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Una ‘fuga de géneros’: ficción y memoria en El mago de Viena de Sergio Pitol

SERGIO PITOL. El mago de Viena. Bogotá, FCE / Pre-Textos, 2006, 271 p.

Los últimos libros de Sergio Pitol, inscritos en la literatura del yo y vinculados a la recuperación de la memoria, forman parte de una constelación de obras literarias que recientemente han puesto en crisis la frontera tradicional entre ficción y no ficción. Caracterizado por desestabilizar la relación entre el autor y su representación textual, El mago de Viena permite no sólo dudar del supuesto carácter referencial de todo registro autobiográfico, sino también comprender el tipo de experimentación estética que Pitol ha desarrollado en los últimos años.

Desde que uno abre las páginas de El mago… se percata de que el libro posee un fuerte componente confesional, pero que la idea de lo autobiográfico no adquiere aquí una formulación tradicional ni fija. Conforme el lector avanza, comienza a dudar sobre qué tipo de texto tiene entre las manos. Y es que son muchas las ambigüedades que muy pronto hacen del libro una incógnita a resolver. En principio simula un cuaderno de notas, sin fechas de por medio, en donde los fragmentos se van sucediendo uno tras otro, apenas separados por algunas tabulaciones. Cada fragmento inicia con letras capitales, a manera de breves títulos incorporados al primero de los párrafos. Entre un fragmento y otro puede haber conexiones o no; cuando las hay, en la mayoría de los casos no resultan evidentes, pero existe siempre un tono común, ciertos temas que tienen más adelante líneas de continuidad, además de que permanece a todo lo largo del libro la voz aparentemente estable del narrador, quien nos relata recuerdos, lecturas, periodos de su vida, reflexiones, encuentros… de modo que el lector percibe la unidad autobiográfica del conjunto.

No obstante, si uno se detiene un instante, resulta que el libro también puede parecerle un conjunto de ensayos literarios, pues el narrador no sólo hace constantes comentarios sobre libros y autores, sino que elabora reflexiones relativas a la creación literaria, el papel de la literatura en el mundo, la importancia de la lectura… y establece interpretaciones precisas en torno a ciertos autores y a ciertas obras. El problema no termina ahí. Si nos atenemos a las declaraciones del propio Pitol, la lectura del texto tendría que hacerse en términos de lo autobiográfico, al pertenecer el libro a un ciclo del que también forman parte El arte de la fuga y El viaje. De hecho, dos años después de la aparición de El mago…, la editorial Anagrama editó los tres libros en un solo volumen bajo el título Trilogía de la Memoria –haciéndose eco del Tríptico del carnaval que compilaba sus tres últimas novelas. No obstante, a la hora en que el FCE editó las Obras reunidas de Pitol, en lugar de incluir a El mago… en el tomo IV correspondiente a los Escritos autobiográficos, lo incorporó al tomo V, dedicado a los Ensayos.

La recepción del libro por parte de la crítica ha propuesto otras posibles caracterizaciones para esta obra, incluso pensándola desde la ficción. En una reseña Margo Glantz afirma que “la novela -¿es novela?- se muerde la cola”, mientras Juan Villoro sostiene que el tipo de escritura que practica Pitol, a partir de la publicación de El arte de la fuga, posee “el rostro ambivalente de la ficción memoriosa”. Christopher Domínguez, por su parte, afirma que se trata de “una de las grandes autobiografías literarias de nuestras letras”, la cual muta “de la novela al ensayo”. Como se ve, la ambigüedad genérica del libro hace dubitar a sus lectores, sobre todo a aquellos que perciben los rasgos ficticios y autoparódicos de algunos fragmentos incluidos en el libro, como Alfonso Montelongo, quien argumenta la existencia de relatos a su interior. Por otra parte, quienes en lugar de intentar situar la obra en relación con algún género, afirman su imposible clasificación, tienden a sostener el aspecto híbrido y “posmoderno” del libro. Suma de géneros o negación de los mismos, la obra reciente de Pitol aparece desde esta lectura como la de un escritor que en los últimos años habría abandonado la novela bajo un afán de ruptura. Esta postura me parece discutible.

