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Hormigas rojas o las posibilidades del vacío

Si el libro que leemos no nos despierta como un puño que nos golpeara en el cráneo, ¿para qué lo leemos? ¿Para que nos haga felices?Dios mío, también seríamos felices si no tuviéramos libros, y podríamos, si fuera necesario, escribir nosotros mismos los libros que nos hagan felices.Pero lo que debemos temer son esos libros que se precipitan sobre nosotros como la mala suerte y que nos perturban profundamente, como la muerte de alguien a quien amamos más que a nosotros mismos, como el suicidio. Un libro debe ser como un pico de hielo que rompa el mar congelado que tenemos dentro.
Franz Kafka, carta a Oscar Pollak, 1904

Con frecuencia, la locura y el sueño están ligados a un libro. Un ambiente, una imagen, una frase, se nos revelan de pronto como bastiones que niegan la convención y manifiestan que la singularidad es una herramienta para entender lo más importante: nosotros mismos. Luego vendrá el mundo. Ya acudirá el otro.

Es precisamente en el arte donde sucede a menudo lo que no habíamos imaginado, lo que convoca a lo onírico y la demencia. Específicamente, algunos libros son intuiciones de lo imprevisto. Se construyen con algo que se impone como una condensación alienada de locuciones y figuraciones; entonces, representan un impulso para la imaginación y el placer que da asomarse, por momentos, a la insania y la ilusión. Al fin, la normalidad ─esa locura automatizada, ese sueño bien o mal explicado hasta el desinterés─ seguirá ahí cuando cerremos el libro.

En Hormigas rojas (México, Almadía, 2012) de Pergentino José (Oaxaca, 1981) se escenifica al ser humano en un espacio trastornado. Como una intuición de lo imprevisto para el lector, la última publicación de José nos conduce al mundo rural desde la universalidad de un ambiente onírico que representa a cualquier orbe y que a la vez, con la especificidad de ceremonias, de ciertas prácticas y de ciertos conceptos, se muestra influenciada por la cultura zapoteca. Sin duda, una muestra de esto es “La rama seca”, donde el verdadero protagonista es el rito y la relación que éste guarda con sus participantes.

Quizás esta dualidad general del volumen (lo universal y lo zapoteco) sea uno de los rasgos que le permiten ser actual y atemporal; asimismo inaprehensible, por la ausencia de certezas sobre lo que se cuenta, pero sensible, por el cúmulo de sentimientos que allí se representan.

El conjunto de breves narraciones está empapado de un sentido absoluto de la norma y de la Ley. Tal vez ecos de Antígona, en varios pasajes observamos al ser humano en pugna con edictos ya locales, ya universales; en ocasiones son los designios del otro los que se enfrentan a los del protagonista; a veces tales designios son religiosos, otras, sociales. Hay un precepto que domina aunque no se le comprenda del todo y un ser que observa el cumplimiento. Parezca justo o no.

En una leyenda judía se habla de un viejo que encuentra una serpiente a punto de morir de frío. El hombre se apiada y la calienta en sus brazos. Cuando recupera fuerzas, la serpiente se vuelve contra el anciano y está a punto de matarlo. El provecto personaje pide ayuda y se queja, desilusionado, por la traición y la ingratitud. Sin embargo, todos le dicen que está equivocado: la serpiente se halla en todo su derecho de matarle. Es su naturaleza. Tal es el orden del mundo. No hay remedio. Ahí se aloja Pergentino José en “La sacerdotisa de la montaña” o en “En el corazón de los pájaros”, textos donde los protagonistas enfrentan una ley y acaban estrellándose contra un orden supremo que en nada toma en cuenta al individuo y que, acto seguido, quebranta su voluntad.

Llama asimismo la atención el efecto de incertidumbre que causan todos y cada uno de los diecisiete relatos. Hay un cortocircuito entre nuestro mundo y el que se edifica en las páginas de Hormigas rojas. Así, tal vez esa incertidumbre se explique porque el autor toma del mundo empírico ciertos motivos o elementos para la construcción de una esfera alterna que se opone a nuestra realidad con base en dos aspectos: i) el misterio y ii) un ambiente turbio, impreciso. Hormigas rojas es una mimesis basada en el vacío. He ahí su fuerza y su particularidad estéticas. Queda solamente el espacio de lo imaginario: la narración puede ser parábola, estilización de la nada.

