Ficciones liminales. Narrativa mexicana de inicios del siglo XXI. Héctor Fernando Vizcarra y Armando Octavio Velázquez Soto (edits.). México: UNAM-IIFL-CEL (Ediciones especiales 121), 2021: 254 pp.
El presente libro, que consta de ocho indispensables capítulos, es el resultado de la mirada que sus autores extienden por la literatura mexicana actual, y del intento por responder a las preguntas de “¿Cómo narrar el México contemporáneo?” y “¿En qué sentido, tanto ético como mercantil, las obras dialogan con esa realidad?”. Los artículos, agrupados en tres secciones: “Narrativas en tránsito”, “Poéticas de la violencia”, “Géneros narrativos e instancia editorial”, son producto de la reflexión sobre nuestro presente literario, que, aunque diverso y multifacético, puede caracterizarse desde ángulos muy definidos. Entre sus páginas, nos encontramos entrecruces de variados temas que rodean y constituyen a la literatura, como la migración, la violencia, la globalización, el mercado, la subjetividad, lo autoficcional, la temporalidad, el humor, lo metaficcional, la ironía, el trabajo editorial, entre otros; así como una multiplicidad de géneros literarios y discursivos: novela histórica, novela de la Revolución, literatura fantástica, narrativa policial, sólo por mencionar algunos. A continuación, se ofrece una aproximación a los contenidos y perspectivas teóricas de cada artículo.
El trabajo que inaugura el apartado de “Narrativas en tránsito” se titula “Territorios de la lengua: la escritura entre mundos de Valeria Luiselli”, donde Armando Octavio Velázquez Soto nos entrega una nutrida contextualización y reflexión sobre Los ingrávidos. Con un ilustrativo aparato teórico, que integra autores y categorías como Antonio Cornejo Polar y el “sujeto migrante”, Gisela Heffes y la “poética del dislocamiento”, Josefina Ludmer y los “relatos de migración”, Velázquez Soto problematiza la figura del autor y las literaturas que surgen de los procesos migratorios. El sujeto migrante, cuyas razones para salir son variadas (en el caso de los autores de literatura creativa muchas veces es por las posibilidades de profesionalización que ofrece el extranjero), es por naturaleza un individuo de identidad dislocada, “construida entre dos espacios: el que se deja y al que se llega”. La situación del sujeto migrante le da oportunidad de alimentarse de dos mundos, de participar de dos códigos, de utilizar dos lenguas, todo lo cual se ve reflejado tanto temática como formalmente en la literatura que produce. Se destaca el hecho de que, en estos autores, la experiencia de desplazamiento es motivo de representación literaria, de ahí que sus obras se caractericen por tener como motivos el viaje, la memoria, la identidad, la narración autodiegética, la indeterminación genérica, los rasgos meta y autoficcionales, todos los cuales son comentados en mayor o menor medida en el trabajo. Finalmente, después de hacer un breve recorrido por la obra de Valeria Luiselli, desde Papeles falsos (2010), La historia de mis dientes (2013), Los niños perdidos (un ensayo en cuarenta preguntas) (2016), hasta Lost Children Archive (traducida como Desierto sonoro) (2019), se aterriza la teoría del sujeto migrante en Los ingrávidos, de la que, además de evidenciar su fragmentariedad, su imbricación genérica y la difuminación de los lindes entre realidad y ficción (rasgos que comparte con las otras obras), Velázquez Soto realiza una interpretación a partir de la noción de “espectro” de Jacques Derrida, llegando a la propuesta de lectura de que los protagonistas, la narradora y Owen, pueden ser entendidos como “los espectros de una historia de migrantes latinoamericanos en Estados Unidos”.
En “Narrar el dolor: la escritura cautiva en El jardín devastado de Jorge Volpi”, Edivaldo González Ramírez, en el marco de producciones culturales y narrativas sobre la guerra y el terrorismo surgidas de los atentados a EUA en 2001, plantea la muy pertinente interrogante de si es posible escribir el dolor ajeno. En El jardín devastado, esta pregunta surge desde la mirada del propio narrador (también migrante), cuya labor de escritura cuestiona dos lugares de enunciación muy específicos: la academia amurallada y elitista, con sus frecuentes desconexiones y aislamientos del seno de la vida social (tema con anclaje teórico en Pierre Bourdieu), y los medios de comunicación (vistos desde la mirada de Judith Butler, Ileana Diéguez y Néstor García Canclini), cuyas dinámicas de consumo y de mercado transforman la violencia y el dolor en un espectáculo que el espectador recibe gustoso. Para González Ramírez, la novela caracteriza a la academia y a los medios de comunicación como prisiones de la escritura, “donde todas las voces son absorbidas para compartir un mismo lugar en el consumo de bienes”. Ya sea porque la soberbia del yo imposibilita el acceso a la alteridad, ya sea por la asimilación que los medios y el mercado hacen de los discursos contestatarios, parece que el dolor ajeno es inenarrable. Desde la consideración del autor, esta dificultad se ve exacerbada por la pertenencia del narrador a lo que Zygmunt Bauman teoriza como el poder global, la modernidad y el amor líquidos, dimensiones que contribuyen con la formación de “una sociedad de seres solitarios y egoístas”. Sin embargo, en el cierre del trabajo, que aborda a Laila, personaje de ficción creado por el narrador en su intento de representar el dolor, se afirma que “la escritura [sí es capaz de abrirse] paso como una forma de dar sentido a la perdida”, pues con ella se puede narrar, desde lo subjetivo, una experiencia colectiva, un dolor mutuo.