Cuando Pitol afirma que lo que le interesa del mundo latino es su carácter de “simultaneidad en lo diverso” formula una noción que parece describir no sólo el espíritu libertario que subyace a su texto, sino también la ambigüedad genérica de la Trilogía de la memoria, y específicamente de El mago de Viena. Múltiples formas discursivas y tipologías textuales aparecen en el mismo lugar al mismo tiempo, como si se tratase de una suerte de aleph textualizado. En una entrevista, Pitol afirma sobre El Mago…: “Su escritura es su construcción. Es un libro que nace bajo la sombra de un lema primordial de los alquimistas: ‘Todo está en todo’”. Esta simultaneidad en lo diverso no justifica simplificar la obra al caracterizarla como el resultado de la desaparición de los géneros (o de la presencia de rasgos posmodernos en su escritura). El problema de hacer esto es que tiende a homogeneizar las particularidades de cada uno de los libros, lo que impide comprender el modo distintivo en que se engarzan las distintas formas genéricas en ellos. De igual forma, meter en un mismo cajón de sastre obras que poseen su propia organización formal, dificulta apreciar la manera en que ha ido evolucionando el proyecto escritural del narrador veracruzano. Y no sólo eso, también borra de tajo la genealogía peculiar de la cual surge El mago…

Al explicar cómo escribió su primera novela, El tañido de una flauta, el narrador de El mago… afirma: “fue, entre otras cosas, un homenaje a las literaturas germánicas, en especial a Thomas Mann, cuya obra frecuento desde la adolescencia, y a Hermann Broch”. Hablando sobre la misma obra, más adelante relata:

El terror de crear un híbrido entre el relato y el tratado ensayístico me impulsó a intensificar los elementos narrativos. En la novela se agitan varias tramas en torno a la línea narrativa central; tramas importantes, secundarias, y algunas positivamente mínimas, meras larvas de tramas necesarias para revestir y atenuar las largas disquisiciones estéticas en que se enzarzan los personajes.

Es cierto, desde sus inicios Pitol tenía una fuerte tendencia a dilatar las tramas en favor de la reflexión, la cual casi siempre se expresaba a través de elementos metadiscursivos. El empleo intensivo de estructuras de carácter digresivo así como el uso reiterado del comentario interno son rasgos que pueden apreciarse en otras de sus novelas y en muchos de sus cuentos. Llama la atención cómo Pitol califica ese impulso creativo de mezclar narración y reflexión en términos negativos: “El terror de crear un híbrido”, expresa. De esa misma relación conflictiva nace El mago… y es que el recelo a publicar un libro de ensayos aburrido, tradicional y estático (un libro contrario a su carácter explorador, excéntrico y paródico), lo lleva a experimentar formalmente con él, introduciendo componentes narrativos y elementos de fabulación.

Como si combatiera concientemente la tendencia a la reflexión y a la crítica de textos, Pitol ha pensado sus obras bajo el ideal narrativo de la novela, pero paradójicamente no puede anular el impulso ensayístico que siempre lo acompaña, debido a la gran autoconciencia que posee como narrador. En esta tensión intrínseca se encuentra buena parte del atractivo de su obra. Vista desde esta perspectiva, su historia es la del escritor que se la ha pasado buscando una forma de conciliar dos sistemas de escritura que tradicionalmente se conciben como opuestos. Lo significativo es que quizá sea en El mago… en donde mejor ha logrado hacer convivir esta escritura dual, bajo el engrudo de lo autobiográfico.

Consciente de lo anterior, al referirse a la forma de este tipo de obras, el propio Pitol señala en la introducción a sus Escritos autobiográficos lo siguiente: “En esta fuga de géneros literarios casi todos los ensayos se imbrican con algún relato. El ensayo y la narración se unifican”. Fuga de géneros es la formulación que utiliza Pitol en una reflexión en donde la carga negativa con la que se refería a la hibridación textual ha desaparecido. El epígrafe de E. M. Forster con el que inicia El mago… (“Only connect…”) es también una señal en este sentido, pues alude al principio de asociación libre propio del ensayo como marca fundamental de la estructura de la obra, principio que aquí se vuelve prácticamente un mecanismo narrativo gracias a que el propio autor, ya convertido en personaje, adopta el papel de eje articulador. Más que la invención de un nuevo género literario, lo que vemos entonces en Pitol es la solución a una disputa creativa de larga data. La desestabilización genérica resultante tiene repercusiones tanto sobre la naturaleza de la memoria, como sobre la imagen y los límites del yo representado.

