¿De qué modo hablar del feminicidio en la literatura? “Perras” (2014) es un cuento del escritor cubano Jorge Enrique Lage que propone una respuesta a esta pregunta. El tema central del relato es la desaparición y la vida de una mujer trans. El cuento está construido bajo dos hilos narrativos que se van intercalando a manera de saltos temporales perfectamente diferenciados mediante cambios de párrafo y que al final se unifican en una sola trama.
La primera narración consiste en un hombre platicando con una mujer trans tatuada, Amy Winehouse, quien se encuentra internada en una unidad de rehabilitación para personas con problemas de drogas. Ella le cuenta a este hombre cómo se va involucrando en un mercado ilícito, tanto de la droga, como de su cuerpo y el proceso que atravesó, desde el travestismo hacia la transexualidad. La narración culmina cuando sus agresores le tatúan en el cuerpo completo las siglas de la Policía Nacional Revolucionaria (PNR), admiten haberse excedido por esta medida y acuerdan que ese día la dejarán libre y le darán dinero para huir a Estados Unidos.
En la segunda narración y a petición de la madre de la víctima, un escritor, que participa en el relato como investigador y es el hombre con quien Amy platicó antes de salir de su rehabilitación, trata de encontrar a la mujer trans, pues ella está desaparecida y él fue el último que la vio en la unidad. Acompañado de un amigo suyo (“El Autista)”, el escritor-investigador enfrenta diversas dificultades y, en el camino, descubre que hubo dos miembros de la policía que la involucraron en el narcotráfico y la explotación sexual. También descubre que la destazaron y con sus restos alimentaban a su perro —que en realidad era una perra, pero sus dueños parecían ignorarlo—.
La propuesta de Jorge Enrique Lage en su cuento “Perras” está vinculada con tres subgéneros policiales: el policial clásico, el policial cubano (aunque éste se modifica a partir del sistema socialista) y el policial negro. Sin embargo, los ensamblajes de estos géneros tienen una historicidad y una relación estrechamente política que no se pueden desatender, especialmente en Cuba, pero también dentro del tiempo diegético en el que transcurre la narración.
Es necesario recordar que, a partir de la Revolución Cubana, se generó un sistema editorial cuyas bases fueron estrictamente políticas. En principio, el discurso Las palabras a los intelectuales de Fidel Castro genera las pautas que determinaron cuáles serían las formas-y-fondos literarios permitidos dentro del régimen revolucionario; además, la centralización de la producción artística desde el Estado, tanto del mundo editorial como en las cuestiones de propiedad intelectual, terminarían por definir la muy vertical política cultural castrista. Esto confirma los planteamientos que Walter Benjamin sostiene en El narrador como productor, al afirmar que los creadores literarios no escriben desde una esfera de autonomía, sino que trabajan, condicionados, al servicio de determinados intereses de clase (2004, 20-21) o, en el caso cubano, del Estado. Así, el periodo revolucionario en Cuba gestó tanto la tendencia como la calidad de la obra artística mediante un paradigma literario muy influido por el soviético (el real socialista), condicionado por el Estado y que estuvo vigente hasta 1990 aproximadamente, impulsado por la institucionalidad del momento; esto es importante para entender que la “tendencia política” de las obras adquiere sentido en la medida en que se vuelve “tendencia literaria” (Benjamin, 22).
Puede decirse que el género policial del periodo revolucionario está vinculado con este realismo socialista, el cual exige del arte una descripción sintética del nuevo orden social y su propagación (Mukarovsky, 25). Entonces, si el género clásico responde a una ideología burguesa (el crimen atenta contra la propiedad privada, el detective es privado y encarna una psique similar a la del criminal), en el policial revolucionario cubano de las décadas de mediados de los setenta y sobre todo de los ochenta del siglo pasado, el crimen atenta contra la propiedad pública o estatal y contra la ideología revolucionaria (el detective corresponde a uno o diversos agentes o policías del Estado, los cuales figuran ya no como espejos, sino como opuestos totales respecto al criminal). Esto puede observarse en obras paradigmáticas como la novela No es tiempo de ceremonias (1974) de Rodolfo Pérez Valero.
Sin embargo, en “Perras”, Jorge Enrique Lage utiliza el género policial clásico y el negro para distanciarse de la generación anterior inmediata y respecto al canon policial revolucionario, incluso negando ser un escritor realista (Molina 2017). En el relato, la voluntad escéptica le permite usar aquellos géneros para cuestionar el papel de un Estado confiable:
―Quisiera hablar con dos patrulleros, pero no tengo el número del carro.
―¿Sabe sus nombres?
Dudé. Los nombres que tenía seguramente eran falsos. (Lage, 69)
La satirización del género policial revolucionario se observa de igual modo, en la trama del cuento, cuando es la misma policía la que llega a inculpar a quienes quieren acceder a la verdad y a la justicia, en este caso escritor/investigador:
―Claro. Pero le voy a pedir que me ponga esas mismas palabras por escrito. Me extraña que no lo haya hecho ya, para ser sincero. Ustedes los periodistas independientes… […] [Lo que hace] Tiene que ver con escribir cosas contrarrevolucionarias. ¿No es cierto? (Lage, 82)
Como suele suceder, cuando se modifican las condiciones de la producción cultural, la literatura cambia. No es de extrañarse que, desde la apertura de las casas editoriales cubanas al sector privado, el género también se modifique hacia 1990, involucrando entonces no sólo el género clásico, sino también el género policial negro, el cual se había puesto de moda en el resto del mundo, especialmente en Estados Unidos, como producto de la Primera Guerra Mundial, el auge de las mafias y las crisis económica y social.