Los personajes de José viven bajo un signo que no se distingue, en frases que son poderosas porque precisamente el sujeto al que se le atribuyen se ha desvanecido. Sólo nos queda lo que éste dice, lo que piensa, lo que siente. Desde esa no-concesión, se puede decir que también el lector ha perdido algo. Pergentino José juega con lo que hay y lo que no hay. Con lo que dice y lo que no. Con lo que se representa y lo que es labor del lector poner en cada narración.

Fotografía: old.nvinoticias.com

En otras palabras, Hormigas rojas es la prueba contundente de que Roman Ingarden no pasó en vano por este mundo. También nosotros debemos completar en pro del sentido negado y así satisfacer la indeterminación: las razones para los diversos periplos, los desenlaces, las relaciones entre los personajes, las situaciones1. En “La huida” se halla un ejemplo de lo anterior: “Se acerca el fin y no debo dudar. ¿Dónde están esos sueños que parecían tan cercanos a la locura? […] Algo se había roto dentro de mí, pero no tenía idea de qué” (José, p. 39).

Nada. Pocas veces se tiene la sensación de completud o de complacencia. Cada cuento se deja interpretar hasta cierto grado o desde ciertos momentos, pero luego se escapa. Nada comienza y nada acaba en estas narraciones, y sin embargo tienen lugar hechos muy inquietantes, historias entrañables. Esto porque Pergentino José trabaja con base en esa parte recóndita que queda cuando se arrancan las capas con que funciona nuestra epidermis intelectual ─ésa con la cual tenemos certidumbres y nos afianzamos al universo─: se da cuenta de la necesidad de certezas y, con artificios como la metáfora o más bien la alegoría, suprime la convención y la causalidad (tan inexcusables, generalmente, en la narrativa). Como ejemplo de estas ausencias, el relato “No es a ti” usa motivos que ocultan el sentido antes que sugerirlo: la máscara, el silencio, el paisaje oculto por neblina, la opalescencia, la desmemoria. Todo convoca al ocultamiento y éste se vuelve un concepto retóricamente hablando.

Tal es el rasgo que más llama mi atención. En un afán reduccionista, sería muy fácil estudiar varias de estas ficciones como representaciones oníricas. Listo. He ahí Pergentino José: un escritor de sueños, de fantasías y obsesiones. Un exégeta de lo onírico. Adiós al libro. Se le guarda como una curiosidad, como un posible texto que sigue al Juan Rulfo de “La cuesta de las comadres”, al Franz Kafka de “El artista del hambre”, “El artista del trapecio” y “Ante la ley”, por su estilo de parábola. Recuerda a Felisberto Hernández, Francisco Tario y a Julio Torri porque es raro, porque no se parece a nada de lo que hacen sus contemporáneos. Definido el autor, definidas sus conexiones estéticas o la ausencia de éstas, se acabó la problemática de su peculiaridad. Y a otra cosa.

Ésa es acaso es una lectura válida. Sin embargo, el volumen entero se reb(v)ela. No se olvida con facilidad, porque la realidad empírica está ahí en ese libro, examinándose en sus poros enormes, a veces aciagos; otras, sensiblemente prósperos. La forma de parábola es en sí un síntoma estético; no parecerse a nada muestra un estilo particular que debe tener fundamento en alguna técnica narrativa. Entonces, ¿cuál es el quid?