Pensados desde la perspectiva de lo autobiográfico, los escritos recientes de Pitol han sido considerados como ejercicios parciales, en la medida en que no terminan de revelar la vida del autor. Humberto Guerra, por ejemplo, acusa a Pitol de ser un “autobiógrafo reticente” pues en lugar de ofrecernos un recuento vivencial nos borronea “su propia imagen”. En esta clase de lectura persiste el supuesto de que la escritura autobiográfica implica una dimensión cognoscitiva que nos permitiría acceder a la subjetividad y al pasado del autor. Justo contra ese supuesto “valor objetivo del texto autobiográfico” es que Pitol escribirá sus textos y los cargará de ambigüedad.

En su libro Formas breves, Ricardo Piglia escribió que “La crítica es la forma moderna de la autobiografía. Uno escribe su vida cuando cree escribir sus lecturas […] El crítico es aquel que encuentra su vida en el interior de los textos que lee”. El mago… pareciera estar diseñado para demostrar tal postulado, pues en él la autofiguración del narrador está asociada a la experiencia literaria, pero sobre todo a su experiencia como lector. O por decirlo de otro modo, en Pitol lo autobiográfico toma la forma de un recuento de lecturas. Acaso por ello el libro se encuentra más cerca de la autobiografía intelectual que del ensayo autobiográfico. De hecho, la dimensión confesional en El mago… se encuentra vinculada a lo que podríamos considerar una teoría de la lectura diseminada a lo largo de la obra. Si lo más íntimo se produce en el contacto con los libros es porque a través del acto de leer se genera un espacio donde lo privado y lo público se enlazan y dialogan.

Pitol utiliza diversos mecanismos para hacer de la escritura del yo un espacio dialógico en donde intimidad y vida pública conviven. Uno que puede detectarse de manera constante y que está vinculado a sus modos de leer, consiste en lo que podríamos denominar una autofiguración desplazada. El narrador de El mago… valora en otros autores aquellas experiencias que le parecen comunes o aquellas formas estéticas que él también practica. Sobre la escritura de Gao Xingjian, por ejemplo, afirma lo que un lector podría decir sobre cualquier novela de Pitol: “La trama es un intrincado tejido de discursos, un laberinto que yace bajo una superficie en apariencia confusa”. Hablar de otros escritores le permite conformar su propio autorretrato, gracias a un ejercicio de identificación y contraste. En otra parte del libro afirma:

En ese esfuerzo de imponer mi presencia en la escritura me sentía cercano a Witold Gombrowicz, específicamente al del periodo argentino, a sus soberbios diarios y sus últimas novelas, donde él aparecía como un personaje caracterizado de payaso, asido a una inmensa libertad, feliz de parodiar a los demás y también a sí mismo.

El desplazamiento hacia el otro le sirve a Pitol para autofigurarse. Es como si sólo distanciándose pudiera hablar de su propia vida. “Persistentemente me convierto en otro”, afirma hacia el final del libro. En otras ocasiones habla de sí mismo en tercera persona, ya sea para remarcar la distancia entre el yo presente y el yo pasado, o para jugar con las expectativas del lector.

Evadir la primera persona en un texto autobiográfico tiende a sugerir la idea de una identidad no unívoca, en la medida en que se halla desplazada. De tal modo la personalidad estaría construida a partir de metamorfosis y disfraces que pondrían en crisis el pacto de confianza que la concepción tradicional de la autobiografía carga consigo. Para Pitol, la persona lo es en su sentido etimológico: una máscara, de modo que tanto la idea de sujeto como de sinceridad no resultan simplificadas, sino que implican un proceso complejo que es celebrado a través de la mutación y el antifaz. En Una autobiografía soterrada…, el propio Pitol utiliza la misma idea para caracterizarse: “En mis narraciones soy más bien un personaje enmascarado, que se mueve en los corredores, un observador de las tramas para despejar las oscuridades de la obra, o encapotarlas más”.