“Presentes ausentes y ausencias presentes: subjetividades y temporalidades intrincadas en Memorias de un hombre nuevo, Los perros descalzos y Conjunto vacío”, de Ivonne Sánchez Becerril, es el tercer y último capítulo del primer apartado. En él, Sánchez Becerril nos ofrece el análisis de tres novelas a partir del concepto de “temporalidades intrincadas” (entangled temporalities), propuesto en un nivel sociológico por Achille Mbembe y desarrollado en el terreno del análisis literario por Sara Nutall. Bajo el cobijo de dicha noción, se comentan a detalle tres obras, publicadas en 2015, Memorias de un hombre nuevo, de Daniel Espartaco Sánchez, Los perros descalzos, de Antonio Ruiz-Camacho, y Conjunto vacío, de Verónica Gerber Bicecci. El concepto de temporalidades intrincadas le permite a la autora “dilucidar los regímenes de subjetividad de los protagonistas de los tres libros, postulando y analizando cómo en estos la experiencia del presente se ve determinantemente suplementada por la presencia avasalladora de un pasado problemático”. Subjetividad, temporalidad, existencia y experiencia, atravesados de constantes procesos migratorios, de un estado de crisis, y de una aglutinación de presentes, son los fenómenos que se rastrean los personajes o “sujetos literarios” de estas novelas. Desde esta concepción, el presente se entiende como experiencia de la mixtura de tiempos ausentes: recordar el pasado e imaginar el futuro. En Memorias de un hombre nuevo, se evidencian los entrecruces, desajustes y dislocamientos temporales de David y Emiliano, personajes entrelazados con el presente y el pasado de la ficticia y desaparecida Ruritania socialista, y de un México capitalista. En Los perros descalzos, se analiza el estado de “saturación de presente del tiempo vivido dominada por el horror [y el terror] experimentado” al que arriban los hijos y nietos de la familia Arteaga después del secuestro y asesinato del padre y abuelo, José Victoriano Arteaga; la familia sufre el tránsito de una sensación de protección (dada por un estatuto social y económico) a un estado de vulnerabilidad. En Conjunto vacío, se observan no sólo los entrecruces de diversos regímenes temporales, sino la conciencia y reflexión que la narradora hace sobre su propia “intrincación temporal-subjetiva”, resultado de una maraña de fragmentos que coexisten en desorden.
El apartado de “Poéticas de la violencia” inicia con el artículo de Danaé Torres de la Rosa, “La casa del dolor ajeno de Julián Herbert: la nueva novela histórica de la Revolución mexicana y la reflexión sobre la historia oficial”. De la mano de pensadores como Hayden White o Fernando Aínsa, Torres de la Rosa nos entrega una pesquisa en distintos niveles sobre La casa del dolor ajeno (2015). Por un lado, la autora recuerda que, aunque la novela de la Revolución mexicana tuvo un momento de auge a comienzos del siglo XX, el género como tal sigue vigente: la obra de Herbert es prueba de ello. No obstante, el género clásico se renueva en el siglo XXI a partir de lo que se conoce como la “nueva novela histórica”, cuyo carácter autorreflexivo e intergenérico le permite denunciar con mucha eficacia las versiones oficiales de la historia. En La casa del dolor ajeno, clara representante de la veta de crítica social que distingue a la novela de la Revolución, se cuestionan los “mecanismos de interpretación y aceptación histórica”, evidenciando, así, el proceso de construcción de la “verdad”. “En una sociedad como la mexicana la verdad es una utopía”, afirma la autora. El motivo de la novela de Herbert, la matanza de tresceintos chinos a comienzos del siglo XX en Torreón, realizada por lugareños y tropas villistas, funciona como símbolo para pensar que “la sociedad mexicana nació de una lucha racial, se formó en la desigualdad y ha hecho suya la violencia y la barbarie”. La casa del dolor ajeno es la búsqueda de una verdad ocultada por la localidad, pero también el rastreo del surgimiento de la sinofobia en México. En este escenario, Torres de la Rosa pregunta “¿Cuál es el fin de una Novela histórica en nuestros tiempos?”, a lo cual parece responder que, con su ponderación de ciertos mecanismos metahistoriográficos, que ponen en tensión a la propia disciplina, es posible generar distancia crítica y conciencia histórica.