Quizá el libro permite una segunda interpretación: detrás del vacío, de lo que no se tiene, está el hecho literario. Aceptemos ahora que cada relato del libro formula un mundo y que en esa formulación tiene lugar una reorganización del nuestro con base en las leyes del vacío. Así, surgirá una segunda carga de significación de cada imagen, cada acto, cada frase. Ahí el nexo con las palabras de Franz Kafka que aquí funcionan como epígrafe: hay textos como “La ventana”, “Hormigas rojas” o “Desde el edificio” que despiertan como un golpe en el cráneo. ¿Nos complacen? No. Acaso nos aturden. Mas se precipitan sobre nosotros como una merma. Cumple así el conjunto de relatos con el deseo kafkiano: “Un libro debe ser como un pico de hielo que rompa el mar congelado que tenemos dentro” (Kafka, p. 85)

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Es el extravío lo que hallamos con insistencia a lo largo del volumen. Todos los personajes han perdido algo. Empero, esa oquedad significa la exploración del vínculo entre individuos, entre personas y objetos, entre conocimiento, alejamiento, olvido, búsqueda. Entre obsesión y afecto. Entre deseo y privación. Son esas pesquisas desesperadas donde Hormigas rojas, como un todo, se instala. Hay un trabajo estético que acaso hace de ellas el leitmotiv dominante y, como tal, ese motivo recurrente tiene múltiples cargas de sentido. Rostros diversos.

Desde esas coordenadas interpretativas, se aprecia a Hormigas rojas como un proyecto artístico que se dirige y habla con una parte íntima en nosotros: en sentido estricto, la angustia y la necesidad de causalidad. Pergentino José Ruiz hace que palabras e imágenes convencionales adquieran una significación no-vista. Lo conocido nos vuelve la espalda. Pero el autor ofrece un intercambio: si soportamos la incertidumbre, se nos brinda la certeza de que el mundo es un lugar para (re)interpretar. No está aún definido (y quizá no lo esté nunca).

En varios de los cuentos compilados se habla de la esperanza del reencuentro. Hay madres e hijos ausentes, amantes alejados. Es que en el contexto que describe el volumen es así: algo se traga a la gente, algo acecha en la oscuridad y se lleva al familiar o a la pareja. Entes misteriosos e incluso ausentes dominan el orbe diegético. “La habitación de los gusanos” es un caso ejemplar. Léase un breve segmento: “─¿Por qué talan el bosque de bambú? ─ pregunto. ─Para plantar cafetales. El patrón llega en estos días. Cuando vamos a la casa grande nos dicen que ya viene, ya viene” (José, p. 27).

La anáfora final representa una presencia-ausencia con la cual se expresa el nerviosismo de los peones. Tal recurso le sirve a José para expresar la fuerza con la cual los patrones están presentes en sus tierras por medio de sentimientos muy parecidos al miedo o a la angustia del trabajador a pesar de que físicamente no las visitan. Los campesinos del cuento están bajo un yugo que es férreo porque fustiga en la ausencia, porque se refuerza por medio de la no-presencia, porque dota de ubicuidad al patrón.

Quizá es la cultura (pos)moderna con sus valores de “civilización” que de forma cortazariana va tomando la casa. O probablemente ─las opciones no son excluyentes─ es la realidad nacional en la que la pérdida se ha hecho norma. A lo largo del volumen se enfrentan tales cosmovisiones con un canto al vacío, una oda al hueco insaciable de quien pierde todo porque ha perdido a alguien.

Es la construcción con base en la grieta lo que permite reconocer la crítica social, la denuncia del dolor y del vértigo del que busca y no encuentra. Ése que busca es hoy un personaje tipo no sólo de nuestras letras, sino de nuestro entorno: hay vacíos personales por todas partes. Y los símbolos no nos alcanzan ya para representarlos. Entonces, parece decirnos Pergentino José, cantemos al vacío, a la grieta, a lo que queda2.

Posibilidades del vacío. Eso son estos relatos. El mundo de Hormigas rojas es un recipiente desierto, como lo es cada ciudad, cada individuo, desde ciertas ópticas. El autor acepta el desafío de la realidad horadada y apuesta por una ficción que arrebata certidumbres y que imita sus agujeros. Sus relatos son cada uno un velo de precisos artificios desplegado sobre la carencia. A veces debajo de ese velo hallamos compasión, amor, ternura. Otras, un hueco más profundo3. Se intuye que tal vez para el ser humano actual la belleza, el reflejo artístico, no residen en el axioma o la evidencia, sino en un orden en el que el sujeto se pierde a sí mismo. En la brecha.

