Fuente: Twitter de Laura Baeza

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Los itinerarios del dolor: Niebla ardiente de Laura Baeza

Laura Baeza. Niebla ardiente. México: Alfaguara, 2021, 222 pp.

Yo vine porque trataba de olvidar, no soportaba el Distrito Federal, odiaba cada espacio del departamento, mi colonia, los lugares por donde tenía que pasar a diario, que se nos hubiese perdido Irene. No sé cómo le hace la gente a la que se le mueren los hijos, los hermanos, a los que les matan parientes o un día salen a trabajar y no regresan, nunca los encuentran.

Niebla ardiente, la primera novela de la escritora campechana Laura Baeza1, condensa una serie de temas tan importantes como actuales: la desaparición forzada, los feminicidios, la trata de mujeres, los cuidados, la enfermedad mental y las relaciones familiares. Si bien es cierto que cada uno de ellos está articulado de manera tal que es imposible pensarlos de forma aislada, el punto de engarce es la complejidad que entrañan los vínculos familiares, en particular la relación entre hermanas (Irene y Esther), que por momentos oscila entre el cariño, los celos, el rencor e incluso el odio. Baeza nos adentra en el mundo de tres mujeres: Esther, Irene y Rebeca, cuyas vidas son trastocadas para siempre: primero, cuando la pequeña Irene es diagnosticada con esquizofrenia y, más tarde, cuando desaparece del centro de rehabilitación donde se encontraba internada.

Relatada desde dos diferentes perspectivas, la de un narrador heterodiegético y la de una de las protagonistas (Esther), la novela se divide en tres partes que, a su vez, corresponden a tres temporalidades —1990, 2003 y 2012— decisivas en la vida de Esther. En este tenor, Niebla ardiente es el relato de una mujer que intenta huir del dolor y la culpa provocadas por la pérdida de su hermana. Sin embargo, a pesar de su esfuerzo por cortar todo nexo con su pasado —al establecer distancia emocional y geográfica con su familia—, sus recuerdos de infancia y adolescencia se agolpan cuando en la noche de año nuevo, mientras mira las noticias, aparece en la televisión la imagen de una mujer en la que reconoce a Irene, “con la ropa sucia y un suéter de lana percudido. La cara angular y el flequillo en esa mujer eran inconfundibles. Esther podría morir y volver a nacer reconociendo esos rasgos” (15). Tal aparición moviliza a Esther al grado de emprender, aunque ello implique abandonar su “sitio de estabilidad y lucidez” (44), por segunda ocasión la búsqueda de su hermana desaparecida.

Laura Baeza. Fuente: Instituto Potosino de Bellas Artes

Pero, ¿cuáles son los motivos detrás de la culpa de Esther? Y, ¿qué es lo que vuelve tan intrincada la relación entre hermanas? Conminada, por ser la mayor, a cuidar de Irene, Esther asume desde temprana edad (12 años) la responsabilidad de hacerse cargo de una persona enferma. Conforme las hermanas crecen, igual que la esquizofrenia de Irene, la situación se agrava y repercute en la convivencia diaria ocasionando en Esther episodios de rabia y hastío, pues “su mundo no podía girar en torno a sí misma, ella estaba ahí para hacerse cargo de alguien más” (10). La obligación de adaptar su vida a las necesidades y bienestar de la niña enferma pronto sofoca a Esther, quien encuentra en sus “visitas secretas a [los] lugares de la ciudad” (65) tranquilidad y la ayudan a atenuar la carga que representan los cuidados.

 Desplazarse sola por el Distrito Federal le ofrece a Esther la libertad que tanto ansía y que, también la aleja de su hermana. Además, en sus recorridos se apropia de los lugares que Irene aborrece, como ocurre cuando empieza a trasladarse a la secundaria en metro: “Me fijaba en la gente que subía conmigo al vagón, y aunque detestaba que me machucaran o los empujones a la hora de la salida, ese espacio también era mío. Ir en metro representaba mi autonomía, no llevar a mi hermana de la mano ni calmarla con la entrada del tren” (65). El firme deseo de independencia, así como el anhelo de poseer un espacio propio, también se expresa en la inclinación de Esther hacia la lectura. Dicha actividad contribuye en su intento por distanciarse de su hermana y le sirve para construir un mundo en el que Irene no es el centro de atención.

Al mostrar las dificultades y los altibajos a los que se enfrentan Esther y Rebeca (su madre), en su afán de procurar y proteger a Irene, Laura Baeza consigue desmitificar la idea romantizada de los cuidados, puesto que se trata de un trabajo que, aunque no está exento de cariño y amor, resulta arduo, abrumador y complejo para quienes lo ejercen.2 No obstante, la autora pone en el centro otro tema digno de interés: la autonomía y la autosuficiencia de la persona enferma. A pesar de que conocemos el carácter, los arrebatos y las crisis de Irene a través de la mirada de Esther, es también ésta quien cuestiona los límites de los cuidados y la actitud sobreprotectora que ella y su madre tuvieron hacia la enferma. Así, durante la adolescencia, Esther considera que su hermana es incapaz de tomar decisiones por sí misma, de comprender las cosas más elementales, de soportar el bullicio y el caos del Distrito Federal, incluso le niega la posibilidad de enamorarse. En contraparte, afincada ya en Barcelona, Esther adulta reflexiona sobre la condición mental de su hermana y reconoce el control y la represión involuntaria que ella y su madre ejercieron sobre Irene: “toda esa violencia con la que mi hermana nos decía a gritos que con sus medicinas, terapias y tratamientos sentía que no era ella y debía inventarse en imágenes” (134).

