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Bolaño superestrella

En la contraportada de la novena edición de Los detectives salvajes aparecen diversas citas elogiosas, en una de ellas Enrique Vila-Matas señala que esta novela es «un carpetazo histórico y genial a Rayuela de Cortázar»; en otra, Ignacio Echevarría asegura, en una afirmación un tanto extraña, que esta obra es «el tipo de novela que Borges hubiera aceptado escribir»; quizá más moderado, Jorge Edwards emparenta el libro de Bolaño con Paradiso, Adán Buenosayres y la ya mencionada novela de Cortázar. Al consultar las contraportadas de otros libros del chileno se encuentran aseveraciones similares hechas por autores que ven en la figura de Roberto Bolaño y en su obra ya sea la culminación de la narrativa latinoamericana, que para ellos empieza y a veces pareciera limitarse a Borges, o una suerte de escritura que dinamita esta tradición aprisionada bajo el peso de las novelas totales de esos viejos latinoamericanos ganadores del Nobel, el Cervantes y otros tantos premios. A diez años de la muerte de Bolaño abundan las publicaciones electrónicas e impresas en las que se pondera su obra no sólo como la más vendida en el mercado hispanohablante, también se señalan las diversas traducciones que se han hecho de algunos de sus libros de relatos y novelas, y se enfatiza el incomparable éxito comercial que The Savage Detectives, aparecida en 2007, tuvo en Estados Unidos al vender más de veintidós mil ejemplares1. Es sabido que la fama de Bolaño debe mucho no sólo a las características propias de su obra, sino también al hábil manejo que se ha hecho de su biografía, en la que se mezclan con éxito el artista romántico con el latinoamericano exiliado, el escritor maldito con el padre abnegado que escribe sin cesar para asegurar el futuro de sus hijos, el joven poeta irreverente con el narrador mercenario de concursos literarios. La sombra de la biografía, sistemáticamente excluida por ciertas corrientes de crítica literaria por varias décadas, pareciera inseparable de la obra de Bolaño, lo cual en sí mismo no es una novedad pero sí puede convertirse en un problema cuando sólo se confrontan los textos con los datos para ver concordancias y divergencias, buscando que la interpretación se base y límite sólo al mayor acopio biográfico.

Esta obsesión por el yo autorial, parafraseando el título de un libro sobre autoficción, pareciera vincularse tanto a los propios elementos autobiográficos que Bolaño plasmó en su obra, como a la dinámica de los grandes conglomerados editoriales que hacen del nombre del autor una marca que asegura la calidad del producto adquirido. Sin embargo, a diferencia de la ropa, la comida o ciertos artículos electrónicos, no basta con mirar un libro para querer comprarlo, mucho menos si el nombre del autor nos dice poco o nada, para vender libros es necesario asegurar que son los mejores y que ya han agotado varias ediciones, además de que otros autores los recomienden, comparándolos con referentes conocidos “indudablemente literarios”. Como señala Fernando Escalante “es cada vez más fácil y más frecuente que se identifique el volumen de ventas con la calidad […] sin embargo, todavía subsiste, casi como un reflejo condicionado, la necesidad de acreditar libros como literatura2. Para las industrias culturales los objetos artísticos son mercancías que deben venderse en la mayor cantidad posible en el lapso más breve, por ello inundan de novedades las librerías, cines, salas de exposiciones, teatros, etcétera, apostando a que la diversificación de inversiones aunada a campañas publicitarias infalibles, aseguran el control del mercado de bienes culturales, dentro del cual la literatura continúa siendo un nicho prestigioso, aurático podría decirse, pero de relevancia económica menor a la de otros productos, por más libros que venda un autor sus ganancias monetarias serán inferiores a lo recaudado por una película o serie de televisión exitosa, sin que importe mucho el “valor artístico” de cada una.

En el Star System de la cultura el nombre del autor oculta las características de su obra y sirve para encumbrar a otros creadores, no en vano Bolaño es equiparado con Borges para dar por hecho que los dos se encuentran en el mismo “nivel artístico” y, por lo tanto, ofertan mercancías igualmente buenas; cuando Vila-Matas asegura que Los detectives salvajes es mejor que Rayuela está diciendo que Bolaño es mejor que Cortázar, y quién tiene tiempo en esta época de refutar la opinión, cuestionable como cualquier otra, de un autor prestigioso. No obstante, esto tampoco es del todo nuevo, en un texto de 1981 Jean Franco estudia la producción narrativa latinoamericana dentro del contexto de la cultura de masas y señala las transformaciones que han llevado del narrador, entendido desde la perspectiva de Benjamin, pasando por el autor, con las características y facultades destacadas por Foucault, hasta llegar a la superestrella que lo mismo escribe libros que guiones para cine o conduce un programa semanal de entrevistas. Para Franco el escritor superestrella sólo puede existir dentro de la cultura de masas, en la que se “trata de integrar al pueblo dentro de una sociedad orientada hacia la industrialización y el consumismo”, más adelante señala que esta cultura “se basa en una forma de producción en serie en que el autor o autores y su posibilidad de originalidad formal ya no tienen importancia. Los productos de la cultura de masas obedecen al principio de repetición mecánica; sólo hace falta una pequeña variación en su contenido para que aparezcan como algo nuevo”3. La dinámica repetición-variación permite que los lectores se sientan cómodos con lo que leen, pues ya están familiarizados con el estilo, temas y estructuras de la obra de un autor, además de considerar que están leyendo algo nuevo, que se parece pero que no es lo que ya conocen.

