En «Mestizaje e hibridez: los riesgos de las metáforas» (1997), el último de los trabajos de Antonio Cornejo Polar, el investigador peruano señala dos aspectos problemáticos en la crítica literaria y cultural latinoamericanista, el primero de ellos es el empleo de metáforas y categorías surgidas en otros ámbitos de investigación, concretamente las nociones de mestizaje e hibridez, aunque también cuestiona profundamente la validez de la transculturación propuesta por Rama; el segundo problema identificado es el del predominio del inglés como la lengua de los latinoamericanistas, que por cuestiones personales, académicas o políticas optan por este idioma para sus textos, con lo cual se establece una jerarquización en la que las publicaciones en español son consideradas menos relevantes que las escritas en inglés. La severidad con la que Cornejo Polar se refiere a ambos aspectos y la cercanía de su muerte ocasionaron que este texto, leído en su ausencia en LASA-Guadalajara, inicialmente haya sido recibido como una suerte de testamento intelectual e interpretado, aun en contra de lo expuesto por el propio autor en las últimas líneas, como un presagio del fracaso del «hispanoamericanismo». Al cabo de algunos años diversos latinoamericanistas se han acercado a este ensayo desde una perspectiva distinta, Raúl Bueno destaca por encima del tono de condena el énfasis puesto por Cornejo en alertar sobre los riesgos no de las metáforas en sí mismas, sino de su empleo laxo, además de inscribir la problemática del lenguaje crítico en un contexto más amplio, en el cual el mismo español en su variante «culta» forma parte de hegemonías culturales frente a otros idiomas y variaciones dialectales.
Aunque es cierto que Cornejo Polar buscó motivar la reflexión en torno a las dos problemáticas señaladas, la dureza con la que cuestiona y descarta las nociones metafóricas de mestizaje, transculturación e hibridez a simple vista no se resuelve de forma tan tersa como lo hace Raúl Bueno; Cornejo no les exige mayor claridad, las rechaza de plano ya sea por provenir de la biología, estar «ideologizadas en extremo» o relacionarse con una «acepción algo brutal», de lo cual se desprende que para este teóricos las nociones metafóricas enlistadas se inscriben en lo que Ricoeur caracteriza como la «denominación desviante», en la que la metáfora se concibe como una desviación, préstamo o uso extraño de un vocablo al interior de un discurso. Pero Cornejo no se detiene en este punto, afirma incluso que la conflictividad de estas nociones es similar a la de las categorías cuyo origen se encuentra en los estudios literarios latinoamericanistas, como son «literatura heterogénea», «literatura alternativa» y «literatura diglósica», entre otras, y esto se debe a que «ninguna de las categorías mencionadas resuelve la totalidad de la problemática que suscita y todas ellas se instalan en el espacio epistemológico que es distante y distinto». En este sentido, el descarte inicial hecho por Cornejo Polar se extiende para cuestionar la eficacia misma del discurso crítico, sea este nativo o foráneo, en relación con la materia que estudia por su capacidad limitada frente a las interrogantes que abre y por su pertenencia a un campo epistemológico diferente y lejano. No obstante, el peruano afirma que «tal vez en el fondo la relación entre epistemología crítica y producción estética sea inevitablemente metafórica».
Esta aceptación renuente de la relación metafórica existente entre el discurso crítico y el literario y cultural no implica aceptar el fracaso del primero o la imposibilidad de dar cuenta de los segundos, para Mabel Moraña constituye una tercera alerta lanzada por Cornejo Polar para señalar que en algunas ocasiones las teorías e interpretaciones afirman un dominio del discurso crítico por sobre «la cultura interpretada»; a decir de Moraña, el peruano recusa el discurso metafórico más que por su carácter desviante, por las generalizaciones de las que parte y a las que llega. «Cornejo avanza, más bien, hacia la afirmación de una negatividad constitutiva […] que resiste todo intento de centralización reductiva o dilucidación teórica». La «negatividad constitutiva» señalada por Moraña no implica una «resistencia a la teoría» por parte de Cornejo Polar, sino una postura cuidadosa y hasta desconfiada de las modas teóricas, que puede rastrearse en su predilección por la «bibliografía penúltima» para sus propias investigaciones.
