El relato, en este ritmo que parece darle una forma de diálogo al texto, lleva a preguntar, de pronto, ¿a quién cuenta su historia? El narratario es invisible y, sin embargo, también parece una confesión, no de sus obsesiones, sino de quien pudo haber prevenido alguna tragedia y al final, por tedio o cobardía, no lo hizo. La búsqueda del personaje se vuelve en algún momento también en un interés vital para el lector, la traducción de los olores y las manchas configuran la lenta decadencia de aquella mujer desconocida, una mujer seguramente enferma, que «está viviendo horas extras» (90). La prisa de las primeras páginas cambia al llegar al final. La narración se detiene en la descripción del paisaje nocturno, de una súbita calma que simplemente permite enmarcar el fatídico desenlace.
Finalmente, «Bezoar», es el diario de una mujer cuya debilidad es arrancarse el cabello. El entorno familiar, la imponente figura materna, es el origen de esta peculiar debilidad de la protagonista. Respondiendo a preguntas posibles de su psiquiatra, anotando las observaciones sobre la conducta «anormal» de la paciente, el personaje construye una historia con retazos de la infancia y la juventud, de su primer amor y de aquello que la llevó a entablar una relación, por lo demás caótica, con uno de los pacientes del mismo doctor, Víctor Ghica. Es el único relato que permite reconocer en la voz de otros al narrador de la historia, sin embargo, no deja de filtrarse por su puesto, la relación escéptica de la paciente con su doctor.
El relato oscila entre el pasado más remoto y lo sucedido en el día anterior: «Ayer, sin ir más lejos, mientras intentaba decidir si debía o no hablarle de esto, caí en uno de esos momentos de trance. […] Mientras pensaba esto, los cabellos iban cayendo sobre el cuaderno como las hojas de un otoño personal» (109). La proximidad hiperbólica en el detalle de los objetos es un recurso que pretende generar la desazón del lector: «Descubrí que además del aspecto externo que todos conocemos, existe una parte oculta y babosa que conforma la raíz […] Lo primero que se me ocurrió fue meterme el bulbo a la boca y engullirlo» (106). «Tiré con fuerza del pelo y miré el resultado: la raíz era enorme» (109). O el sonido perturbador del chasquido de los dedos de Víctor. El cuento apuesta por el posible rechazo que ambas fijaciones generarán en el lector. Aunque a veces sea imposible escuchar el chasquido de aquellas manos o la cabeza en mosaicos pelirrojos de ella genere lástima, risa y compasión a la vez. La unión de dos seres de tics tan desproporcionados no puede caber en un solo cuento.
Los seis textos confirman que las relaciones de pareja son un buen laboratorio para hablar sobre las debilidades de los otros. Los cuentos de Guadalupe Nettel tienen fisuras, como las denomina Rafael Lemus, y según su lectura, las encuentra en «Bezoar» y «Al otro lado del muelle». Por mi parte, encuentro criticables algunos títulos. Breves en su mayoría, son enigmas que el lector debe desentrañar a lo largo del cuento. En ocasiones adoptan nuevos sentidos, como en «Bonsái», pero en otros textos, el enigma del que parecen investidos, sirve sólo como ornamento, este es el caso de «Bezoir» o «Transpersiana». A pesar de lo anterior, la posibilidad de espiar impunemente sobre el hombro de los otros y conocer no sólo sus vidas, sino sus más secretas obsesiones, es un anzuelo que no se debe desaprovechar.