Sin duda puede considerarse que Roberto Bolaño es uno de los escritores superestrella del momento, lo que de ninguna manera implica que su obra sea desdeñable: en el Star System literario conviven, como en cualquier mesa de novedades, Coelho y Murakami, Atwood y Rowling, Pamuk y Vargas Llosa. Mientras que para algunos el número de ventas es un argumento incuestionable de calidad literaria, para otros es un signo claro de superficialidad, pues el “verdadero escritor” es el que se mantiene en los márgenes, sobreviviendo a duras penas de los magros beneficios de su arte; es paradójico que en varios de sus relatos, artículos y entrevistas el propio Bolaño haya hecho suya esta idea del artista como alguien condenado a la miseria y la fama póstuma, no puede perderse de vista que a pesar de haber muerto con cincuenta años ya había ganado premios importantes, gozaba de cierto reconocimiento por su obra narrativa y publicaba en una de las editoriales independientes más importantes de habla hispana. Heriberto Yépez menciona que “Bolaño nos gustó porque marcó el momento en que lectores, periodistas, críticos, estudiantes, escritores y académicos leyeron un mismo libro al mismo tiempo”4, es decir que la escritura de este autor no estaba dirigida a un público determinado y, por lo tanto, parecía interpelar a todos al vincularse con temáticas interesantes para grupos diversos; la pluralidad de lectores a los que apunta la obra del chileno-mexicano-español es un claro ejemplo de la desaparición de fronteras que Josefina Ludmer observa en lo que ella llama “literaturas postautónomas”. Para la investigadora argentina la autonomía puede entenderse como la aparente independencia de la literatura de las ideas políticas, la biografía o los intereses del autor; en la autonomía funcionan las distinciones que separan lo literario de lo que no lo es, la buena literatura de la mala, la originalidad de la imitación, la ficción de la realidad; por el contrario, las literaturas postautónomas son escrituras que “no admiten lecturas literarias; esto quiere decir que no se sabe o no importa si son o no son literatura”:

Aparecen como literatura pero no se las puede leer con criterios o categorías literarias como autor, obra, estilo, escritura, texto y sentido. No se las puede leer como literatura porque aplican a “la literatura” una drástica operación de vaciamiento […] Representarían a la literatura en el fin del ciclo de la autonomía literaria, en la época de las empresas trasnacionales del libro o de las oficinas del libro en las grandes cadenas de diarios, radios, TV y otros medios. Ese fin de ciclo implica nuevas condiciones de producción y circulación del libro que modifican los modos de leer. 5

Ludmer concibe las transformaciones de lo literario no sólo debido a factores internos, sino que las vincula con la presión que ejercen las industrias culturales, en este sentido destaca que no se pronuncia a favor o en contra de esta situación, sólo busca comprenderla para entender cómo se han “modificado los modos de leer” e interpretar escrituras. Si a decir de Roger Chartier la invención de la imprenta trajo consigo, entre otras muchas cosas, el paso de la lectura intensiva a la extensiva, Ludmer se pregunta qué cambios han ocurrido en torno a lo literario en los últimos 20 o 30 años con la transformación no sólo del soporte material, sino también con la “resurrección del autor”, la masificación de la cultura, la disolución de ciertas fronteras, etcétera. Pensar en la postautonomía literaria implica ir más allá de las oposiciones binarias y replantear las nociones desde las cuales se lee y valora lo literario, Ludmer enfatiza que la postautonomía no se opone o anula la autonomía, existe un diálogo no necesariamente dialéctico entre ambas vías.

El éxito de Bolaño entre lectores diversos, y no me refiero a las ventas sino a las lecturas, el creciente número de trabajos de crítica académica sobre su obra, la recepción entusiasta que ha tenido por no hispanohablantes, entre otras cosas, son indicios claros de que “la invasión Bolaño” no es sólo un fenómeno de mercado condenado a agotarse en algunos años; leer críticamente la obra de Roberto Bolaño requiere abandonar la idea romántica de la genialidad del autor y ensayar interpretaciones que apuesten a la comprensión más que al deslumbramiento o la negación. Además de la idea de postautonomía propuesta por Ludmer, me intriga qué es lo que puede aportar la noción de sujeto migrante de Cornejo Polar a la lectura de Bolaño, o las demoledoras críticas que Perus y Sánchez Prado dirigen a este tipo de literatura, además de las problematizaciones que pueden hacerse desde la autoficción. Roberto Bolaño no ha revolucionado la literatura, ni siquiera la novela, pero sí forma parte de la incesante transformación de lo literario.

Acerca del autor

Armando Octavio Velázquez Soto

Profesor Asociado de Tiempo Completo en el Colegio de Letras Hispánicas de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Doctor en Letras por la UNAM. Es profesor en las áreas de …

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Notas al pie:

  1. Scott Esposito, “El sueño de nuestra juventud”, disponible en: https://goo.gl/bPlkyZ, consultado en julio de 2013.
  2. Fernando Escalante Gonzalbo, A la sombra de los libros. Lectura, mercado y vida pública. México: colmex, 2007, 301.
  3. Jean Franco, “Narrador, autor, superestrella: la narrativa latinoamericana en la época de la cultura de masas”, Revista Iberoamericana. Vol. LXVIII. Núm. 200. Julio-Septiembre 2002, 739.
  4. Heriberto Yépez, “Bolaño, ¿cuero rock o foto pop?”, disponible en: https://goo.gl/yQTeqc, consultado en julio de 2013.
  5. Josefina Ludmer, “Literaturas postautónomas”, disponible en: https://goo.gl/JzjDOh , consultado en julio de 2013. Cursivas mías.