Testo Yonqui, además de confesión autobiográfica, es una reflexión filosófica sobre la producción de identidades, específicamente a través del género, que el autor vincula también a las prácticas de “intoxicación” (por la píldora anticonceptiva u otras hormonas sintéticas, pero también por las drogas) que afectan a los individuos. Por eso, su propia intoxicación voluntaria con Testogel es reivindicada como una práctica y experimentación política radical, con el objetivo de comprender la (des)construcción de subjetividades dentro de este tipo de sociedad. Así, el cruzado de géneros literarios expresa su enfoque: arraiga en su propio cuerpo y experiencia, pero tiene una vocación más amplia, a la vez analítica, testimonial, programática y militante.
De hecho, Testo Yonqui está marcado por una multitud de influencias, tanto literarias como teórico-sociales: Hervé Guibert y Guillaume Dustan, cuya obra autobiográfica (o más bien “autopornográfica”, según el segundo) tenía como tema omnipresente la cuestión de su sexualidad homosexual; también hay huellas de su compañera Virginie Despentes quien, al mismo tiempo, escribió su ensayo autobiográfico y político King Kong Theory. En cuanto a la parte ensayística, se nutre especialmente de la lectura de los postestructuralistas (especialmente Michel Foucault, o el profesor de Preciado, Jacques Derrida) o de varios autores de la teoría feminista y queer (Gayle Rubin, Judith Butler, Donna Haraway, Angela Davis), entre otros. Sin embargo, el interés de nuestro análisis se concentra específicamente en el enfoque autobiográfico de su obra: en lo que esta dimensión aporta a la teoría social queer, en cuáles son las estrategias de autorrepresentación puestas en marcha en este sentido y en qué vínculos entre el “yo” y lo colectivo, entre la “ficción” y la “realidad” esto implica.
La introducción sirve, ante todo, como definición del género literario ante el que se está, pero también, y sobre todo, como justificación y explicación del enfoque y de las intenciones del autor. Se trata de una primera representación, en la que Preciado afirma su posición de autor frente a su lector, al que se dirige directamente. Es una clara posición de autoridad. Testo Yonqui comienza así con una afirmación sobre la interpretación del texto: “Este libro no es una autoficción.” (15) Desde el principio, uno puede preguntarse, ¿cuál es la necesidad de distanciarse de este género literario? El primer motivo parece ser la negación de la ficción. De hecho, la definición inmediata que da el autor en cuanto al libro no es una definición literaria: “Se trata de un protocolo de intoxicación voluntaria a base de testosterona sintética que concierne el cuerpo y los afectos de B.P.” (15) Sin embargo, la confesión de la ficción llega una frase después: “Una ficción, es cierto.” Pero el objetivo es subrayar la vocación teórica y militante de la obra: “Es un ensayo corporal. […] una ficción autopolítica o autoteoría”. Esta introducción parece ser la de una investigación científica: la definición de un “cuerpo experimental”, distanciado del autor del estudio, como sugieren el campo léxico, la descripción metódica de las circunstancias en las que se lleva a cabo el “estudio” y los efectos producidos, hasta las “micromutaciones fisiológicas” y la admisión de límites “cuyo impacto no había sido calculado”. Sin embargo, el autor-sujeto reafirma su doble posición paradójica al explicar su enfoque:
No me interesan aquí mis sentimientos, en tanto que míos, perteneciéndome, a mí y a nadie más que a mí. No me interesa lo que de individual hay en ellos. Sino cómo son atravesados por lo que no es mío. Por aquello que emana de la historia del planeta, de la evolución de las especies vivas, de los flujos económicos, de los residuos de las innovaciones tecnológicas, de la preparación de las guerras, del tráfico de esclavo y de mercancías (…) (15)
