Mesa en torno a la obra de Herrera. Instituto Cultural de México en Paris. Marzo 2013.De izq. a der. Eduardo Ramos-Izquierdo, Yuri Herrera y Françoise Olivier

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“No entiendo ese miedo a la página en blanco” Entrevista a Yuri Herrera

En los últimos meses Yuri Herrera ha recibido diversas invitaciones por parte de las universidades francesas para ofrecer conferencias o participar en diversas mesas en las que su obra ha sido el foco de atención. La inclusión de Trabajos del reino (Fondo Editorial Tierra Adentro, 2004/Periférica 2008/Gallimard 2012) en el temario de este año del examen de Aggregation, necesario para obtener un posición como docente, y la compleja situación nacional han despertado el interés del público francés por la obra de Herrera.

En su reciente estancia en París para dar una conferencia en Sorbonne (Paris-Sorbonne, antes Paris IV) y para participar en una mesa en torno a su obra en el Instituto Cultural de México, el público se interesó más por su primera novela que por la reciente publicación La transmigración de los cuerpos (Periférica, 2013). El presente texto busca integrar los fragmentos de una breve entrevista a la que Yuri accedió gentilmente y de sus participaciones en los eventos parisinos.

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Mesa en torno a la obra de Herrera. Instituto Cultural de México en Paris. Marzo 2013.De izq. a der. Eduardo Ramos-Izquierdo, Yuri Herrera y Françoise Olivier

 ¿Cómo surge el interés por la escritura?

Los libros para mí nunca fueron una cosa que tuviera qué inculcárseme, fue algo absolutamente natural. En mi casa todas las paredes estaban cubiertas de libros, inclusive uno de los baños también tenía libros. La lectura no era algo que tenían que imponernos, sino que los libros eran objetos de deseo; los libros eran algo por lo que se competía, eran algo que nos pasábamos, algo sobre lo que se discutía de manera muy natural, no como algo que a uno lo hiciera mejor o lo pusiera en otro nivel, sino como parte, digamos, de unos de los placeres de la vida. Por supuesto, esta fue una las cosas que desde muy chico, verdaderamente desde muy chico, me convencieron de que quería escribir.

¿Cómo es el proceso de formación del escritor? 

Si hay algo que yo he visto con el tiempo es que no hay una trayectoria que pueda usarse o que pueda recomendarse como una fórmula para la gente que quiere escribir, uno va encontrándola. Para mí meterme a estudiar literatura era algo redundante y una manera de coartar lo que para mí era un ejercicio de libertad. Con el tiempo me he dado cuenta de que no necesariamente es así; sí hay gente que quiere escribir y que se limita una vez que entra a las escuelas o a las facultades de literatura porque empieza a pensar en términos de la crítica, más que en términos de la creación, pero no necesariamente es así. Esta fue la razón por la que decidí estudiar Ciencias Políticas. Antes de entrar había estado en dos talleres, muy brevemente, a instancias de mi padre; en un taller de Agustín Ramos y él me sugirió entrar al de Elena Poniatowska, donde estuve poco más de un año. 

 Yo diría que la mayor importancia de los talleres no es tanto lo que un escritor pueda enseñarte en términos de formulas establecidas, sino el ejercicio de someter tus textos a una mirada crítica y a aprender ese doble movimiento que para mí es muy importante, por un lado, aprender a ser autocrítico y, por otro, sostenerte en cierta necedad que es lo que te ayuda a crear una voz propia. El tiempo que pasé en El Paso fue muy importante sobre todo en términos del espacio, de conocer la frontera, de la gente con la que tuve relación amistosa e intelectual, pero más allá de eso fue todo este tiempo que pude dedicarle a la escritura, a la lectura e, inclusive, esto no es cosa menor, a la competencia que es lo que sucede en estos programas y que me parece sano para confrontar tus textos con los de los demás, aprender a criticar y aprender a tomar las críticas inteligentes como algo valioso. 

Durante tus intervenciones públicas siempre estás dispuesto a orientar a los lectores hacia los textos de otros escritores, lo cual dice mucho de las relaciones entre creadores. ¿Cómo son esas relaciones? ¿Podríamos hablar de una comunidad literaria? 
Hay una comunidad de escritores; ya no es una comunidad similar a una secta como llegó a serlo por mucho tiempo, ya no existe esta bipolaridad entre las dos llamadas mafias que existieron entre los sesenta y los noventa muy fuerte. No es que no existan grupos de poder, no es que no existan grupos de amigos, no es que no existan ciertos movimientos, pero el campo literario es muchísimo más amplio. Además, gracias a las nuevas tecnologías, los campos literarios ya no son exclusivamente nacionales y ahora hay muchos proyectos que ya no dependen de los financiamientos específicos de ciertos gobiernos, ni de un puñado de editoriales (que en algún sentido eran las que establecían el canon), ni de la influencia de unos poquitos escritores. Creo que hay muchas maneras de establecer diálogos y hay distintas comunidades. Tengo distintos amigos y colegas en diferentes lugares, pero sin duda con los que mantengo una relación más cercana es con los mexicanos y, en la medida de lo posible, intento también servir de vía de comunicación entre los que han logrado publicar más y están más movidos en ciertos medios y los que están comenzando a hacerlo. 

