Portada Esta herida llena de peces

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Viajes sin retorno: maternidad y violencia en Esta herida llena de peces

Lorena Salazar Masso. Esta herida llena de peces. Madrid: Tránsito, 2020.

La escritora colombiana Lorena Salazar Masso (Medellín, 1991) debutó como novelista con Esta herida llena de peces, originalmente concebida como trabajo final para el máster de narrativa que estudiaba en la Escuela de Escritores de Madrid. La novela fue publicada al mismo tiempo en Colombia, con Angosta Editores, y en España, con Tránsito Editorial, y se ha convertido en un éxito comercial. 

Esta herida llena de peces está situada en el chocó colombiano, uno de los departamentos más afectados por el conflicto armado interno que data de 1960. El río es un lugar esencial en la novela, el río es una herida llena de peces. En sus profundidades hay personas asesinadas a quienes sus familiares no encuentran. En sus orillas “hombres con pañuelos rojos amarrados al cuello” (Salazar 50) acechan en silencio y enrarecen el ambiente. Hombres no identificados que pueden pertenecer a cualquier bando enfrentado. Su anonimato intencional recuerda al de Los ejércitos, de Evelio Rosero. En las tierras que bordean el río, las familias viven entre amenazas de leva, sonidos de balas y desplazamientos forzados.  

Vista área del río Atrato. Fotografía de Carlos Montañez, tomada de www.semana.com

Los personajes principales son tres: dos madres y un hijo, dos madres del mismo hijo. Una de ellas viaja con el niño en lancha por el caudaloso río Atrato, de Quibdó a Bellavista. Y en ese recorrido reflexiona sobre lo que significa ser madre, sobre quién puede ser considerada una madre, en especial en casos como el suyo. Ella es blanca, el niño es negro: “No me nació a mí, pero soy su mamá” (Salazar 14).  

La madre blanca le cuenta a una pasajera, que va en el mismo bote, su infancia, sus recuerdos y cómo el pequeño llegó a su vida. Conforme avanza la historia, se va develando el misterio de ese viaje y la identidad de la madre biológica, la madre negra, la madre que abandonó a su hijo. Un día cualquiera, cuando la madre blanca vivía en Quibdó y estaba ahorrando para hacer estudios universitarios, su vida se trastoca: “Gina, una mujer que había sido vecina mía en Bellavista, tocó la puerta y se entró a mi casa llorando con un bebé en brazos. Lo acostó en mi cama, dijo que no podía cuidarlo, que ya tenía tres y no le alcanzaba la comida. Me dejó al niño envuelto en una manta amarilla” (Salazar 38).

En contextos de guerra, muchas mujeres padecen violaciones a sus derechos humanos sexuales y reproductivos, muchas maternidades se ven afectadas, ya sea por esterilizaciones forzadas, embarazos no deseados, abortos forzados, robo o abandono de infantes. Esto último es lo que decide hacer Gina, la madre negra. No es raro que, en situaciones de extrema violencia y precariedad, las madres prefieran dejar a sus hijos en manos que consideran seguras –o incluso que cometan filicidio– con tal de que sus hijos no sean llevados a la guerra o sean secuestrados por algún grupo armado.  

La nueva madre no decide serlo, pero tampoco es capaz de dejar abandonado a ese niño. No era rica, trabajaba con las manos, enmarcando cuadros, pero tenía más que la madre negra. A punto de trabajo y sacrificios mantuvo a ese niño negro, que sentía como suyo, sano y salvo. Lo cuida como si lo hubiera parido: “Una madre es algo que duele. Es herida y cicatriz. Para un niño, una mamá es la persona que pregunta si quiere leche en el chocolate, la que regaña cuando camina descalzo por la casa, la que prueba la sopa primero, se quema la lengua y espera que enfríe un poco. Una madre es la persona que está” (Salazar 21). Ella fue la persona que estuvo día y noche al lado de ese niño alimentándolo, arropándolo y velando porque tuviera educación y alegría, inventado juegos todos los días. Aunque no fue su decisión ser madre, aceptó al niño como si fuera su destino cuidarlo.

