Imprimir Entrada

El arte de la iluminación en Augusto Higa Oshiro

Higa Oshiro, Augusto. La iluminación de Katzuo Nakamatsu. Perú: Asociación Peruano Japonesa. Fondo Editorial. 2018 [edición digital]  [2008 primera edición].

 

Cercado por los libros y los alumnos que se renuevan incesantemente, el profesor Katzuo Nakamatsu recorre por última vez los pasillos de la facultad, en un estado de levitación, estupor y molestia. Después de haber dedicado sus mejores años a una tarea incesante, fue jubilado sin previo aviso y, con este acto, la burocracia anónima –pero implacable– lo ha desprendido del último lazo que lo mantenía unido a su sociedad, o mejor dicho a una suma de ritos, colectividades y rencores de los que, por otra parte, cada vez ha sentido más ajenos a su vida. La crisis existencial que lo acompaña a partir de ese momento puede pertenecer a una obra de Akira Kurosawa, a Lev Tolstoi o a Mario Vargas Llosa, puesto que, como en el caso de Kanji Watanabe (protagonista de Vivir) o como en el de Santiago Zavala (héroe trágico de Conversación en La catedral), la crisis de Katzuo Nakamatsu va unida a la transformación de la mirada (del ojo que aprecia y regula lo estético) y a la creación de un nuevo proyecto de vida. 

En este sentido, la conciencia de la muerte y lo perecedero en la obra no sólo transforma la belleza en un signo de terror y de amenaza, sino que este contraste (de juventud-vejez, de vida-muerte) otorga a la mirada de Katzuo Nakamatsu un nuevo lente para leer los rastros de su propia vida desdichada y, aún más, le permite regresar a los hechos que no vivió, pero que determinaron cada uno de sus actos.  O, por lo menos, así es como lo quiere mostrar el narrador de la novela, quien es testigo de la locura que embarga a su colega universitario. En este caso, nos encontramos con el primer punto que liga a La iluminación de Katzuo Nakamatsu con las obras mencionadas anteriormente: el tiempo vivido no es más que una suma de metáforas y a la larga un hecho estético que busca ser interpretado. No obstante, la obra de Augusto Higa no tiene la crítica social que se adivina en el descubrimiento de la fealdad por parte de Santiago Zavala, sino que el encuentro con el reino de la muerte y la vejez evidencia una mirada que se formó en otras costas del mundo, en otros paisajes, y que Junichiro Tanizaki expuso en El elogio de la sombra (1933) para caracterizar la particularidad japonesa a partir de su conciencia estética. En este punto es posible establecer una hipótesis que nos ayudará a leer las obras anteriores (principalmente la que se reseña aquí): los acontecimientos vividos condicionan la percepción del mundo, es verdad, pero no es menos cierto que «el hecho estético» es una iluminación que transforma la vida.

En La iluminación de Katzuo Nakamatsu, la crisis existencial conduce a su protagonista, por un lado, a replantearse los lazos con una sociedad a la que siempre se ha sentido ajeno (debido a su ascendencia japonesa); por el otro, a repensar su relación con la herencia cultural que le fue legada. Es decir, la problematización que plantea Augusto Higa sobre la herencia japonesa en Perú se articula del presente hacia el pasado y de lo individual a lo colectivo, puesto que la crisis existencial de Nakamatsu también significa reconocer un pasado y una colectividad que sufrió vejaciones y desprecio por su condición extranjera. En términos generales, la llegada de este pasado se materializa a través de un espíritu que, como una voz adherida a su consciencia o a la locura, va revelando a su receptáculo (y a los lectores) los abusos, las tragedias y los sueños que poblaron las vidas de los inmigrantes japoneses varados en una tierra extraña y hostil. En este punto, encontramos el segundo elemento que nos ayuda a trazar la tradición a la que se inscribe el libro de Higa Oshiro: la voz de la locura es la única autorizada para evidenciar los elementos más violentos y polémicos de una sociedad.

Ante esto, la locura brinda a Nakamatsu la posibilidad de entender la suma de divergencias que formaron a la comunidad japonesa en su país, pues sus contradicciones, miedos y errores establecieron posturas individuales que, con el paso de los días y de la violencia, se volvieron colectivas. Asimismo, la relación de «yo en otros» y «otros en mí» expone que las identidades no sólo se basan en aspectos innatos, sino que se van construyendo a partir de una resistencia y un padecimiento colectivo; es decir, la identidad no sólo se construye desde dentro hacia afuera, sino también desde el exterior. Este argumento se encuentra representado en dos momentos: el primero, cuando se describe la negativa de algunos japoneses de renunciar a su país y a sus ideales, postura que los lleva a un sectarismo deseado y aceptado; el segundo, cuando, después de la Segunda Guerra Mundial, los japoneses en Perú son violentados por las instituciones peruanas, pero también por otras minorías, por ejemplo, la comunidad china en Perú: «Y ellos nos conocían, sabían quiénes éramos, qué escuelas y periódicos teníamos, y el interior de las agrupaciones nuestras, por eso fueron confidentes de las comisiones investigadoras y el servicio de inteligencia americano». La tensión entre estas dos situaciones, acaecidas en momentos diferentes, crea una resistencia que se fortalece con su diferencia, porque manter los ideales y la identidad se revela como una forma de luchar contra el racismo y la discriminación que se vive.

En la novela, la construcción de un monumento que sostenga los ideales a través de un acto performativo se expone en la historia de Etsuko Untén, un inmigrante japonés que no sólo está empeñado en dignificar sus orígenes, sino que está convencido de que, cuando Japón gane la Segunda Guerra Mundial, un barco del emperador vendrá por ellos para salvarlos de una vida miserable. Esperando un barco que no llega, visitando lugares públicos donde se le rechaza y viviendo en la luz cuando la sociedad quiere mantenerlo en la sombra, Etsuko Untén convierte su «estar en el mundo» en un símbolo y posteriormente en un relato que otros pueden contar y actuar en consecuencia.

Ahora bien, para cerrar este breve análisis de La iluminación de Katzuo Nakamatsu regresemos a la la relación que establecí entre el libro y la película de Akira Kurosawa, puesto que en ambas obras, los personajes principales intentan crear un monumento para la colectividad: por un lado, Kanji Watanabe rehabilita un parque para el disfrute de las generaciones futuras, por el otro, Katzuo Nakamatsu intenta escribir un libro que deje constancia de la violencia que sufrieron sus ancestros y las acciones de Etsuko Untén. El acto de perdurar a través de la obra, adquiere aquí un elemento muy cercano al budismo y al temperamento japonés: el arte no preserva al individuo, sino a su colectividad, que finalmente termina borrándolo. Debido a esto, la voluntad de no olvidar no sólo se establece a través de la obra, sino también a través del cuerpo y de los demonios secretos e inmemoriales que lo habitan.

 

Acerca del autor

Edivaldo González Ramírez

Doctorando en el Posgrado de EstudiosLatinoamericanos de la UNAM. Es maestroen Letras (Letras Latinoamericanas) y Licenciado en Lengua y Literaturas Hispánicas por la misma institución.

Compartir en redes