¿Cómo es el proceso de creación de un libro?

En cada libro uno tiene que encontrar el núcleo a partir del cual va a proliferar todo. El núcleo en Trabajos del reino fue la tensión entre dos personajes. El núcleo en Señales que precederán el fin del mundo fue un viaje; yo tenía claro que ése era el viaje a partir del cual iba a proliferar lo demás, las imágenes, las ideas, y en La transmigración de los cuerpos era una atmósfera. Para mí es importante este núcleo y tengo, además, un método de trabajo que más o menos varía en función de las exigencias de cada libro y de las posibilidades que tengo en términos del tiempo que dispongo y del trabajo que estoy haciendo. Implica, antes de sentarme a escribir, ir madurando mucho la historia adentro, no solo de la cabeza, sino adentro del cuerpo, ir acumulando sensaciones e ir dejando que de manera más o menos natural se vayan acomodando. Tomo muchas notas y hago muchos planes antes de sentarme a escribir, pero una vez que me siento a escribir estos planes no funcionan como una especie de mapa verbal que tiene que ser obedecido ciegamente sino como una dirección general de hacia dónde me dirijo, y como una caja de herramientas y de materiales de los cuales me puedo servir en función de la manera en que está evolucionando, desarrollando cada libro.

En el caso de Señales que precederán al fin del mundo yo tenía claro que lo que quería contar era un viaje; el otro eje que sabía que quería utilizar para ese viaje era la narrativa el descenso al Mictlán y esto me proporcionó una serie de imágenes que ya venían con una profundidad cultural. No intentaba hacer algo didáctico o hacer difusión de la cultura prehispánica ni ninguna cosa así, más bien aprovecharme de lo que ya estaba contenido en esas imágenes sin necesidad de explicarlo. Tomar esa narrativa prehispánica fue como tomar como un objeto de otra época que ya no sirve en esta de la misma manera y ponerlo a funcionar en el nuevo contexto. 

 

En La transmigración de los cuerpos quería contar una historia dentro de esta atmósfera, una atmósfera opresiva, de miedo, de paranoia, que de algún modo iba a expresar no sólo lo que sucede en una epidemia, sino que estos mismos sentimientos explican parte de lo que estamos viviendo en México. A partir de esta atmósfera surgió el protagonista y la necesidad de ciertos comportamientos suyos

En la conferencia en la Sorbonne mencionabas que nombrar a los personajes es siempre un problema y una oportunidad ¿En qué estriba?

No quiero tomar nombres que estén previamente cargados de una significación demasiado fuerte como para que ya determine todo, ni nombres que simplemente sean intercambiables por cualquier otro, sino que de algún modo sean nombres que se corresponden con lo que le está sucediendo al personaje y con lo que el personaje hace que suceda. En ese sentido, implica un problema porque hay que encontrar una manera en que nombre y sujeto se integren orgánicamente. 

 

En el caso de Trabajos del reino la mayor parte de los nombres obedecía a la función de los personajes con relación al Rey, había una cuestión jerárquica y esto era parte de la tensión de la novela, cómo estos personajes cumplían eso, exactamente, que se esperaba de ellos, que tanto los desbordaban y esto tiene que ver con la historia central de cómo Lobo se convierte en el Artista por la gracia del Rey y cómo él retoma su propio nombre y su individualidad.

En Señales… tiene que ver también con posiciones de poder, pero también con imágenes que no quería que fueran evidentes ni quería explicarlas. Apuesto más a que la intuición del lector se comunique con la intuición del autor. Que lo que tú no estás explicando directamente sea algo sospechado por el lector y que pueda él mismo recrearlo.

En La transmigración de los cuerpos el nombre del protagonista es en ese sentido muy fuerte. El Alfaqueque sí tiene un contenido específico, está codificado en las Partidas de Alfonso El Sabio, pero es un nombre del cuál poca gente sabe y del que a mí me gustaban sus resonancias. Algunos podrán identificar a este personaje con aquel del cual hablaba Alfonso El Sabio, encargado de negociar con los moros, y para otros simplemente tendrá cierta resonancia musical y le darán contenido en función de la historia.

Los nombres para mí no son algo que ya esté dado, sino como con las demás palabras de un texto son una oportunidad para ofrecer tu mirada sobre el mundo de la misma manera en la que un adjetivo, en que un adverbio, en que el ritmo hace eso, los nombres también tienen que ser tomados como una oportunidad.

