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Más allá del policial revolucionario

Confesiones (Nuevos cuentos policiales cubanos). Selección y prólogo de Rebeca Murga y Lorenzo Lunar. La Habana: Ediciones Unión, 2011, 144 p.

Cuando en una antología algo se anuncia como nuevo, sin duda se sugiere que el trabajo compilado tiene, al menos, la idea de innovación como uno de los ejes principales del criterio del antologador y, por lo tanto, existe un referente anterior, no-nuevo, incluso un modelo agotado o extinto.

Este último caso es el de Confesiones, reunión de diecinueve cuentos cubanos que se deslindan de la tradición del policial revolucionario, un género expresamente creado para hacer apología al régimen judicial fruto de la Revolución de 1959. En esta verdadera novela policial (como también se le denominaba por la crítica oficialista a partir de la instauración, en 1972, del premio de novela policial «Concurso Aniversario del Triunfo de la Revolución»), los cuerpos policiacos ficcionales conforman una perspectiva ética afín a los ideales revolucionaros, mientras que su contraparte, el delincuente, es el resabio de las conductas impropias del capitalismo y no atenta en contra de la propiedad privada en vías de erradicación, sino en contra del progreso del socialismo en el país; no se trata de un delincuente común, sino de un delincuente contrarrevolucionario. Salvo esta particularidad, el resto de las reglas se apegaban estrictamente a la más ortodoxa de las tradiciones del relato policial clásico. Como señalan Lorenzo Lunar y Rebeca Murga en su prólogo «El nuevo cuento policial cubano. ¿La aguja en el pajar?», el esquema de dicha narrativa fue inoperante luego de la disolución de la Unión Soviética, lo cual dio paso a una reformulación de la novela policial cubana cuyo referente se ha vuelto Leonardo Padura, en particular por su ciclo «Las cuatro estaciones».

Según los propios antologadores, la tarea de recolección de los cuentos presentados resultó complicada debido a la dispersión en que se encuentran (de ahí la frase «aguja en el pajar»). Por lo tanto, y con conocimiento de causa, habría sido sumamente útil que se hiciera constar la fuente de las publicaciones donde dichos relatos aparecieron por primera vez, o al menos su fecha de publicación, así como una breve noticia de los diecinueve autores. De forma atinada, Murga y Lunar establecen seis rasgos de lo que llaman nueva narrativa policial cubana, mismos que resumen los criterios de selección del corpus; no obstante, al no hacer hincapié en las características estructurales y temáticas propias del género policial, dichos aspectos pueden ser aplicables a prácticamente cualquier texto sobre violencia o sobre conflictos sociales. Ante esta suerte de polisemia genérica del adjetivo «policial», los antologadores incluyen textos que, a decir verdad, poco se aproximan a alguna de las variantes de este tipo de ficción. No pretendo abogar por un purismo genérico que deje al margen formas que modifiquen, cuestionen o parodien las convenciones del policial, sino por una justificación mucho más clara del empleo del término hacia algunos de los cuentos.

Dentro de los textos que, en mi opinión, responden al amplio espectro de las literaturas policiales, existen características temáticas que logran articular el volumen. Una de ellas es el síndrome postraumático de los veteranos de las misiones internacionalistas, soldados cubanos que regresan de los frentes africanos y que, como suele suceder, encuentran enormes dificultades para reintegrarse a la sociedad. En esta línea se encuentran «Es muy fácil», de Lorenzo Lunar, y «Río de agua mansa», de Ángel Santiesteban Prats, este último relato dentro de lo más destacado del volumen. Al igual que en gran parte de la narrativa cubana postsoviética, la carencia de alimentos está presente en el cuento «El viejo que se comía la suerte», de Mario Brito Fuentes, donde una decisión éticamente inaceptable se vuelve la única solución para paliar el hambre. Inserto en este mismo contexto del Periodo Especial se encuentra el anhelo por salir de Cuba; a las consecuencias de la crisis de los balseros se dedican «Atrapados» e «Itanam de las barcas», de Carlos Santos Montero y Nelton Pérez, respectivamente.

Si dentro de la novela policial revolucionaria la actividad de los cuerpos policiacos terminaba por resolver los casos satisfactoriamente, en algunos cuentos de la antología se cuestiona la pericia de las autoridades. Tal es el caso de «Confesiones», de Obdulio Fenelo Noda, donde la incompetencia policial impide el final feliz, y de «Testigo», de Ian Rodríguez Pérez, una original recreación de «El coloquio de los perros» cervantino protagonizado por un par de perros policía.

En términos formales hallamos una recurrencia a la reflexividad acerca del acto escritural. Dicha construcción metaficcional se encuentra en tres de los cuentos más interesantes de la selección: «La acera infinita», de Anisley Negrin, un clásico relato negro en que criminal, delator y víctima, entre otros actantes estereotípicos del policial, son asimilados al lector gracias a las instrucciones del narrador; «Letra con sangre», de Rafael Grillo, historia de un escritor que mata para saber cómo se relata un asesinato, y «Una novela para Dostoievski», de María del Carmen Muzio, relato psicologista que subraya la labor del periodista como escritor de ficción sobre crímenes.

Finalmente, llama la atención la cantidad de relatos que son narrados desde la perspectiva de un personaje desfasado de la realidad. Dicha estrategia, similar al conocido modelo de diario de un loco, parece ser herencia de la novela policial revolucionaria, pues de alguna manera explica el delito mediante una perturbación individual. Entre ellos, el cuento más logrado es «El anfitrión», de Ernesto Peña, dado que en pocas páginas consigue perfilar un protagonista análogo al de El coleccionista, de John Fowles (aunque inserto en el contexto cubano), así como desarrollar una trama densa que sintetiza, en gran medida, los conflictos sociales e individuales de la coyuntura histórica: un profesor enamorado de su sobrina, quien también es su alumna, rapta a la chica antes de que sus padres puedan llevarla a Estados Unidos.

Pese a las falencias metodológicas en cuanto a la edición del libro señaladas anteriormente (que acaso son importantes sólo para los estudiosos de la literatura policial), el volumen preparado por Lunar y Murga ofrece una perspectiva bastante enriquecedora de la cuentística sobre crímenes realizada en Cuba durante los últimos años. Además del esfuerzo por sistematizar en el prólogo los rasgos de una narrativa cuya producción parece ir en ascenso en la isla (o, mejor dicho, que retoma un nuevo ímpetu creativo), le debemos a Confesiones el descubrimiento de textos que confirman, una vez más, la superación del prolífico género del policial revolucionario.

Acerca del autor

Héctor Fernando Vizcarra

Investigador del Instituto de Investigaciones Filológicas de la UNAM. Traductor literario. Secretario de redacción de la revista Literatura Mexicana. Co-coordinador del volumen…

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