En México no existe la tecnología de punta que haría creíble un combate frontal contra los zombis, por lo tanto, los cuentos de esta antología disminuyen la dosis habitual de violencia en aumento de la reflexión y de la acción psicológica. Cuentos como «El puente» de Gabriel Damián Maravete se centran en las relaciones interpersonales, no en el conflicto zombi que está afuera amenazando la estabilidad del mundo. A veces, la plaga zombi únicamente sirve a los escritores de esta antología como un pretexto para explorar otros temas. Existe un esfuerzo por nacionalizar el tema zombi a partir de la inclusión de topografías eminentemente mexicanas (sobre todo de la ciudad de México, con todo y su léxico y giros lingüísticos propios) o de la mención de referentes populares en la cultura mexicana, como la sonora dinamita, Chespirito y Roberto Gómez Bolaños. En varios casos dicha inclusión resulta artificiosa y poco afortunada, pero en otros logra su cometido y nos dan cuentos que trascienden la mera localidad mexicana. Consecuencia de las condiciones en las cuales fue creado este libro, uno de sus defectos es que algunos de sus cuentos se sienten creados por encargo.
Una última reflexión en torno al tema. Actualmente el género zombi es ya muy conocido por el público en general y ya ha sido tratado desde incontables aristas: zombis que vienen del espacio exterior, de experimentos nucleares, genéticos, farmacéuticos, radiactivos, militares, en el pasado, en el futuro, en otros planetas o sistemas galácticos. A sesenta años del nacimiento de los zombis de Romero, el género ha entrado en una etapa autoparódica que implica un reconocimiento generalizado del tema y, a la vez, su incursión dentro de otros géneros como la comedia. Películas como Black sheep (Jonathan King, 2006), la cual se desarrolla en Nueva Zelanda y trata de ovejas zombis que convierten a aquellos que muerden en humanos-ovejas-zombis, Zombie town (Damon Lamay, 2007), narrada desde el punto de vista de unos jóvenes que no se dan cuenta de que se han transformado en zombis tras haber probado helados radiactivos, y Zombieland (Rubén Fleischer, 2009), película que parodia muchas de las convenciones del género, o novelas como Orgullo, prejuicio y zombis de Seth Grahame-Smith (Umbriel editores, 2009) que contiene la misma trama que el clásico de Jane Austen pero con zombis, son ejemplos paradigmáticos del estadio en el cual se encuentra el tema zombi: la autoconciencia de sí como género (condición necesaria para que exista la parodia). La incursión de escritores mexicanos dentro de la temática zombi se da justo en ese momento clave de autoconciencia. En Latinoamérica existen otros escritores que comienzan a abordar el mismo tema desde trincheras muy semejantes: en Argentina, Berazachussetts (Editorial Entropia, 2007) de Leandro Ávalos Blacha y en Chile el cómic Zombis en La Moneda (Mythica ediciones, 2007) son algunos ejemplos de latinoamericanos pioneros en el tema zombi. Lejos de sentir que México llega tarde a la literatura zombi, el timing no podía ser más afortunado; el desarrollo del tema en otras latitudes está en un punto en donde se emparenta con un modo de escribir que se adecua a las condiciones escriturales latinoamericanas, esto permite una incursión exitosa en géneros como la ciencia ficción y el tema zombi: la parodia, la burla y el humor negro, pero también la reflexión y el enfoque intimista, actitudes literarias que les son afines a muchos escritores mexicanos, como Cecilia Eudave, Bernardo Esquinca, Gabriela Damián Miravete o Alberto Chimal. Festín de muertos demuestra que los escritores antologados han sido capaces de traspasar las barreras del género y darle un enfoque y voz propia que vale la pena revisar más a fondo en los próximos años.