Por lo tanto, esta posición se caracteriza por una conexión entre lo íntimo y lo universal, ya que el contexto que la rodea no está particularmente localizado geográfica o temporalmente. Esta impresión se ve reforzada por la conclusión, que reúne estas dos escalas en una misma frase: “No hay conclusión definitiva acerca de la verdad de mi sexo, ni profecía sobre el mundo a venir” (16). Así, anticipando la interpretación de su libro como un “manual de bio-terrorismo de género a escala molecular”, surgen tres niveles en la obra. El plano de la teoría, y la vocación de llevar sus conclusiones a un dominio más amplio que el segundo plano, el de su persona y sus sentimientos, y el tercer plano, molecular, que se debe a la naturaleza particular de su “experimentación” con la intoxicación por testosterona, y a su llamada a la resistencia de la micropolítica del género (que es el tema de todo un capítulo). De hecho, estos tres niveles se reafirman a continuación, y se cruzan en el siguiente orden: teoría – individualidad – molécula – individualidad – teoría: “No me queda otro remedio que revisar mis clásicos, someter las teorías [1] a la sacudida que provoca en mí [2] esta nueva práctica de administración de testosterona [3]. Aceptar que el cambio que tiene lugar en mí [2] es la mutación de una época [1].” (24, el subrayo y la numeración son míos). Finalmente, Preciado concluye con una identidad entre el texto y su propia subjetividad, insistiendo en el carácter fragmentario y discontinuo de esta última. El contenido y la forma van de la mano, para servir al propósito fundamental del libro: entender que la subjetividad nunca está fijada, sino siempre en proceso de construcción y también de deconstrucción.
Sin embargo, para cuestionar y analizar el género literario de Testo Yonqui, es imprescindible no limitarse sólo a lo que el autor nos quiere presentar explícitamente. En efecto, podemos retomar la idea de Philippe Lejeune de un pacto autobiográfico, sosteniendo que la autobiografía es un género contractual entre el autor y su lector. Sin embargo, Lejeune también deja un lugar preponderante al lector para la definición de género, a través de su manera de leer la obra. Por eso estudiaremos este texto a la luz de lo que implícitamente se puede percibir, interpretar, durante la lectura. Así, aunque se ha estudiado la estrategia de la primera afirmación “Este libro no es una autoficción”, podemos sin embargo considerar que el texto corresponde a esta definición. Philippe Gasparini caracteriza este género literario, la autoficción, por una identidad entre autor-narrador-persona, junto con una estrategia de ambigüedad en el contrato de lectura. Este es exactamente el caso aquí: el narrador alterna entre la narración en primera persona y la designación del personaje como “B.P.”, como para distanciarse de él. Sin embargo, este distanciamiento sirve a menudo para dar un carácter “científico” al texto, e insistir en el aspecto de reporte de observación que tiene en esos momentos. Pero también sugiere la existencia de una línea delgada entre la realidad y la ficción en el texto. El uso de las iniciales para otros personajes identificados como Guillaume Dustan o Virginie Despentes lo ilustra muy bien. No parece ser una estrategia de protección de estas personas en la realidad, ya que son fácilmente identificables e identificadas. Sin embargo, indican que los personajes son realmente personajes, y que no son exactamente Virginie Despentes o Guillaume Dustan, sino V.D. y G.D. Del mismo modo, al estudiar el contexto francés de la autoficción, en el que Preciado evoluciona (vive en París durante la mayor parte de la escritura del libro, sus círculos de amistades y sus lecturas también se relacionan con él), Gasparini se refiere a su reputación de “exhibicionismo, insolencia, obsesión sexual” y de “desculpabilización y revalorización de la sexualidad” (Gasparini, 185-186) e insiste en el valor testimonial de estos textos, en particular para identidades minoritarias. Estos aspectos se encuentran en Testo Yonqui. En otras palabras, este libro no es sólo una autoficción, pero sí lo es. Sin embargo, también debe analizarse como “síntoma, producto y reflejo de una época” (Gasparini, 204). La lectura de esta obra, por tanto, debe verse como la heredera de la pospornografía, la teoría queer, y el diálogo crítico que establece no sólo con los círculos conservadores que hablan de la “ideología de género”, sino también con ciertos círculos feministas, liberales o autodenominados radicales, pero que son trans-excluyentes, con los que Preciado también se enfrenta. Esto influye directamente en la forma en que se construye la subjetividad y la posición del enunciador a lo largo del texto, y también lo distingue de los relatos tradicionales de autoficción, especialmente desde una perspectiva de género.
