Portada. Fotografía tomada de internet.

Imprimir Entrada

Las múltiples versiones de Eva Perón en la literatura argentina

Han pasado más de 60 años de la muerte de uno de los personajes más polémicos de la historia argentina, Eva Duarte de Perón. Durante todo este tiempo ha sido abordada en la literatura desde distintas perspectivas. No obstante, puede decirse que hay dos grandes grupos, los mismos en los que se dividió el país políticamente: las obras que dan una visión positiva y las que son muy críticas.

Así como en vida fue amada por unos y odiada por otros, tras su muerte seguidores y detractores contribuyeron a la construcción de dos mitos. El mito blanco: el de la santa, el de la mujer sacrificada, el de la Eva que trabajaba diario, incluso, en los peores momentos de su enfermedad, por sus humildes descamisados. Y el mito negro: el de la prostituta, la ignorante, la advenediza y la ambiciosa. El que impulsaron sus enemigos, los que prohibieron que se le mencionara en público.

Cuentos, poemas, novelas y obras de teatro han ido configurando su imagen de acuerdo a estas dos versiones, y han quedado como muestra de la confrontación ideológica que ocasionó. Otra línea temática se ha centrado en su muerte y en el periplo misterioso de su cadáver.

Tumba de Eva Perón en el Cementerio de la Recoleta, Buenos Aires. Fotografía de Brenda Morales Muñoz.

En el ámbito de la cultura y el arte sus opositores fueron muchos. La mayoría de escritores e intelectuales no apoyaban ni el proyecto político ni el cultural del peronismo. Consideraban que las decisiones de la pareja presidencial en esos temas, así como la abrumadora y numerosa propaganda oficial, eran una afrenta y una invasión a su libertad creativa que terminaría en la destrucción de espacios que habían tardado mucho tiempo en construir. Ejemplo de este tipo de posturas y oposiciones son las declaraciones de Ezequiel Martínez Estrada quien, en el prólogo a la segunda edición de ¿Qué es esto? (1956), afirmaba que: «en la figura de Perón y en lo que él representó y sigue representando, he creído ver, sino todos, la mayoría de los males difusos y proteicos que aquejan a mi país, desde antes de su nacimiento. Como los ácidos que se usan en fotografía, Perón reveló y fijó muchos de esos males que sería injusto atribuirle, pero que él ciertamente magnificó y sublimó».1

Otro tanto ocurrió con Jorge Luis Borges, quien siempre mantuvo una relación antagónica y tirante con el peronismo. En su obra plasmó inconformidad y miedo ante la barbarie que para él representaban las masas de «descamisados», término con el que Eva se refería familiarmente a los trabajadores. En un cuento de 1948 titulado «La fiesta del monstruo», Borges -junto a Adolfo Bioy Casares y bajo el famoso pseudónimo de Honorio Bustos Domecq- hicieron una crítica de un mitin peronista que la gente veía como una fiesta, y en donde destacaban la presencia de un monstruo, personificado por Perón. A lo largo del texto también se describen muchos de los rasgos que la clase media alta atribuía a los seguidores del general y su esposa, a quienes se refieren como bárbaros.

El cuento «Las dos muñecas» de César Aira, texto que cierra La trompeta de mimbre (1998), también aborda la figura de Eva en vida. En este breve relato Eva se mira en los ojos de Eva, hay un juego de dobles, de espejos y de autómatas. Eva Perón manda fabricar dos muñecas iguales a ella porque no se daba abasto con la cantidad de actos a los que debía asistir. Le resultaba fascinante la idea de poder duplicarse o reproducirse cuantas veces quisiera. La gente que asistía a las ceremonias «entre grotescas y conmovedoras, típicamente peronistas», quedaba encantada. Sus seguidores estaban tan emocionados por verla que no distinguían que eran muñecas: «la realidad siempre es ligeramente más extraña de lo que uno espera. Las muchedumbres fervorosas que la veían aparecer en persona ante sus ojos la agigantaban, y llenaban con ella todo el espacio de su memoria, para siempre».2

