas…” (Las Bestias 155); pese a ello no sólo es tolerado por el régimen, sino que se le considera pieza clave en el status quo de la isla de finales de siglo XX. El teniente Evaristo López, le informa a Claudio que,

Atiende, ese gordo que delataste es un Intocable […] Me refiero, atiende bien, guanajo, a que es un antiguo colaborador […] éste es de los gordos, gordísimo, es una bola de problemas […] ¿cómo se te ocurre que alguien va a vender silenciadores rusos sin nuestro consentimiento?, y ya no consentimiento, nosotros le suministramos. […] Entonces nada, que el tipo tiene su negocito y siempre nos da una mano, sabemos quiénes vienen a traficar arte, qué turistas andan en cosas turbias, quiénes son los del Partido que quieren pirarse en balsa, pero lo importante es que le hemos dejado el monopolio del mercado negro de la zona: es mejor tratar con uno solo que tener a veinte negros traficando y matándose entre ellos, ¿capicci?” (157-8)

Los quehaceres socioeconómicos de El Gordo en Río Quibú no sólo no cambian, sino que, pese a su reubicación de Jesusmaría (por la estación habanera de ferrocarriles) a las orillas del Río Quibú (al oeste de La Habana cerca de la marina Hemingway), su poder e influencia va en ascenso. Se ha mudado, pues, alguien le dijo que “había futuro con esto de las balsas” (63) a las orillas del Quibú; el negocio ahí consiste en estafar y asesinar a los interesados en el negocio de las balsas, para luego venderlos como carne de res. Hacia la mitad de la novela, El General muere desatando, primero, una sensación de orfandad generalizada, seguida de un caos propicio para que El Gordo pase del controlar todo el mundo underground de La Habana a estar en el centro del nuevo orden en proceso de establecerse. Así lo relata, el teniente Aristóteles a Junior:

El antisocial número uno consigue su objetivo, luego el dos, el tres, y así sucesivamente, hasta que entra en escena el Gordo … No sé si lo conoces, chamaco. El Gordo es un amasijo, una bola de problemas. ¿Lo conoces? ¿Has oído hablar de él? Ya no solo controla ese barrio inmundo del Quibú. Desde que murió el General se ha ido expandiendo y ahora controla tu barrio y toda la zona residencial. Y como el Gordo no es de aquí sino de Jesusmaría, también controla esa zona de la ciudad: falta poco para que los extremos se toquen, se cierre la herradura y el Gordo sea el boss de bosses (Río Quibú 138) […] El Gordo controla a la policía, me controla a mí, controla el curso de los astros y la oscilación de las mareas” (139)

El planteamiento de la muerte del líder político y moral de la isla (ocho años antes del deceso de Fidel Castro) problematiza el vacío que generará no sólo moralmente, sino que detonará la reorganización de las redes de poder cubanas. En este sentido, Menéndez apunta a la profunda dimensión social de la “unánime sensación de orfandad” (128) y problematiza el devenir político de la isla: “Frente a la isla […] un cordón de barcos enemigos” (128) y luego aparecerá “el primer puesto refulgente de McDonald’s […] [el cuerpo de general] lo ha comprado la hamburguesería de a esquina, el socialismo devorado literalmente por el capitalismo!’” (129). En ese caos, El Gordo no sólo ha quedado en el centro del nuevo poder, sino que, para este momento de la novela, también queda claro que El Gordo, ficcionalmente, también controla la diégesis.

Si bien en Las bestias El Gordo se presenta como traficante y escritor desde el capítulo 3 de la novela, se introduce como origen del relato (como instancia narrativa y como creador) en el 4to capítulo; en Río Quibú, en cambio, quien narra es Junior (Mateo), El Gordo aparece sólo como personaje hasta el capítulo 15 y es hasta el último capítulo (38) que nuevamente se postula como autor ficcional de la novela Río Quibú, narrada por Junior. Si en su quehacer profesional El Gordo se ha reinventado, como escritor también ha evolucionado; no obstante, su modus operandi para la obtención de sus historias permanece: pedir a sus clientes (Las bestias) o víctimas (Río Quibú) revelen lo que mueve sus actos y sus secretos. En Las bestias se refiere:

[El Gordo] le dijo […]  [a Claudio] yo soy escritor, y me gusta que la gente me cuente en lo que anda cuando le vendo un arma, y tu caso es interesante por la cara de pavazo recién levantado que tienes.
[…] [pidió] que al final tuviera la gentileza de regresar ‒si aún estaba vivo‒ a contarle cómo había terminado todo. Si así lo haces, susurró profesionalmente, te devuelvo el veinte por ciento de lo que te cobré por la pistola, ¿okey?” (25)

Lo que intriga a El Gordo es cómo se desarrollará el intento por parte de Claudio de enfrentar a sus persecutores para que no le quiten la vida. A tal grado que, hacia el final de la novela, sabemos que El Gordo no sólo llama constantemente a Claudio para saber desenlace de la historia, sino que, al dejar de tener noticias suyas, va a buscarlo a su domicilio. En Río Quibú El Gordo repite la insistente pesquisa, ya no con un cliente, si no con una víctima de sus actividades criminales, el Yoni, para saber quién mató a Julia (la madre de Junior).