La muerte ha sido una presencia importante en tus novelas anteriores, pero en La transmigración de los cuerpos adquiere una densidad más compleja. ¿A qué se debe esto? 
En La transmigración de los cuerpos tenía que ver con cómo entiendo lo que ha estado sucediendo o cómo siento parte de lo que ha está sucediendo en los últimos años en México. Me parece que parte de nuestro drama no es la terrible violencia, sino la absoluta falta de respeto hacia los muertos y creo que esto hace siempre más grave la violencia hacia los vivos. La muerte de alguien tendría que ser siempre una marca indeleble en nuestra vida como individuos, como comunidad. En los últimos años hemos visto cómo la muerte se ha convertido en algo industrial y cuando dejamos de tenerle respeto a los muertos estamos dejando de tenerle respeto a la vida y estamos haciendo la muerte algo demasiado fácil que no deja marca. Por eso para mí era importante que el protagonista de la novela fuera alguien que tiene conciencia de eso y que está dispuesto a arriesgarse con tal de recuperar el respeto a los muertos.

 
Tienes dos libros para niños: ¡Este es mi nahual! (Gobierno del Estado de Hidalgo/Fundación Arturo Herrera Cabañas, 2007) y Los ojos de Lía (Sexto Piso, 2012). ¿Cuál es la diferencia con la escritura del resto de tu obra? ¿qué retos implicó? 

Cuando he escrito esos libros no lo he hecho pensando como literatura para niños en términos de género, mi primer libro lo pensé en función de mis sobrinos, Arturo y Tonatiuh, y en el segundo libro, de mi sobrina y mis ahijadas. Esta es una primera diferencia, pues éstos los he pensado de manera mucho más clara que con las otras novelas, con un lector específico y estos lectores concretos me ayudan a acercarme a otros lectores. La primera dificultad que yo vería es que con los libros para niños uno tiene que escribir de manera clara sin ser condescendiente y tiene que saber atraparlos pero sin tratar de hacer “trampitas”, digamos, es decir, los niños no leen por obligación o leen por obligación, pero no lo disfrutan. Esa es la gran apuesta y me ha permitido disfrutarlo porque implica establecer un diálogo distinto y re-conocer, volver a ciertas cosas que eran importantes para uno de niño, tienes que tratar de volverte a poner en esos zapatos. 

¿Tienes ya algún nuevo proyecto de escritura en puerta?

Yo no entiendo ese miedo a la página en blanco. Es algo que para mí no tiene ningún sentido; si uno no tiene nada que decir no lo dice y ya, no tiene por qué deprimirse. Entiendo las presiones laborales, pero es una cosa distinta. No entiendo la presión existencial por escribir, esto tiene que ser un placer y una necesidad de decir algo; si no tienes la necesidad, si no tienes el placer, pues simplemente no lo haces. Esta ausencia de temas y de palabras es algo que a mí no me ha sucedido, y no me ha sucedido porque no tengo urgencia. Voy madurando los temas, los personajes, las imágenes, las historias, muy lentamente y siempre estoy tomando apuntes. En el momento que los tomo no sé para qué van a servir; a veces apunto palabras, a veces apunto historias, a veces sobre ciertas imágenes. Tengo muchas notas y a partir de eso puedo decirte los temas sobre los que estoy pensando, aunque todavía no tengo ninguno de estos proyectos absolutamente definidos.

Uno de esos proyectos es académico, quiero convertir mi tesis de doctorado que fue la crítica de un expediente judicial de una investigación de un incendio ocurrido en Pachuca en 1920 en un pequeño trabajo académico, pero también extenderlo un poco para convertirlo en un libro de historia, porque el suceso ―un incendio en un mina en el que los dueños la clausuraron con 100 mineros adentro, matándolos básicamente, y una investigación en la que no se encontró ningún responsable― se conoce poco en Pachuca y me parece importante que esté al alcance de quien quiera conocerla.

Con relación a la literatura, tengo ya bastante pensado un libro de ciencia ficción que quiero hacer, pero que todavía no es un proyecto muy definido; es algo que voy dejando que se vaya haciendo naturalmente, sin forzarlo. Quiero averiguar si es posible, porque no siempre es posible, que con los cuentos que he escrito a lo largo de muchos años se puede conforman un volumen. No necesariamente una acumulación de cuentos puede hacer un buen libro, a veces nada más es un amontonamiento de cuentos y uno tiene que asumir que eso por sí mismo no crea un libro. Ya veremos si eso funciona. Más adelante quiero escribir una novela más larga en la que recupere algunos temas de mi infancia y de lo que ha sucedido en las últimas décadas en México.

Paris, Marzo, 2013

Acerca del autor

Ivonne Sánchez Becerril

Investigadora del Instituto de Investigaciones Filológicas de la UNAM. Doctora y maestra en Letras por la UNAM. Licenciada en Lengua y Literatura de Hispanoamérica por la UABC…

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