KU: Me parece muy valioso que ilustres estos procesos creativos. Para entrar de lleno en los textos legales y las peculiaridades de su tipología, en tu texto se percibe una inquietud por la noción de archivo ¿Podrías abundar sobre este interés?
MGW: La palabra ‘archivo’ es polisémica por ser un concepto en sí mismo y tiene connotaciones positivas y negativas. A mí me interesa aquello que vincula a esta noción con lo institucional porque, finalmente, al hacer una declaración estás constatando tu relación con el Estado en términos de organización social. El lenguaje estructura tu relación con el Estado desde que naces y se registra tu nombre en un acta; si recibes escolarización o te casas, cambia la manera en que formas parte de la institución, sin por ello dejar de pertenecer al archivo. Por tales razones, a mí me interesaba ver cómo los documentos son la prueba constitutiva de que tenemos una conexión con el archivo y con el Estado, queramos o no. Una de las cosas que me parecía interesante es que, como tardé tanto en escribir este libro, hubo procesos legales muy importantes, como la Reforma de 2019 de la Ley general de acceso de las mujeres a una vida libre de violencia, en donde cambiaron algunos procedimientos que a mí ya no me tocaron. A mí me tocó old school y, ahora, parece ya no ser así. No obstante, al presentarme a re-decalarar para continuar el proceso y, con ello, evitar que proscriba, yo pude experimentar los límites de esos nuevos cambios, porque ciertamente, situaciones como tener que refrendar algo que ya declaraste, para mí implica un proceso revictimizante porque, entre otras cosas, tenía que volver con el médico legista del MP, siendo que no tuve una experiencia grata la primera vez. Por estas razones, mi decisión, fue no hacerlo, aunque tuviera implicaciones tales como no poder, en un futuro, hacer un juicio. Probablemente no está del todo perdido, pero sí es inaccesible porque ya no está ni siquiera en el mismo MP, sino que está en otros archivos, que ya no pueden volver a activarse de forma sencilla. Y todo esto, lamentablemente, es una realidad para las personas que han sido víctimas. Y me parece importante pensar en cómo sus procesos estaban mal hechos en primer lugar e impedían, por ejemplo, un sentido de reparación para muchas, no sólo mi situación.
KU: Lo descrito se esclarece muy bien en el apartado final del libro, “Performance”. Este apartado y otros, por su sensibilidad ante la duda y el pasmo vividos por las víctimas, me parece verdaderamente tutelar para una lectora o lector que se encuentren en situaciones de reconstrucción subjetiva. Sobre esa base, ¿qué le dice tu libro a alguien que se encuentra en el mero centro de la incomprensión, perplejidad y desconsuelo de haber vivido algo similar?
MGW: Una de las cosas que a mí me costaba mucho trabajo fue que yo no tenía ningún paradigma o no encontraba alguno afín a mi propia historia. Sabía que quería hacer algo, pero no tenía modelos exitosos sobre qué pasa con una mujer después de haber sobrevivido a una violación colectiva, y eso era muy descorazonador. Después empecé a leer textos mucho más próximos a mi situación y descubrí a varias autoras que me permitieron decir: aquí hay un imaginario posible, esto no es el fin de la vida. Lo anterior contrarrestaba al hecho de que todo mundo me decía: qué feo lo que te pasó, es lo peor que le puede pasar a alguien. Caí en la cuenta de que poner este libro en el mundo podría servir para dialogar con aquellas personas que necesitaran ese trabajo de representación.