Un ejemplo más se halla en Bestiario (1951), de Julio Cortázar, libro en el que se incluye el famoso cuento «Casa tomada», y que ha sido objeto de múltiples interpretaciones. Una de ellas es la que se relaciona con el peronismo, con la idea del ingreso de algo extraño que descompone el mundo familiar. Se ha dicho que simboliza el miedo de las clases altas, representadas por Irene y su hermano, ante la aparición de las grandes masas populares que podían quedarse con todo, tal como lo hizo Eva. En la historia los hermanos viven tranquilos hasta que un ruido extraño aparece en la casa y poco a poco se apodera de ella, por lo que se ven obligados a abandonarla. Ambos aceptan el hecho como una situación irremediable. El cuento se ha interpretado como una invasión del espacio civilizado por una masa amenazante: «Cortázar, como tantos otros intelectuales argentinos, sintió su vida “invadida” por un fenómeno político que destruyó su tranquilidad, su marginalidad, su disponibilidad vital y su libertad».3

En esa misma línea, la obra de Germán Rozenmacher, «Cabecita negra» (1962) también da una idea de invasión. Esta vez se trata de un policía y de una chica de clase baja que irrumpen en el orden doméstico de un propietario blanco de clase media, el señor Lanari. Cuando los «cabecitas negras» entran a su casa, sólo atina a pensar: «si justo ahora llegaba gente, su hijo o sus parientes o cualquiera, y lo vieran ahí, con esos negros, al margen de todo, como metidos en la misma oscura cosa viscosamente sucia; sería un escándalo, lo más horrible del mundo».4 Él, tan decente, tan elegante y tan preocupado por las apariencias, se sentía humillado y amenazado. Incluso, llega a afirmar que parecía que estaba viviendo una pesadilla en la que «la casa estaba tomada». Este es un relato que expresa la sensación de angustia de las clases medias y altas, de la gente «culta», ante la presencia de los peronistas.

Finalmente, siguiendo la línea de literatura que manifiesta su disconformidad con Eva, está la obra de teatro Eva Perón, escrita por Copi originalmente en francés y publicada en 1969 en París.

El actor Alfredo Castro en una escena de Eva Perón de Copi, representada en Chile en 2001. Fotografía tomada de El Mercurio.

En la obra aparecen 5 personajes: Eva, su madre, Perón, una mucama y una enfermera. Eva es caracterizada como una mujer violenta y manipuladora que llega a apuñalar a su enfermera para escapar, dejando en su lugar un cadáver disfrazado. El tratamiento de la protagonista es agresivo, se expresa en un lenguaje vulgar, fuerte y ofensivo. Está representado por un travesti que, por medio de gritos y todo tipo de exageración escénica, demuestra las malas relaciones que tenía con su madre y con su esposo: « ¡Tengo cáncer! ¡Y estoy harta de las migrañas de Perón! ¡Un cáncer no se cura con una aspirina! ¡Voy a morirme y a vos te importa un pito! ¡A nadie le importa! ¡Están esperando el momento en el que yo reviente para heredarme! ¿Querés conocer el número de mi caja fuerte en Suiza? ¿Eh, vieja zorra?».5

Por otra parte, el tema de la muerte de Eva ha sido abordado en varias ocasiones. Un primer ejemplo puede ser un relato de Borges, quien, por medio de «El simulacro» (1953) hace una parodia del velorio de Eva. Se narra la historia de un funeral en un humilde rancho en el Chaco que resulta ser una simulación, como sugiriendo que toda la política argentina era una farsa que creció exponencialmente con la muerte de la primera dama, suceso que el peronismo tomó y capitalizó a más no poder. El narrador dice que en ese velorio nada era real: «el enlutado no era Perón ni la muñeca rubia era la mujer Eva Duarte, pero tampoco Perón era Perón ni Eva era Eva sino desconocidos o anónimos (cuyo nombre secreto y cuyo rostro verdadero ignoramos) que figuraron, para el crédulo amor de los arrabales, una crasa mitología».6

Cortázar también tocó el tema de la muerte de Eva en su novela El examen, publicada post mortem en 1986. En ella una multitud animal, que proviene de todos los rincones de Argentina, se reúne para adorar un hueso y la gente espera que una mujer vestida de blanco les obre un milagro.