Oswaldo Guayasamín, Cabeza y mano azul, 1980. Fuente: Galería Duque Arango

Si la lectura es la actividad a través de la cual, además de sus viajes por la ciudad, Esther logra fugarse de su situación familiar, la escritura y el dibujo son las prácticas a partir de las que Irene busca reconocerse. Llama la atención que la escritura de diarios sea un elemento que comparten Rebeca y Esther con Irene. No obstante, la escritura cumple una función diferente para cada una: mientras que Rebeca inicia, por recomendación del médico, a registrar la rutina y los cambios importantes en la vida de Irene, enseguida su escritura deja de centrarse en la enfermedad de su hija para fungir como una especie de desahogo a sus problemas personales. Por otro lado, en su diario “inconcluso y esporádico” (25), Esther apunta sus primeras impresiones al llegar de Veracruz al Distrito Federal y de inmediato lo abandona, pero retoma la escritura del diario cuando su hermana es confinada al centro de rehabilitación para evitar pensar en ella. En cambio, la escritura de Irene es más íntima y personal: sus diarios y dibujos la como una mujer en constante lucha contra las imposiciones de su familia y que, igual que su hermana, desea ser independiente y recuperar la parte de sí misma que la enfermedad le arrebató.

Las diferencias entre hermanas se hacen patentes más allá de sus rasgos físicos o de sus aficiones o gustos: se presentan en otros aspectos, como en la manera en que cada una percibe y habita la ciudad. Cuando, por ejemplo, Esther debe viajar con Irene a Ciudad Universitaria, confirma que su hermana no comparte su entusiasmo por transitar las calles de la ciudad, pero descubre que Irene desarrolla estrategias que le ayudan a calmar el temor que le produce el camino: “mientras yo esperaba la luz verde del semáforo para cruzar, Irene contaba los pasos que daba, porque el uno dos tres cuatro del baile lo tenía tan interiorizado que lo utilizaba todo el tiempo […] Mi hermana era más lista que yo, sabía defenderse ante la ansiedad con cosas prácticas, en tanto mi única defensa era huir de lo que me daba miedo” (117-118). Aunado a ello, Irene le enseña a su hermana que los lugares son recintos de la memoria y que cada espacio “de la ciudad es un estado de ánimo” (133). Y así lo experimenta más tarde Esther, cuando recorre los sitios que visitó al lado de su hermana y el doloroso recuerdo la invade.

Fuente: Twitter de Laura Baeza

Susan Roberson señala que “el poder de moverse [está] íntimamente asociado con la sensación de ser libre” (2010: 230), y es quizá por esta razón que en Niebla ardiente la idea del desplazamiento es crucial, ya que la trayectoria (geográfica y emocional) de Esther está ligada a la de otros personajes fundamentales para la trama, que también han sido alcanzados por la violencia y cuyas historias personales los han obligado a dejar sus lugares de origen, ya sea por la persecución de las organizaciones criminales, ya por la situación económica y política del país. Son esos personajes, Octavio y Bernardo, los que acompañan a Esther en el camino para reconciliarse con su pasado, restituir la memoria de su hermana y comprender que, a pesar de su empeño por distinguirse de Irene, ambas estaban unidas por el mismo anhelo de libertad.

Bibliografía:

Roberson, Susan. “Narrativas de relocalización y deslocalización”. Nación, diversidad y género. Perspectivas críticas. Coord. Patricia Bautista Rodriguez. Barcelona: Anthropos, 2010. 215-238.

Colaboradora invitada

Grecia Cuamatzin Nieves

Maestra en Estudios de la Mujer por la UAM-Xochimilco y Licenciada en Historia por la UAM-Iztapalapa. Su área de investigación es el entrecruzamiento entre la historia y la literatura; en especial las obras hispanoamericanas escritas por mujeres en las que se indaga la participación de éstas en los conflictos armados del siglo XX. Actualmente cursa el doctorado en Estudios Feministas de la UAM-Xochimilco.

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Notas al pie:

  1. Además de esta novela, la autora ha publicado, los siguientes libros de cuentos: Margaritas en la boca (2012), Ensayo de orquesta (2017), Época de cerezos (2019) y Una grieta en la noche (2022).
  2. Como es sabido, a las mujeres se les ha asociado tradicionalmente al espacio privado y se les ha constreñido a cumplir con las tareas domésticas y las labores de cuidado. Bajo esta lógica, se ha naturalizado la idea de que las mujeres son responsables de realizar tales deberes, lo que repercute en la falta de reconocimiento del trabajo doméstico.