De hecho, una de las principales características de la construcción del “yo” en Testo Yonqui toca la perspectiva de género, donde Preciado se afirma abiertamente como transgresor. El narrador hace poco uso de las técnicas de benevolentiae o de confesión. Por el contrario, muchos capítulos están dedicados a la narración de una sexualidad triunfante y poderosa. Esto requiere, por ejemplo, una descripción sistemática de la multitud y del tamaño de los dildos utilizados durante el sexo. Pero sobre todo, los medios utilizados son los de la exageración, incluso de la caricatura, o de la ficción explícita (como en el capítulo de fantasía Fisting God Doherty, por ejemplo). El efecto inmediato es la inversión y la reapropiación de los códigos normativos y de género históricamente restrictivos.
Recupera incluso los códigos más caricaturescos de la identidad masculina y su herencia falocéntrica. […] Es posible que veamos en ello una caricatura de relaciones sadomasoquistas propias de la heteronormatividad y resultantes de las crecientes dificultades para respetar los códigos de género. Es un elemento de la producción teatral y artística de diversas ficciones sexuales más que la simple transposición de una imaginación sexual colonizada por relaciones tradicionales de representación pornográfica. (Vincent Landry, 168, la traducción es mía)
Esta actitud transgresora domina toda la narrativa. Afirma la preponderancia del deseo del sujeto sobre cualquier otra consideración normativa y, por lo tanto, su poder. Esto parece ser una respuesta tanto a los círculos conservadores de la era farmacopornográfica como a los círculos feministas liberales (“Fuck Beauvoir” es el nombre de un capítulo, por ejemplo). Es un rechazo evidente de la asignación, que va en contra de una subjetividad construida por estos discursos normativos y condenatorios, que provienen de horizontes muy diferentes. Este vigor está de hecho relacionado con la ingesta de testosterona. Algún tiempo después de la toma, “se estableció, poco a poco, una extraordinaria lucidez de la mente acompañada de una explosión de ganas de follar, de caminar, de salir, de atravesar la ciudad entera.” (24). El desbordamiento de energía y la insistencia del impulso sexual se reafirman constantemente en el texto. Pero la “virilidad” también se encarna la nueva relación con el espacio que se establece, con la inyección de la hormona: “Este es el punto culminante en el que se manifiesta la fuerza espiritual de la testosterona mezclada con mi sangre. […] Simplemente, el sentimiento de estar en adecuación con el ritmo de la ciudad”. La asociación ciudad-potencia está presente en todo el texto, también en la forma ciudad-potencia-drogas -el poder siendo dado por la “droga” testosterona. No es una asociación insignificante, la apropiación del espacio público por excelencia que es la ciudad es una reafirmación de una omnipotencia, adquirida, que va en contra de los códigos sociales hegemónicos del género.
Esta afirmación de un “yo” poderoso no es evidente, sin embargo. La modificación producida por este proceso de intoxicación es contraria a los años de asignación y de instrucción, de lecturas y reivindicaciones. “¿Qué hacer con todos los años en los que me he definido como feminista? ¿qué tipo de feminista seré ahora, una feminista adicta a la testosterona, o más bien un transgénero adicto al feminismo?” (24). Estas preguntas no son un signo de arrepentimiento, sino de la dificultad de identificarse y nombrarse a sí mismo. También destacan el posible rechazo a su planteamiento y su posición marginal dentro de su comunidad queer. De hecho, Testo Yonqui demuestra una triple construcción de B.P. como persona trans. Tanto como categoría de género como persona transgresora, pero también como disidente entre sus amigxs transgénerxs. De hecho, antes de narrar la primera vez que se administra testosterona, Preciado ancla esta práctica en una identidad de grupo, la de los gender hackers.