Lorena Salazar Masso. Fotografía de Carlos Valencia. Tomada de www.editorialtransito.es

La madre blanca nunca le miente, desde los cuatro años el niño sabe la verdad, desde que le preguntó por primera vez por qué él era negro y ella, blanca: “Eres negro y yo blanca porque tienes dos mamás; una es la mujer negra que te llevó en su barriga nueve meses y te trajo al mundo. La otra soy yo, que te he cuidado todos los días desde que eras un bebé” (Salazar 22). A veces se siente en desventaja por no haberlo gestado, como si no fuera una madre de verdad. Por eso continuamente reflexiona sobre qué hace que una mujer sea considerada una madre, qué debe hacer una mujer con un niño a su cargo para ser una madre completa. Ella cree que una madre real siempre sabe qué hacer, cómo reaccionar, pero esto es un ideal imposible, ser madre es sentir un miedo constante (a que les pase algo a los hijos, a perderlos, a no ser buenas). Finalmente, la protagonista concluye que no se es menos madre por no haberlo “llevado dentro”. Ella aprendió a ser madre día tras día, construyendo una relación con ese niño paciente y amorosamente, narrando y descubriendo el mundo juntos. Ella lo sabe, espera que el niño también.

En el presente de la narración todo es doloroso, la madre blanca viaja con su hijo a Bellavista “porque la mamá biológica quiere ver a mi niño […] Quiere mirarlo a los ojos, tocarle una oreja, besarlo en la frente, quizá revisar si está sano, si lo he cuidado bien” (Salazar 78). Una madre ausente, que dejó a su hijo en manos de una desconocida, decide, de pronto, que quiere volver a verlo. Y la madre que lo ha cuidado no puede negarse, aunque la paralice el miedo de pensar que podría quitárselo. Entre ellas no hubo acuerdos legales, solamente un pacto tácito. 

Los hijos no le pertenecen a nadie, no son de sus madres. Cuesta aceptarlo, pero en el fondo la protagonista sabe que todas las madres son cuidadoras temporales: “cuando el niño crezca y agarre calle, no se acordará de lo que vos hiciste para que pudiera oír los pájaros” (Salazar 124) le dice la compañera de lancha. Aceptar eso explica mucho de una relación materno filial, ella debe decidir entre ser una madre que deja ir a su hijo o una madre que lo aprisiona. A pesar del terror que siente al acercarse a la casa de la madre biológica, se tranquiliza a sí misma: “Yo soy la mamá: yo le canté. Le di de comer, le limpié los oídos. También le enseñé a ser un buen niño. Quizás lo único que he hecho todo este tiempo es prepararlo para que perdone a su madre” (Salazar 125). Solo al final del trayecto por el río el niño sabe el motivo del viaje: iban a ver a su otra mamá porque quiere conocerlo. Y él, indiferente, no sabe qué pensar. 

El reencuentro no es ni frío ni dulce, parece algo natural. Gina le pide perdón al niño y a ella por no mandar dinero, por no haber estado en contacto. Y le cuenta su propia historia marcada por la cercanía de la guerra. No estaban tan lejos, pero parece que viven en mundos completamente distintos. Gina ha perdido a sus otros hijos por la violencia o por enfermedades que no pudieron tratarse a tiempo. En medio de aquella selva, la travesía por el río con una persona enferma también es una sentencia de muerte. 

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La madre blanca comprueba que Gina no es mala quería imaginarla así para que fuera fácil pelearle al niño sino que sus circunstancias (pobreza, precariedad y violencia) la orillaron a deshacerse de su hijo. En ese viaje sin retorno, el lazo entre ellas se ensancha, hay una sensación de acompañamiento y sororidad, una idea de comunidad, de crianza en colectivo. Junto al niño, los tres forman una familia atípica: un niño con dos madres resulta en “un parentesco sin nombre” (Salazar 144), algo que no se nombra pero que sí existe.  

En Esta herida llena de peces las acciones son pocas y la temporalidad es corta. Todo está marcado por el ambiente, por el calor, por el río, por la selva y por la violencia que está presente sin decirse explícitamente. La autora es muy sutil, apenas sugiere, por lo que los/as lectores/as deben poner atención a todos los detalles. La primera novela de Lorena Salazar Masso narra, de manera emotiva y entrañable, una historia sobre maternidades en un contexto de violencia con ríos como heridas, muertos como peces y niños como pájaros.

Acerca de la autora

Brenda Morales Muñoz

Licenciada, maestra y doctora en Estudios Latinoamericanos (área de literatura) por la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México. Realizó…

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