Asimismo, Néstor Perlongher escribió el cuento «Evita vive» en 1975. En él Eva baja del cielo para convivir con prostitutas y drogadictos y les asegura que volverá varias veces para cuidarlos: «Grasitas, grasitas míos, Evita lo vigila todo, Evita va a volver por este barrio y por todos los barrios para que no les hagan nada a sus descamisados».7Ellos, sus más fieles seguidores, le creen ciegamente y confían en que la ayuda –en forma de lotes de marihuana para que «todos los humildes andaran super bien»- que prometía les iba a llegar.8

Un relato más que sirve como ejemplo es «La señora muerta» (1963), de David Viñas, donde el autor describe las enormes filas de personas que esperaron horas para darle el último adiós a Eva, así como la sensación de desprotección que los invadía. Subraya la imposición del régimen de que el tiempo tenía que detenerse y todas las actividades debían suspenderse para honrar a la primera dama y cómo afectó esto a quienes no eran sus partidarios. Por último, Juan Carlos Onetti escribió «Ella» (1953) en donde relata lo que provocó la muerte de Eva y el gran velorio sin precedentes, la forma en la que las personas se arremolinaron para ver su cuerpo, hordas descritas como «miles de necrófilos murmurantes y enlutados».9

Dentro del corpus novelístico se encuentra la obra de Mario Szichman, A las 20:25 la señora entró en la inmortalidad (1981) que, en un tono cómico e hiperbólico, habla del obligado duelo nacional que paralizó al país tras la muerte de Eva y cómo una familia no pudo enterrar a un pariente porque la prioridad era guardar luto y mostrar respeto por tan lamentable deceso.

Como se comentó hace unas líneas, muchos otros autores han centrado sus historias en el cadáver de Eva. Ejemplo de este interés temático es “El único privilegiado” (1991), relato de Rodrigo Fresán en el que el cuerpo de la difunta sirve como iniciación sexual a un adolescente de clase alta.

La pasión según Eva (1996), novela de Abel Posse, se desarrolla durante el tiempo transcurrido nueve meses antes de su muerte hasta que el cuerpo es devuelto a Perón en Madrid en 1971.

El cuento «Esa Mujer» (1965) de Rodolfo Walsh, que es para muchos críticos uno de los mejores que se han escrito sobre el tema, narra la conversación entre un periodista que busca descifrar el paradero del cadáver de una mujer de quien nunca se dice el nombre y un coronel que lo ha escondido porque lo quiere sólo para él. Durante la narración es claro que, aunque lo niegan, para ambos ese cuerpo es un objeto de deseo, los dos quieren tenerlo pero el coronel sentencia: «Es mía-dice simplemente-.Esa mujer es mía».10

Portada. Fotografía tomada de internet.

Son muchos los vínculos intertextuales que unen el cuento de Walsh con Santa Evita (1995) de Tomás Eloy Martínez. Una novela en la que un periodista investiga el paradero del cadáver de Eva y entre las personas con las que se entrevista se encuentra un coronel que alguna vez estuvo a cargo de su cuidado. Además, Rodolfo Walsh aparece como personaje literario y es quien le da una pista clave al narrador para continuar su investigación. Martínez centra la novela en la historia del cuerpo embalsamado y su largo y penoso tránsito por diferentes lugares antes de ser enterrado, finalmente, en Buenos Aires. Santa Evita es, en palabras de María José Punte «una novela policial en donde no hay que encontrar al asesino, sino al muerto».11 Se narran las peripecias de los restos y los efectos que tuvo en la vida de varios testigos, en especial aquellos que estuvieron a cargo de darle sepultura. Se sugiere la existencia de una maldición del cuerpo de Eva, pues todos los personajes que se relacionan con él, más adelante, deben enfrentar algún tipo de problema. A pesar de la pasividad inherente a todo cadáver, al de Eva Perón se le atribuye afectar drásticamente el destino de quienes entran en contacto con él, como si Eva se vengara por no permitírsele descansar en paz. El protagonista de la novela es un cuerpo que quedó atrapado entre dos proyectos políticos: el peronista que deseaba exponerlo en todo momento para apuntalar el apoyo al general Perón y, por otro lado, el de quienes derrocaron al régimen que consideraban imperativo enterrarlo y terminar definitivamente con la historia de Eva: «estaba prohibido elogiar en público a Perón y a Evita, exhibir sus retratos y hasta recordar que habían existido».12