Imagen: ntrguadalajara.com

En este libro de cuentos se asume tal problemática mostrando cómo viven ciertos entes esa circunstancia. Capta así un sentido de realidad, pero sobre todo de la disolución de ésta al copiar y captar a fondo, con imágenes oníricas y actitudes esquizofrénicas, los huecos en y entre los sujetos. Así, este libro defiende la oquedad: recuerda que el mundo se ha resquebrajado y que ninguna restauración puede fingirse. Toda certeza, toda imagen armoniosa, toda unidad y completud son falsas.

Con frecuencia, propuse al inicio, la locura y el sueño están ligados a un libro. En Hormigas rojas ambos ─locura y sueño─ son motivos para vaciar elementos, para señalar con el dedo índice la ausencia, pero sobre todo para el escrutinio. En esa propuesta estética de Pergentino José Ruiz de escrutar el vacío ─por momentos intolerable, mas en otras ocasiones placentera─ hay un beneficio tal vez más sugestivo que la conciliación y la integridad: nuestra responsabilidad de saciar. Nuestra urgencia de comprender. Así, la duda irresoluble se advierte como un modelo de conocimiento y el vacío como una alegoría que le representa con fidelidad. Probablemente, hoy el cometido de un escritor no es mostrar o imitar al mundo (ya muchos lo hicieron), sino vaciarlo. Nadie puede negar el valor estético de tal empresa.

Bibliografía citada

Ingarden, Roman. La obra de arte literaria, Gerald Nyenhuis (trad.), Madrid: Taurus, 1998.

José, Pergentino. Hormigas rojas, Almadía: México, 2012.

Kafka, Franz. “Carta a Oscar Pollak”, 1904, apud. George Steiner, “La formación cultural de nuestros caballeros”, en Lenguaje y silencio: ensayos sobre la literatura, el lenguaje y lo inhumano, Barcelona: Gedisa, 2006.

Acerca del autor

Juan M. Berdeja

Profesor investigador del Programa de Estudios Literarios de El Colegio de San Luis, A. C. (México). Es doctor en Letras hispánicas del Centro de Estudios Lingüísticos y Literarios de El Colegio de México, y Maestro en Humanidades (línea Teoría literaria) por la Universidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa…

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Notas al pie:

  1. Me refiero concretamente a las tesis de La obra de arte literaria, Gerald Nyenhuis (trad.), Madrid, Taurus, 1998. Donde Ingarden explica, con base en la fenomenología, que en el proceso de lectura tiene lugar una dinámica entre lo que la obra da (lo que dice) y lo que calla (lo que el lector, con su cúmulo de experiencias y conocimientos, va “rellenando” porque no se manifiesta explícitamente). El caso de José llama la atención, pues más bien propone espacios insaciables o infinitamente saciables, porque todas las posibilidades de interpretación (es decir, la posible satisfacción de las zonas oscuras en cada cuento) caben. El único asidero exegético es el criterio del lector cuando responde a las preguntas: ¿qué ha pasado en este relato? ¿Cuál es el plano en el que los personajes se mueven? ¿Qué simbolizan las diversas imágenes? Etcétera.
  2. Pero ni siquiera en esto, los textos muestran una postura clara. Hay desaparecidos, deudos, captores. Ejemplo de esto último es “Los hilos de vapor”. Ahí leemos, en voz de un captor: “Teníamos una regla; no mirar a los ojos a nuestras posibles víctimas. Pero yo me permitía este pequeño placer. Allí se descifraba todo, en algunas miradas había tristeza, en otras, indiferencia. […] A los elegidos nuestro jefe les decía que por sus aptitudes técnicas los mandaba a una sucursal fuera del país, donde había mayor nivel de exigencia en el trabajo, pero yo sabía que nunca regresarían a casa” (José, p. 21).
  3. En ocasiones, los personajes reflexionan sobre sus circunstancias de soledad y José se permite licencias poéticas muy sutiles, pero contundentes. El inicio de “El témpano” es muestra de ello: “El olor a silencio se volvía más fuerte” (José, p. 53), dice el protagonista sin preámbulos. Con eficacia, tal atribución insólita elimina toda referencia o característica que conocemos del silencio: el receptor debe abandonar sus preconcepciones en pro de la lectura y es así que se ocasiona el efecto de incertidumbre desde la primera frase del cuento.