Si entendemos, como afirma Patricia Waugh, que la metaficción es aquella: “escritura ficcional que, de forma consciente y sistemática, atrae la atención a su estatus como artefacto [literario] para formular preguntas sobre la relación entre ficción y realidad. Al hacer una crítica sobre sus propios métodos de construcción, tales escritos no sólo examinan las fundamentales estructuras narrativas, también exploran la posible ficcionalidad del mundo fuera del texto literario”2 (Metaficcion 2), tan sólo por la configuración del personaje-narrador de El Gordo, Las bestias y Río Quibú reclaman su estatuto de metaficciones. Cuando dicho personaje se postula como autor ficcional de las mismas y, sobre todo, cuando Menéndez introduce su ensayo sobre el devenir de la isla tras el fallecimiento de El General, el carácter metaficcional de las novelas resalta su naturaleza de “discurso frontera”, un tipo de escritura que dramatiza su posición entre la ficción y la crítica literaria (Currie Metaficcion).

En esta lógica, me gustaría resaltar que entre ambas novelas hay una diferencia en cómo Menendez introduce y emplea a El Gordo como personaje y narrador-escritor ficcional. En Río Quibú la presencia de El Gordo atraviesa la novela en diferentes formas siempre como mediación de la historia:

-Se alterna la narración en tercera persona (focalizada principalmente en Claudio) y la primera persona (el Gordo testigo y narrador-escritor).
-Se enfatiza cómo el Gordo logra conocer toda la información de la historia a partir de fuentes distintas: Claudio, Bill, el diario, la Tesis.
-Su intervención en los sucesos narrados es como confidente o facilitador; si decide malinformar a Bill es porque éste lo insulta, no por un interés en obstruir el asesinato de Claudio.

Todo ello evidencia constantemente y de manera lúdica la consciencia de El Gordo como autor del relato y mediador de la narración, y por ende, el carácter de artificio de la ficción. Ello resulta en una serie de “comentarios críticos” (Dällenbach)3 o “metacomentarios” (Jameson-Hutcheon),4 esto es, aquellos discursos teórico-críticos de las narraciones (auto)reflexivas que pueden aparecer de manera abierta o encubierta, y funcionan ya sea como una instrucción de lectura de la obra que lo alberga o bien, para dennotar la consciencia que los personajes o la trama tienen sobre el artificio literario. Por ejemplo, tras salir victorioso de la confrontación con Jack, El Gordo felicita a Claudio “por aquel inesperado giro dramático” y afirma que la suya “es una buena historia y voy a escribirla” (Las bestias 86); o cuando el narrador (El Gordo) señala que “el Gordo se siente sometido a la técnica de distanciamiento (brechtiana), y decide oponerle el recurso del método (de Stanislavsky) colocándose dentro de su personaje y pidiendo una rápida explicación del problema” (87). O finalmente, cuando al encontrar muerto a Claudio en propio departamento el narrador señala “le digo al muerto que él va a ser un personaje difícil” (129). En este caso no hay una instrucción de lectura, sino una lúdica puesta en evidencia del carácter ficcional de los personajes y del relato en tanto artificio literario. A lo anterior se suma la estructura misma de la novela: La Trama ‒lo narrado por El Gordo-testigo‒, un Epílogo a la trama ‒sobre el hallazgo de Claudio muerto en su departamento y del diario de los últimos días de aquél‒, el Diario ‒de Claudio‒ y La Oscuridad (fragmento de la Tesis) ‒supuestamente de Claudio, pero que sirve como verdadero Epílogo a la novela.

En cambio, en Río Quibú El Gordo aparece como personaje hacia la mitad de la novela; no es sino hasta los últimos capítulos que se devela el cambio cualitativo más sustancial del recurso de este personaje-escritor por parte de Menéndez. El Gordo interviene en el desarrollo de los sucesos con el objetivo, primero, de salvar el pellejo, y segundo, de encontrar un final para su puesta en trama, por lo que, deducimos, es nuevamente el artífice ficcional del relato. El teniente Aristóteles ha mandado a Junior a intentar asesinar a El Gordo; éste descubre la conspiración, manda torturas y eliminar al teniente y pregunta Junior el motivo del intento de asesinato. Es para desmentir la acusación del asesinato de Julia que El Gordo anuncia (para cerrar el capítulo 34) su injerencia ficcional en la puesta en trama: “Ahora te voy a contar quién fue el que mató a tu madre, qué sentía y cómo lo hizo.” (146), para, acto seguido, enmarcar en el capítulo 35 dicho relato.

