Aunque los más jóvenes lo leerán, seguramente, como profecía sobre su propio futuro. Los relatos, cinco en total, examinan en qué se ha convertido la vida de esos adultos que quisieran seguir siendo chiquillos que iban de fiesta, que se perdían en los bares, que soñaban con ser estrellas de rock, que deseaban viajar por el mundo; jóvenes cuyo máximo propósito era salir de Bolivia. Son narraciones sobre hombres y mujeres frustrados, solitarios, fracasados, amas de casa tristes; es el relato sobre esas familias aparentemente felices en las que, hace tiempo, todo se ha convertido en representación. Fotos tuyas cuando empiezas a envejecer trata de la desazón que se siente cuando, desde la temprana adultez, se mira el pasado y se es consciente de que en algún momento alguien se convirtió en todo aquello que no quería llegar a ser. Es una obra en la que, claramente, la magdalena y el té se han transformado en un grupo de fotografías que son el pretexto para recordar. Es la narración de lo que provocan las imágenes, escenas de las que los personajes fueron protagonistas y que les permiten revisar, volver la vista atrás, y detenerse en los detalles, advertir o imaginar aquellos instantes en los que ocurrió todo, cuando se esperaba que ese todo pasara después, cuando parecía que cualquier cosa podía suceder, cuando se hacían planes, cuando se pensaba en la vida como lo que ocurriría más adelante, eso que se veía lejano, y cuando se había perdido la perspectiva de que, en realidad, todo ocurría en el momento capturado en pequeños cuadros de luz impresos en papel. El pasado que se añora se juzga desde el presente que se niega. Los únicos logros de aquellos jóvenes fueron la imaginación de los logros.
El libro de Barrientos recuerda, por una parte, Las olas, de Virginia Woolf, el tejido siempre recomenzado de las transformaciones que sufre un grupo de personas a lo largo de la vida. Se reconocen infelices y se contemplan alejadas de sus sueños de juventud. Hay, por otra parte, una inevitable relación con la propia obra de Proust, concretamente la hay entre La prisionera de M. Proust y el relato de M. Barrientos que lleva por título “Los adioses”. En este relato, Sebastián, antiguo amante de Raquel, repasa los detalles que dan cuerpo a la relación que por años han mantenido ambos, a pesar del matrimonio de Raquel con Ariel. Sus palabras expresan la angustia por la felicidad que, reconoce, está a punto de perder; una felicidad que empieza a convertirse en pasado, en recuerdo congelado en una fotografía. “El pasado, piensa Sebastián, y recuerda un cuadro de Edward Hopper que vio en una revista. Un cuadro de dos personas encerradas en una habitación de hotel. No se miran a los ojos” (84). Mientras tanto, Ariel, el esposo engañado, al igual que Charles Swann, vive con la sospecha de la infidelidad y controla los movimientos de su esposa. Convierte la vida de Raquel en una rutina de tristeza y de frustración, algo que siempre está tentada de abandonar. El mundo de Raquel se edifica sobre el cimiento del viejo amor hacia su esposo, pero de aquel edificio ahora solo se conocen los paramentos del recuerdo, de la solidaridad y de la amistad. Sin embargo, en el relato de Barrientos, Raquel no abandona a su esposo. A diferencia de Albertine, ella prefiere la escenificación de un matrimonio que, hace tiempo, ha dejado de hacerla feliz. Prefiere, en cambio, dejar a Sebastián; prefiere la comodidad y la estabilidad de su vida marital, mientras su, ya no tan joven amante, se resigna a la soledad.