Al respecto, otro elemento que desestabiliza el contrato de lectura tiene que ver con la frontera entre textos de ficción y de no ficción. En distintos lugares, Pitol ha afirmado la porosidad de la frontera entre ambas dimensiones, a veces remarcando la carga de ficción que hay en toda realidad y otras veces otorgándole un poder de veracidad mayor a los textos ficticios que a los de carácter referencial. Detengámonos en esto. La dimensión memorialística de los textos autobiográficos de Pitol es evidente a la hora en que el narrador recupera momentos de su pasado que van desde sucesos de su infancia hasta hechos históricos que poseen un referente común con el lector. No obstante, sus textos autobiográficos están plagados de efectos contrastantes, en la medida en que existe una literatura del yo fuertemente afirmada a través de un narrador cuya veracidad suele ponerse en duda: “De la única influencia de la que uno debe defenderse es la de uno mismo” escribe Pitol en El arte de la fuga. En ciertos momentos de El mago…, este ejercicio de autodescalificación se inscribe en fragmentos plenamente ficticios. Es el caso de “Hasta llegar a Hamlet”, en donde el narrador, para reflexionar sobre los poderes de la relectura, construye un personaje cuyo nombre (Gustavo Esguerra) no corresponde con el del autor ni el narrador, pero cuya personalidad coincide en lecturas, vivencias y manías con las de Pitol. Así, lo que en principio parecía una reflexión de corte ensayístico sobre la relectura, pronto se vuelve un fragmento con signos autobiográficos y al final se revela como un juego de autoficción.

Quien se enfrenta a este fragmento duda del pacto tradicional de lo autobiográfico. En su lugar, logra apreciar dos pactos de lectura simultáneos (o alternados): el pacto ficcional y el pacto referencial, en torno a los cuales le resulta difícil decidir. Pitol parece elaborar, en este fragmento, una biografía ficticia que en el desplazamiento le sirve para ironizar sobre su propia vida. Se trata de una nueva manera de enmascararse. Como afirma Piglia, “recordar con una memoria extraña es una variante del tema del doble pero es también una metáfora perfecta de la experiencia literaria”.

Esta ruptura de la identidad nominal entre autor, narrador y personaje (el pacto autobiográfico al que se refiere Lejeune) y el intento por dar cuenta de una falsa memoria, vuelve a ocurrir en otro fragmento en el que otra vez se incorporan estrategias de autoficción y metadiscursividad. En él se describe, de manera borgeana, una novela traducida a múltiples idiomas que bajo el título El mago de Viena habría sido atacada por buena parte de la crítica, al considerarla el “modelo perfecto de literatura light”. La única persona que habría elogiado la novela durante su presentación al público, resulta otro personaje ficticio, una crítica cuyo nombre se encuentra cargado de ironía “Maruja La noche-Harris” y que al final se revela como plagiaria:

Maruja La noche-Harris declaró [que El mago de Viena] podía ser light sólo si se pensaba en su absoluta y fascinante amenidad, pero por su tema pertenecía a la estirpe literaria más digna de nuestro siglo: Kafka, Svevo, Broch, y el escritor español contemporáneo Vila-Matas. Nombres que de seguro alguien debió soplarle […] Dos días después, un periodista comprobó que aquel párrafo correspondía a una biografía de Tolstoi escrita por Pietro Citati. La noche-Harris había aplicado a El mago de Viena palabras que el biógrafo italiano dedicaba nada menos que a Guerra y Paz.

Este par de fragmentos pueden ser leídos como ejercicios autoficcionales cargados de voluntad lúdica y paródica en donde se construye un pacto ambiguo, una autoficción especular, una narración paradójica o un pacto fantasmático. Más allá del modo en que se defina a este tipo de contratos de lectura ambivalentes, lo cierto es que ambos fragmentos Pitol los utiliza en términos de autoescarnio: los personajes ficticios que introduce en El mago… funcionan para ironizar sobre sí mismo, pues le otorgan libertad para hablar sin complacencias sobre su propio yo, al cual pone en duda. Dice Villoro que en muchos de sus textos “Pitol se descalifica como testigo veraz de los sucesos”. La idea de un narrador sospechoso apunta a otra de las posibilidades de lectura que nos ofrece esta obra: la intención de remarcar la imposibilidad de todo proyecto autobiográfico en su sentido tradicional.