La siguiente contribución, de Diana Sofía Sánchez Hernández, lleva como título “De la temática del narco a la búsqueda de una poética del humor: acercamiento a la narrativa de Juan Pablo Villalobos”. Para conseguir el cometido que el título anuncia, Sánchez Hernández hace un recorrido por cuatro novelas del autor jalisciense, con una base teórica que abarca temas como el humor, la comicidad y la ironía, desde los postulados de autores como Jonathan Pollock, Jorge Portilla y Henri Bergson. Para la autora, gracias a su estilo humorístico e irreverente, desde la primera novela, Fiesta en la madriguera (2010), se reflejan ya los recursos que acompañarán la estética del autor en sus siguientes entregas: el humor, la vida íntima familiar, la violencia, la metaficción y la reflexión sobre la literatura misma, todo ello en tramas movidas por el azar y la casualidad. A pesar de que en cada análisis la exploración temática y formal es vasta, hay algunos aspectos sobresalientes en cada aproximación, sobre todo de la tres primeras novelas, que forman, de hecho, una trilogía. Fiesta en la madriguera se estudia, principalmente, como un relato del narcotráfico y una novela de aprendizaje, en una atmósfera mítica y ancestral prehispánica. En el caso de Si viviéramos en un lugar normal (2012), se destacan múltiples posibilidades de acercamiento crítico: las reflexiones centradas en el lenguaje “vulgar” e “incorrecto”; el juego con el exotismo y la extravagancia de los nombres propios; la comicidad en “el sistema de valores y el mundo de los afectos”, la “dispersión y exageración hasta la caricatura”; entre muchas otras más. En cuanto a Te vendo un perro (2012), la última novela de la trilogía, se describe como una condensación de “las reflexiones sobre los límites y posibilidades del universo ficcional en tono bufonesco y humor negro”, en la que “la metaficción se torna objeto de burla, lo mismo que las reflexiones sobre la teoría literaria”. En No voy a pedirle a nadie que me crea (2016), se destaca la parodia de la autoficción, que rompe por completo con el pacto de lectura de dicho género, pone a prueba los límites de lo absurdo y de la distancia irónica, y relativiza la verdad del universo ficcional.
El último apartado, “Géneros narrativos e instancia editorial”, comienza con los “Apuntes para una clasificación critica de lo fantástico mexicano: un enfoque hermenéutico”, de Alejandra G. Amatto Cuña. El artículo está dividido en dos partes teóricas que discuten con la tradición crítica de la literatura fantástica en México. En la primera mitad, Amatto Cuña retoma a autores como Renato Prada Oropeza, Rafael Olea Franco y Paul Ricoeur para repensar la relación entre la dimensión de lo “fantástico” frente a lo “real”. La autora parte de la idea de que “la literatura fantástica es uno de los géneros que más necesita del encumbrado concepto de “realidad” (literaria) porque su finalidad es precisamente desarticular ese principio, romper subversivamente con él”. Al pensar que la realidad es, en primera instancia, un concepto, y que, como tal, varía cultural e históricamente, puede afirmarse que la literatura fantástica no desarticula la realidad, sino “el paradigma de realidad de cada lector o, dicho de otro modo, cada uno de los esquemas formales en los que se organiza su realidad”. Desde esta perspectiva, el “mundo del texto” produce una confrontación activa con el “mundo real”, que deviene en cierta crisis de la noción de realidad. Atendiendo a esta discusión, en la segunda parte, Amatto Cuña ensaya, según sus palabras, una “breve” y “parcial” historiografía literaria de la crítica mexicana reciente, partiendo de la vía que abren autores como Bernardo Esquinca y Vicente Quirarte, que va del fantástico tradicional al fantástico más actual e innovador. El repaso teórico aborda la construcción e inicio de la tradición del género en el siglo XIX, en el que revisa a utores como Marisol Nava, Fortino Corral Rodríguez, Rafael Olea Franco e Isabel Quiñones, pasando a “la riqueza estética y temática que el género fantástico logra cultivar” a mediados del siglo XX, donde resultan relevantes los aportes de Ana María Morales, llegando a autores que “llevan la problematización del género […] a terrenos más olvidados y […] a senderos más actuales”, como Magali Velasco, Omar Nieto, Samuel Gordon.