En este sentido, el ámbito de lo estético evoluciona como un todo y además está en relación permanente con aquellos sectores de la realidad que en un momento dado no son en absoluto portadores de la función estética. (Cfr. Mukarovsky, 25) Esto es relevante en tanto que si el orden político no repercute de manera directa en los creadores como fue con el discurso de Castro dirigido a los intelectuales, la apertura de la producción hacia sectores no estatales abrió las posibilidades creativas del artista, modificó la función estética del género y planteó una ruptura del canon con las nuevas generaciones de escritores cubanos al acercarse el gremio internacional perteneciente a la tradición del género policial norteamericana.
Cabe agregar que el valor estético, al menos para Mukarovsky, está estabilizado por la norma, la cual debe ser aplicada a cada caso en concreto que entra en su dominio y el individuo, en este caso el escritor, puede estar en desacuerdo con ella, incluso cambiarla, sin embargo, no puede negar que existe. (Cfr. Mukarovsky, 32) Dicho esto, el desacuerdo de Jorge Enrique Lage con la generación anterior parte, en principio, de la negación de los agentes del estado como restauradores del orden, inclusive de los géneros policial clásico y negro sobre el detective privado, pues en el cuento la policía le pregunta al “detective” si es periodista, pero él lo niega y dice que es un escritor que quiere relatar algo basado en hechos reales como la desaparición de Amy. En realidad tampoco sabemos si es un escritor o un investigador, ya que él también estaba en la unidad donde Amy estaba internada y, en el cierre del cuento, da la sensación de que la narración es producto de su imaginación.
La apropiación de las tradiciones en Lage se debe al uso de las temporalidades narrativas en su cuento, debido a que el autor enmarca temáticas propias del género clásico y del negro para deslindarse del cubano revolucionario. Si el género clásico habla de dos historias, el crimen como un suceso desconocido y el proceso de investigación para su descubrimiento, esto es útil para que el lector y el narrador tomen conciencia de los hechos y el crimen, los cuales se develan al final y cuya temporalidad es la retrospección. El género policial negro, en cambio, funde ambas historias u omite la primera y suele partir de la prospección, cuyo crimen es el reflejo de la realidad, el narrador y el lector según la investigación, pero pocas veces se resuelve el crimen, al contrario, la trama lo encierra dentro de un círculo de violencia sistemática.
En este sentido, el género clásico aparece en “Perras” como un relato resuelto en el diálogo que el escritor tiene con Amy Winehouse: ella es la que, en el pasado, da los indicios de quiénes son los que cometen un crimen contra su cuerpo, el detective no sale a investigar y el autor le presenta al lector aquellas claves de los perpetradores futuros y ofrece la antesala del crimen más grave (el transfeminicidio de Amy Winehouse) conforme avanza el relato en este pacto de lectura. Hay una retrospección total.
Esto es importante e innovador, ya que, en cualquier tipo de género policial, el personaje que tiene el foco principal suele ser el investigador o el criminal, pero quien figura en esta narración (diálogo entre el escritor y Amy) es la propia víctima que sufrirá el crimen y que luego pasa a un segundo plano en la segunda narración que se intercala. Aunque si bien es cierto que el uso de los diálogos en el género negro es común, se emplean para conocer la psique de los personajes; aquí el fin no es conocer la de Amy Winehouse, sino la historia de los perpetradores, pues el testimonio de ella sienta las bases narrativas para conocer las causas de su desaparición y motores de su asesinato.
Por otro lado, el género negro en el segundo hilo narrativo nos muestra un investigador que es obligado a salir en busca de la mujer; el crimen no se resuelve y continuamente da cuenta de la corrupción y una espiral de la violencia en Cuba, mismas que caracterizan a toda la región latinoamericana. Por ejemplo, la revictimización de la mujer trans desaparecida y de su familia que trata de acceder a la justicia:
“Estoy desesperada. Hoy volví a la unidad, pregunté, hablé con otros oficiales, hablé con superiores, todos me dijeron que no me preocupara, que mi niño ya era un adulto responsable” (Lage, 64), dice la madre cuando no le responden en ninguna institución cuál es el paradero de Amy Winehouse; y a la misma Amy se refieren como alguien que se buscaba alguna agresión o un crimen si llegase a haber alguno, como si fuera otro cuerpo que no importa y donde la violencia feminicida y la transfobia están normalizadas: “Mira, yo no tengo prejuicios con los travestis, Algunos son personas decentes, trabajan en shows y esas cosas. Pero éste se veía que era problemático. Lleno de tatuajes y con pinta de tremendo delincuente…” (Lage, 72). “Siempre es lo mismo en este país. Tú, yo y una mujer muerta” (Lage, 67).