La novela más reciente que se ha ocupado del tema es Besar a la muerta (2014) de Horacio González. La historia se desarrolla en torno a tres personajes, el padre Poggi, el ex sacerdote Santiesteban y el profesor Rupestre, que comparten un asado y especulan sobre política, teología y el misterio de la muerte de Eva Perón, una muerte que no se había podido volver pasado.

Este breve repaso permite percibir la complejidad que implica la representación ficcional de un personaje histórico, un problema que ha sido abordado, con gran interés, por teóricos de la ficción y de la novela histórica. Las obras revisadas acercan, cada una a su modo, al peronismo y a su figura femenina. Son múltiples miradas que contribuyen a desmitificar a Eva Perón. Una mujer que, en vida, fue capaz de mostrar la locura de la lucha por el poder y muerta una locura aún mayor: la obsesión por un cuerpo al que se le atribuyeron tantos valores. Una obsesión que perite comprender el por qué, a pesar de los años, este sigue siendo un tema recurrente en la literatura argentina. Literatura que, además, ha permitido ver las múltiples versiones que se tienen sobre Eva, que no sólo dan cuenta de la protagonista de las narraciones del elogio fácil, sino, también de la denostada en los textos de crítica incisiva.

Acerca del autor

Brenda Morales Muñoz

Licenciada, maestra y doctora en Estudios Latinoamericanos (área de literatura) por la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México. Realizó…

Compartir en redes

Notas al pie:

  1. Ezequiel Martínez Estrada. Qué es esto. Buenos Aires: Ediciones Colihue, 2005, p. 39.
  2. César Aira, “Las dos muñecas”. La trompeta de mimbre. Rosario: Beatriz Viterbo, 1998, p. 152.
  3. Rodolfo Borrelo. El peronismo en la narrativa argentina. Ottawa: Dovehouse Editions, 1991, p. 155.
  4. Germán Rozenmacher, “Cabecitas negras”, disponible en: https://goo.gl/uAq8Zt
  5. Copi. Eva Perón. Buenos Aires: Adriana Hidalgo Editora, 2000, p. 22.
  6. Jorge Luis Borges. “El simulacro”. El hacedor. Madrid: Alianza, 1995, p. 26.
  7. Néstor Perlongher. “Evita vive”. Disponible en: https://goo.gl/DUU2eq
  8. En una nota original que acompañaba este cuento, Perlongher exponía sus razones para escribirlo: “Eva Perón-conocida popularmente como Evita-, la poderosa mujer del general Juan Perón murió de cáncer en 1952, en el apogeo de su poder. Sus multitudinarias exequias se prolongaron en una profusa idolatría: se hacía un minuto de silencio a las 20:25 (hora de su deceso), se escribían cartas “A Evita en el cielo”, etc. Los peronistas usaron la consiga “Evita vive”, con diferentes aditamentos: “Evita vive en las manifestaciones populares”, “Evita vive en las villas”. Estos textos juegan en torno a la literalidad de esta consigna, haciendo aparecer a Evita “viviendo” situaciones conflictivas y marginales”, Néstor Perlongher, “Evita vive”.
  9. Juan Carlos Onetti. “Ella”. Cuentos Completos. Madrid: Alfaguara, 2003, p. 462.
  10. Rodolfo Walsh. Obra literaria completa. México: Siglo XXI, 1985, p. 171.
  11. María José Punte. “Una mujer en busca de autor. La figura de Eva Perón en dos narradores argentinos”. Iberoromania: n. 46, 1997, p. 109.
  12. Tomás Eloy Martínez. Santa Evita. Buenos Aires: Planeta Joaquín Mortiz, 1997, p. 64.