También en el terreno de las investigaciones de género, Héctor Fernando Vizcarra presenta “La construcción discursiva del libro de cuentos colectivo: el género negro en la segunda década del siglo XXI”. El capítulo problematiza la construcción editorial de las antologías y los libros colectivos de cuentos, partiendo de la premisa de que “todo intento de selección implica un trasfondo” y una “legitimación” ideológicos, comerciales, crítico-estéticos o pedagógicos, que, a la larga, tiene impacto en “la composición de cánones nacionales y regionales”. En este proceso, las antologías y libros colectivos “están caracterizados por un aura de legitimación y de valoración intrínseca”, ya que “las instancias antologadoras”, a saber, editores, profesores, críticos, editoriales, etc., se revelan como las autoridades para determinar qué merece ser y no ser leído. Bajo esta perspectiva, Vizcarra se acerca al fenómeno en el terreno del género policial y sus trasformaciones, poniendo especial atención al llamado “neopolicial” mexicano. El trabajo aborda antologías y libros colectivos publicados en México desde los años 50 del siglo XX, pero su análisis se concentra en tres muy específicos del siglo XXI: Negras intenciones. Antología del género negro (2010), compilada por Rodolfo J. M.; México negro y querido. Once relatos policiacos en el corazón de México (2011), de Paco Ignacio Taibo II; y México noir. Antología de relato criminal (2016), de Iván Farias. El recorrido crítico busca esclarecer los criterios antologantes (“tipo de iniciativa, tipo de realización, criterio de selección, los textos seleccionados, los autores, los aportes antológicos y el periodo que comprenden los textos”), para, a continuación, discutir las nomenclaturas y los paratextos (como vínculos entre el editor y el receptor), y las diversas conceptualizaciones que rondan la narrativa con temática de crímenes, como lo policial, lo negro, lo hardboiled, lo neopolicial, entre otros. Con un ojo muy crítico, Vizcarra explica que este tipo de antologías hacen “pensar en la voluntad por ganarse un lugar en una zona específica del campo literario mexicano, aquella que obtiene recursos para organizar festivales, gestiona encuentros con escritores, sanciona lo que es noir en México en el siglo XXI”. Capital cultural, mecanismos de legitimación mutua y autolegitimación, son fenómenos constitutivos de las antologías actuales.
El libro cierra con el texto “Sobre la edición independiente en México”, de Patricia Salinas Pérez, que consiste en una aguda interrogante acerca de qué debemos entender cuando se habla de “editoriales independientes”. A pesar de que es difícil dar una definición absoluta de esta noción, ya que bajo ella se agrupan muy disímiles propuestas y proyectos de edición, puede pensarse en la editorial independiente como una oposición o resistencia frente los grandes consorcios transnacionales, cuyas lógicas de producción y comercialización masiva “han transformado drásticamente”, en tan sólo unas décadas, “la estructura del mercado del libro”. En cierto contexto, las ediciones independientes pueden entenderse como sinónimos de prestigio, calidad estética, tendencia a la producción artesanal y apuesta al valor simbólico, pero lo cierto es que su definición radica, en gran medida, en “valorar y asumir unas políticas editoriales por encima de otras”. Es, siguiendo a Pierre Bourdieu, una “toma de posición”, que implica “las posturas críticas que sus editores detentan frente a un estado del funcionamiento del campo literario”. Salinas Pérez destaca cinco aspectos en los que, por estas tomas de posición, las editoriales independientes pueden distinguirse de las multinacionales. La línea editorial: “lo que un editor considera bueno o de calidad, según cierta idea de la literatura o preferencias por algunos temas, géneros, estéticas o autores”. El tamaño: en el que las independientes son más pequeñas en comparación con las multinacionales, especialmente si se tienen en cuenta las diferencias en infraestructura, personal, tiraje… El diseño del libro: donde las independientes suelen prestar especial atención al diseño material de los libros, o tienden a interrogarse qué es un libro y cuáles son las posibilidades de su forma. La distribución: es decir, los convenios para la venta y exhibición en librerías, o algunos mecanismos que se emplean para para sostener los costos de producción (coediciones, venta directa, liberación de textos, etc.). Su relación con el Estado: la opción por su financiamiento a proyectos de edición, a pesar de las implicaciones que explícita o implícitamente hay de interactuar con un campo de poder como el Estado mexicano.
Llegando al final del recorrido, es preciso afirmar que las autoras y autores del volumen nos entregan investigaciones de fondo, con aparatos críticos muy sólidos e ilustradores análisis. Ficciones liminales. Narrativa mexicana de inicios del siglo XXI se convierte en un referente obligado para reflexionar sobre las producciones literarias más recientes en México. Sus páginas aportan importantes aproximaciones al fenómeno literario y su contexto, y con ello abren toda una gama de posibilidades para futuros estudios.