Portada En el lejero

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Entre el sueño y la vigilia

Evelio Rosero. En el lejero. México: Tusquets, 2013, 89 p.

Evelio Rosero1(Bogotá, 1958) es el autor de En el lejero, novela publicada originalmente en 2003 pero que apenas ahora, diez años más tarde, ha sido reeditada y se encuentra por primera vez en México.

El protagonista es un septuagenario, de nombre Jeremías Andrade y de profesión ebanista, que busca desesperadamente a su nieta Rosaura, una niña de nueve años. La historia se desarrolla partir de la llegada de Jeremías a un pueblo localizado al pie de un volcán, cuya extrañeza es perceptible en varias aristas, su lejanía, su soledad, su abandono, su clima helado y sus habitantes misteriosos que “parecían de mundos distintos” (Rosero, p. 16) son sólo algunas de ellas.

Evelio Rosero / Daniel Mordzinski

Este pueblo está envuelto en un ambiente fantasmal, la neblina lo cubre todo y dificulta la visión, además resulta perturbador que el suelo esté alfombrado por cadáveres de ratones:

“niebla y ratones-descubrió-cadáveres de ratón diseminados como a propósito, secos y ennegrecidos, aquí y allá […] montón infinito de ratones fosilizados […] pueblo sembrado de ratones (Rosero, pp.11-12).  Es difícil imaginar quiénes podrían vivir en un sitio como este y aunque Jeremías se desconcierta ante todo lo que tiene frente a sus ojos, no claudica, permanece en este lugar porque mantiene la esperanza de encontrar a Rosaura. Alguien le dijo que la habían visto ahí y que posiblemente podría encontrarla en el convento  de las Carmelitas Descalzas, en el lejero2, ubicado entre el “perdedero” y el “guardadero”. Rosaura se había perdido un año atrás por ir sola a comprar flores, por eso su abuelo carga con una culpa terrible: “nunca más la mandaría a comprar rosas en la tienda para que nunca más desapareciera” (Rosero, 67).

Desde el inicio de la novela desfila una serie de personajes extraños. Son pocos los que tienen alguna interacción directa con Jeremías: la repugnante dueña del inmundo hotel donde se hospeda, la enana que la acompaña, el enigmático albino Bonifacio y el carretero, quien es el encargado de llevar a cabo la interminable tarea de recoger los cadáveres de las ratas. Sin embargo, aparecen varios personajes más, pero se perciben no tanto como seres humanos, sino como sombras: niños que juegan fútbol con la cabeza de una anciana como balón, monjas, feligreses y seres encadenados  que: “recostados, acostados, derrotados, gemían y se retorcían” (Rosero, p. 60). Eran cientos de personas que, al verlas, provocaban náuseas y escalofríos, parecían más muertas que vivas, estaban: “encadenadas, frías, oscuras, resignadas […] eran cuerpos congelados, rostros arrugados de hombres y mujeres envejecidos a la fuerza (Rosero, p. 69).

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Éstos últimos son quienes más llaman la atención y hacen pensar que la novela es toda una metáfora sobre los secuestrados. Las crueldades de la guerra que ha marcado la historia colombiana reciente, en la que participan guerrilleros, paramilitares y fuerzas estatales han dejado éstas y otras lamentables víctimas: torturados, desplazados, muertos y desparecidos.

En una reciente visita a México, para participar en la edición 2013 de la Feria Internacional del Libro de Arteaga, Coahuila, en la que Colombia fue el país invitado, Rosero explicó la forma en la que abordó la situación de los secuestrados en esta novela:

En el Lejero trabaja el tema del secuestro desde un punto de vista muy onírico, a mi modo de ver […] me gustó la novela, me gusta como tal, quedé muy satisfecho con varios de sus tópicos surrealistas, de ambientes de pesadilla que se recrea en esa obra.3

El escritor retomó este tema, de manera más directa, en su novela Los ejércitos, merecedora del premio Tusquets en 2006. Él mismo explica la relación que hay entre ambas obras:

Escribí En el lejero aproximándome a la realidad colombiana desde un punto de vista muy onírico, muy surrealista, tratando de tocar ese tema que a mí me ha afectado tanto, que me ha entristecido, no sólo como escritor, sino como colombiano: el secuestro. Es la degradación más profunda a la que puede llegar un ser humano: ser secuestrado, llevado a la fuerza a cualquier sitio y encerrado, maniatado, encadenado. Es para mí la degradación por excelencia. Entonces, En el lejero traté de abordar este aspecto, y al terminarlo pensé, no obstante, que había que ser más objetivo, había que acercarse a la realidad colombiana todavía con mucha más precisión, y comencé a trabajar Los ejércitos. De manera que En el lejero sí es el preámbulo, como quien dice, la preparación literaria que yo necesitaba para abordar Los ejércitos, un libro mucho más “objetivo” y que toca con otros recursos la realidad del secuestro.4

En la novela destaca la descripción sensorial, el oído y la vista no resultan confiables en absoluto, pareciera que los sentidos de Jeremías lo engañaran a él y, de paso, a los lectores. Nada parece ser real, no se puede tener la certeza sobre ningún aspecto del pueblo, que no tiene nombre pero que podría llamarse Comala o Luvina. Jeremías duda continuamente y en varias ocasiones se explica a sí mismo que debe estar soñando, que lo que ven sus ojos no puede ser la realidad: “tengo que estar dormido” (Rosero, p. 37), intenta convencerse.   El lector también siente incertidumbre porque no se sabe quién habla, la voz narrativa cambia sutilmente, en la mayoría de la novela el narrador es Jeremías aunque en ocasiones alguien le habla desde una segunda persona.

En el lejero es una novela desconcertante cuyo ambiente fantasmagórico por momentos recuerda a Pedro Páramo:

La sombra de Juan Rulfo planea aquí, en una geografía empero de volcán y abismo, de pueblo hundido entre selva y cordillera, por la especial textura visionaria, onírica, fantasmagórica de esta novela de Evelio Rosero donde se entrecruzan los niveles del sueño y la vigilia, de la visión y el recuerdo, de lo real e irreal, del sueño y la percepción sensorial.5

En menos de cien páginas Rosero construye una historia densa que insinúa con sutileza temas tan graves como la pobreza, el abandono y la soledad en la que sobreviven algunas comunidades, así como el secuestro y desaparición de personas.

Acerca del autor

Brenda Morales Muñoz

Licenciada, maestra y doctora en Estudios Latinoamericanos (área de literatura) por la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México. Realizó…

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Notas al pie:

  1. Antonio Ungar lo ha descrito como: “un ave rara en el agitado corral de los escritores colombianos de su generación. No aparece en los periódicos, no escribe textos para revistas, no se hace tomar fotos en eventos públicos, no tiene columna semanal, no acepta cargos burocráticos ni diplomáticos, no asiste a cocteles ni a presentaciones de libros, no disfruta del show de las ferias y los encuentros literarios. Es un escritor, a secas, uno que ha estado dedicado durante treinta años a escribir y nada más […] Diecinueve títulos y siete concursos ganados en veinticinco años lo hacen uno de los escritores más prolíficos de su generación en América Latina”, “Evelio Rosero by Antonio Ungar”, BOMB, n. 110, invierno 2010.
  2. Sin definición en diccionarios, el significado de la palabra lejero no queda claro, pero tras leer la novela podemos deducir que es una prisión, un lugar al borde de un abismo del que no es posible salir, como advierte el carretero: “¿cómo fue que se atrevió a venir? Acaso no pueda irse nunca” (Rosero, p. 44).
  3. Entrevista concedida  Livio Ávila, Vanguardia, 16 de septiembre de 2013, disponible en: https://goo.gl/JvY1H9
  4. Santos García Emiro y Chavelly Jiménez, “La escritura herida por el fuego (entrevista a Evelio Rosero Diago), Cuadernos de literatura del Caribe e Hispanoamérica, nº 9, Barranquilla y Cartagena, Universidad del Atlántico-Universidad de Cartagena, 2009, pp. 219-226.
  5. Girgado, Luis Alonso, “Evelio Rosero: descenso a los infiernos”, Nordesía. Diario de Ferrol, 9 de diciembre de 2007, disponible en: https://goo.gl/gDMX8q