Se ha dicho que en las tramas de sus relatos y novelas siempre hay un enigma que no se resuelve, pero del que depende toda la estructura de la obra y el destino de los personajes. Ocurre lo mismo aquí. En la estética de Pitol, la realidad tiene un sustrato inaccesible. Pensar lo autobiográfico desde este punto de vista implica modificar sus principios y formas. Y es que para Pitol, la interpretación en torno al mundo es siempre cambiante, lo mismo que la identidad de los sujetos: nuestro carácter móvil e inasible impide que podamos conocernos de manera plena. Por eso, la memoria en Pitol adquiere la forma de una serie de juegos con la identidad, en donde muchos yos expresan sus múltiples posibilidades vitales.

Aunado a esto, en El mago… es claro que la memoria se concibe como un espacio promiscuo e infiel que no puede proveernos de verdades estables. “Un atributo de la memoria es su inagotable capacidad para deparar sorpresas. Otro, su imprevisibilidad”, afirma el narrador. El azar de los recuerdos y la serie de ficciones continuas que la memoria genera impiden su estabilidad. Recordar, desde la perspectiva de Pitol, sería entonces un ejercicio de asociaciones azarosas, cuyo sentido estaría dado por las necesidades narrativas de quien en un momento dado lee su propio pasado; pero esta lectura reiterada, siempre termina caducando y se modifica insistentemente con el tiempo. Si la memoria no puede ofrecer un sentido de totalidad y permanencia, no es extraño que los libros autobiográficos de Pitol sean fragmentarios y construidos a través de saltos temporales, elipsis y desplazamientos. Las versiones en torno al pasado tienden a multiplicarse, por eso la escritura de la memoria resulta infinita. Lo único que podemos tener son, entonces, autobiografías inacabadas, oblicuas, múltiples y cambiantes.

De ahí que Pitol no haya dejado de publicar libros con esta forma: al interior de un mismo volumen narra varias veces el mismo episodio y en la suma de los libros estas reiteraciones se diversifican. Se trata de variaciones sobre variaciones, en donde incluso muchos párrafos son reutilizados, pero obtienen otros matices al ser recontextualizados en otro volumen. Esta reorganización que constituye una suerte de arte combinatoria es muy clara en uno de sus últimos volúmenes: Una autobiografía soterrada. Llama la atención el pronombre “una” en el título, pues remite a la multiplicidad y variedad de escrituras autobiográficas que practica Pitol. El subtítulo es igualmente significativo: “Ampliaciones, rectificaciones y desacralizaciones”. Para Pitol, todo texto autobiográfico es una ficción de memoria, que en la “fuga de géneros” encuentra su mejor formulación. Cierro con una cita de El mago…

Cuando escribo algo cercano a la autobiografía, sean crónicas de viajes, textos sobre acontecimientos en que por propia voluntad o puro azar fui testigo, o retratos de amigos, maestros, escritores a quienes he conocido, y, sobre todo, las frecuentes incursiones en el imprevisible magma de la infancia, me queda la sospecha de que mi ángulo de visión nunca ha sido el adecuado, que el entorno es anormal, a veces por una merma de realidad, otras por un peso abrumador de detalles, casi siempre intrascendentes. Soy entonces consciente de que al tratarme como sujeto o como objeto mi escritura queda infectada por una plaga de imprecisiones, equívocos, desmesuras u omisiones […] De esas páginas se desprende una voluntad de visibilidad, un corpúsculo de realidad logrado por efectos plásticos, pero rodeado de neblina.

Acerca del autor

Jezreel Salazar

Licenciado en Estudios Latinoamericanos por la UNAM. Maestro en Sociología Política por el Instituto Mora. Doctor en Letras por la UNAM. Es profesor de literatura en la Universidad…

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