Varios meses antes de tu muerte, Del, mi maestro gender hacker, me regala una caja de treinta sobres de 50 miligramos de testosterona en gel (…). En esa época paso los días rodeada de amigos trans. Algunos toman hormonas siguiendo un protocolo de cambio de sexo, otros trafican y se administran hormonas sin esperar un cambio de sexo legal y sin pasar por un protocolo psiquiátrico, sin identificarse como “disfóricos de género”. Estos últimos se llaman a sí mismos “piratas del género”, gender hackers. Yo pertenezco a este grupo de usuarios de la testosterona. (47)
Sin embargo, su identificación con este grupo es bastante singular. Primero, divide a esta comunidad trans en dos grupos, los que siguen el proceso legal, y los que resisten el examen psiquiátrico y no aceptan ser identificados como enfermos[1]. Luego, explica cómo se llaman entre ellos. Finalmente, expresa su pertenencia a este grupo. Este distanciamiento lingüístico se materializa cuando explica que, a pesar de que todas estas personas se administran testosterona, él prefiere hacerlo solo y no contarlo a nadie: “Como si la escritura pudiera ser el único testigo fiable de ese proceso. Todos los demás van a traicionarme. Sé que van a juzgarme por tomar testosterona”. Su aislamiento es, por tanto, una necesidad para protegerse de los numerosos ataques que teme recibir, todos ellos vinculados a la singularidad de su “experimentación”, que lo distingue del “grupo trans”, del “grupo de los gender hackers”, pero también de sus otrxs amigxs. “Los unos porque me voy a volver un hombre entre los hombres […], los otros por tomar testosterona fuera de un protocolo médico, por no querer tomar testosterona para volverme un hombre […] por darle mala prensa a la testosterona ahora que la legislación comenzaba a integrar a los transexuales” (47). Se trata, por tanto, de un sujeto aislado e incomprendido, en tensión entre varias estrategias políticas. Sin embargo, más adelante, reconoce que esta experimentación es un “lujo político” (52), dadas sus privilegiadas condiciones de vida. El carácter militante de su gesto se revela en contraste con aquellos para quienes es lo contrario, una necesidad. Así, en medio de esas contradicciones, debe definir su propio camino, solo, y la escritura parece ser un refugio además de un medio de lucha: “La escritura es el lugar en el que habita mi adicción secreta y, al mismo tiempo, el escenario en el que mi adicción sella un pacto con la multitud” (48). De hecho, el proceso de la escritura como arma política es obvio en el resto del capítulo “ChuTe”. En esta parte, más cercana al ensayo, Preciado opone dos discursos escritos, radicalmente diferentes en su dimensión política. Es un diálogo entre el prospecto del Testogel, “manual de micro-fascismo” y su análisis, por la persona que se desvía de las normas y prescripción – él. Deconstruye así los supuestos en los que se basa el “buen” uso del producto. La utilización por un “hombre”, la heterosexualidad de la pareja, pero también criterios normativos diferentes: la identificación como “hombre” o “mujer”, el prejuicio de la supuesta “deficiencia”… Esta deconstrucción se realiza en primer lugar a través de una multiplicidad de preguntas, que pueden dirigirse tanto a la industria farmacéutica, como a los médicos y a la sociedad en general, ya que el objetivo es demostrar la construcción social y erróneamente “científica” de estas definiciones. A ello añade su experiencia personal, que también se opone al discurso académico e institucional dominante. En este enfoque, surge una dimensión insuperable. Al mismo tiempo, la necesidad de conocer y comprender al “enemigo” para poder combatirlo mejor. Pero también la necesidad de tranquilizarse ante los cambios efectivos y moleculares que se van a producir en sí mismo. Así, las dos primeras divisiones de este capítulo sintetizan gran parte de la perspectiva de Preciado. Presenta su acción como una “experimentación”, tanto corporal como literaria, –como subraya la cita inaugural de Hervé Guibert[2]– que le aísla de sus grupos comunitarios al mismo tiempo que construye, para él y para ellos, un discurso político, un ejemplo, un testimonio, un precedente.