En otra de sus conferencias, presentada en el 92 y publicada póstumamente siete años después, el crítico peruano realiza un balance sobre el estado de la teoría literaria latinoamericana y concluye que ésta no existe «porque epistemológicamente el reclamo [hecho por Fernández Retamar] quedó situado a un nivel muy abstracto (no crítica sino teoría)», y expresa que esta demanda provenía de la suposición de que en Latinoamérica existía una sola literatura escrita en español bajo parámetros estéticos europeos; frente a este afán de una teoría unitaria que diera cuenta de un objeto homogéneo, el trabajo crítico de Cornejo y muchos otros hizo evidente «que “eso” que llamamos literatura es un objeto social y culturalmente construido y en esa misma medida un objeto histórico, mudable, cambiante y escurridizo como pocos». La concepción de la literatura latinoamericana como un objeto proteico y heterogéneo marcado por la violencia fundacional y sostenida de las sociedades del subcontinente es la base de la apuesta fundamentalmente crítica (y posteriormente teórica) de Cornejo Polar, que él definió como el análisis de «la estructura de un proceso» y el «historiar la sincronía» y que Mabel Moraña ha caracterizado como la «poética del borde» o la «teoría del conflicto». Llama la atención que en esta conferencia Cornejo Polar valore positivamente las categorías de transculturación, heterogeneidad e hibridez, ya que al emplearlas se «supone un ejercicio teórico destinado en última instancia a modificar radicalmente el concepto de literatura latinoamericana» y enfatiza que este ejercicio no es una propuesta «abstracta» sino una nueva forma «de leer nuestra literatura». Estas categorías «colman una laguna semántica» y son productivas porque contienen información que «“re-describe” la realidad»; aquí Cornejo no las considera denominaciones desviantes, sino construcciones de sentido metafórico que anulan el sentido literal y crean una nueva pertinencia semántica al mismo tiempo que redescriben y redescubren la realidad de la literatura latinoamericana, realidad que es una «copiosa red de conflictos y contradicciones».
Las valoraciones tan distintas expresadas por Cornejo Polar en ambos textos, separados por alrededor de cinco años, obedecen más que a un cambio radical de postura del crítico peruano, a la suerte que corrieron las categorías de transculturación e hibridez a lo largo del tiempo, ya que en ciertos grupos académicos fueron asimiladas como variantes actuales del mestizaje, transformándose en una celebración de las relaciones interculturales y dejando de lado el conflictivo origen del que surgieron. John Beverly observa que esta asimilación, operada principalmente en la academia estadounidense, «contribuye a descentrar la autoridad de una tradición previa de pensamiento progresista latinoamericano» y la sustituye con el prestigio de sus propios estudios. Asimismo, Cornejo Polar observa que éstas y otras categorías han perdido su especificidad interpretativa y con ella su potencial redescriptivo y crítico al volverse etiquetas intercambiables a cualquiera de los contextos de la literatura latinoamericana. Lo señalado por el peruano de forma tan dura en el último de sus trabajos no se circunscribe al «estilo tardío», para emplear la expresión de Edward Said, de su pensamiento, sino que es uno de los fundamentos de su trabajo crítico iniciado a principios de los sesenta.
En un famoso cuestionario que Jorge Ruffinelli envió a distintos crítico latinoamericanos y que fue publicado en Texto crítico en 1977, Antonio Cornejo Polar expresa la urgencia de construir una crítica literaria «con signo latinoamericano» y aclara que no está apelando a un «aislacionismo» teórico, sino al «conocimiento y la asimilación discriminada del ejercicio crítico propio de otros ámbitos», además enfatiza el «rigor científico» que debe de tener la crítica literaria y su función en el «proceso de liberación de nuestros pueblos» al cuestionar profundamente a la literatura. Asimismo, Cornejo Polar propone replantear «los hábitos del trabajo crítico» problematizando los propios antecedentes de los críticos literarios y su lugar de enunciación no sólo desde una perspectiva geográfica, sino geo-cultural y política. Schmidt-Welle observa que desde los setenta y quizá antes, Cornejo Polar buscaba discutir no sólo los conceptos teóricos que constituyen el andamiaje interpretativo del crítico literario, sino también el lugar desde donde se construyen dichos conceptos como una forma de resistencia a las «tendencias universalistas» en el campo de la literatura latinoamericana, lo cual se aprecia en el desmantelamiento sistemático que hizo de la nociones de mestizaje y literatura nacional desde sus primeros trabajos dedicados a Arguedas y la novela indigenista. Esta puesta en perspectiva del lugar del crítico puede vincularse a lo que William Rowe llama la «regionalidad de los conceptos», un problema histórico y no meramente teórico.
Para Rowe el tránsito de los conceptos entre disciplinas borra «su historia, el proceso de su formación, y los lugares y tiempos y personas que intervinieron en su enunciación», lo cual produce una «burocratización del saber» en la que las nociones y conceptos se adecuan a las necesidades inmediatas, dejando de lado su especificidad crítica. Rowe analiza esta transferencia principalmente de las academias europeas y norteamericana hacia América Latina y señala que con ella se «escatiman las historias locales y sus signos específicos», además de que se perpetúan luchas por «el prestigio intelectual». Al igual que Cornejo, este investigador no apuesta por un purismo teórico basado en un esencialismo telúrico, sino a la reflexión previa al uso de los conceptos y la asimilación de las teorías a partir de considerar «las lógicas temporales y espaciales con las cuales se construyen los discursos de la crítica». Rowe ejemplifica brevemente su postura refiriendo que la noción de hibridez de García Canclini es completamente productiva al emplearse para la interpretación de contextos culturales urbanos divididos por fronteras que separan dos o más estados-nación, pero que pierde su efectividad e incluso se convierte en una noción peyorativa cuando se traslada a otros contextos con características históricas y regionales distintas. Rowe no descarta la noción de hibridez, pero sí apela a su uso restringido y en dado caso a su adecuación a la materia estudiada y no a la inversa, y afirma que en muchas ocasiones el «“canon internacional de conceptos” […] impide el estudio de problemas puntuales» al ocultar detrás de su generalidad teórica las particularidades de la materia estudiada.