KU: Eso que dices me lleva a lo siguiente: a veces pareciera que pensar en la utilidad es algo peyorativo, pero no es menor su valor si se consideran los afectos involucrados en este tipo de experiencias y problemas. En ese sentido, la conclusión de tu libro, el apartado ya citado, “Performance”, me parece verdaderamente sugestivo, valiente y útil, porque es una vía visual, simbólica, articulada y sensible para reconstruir la subjetividad tras la catástrofe, para “decir lo que antes no se pudo decir”, para generar espacios de diálogo y para exponer las enormes injusticias, oquedades e ineptitudes del sistema institucional. Me quiero detener en la imposibilidad de dialogar con la persona que te atendió para tomar tu declaración, la “señorita” interlocutora, que no escucha, y que no sabía cómo relacionarse con tu intención de evidenciar las formas en que el Estado revictimiza a sus víctimas. Ella te decía que también había pasado por situaciones ignominiosas. ¿Cómo podría ayudarle a ella, víctima del mismo esquema heteropatriarcal que la constriñe, tu performance y todo tu proyecto ético-estético?
MGW: La parte del performance implicó varias decisiones que repasé varias veces y, aunque me di cuenta que no iba a quedar satisfecha con el resultado, sentía que era la conclusión lógica del libro. En algún momento, un amigo vio las intervenciones visuales y, como crítica, me dijo que le gustaría que las llevara más lejos. No obstante, tal comentario me hizo notar que, en realidad, yo no quería llevar más lejos las imágenes, sino el texto. Por lo que me planteé regresar al mismo MP —que, además, después de la Reforma se convirtió en una Fiscalía especial para delitos sexuales—, y volver a declarar. Quería decirle al Estado que su papel había resultado insuficiente y, a la vez, tener al fin esa posibilidad de decir a mi manera y con mis modos todo lo que no había podido decir. Lo que sucedió fue que estuve tres horas esperando a ser atendida y a la cuarta, finalmente, logré pasar y me encontré con muchísimas reticencias, de tal manera que aquella promesa de que el sistema había cambiado está en tela de juicio por las mismas imposibilidades materiales del Estado. El que hubiera una pared con plantas artificiales y unas letras moradas que dijeran: “Fiscalía especializada en delitos sexuales” no cambió nada el sistema. Yo tenía una agenda muy clara de qué era lo que quería hacer. Anhelaba producir otro documento y mi objetivo principal era que me dieran otra declaración. Pero al final eso no se pudo llevar a cabo, porque topé con la dificultad de sostener un diálogo difícil con las personas que tomaban mi testimonio, ya que me respondían que ellas no podían escribir lo que yo quería que escribieran. Aunque reconozco que tal resultado era una posibilidad, realmente yo deseaba que sucediera lo otro, es decir, poder escribir lo que yo quería y quedarme con mi nueva declaración. Entonces, cuando me enfrenté a la decisión de cómo registrar en el libro mi nueva experiencia en el MP, decidí que la transcripción era la manera más justa y objetiva para mostrar la situación. Lo resolví de ese modo, porque también me quería alejar de los estereotipos que ciertos libros emplean para describir a las personas que trabajan en trámites burocráticos del Estado. Detecto un tropo muy persistente en la literatura contemporánea en México que ve al burócrata como alguien estúpido, chato, obtuso y, aunque había razones por las cuales yo podría representarlo de esa manera, llegué a la conclusión de que el modo más imparcial de hacerlo era sin juzgar y transcribiendo las palabras, tanto de esa persona, como las mías, exponiendo el intercambio, mostrando las ambivalencias, los lugares donde ella había sido tierna conmigo —porque incluso había un poco de delicadeza— pero también una enorme frustración de su parte, del tipo “me estás complicando la vida, mi trabajo y pidiendo cosas que no puedo hacer y la obtusa eres tú”. Una vez más, esa es realmente la experiencia que una mujer tiene cuando va a declarar una violación en México. No sobra decir que esa persona, la señorita, también es víctima de un sistema que nos oprime a ambas y que estoy segura que, aunque ella no lo veía desde mi perspectiva, si en algún momento le pasa lo que me ocurrió a mí, tendrá que declarar bajo las mismas condiciones en que yo lo hice. Eso tienen los procesos estandarizados de justicia que, para ser transversales y poder ser equitativos, achatan a lo bajo las condiciones de justicia bajo las cuales se declara la propia historia.