En el capítulo 36 y final de Río Quibú El Gordo interviene directamente en los hechos, los provoca; aún más, se prepara para las diferentes posibilidades de acción a las que pueden optar Junior y Yoni. Primero, El Gordo revela que Yoni le ha contado sobre el asesinato de Julia a) porque se lo pidió El Gordo para escribirlo y b) para que Junior se enterara e intentar conseguir su perdón; segundo, pregunta Junior si mataría a su padrastro, éste contesta afirmativamente; El Gordo se congratula, pues, afirma “Mi intuición nunca falla…, dicen que no se debe intervenir en la trama con otra cosa que no sea la trama misma”. Tercero, traen al Yoni y El Gordo ofrece un arma a Junior para que convierta en acción su amenaza “cuando mis muchachos iban a despacharlo, se me ocurrió que no debía matar todavía a Yoni el Rubio…, todo sea los por los giros de la trama. Aquí lo tienes, ahora podrás cumplir tu venganza” (153). Cuando Junior se niega efectivamente a matar a su padrastro, El Gordo aplaude “los giros inesperados” (154), pregunta a Junior cómo quiere ser cocinado al día siguiente y ofrece ahora el arma a Yoni, su sobrevivencia en libertad a cambio de la muerte de su hijastro. La frase final de la novela reza así: “Cuando el Yoni alza el revólver llorando con su ojo asimétrico y pidiéndome perdón, sé que ya estoy muerto.” (155).

La narración que subyace entre Las bestias y Río Quibú es la del devenir escritor de El Gordo; si en la primera novela hay una preocupación mayor por la construcción de los personajes y por el dominio de la instancia narrativa, en Río Quibú destaca su trabajo en la puesta en trama al grado de intervenir en el desarrollo de los hechos a fin de dar un final contundente a su novela “todo sea por los giros de la trama” (Río Quibú 153).

Bibliografía

Bolognesse, Chiara. “La reescritura del espacio social en la narrative de Ronaldo Menéndez” Orillas, núm. 7, 2018, pp 187-194, iris.uniroma1.it/retrieve/handle/11573/1176610/857560/Bolognese_La-reescritura_2018.pdf

Dällenbach, Lucien. El relato especular. Madrid: Visor, 1991.

Crogennec-Masol, Gabrielle. “De las fronteras del rio Qubú en la obra de Ronaldo Menéndez”, Les ateliers du SAL, núm. 0, 2012, pp. 61-70, lesateliersdusal.files.wordpress.com/2012/03/massol.pdf.

Currie, Mark (ed.). Metafiction. Longman, 1995.

Jameson, Fredric. “Metacommentary”, PMLA, núm. 86, vol. 1, 1971, pp. 9-18.

Menéndez, Ronaldo. Las bestias. Punto de Lectura, 2006.

_____. Río Quibú. Lengua de trapo, 2008.

Waugh, Patricia Metafiction: The Theory and Practice of Self-Conscious Fiction. Routledge, 1988.

Acerca de la autora

Ivonne Sánchez Becerril

Investigadora del Instituto de Investigaciones Filológicas de la UNAM. Doctora y maestra en Letras por la UNAM. Licenciada en Lengua y Literatura de Hispanoamérica por la UABC…

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Notas al pie:

  1. Ponencia leída en Coloquio Internacional “Fronteras en diálogo: La novela corta del sureste de México, Centroamérica y Caribe”. IIFL, UNAM, 9 de noviembre de 2020.
  2. «[…]fictional writing which self-consciously and systematically draws attention to its status as an artefact in order to pose questions about the relationship between fiction and reality. In providing a critique of their own methods of construction, such writings not only examine the fundamental structures of narrative fiction, they also explore the possible fictionality of the world outside the literary fictional text.» (Waugh Metafiction 2)
  3. Lucien Dällenbach en su estudio El relato especular distingue algunos casos en que, mediante una mise en abyme, el texto puede hacer un comentario crítico sobre sí mismo, v.g., cuando aparece descrito y teorizado un proyecto de escritura ideal (novela pura) que duplica la novela que el lector empírico lee (novela impura) para que éste confronte ambas narraciones.
  4. La expresión, propuesta por Fredric Jameson en un artículo con el mismo nombre («Metacommentary»), tiene como marco de pertinencia, principalmente, las interpretaciones que se elaboran en el discurso filosófico; es Linda Hutcheon quien en Narcissistic Narrative adopta el vocablo para hacer referencia al comentario crítico que la narrativa metaficcional despliega como trasgresión discursiva y como instrucción de lectura.