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Entrevista a Rodrigo Hasbún

Rodrigo Hasbún (Cochabamba, 1981) es un escritor y guionista boliviano que ha recientemente ganado el interés de la crítica internacional. Reconocido por la revista británica GRANTA como uno de los 22 mejores escritores jóvenes del idioma, Hasbún tiene ya en su bibliografía varias colecciones de narrativa breve como Cinco (Gente Común, 2006), Los días más felices (Duomo Ediciones, 2011), Cuatro (El Cuervo, 2014), Nueve (Demipage, 2014) y las novelas El lugar del cuerpo (Alfaguara, 2009) y Los afectos (Random House, 2015), cuyas traducciones al inglés, italiano y portugués han sido publicadas, mientras las al alemán, francés, holandés, finlandés, griego y chino están a punto de salir. Como miembro del Seminario de Estudios sobre Narrativa Latinoamericanas Contemporánea he tenido la oportunidad de conversar brevemente con Rodrigo alrededor de su carrera y de sus intereses más cercanos con el objetivo de dar a conocer su trabajo a los lectores de nuestra plataforma.

Enea Zaramella: Un boliviano en Estados Unidos. El destierro, el exilio, la geopolítica, el cosmopolitismo. Parece un lugar común, pero es cierto que después de irse de un lugar se me hace siempre difícil regresar (¿regresar a dónde?) ¿Cuál es tu experiencia como extranjero y/o ciudadano del mundo? ¿Cuál es tu idea de casa?

Rodrigo Hasbún: Soy descendiente de migrantes, y mi vida ha estado atravesada desde niño por los viajes, así que tus preguntas me resultan familiares. Son preguntas que yo mismo me hago todo el tiempo. Me gusta la posición ligeramente desplazada del extranjero, del que con su sola presencia desordena un poco algunos mapas. Sus afectos no responden a una sola geografía, pertenece a más de un lugar al mismo tiempo, está y no está, y a mí esa intermitencia me resulta grata y provechosa, aunque es cierto que al final te deja un poco suspendido en el aire, sin saber bien dónde queda casa. Entre otras cosas, claro, porque después de pasar mucho tiempo lejos incluso tu lugar de origen se recubre de una extrañeza irremediable.

Yo tuve la enorme fortuna de vivir en ciudades muy distintas entre sí (en Cochabamba y Barcelona, Toronto y Houston, Ithaca y Santiago), pero lo último que haría es pensarme como un ciudadano del mundo. No solo no me gusta la expresión –¿quiénes pueden aspirar a serlo y quiénes no?, ¿en qué términos se definiría esa posibilidad?–, sino que además está reñida con mis circunstancias, que son las de alguien que viaja con pasaporte boliviano y rostro árabe. Pero esto solo es una queja de la expresión, no de mi situación personal, de la que no podría estar más agradecido sabiendo cuán retrógrado y brutal sigue siendo todo allá afuera. A pesar de los trámites interminables y de los interrogatorios ocasionales en los aeropuertos, soy parte del grupo de los que la tenemos fácil, de los que no estamos obligados a subirnos a una balsa o cruzar un desierto a pie para, ojalá, llegar a destino.

E.Z.: Te felicito mucho por tu éxito reciente y no estoy hablando de tu libros, Doctor Hasbún. La escritura académica puede ser un estorbo para la creatividad ficcional. Sin embargo, de modos diferentes, estamos hablando de la escritura como oficio. ¿Cuál es tu relación hacia la escritura académica y la ficción? ¿Cuál es para ti la clave para que no haya demasiada interferencia entre estos dos mundos?

R.H.: Al principio tenía miedo de que el doctorado terminara empobreciendo al escritor, de que lo volviera demasiado consciente de lo que hacía, pero es un falso dilema. Como el del jugador de fútbol que dedica sus horas libres a estudiar la historia del deporte. Eso no lo hace ni mejor ni peor luego, en la cancha, cuando tiene la pelota a sus pies. Con esto quiero decir que, más allá de los seminarios y de las discusiones a menudo fascinantes que genera la academia, para mí la escritura siguió sucediendo en esa zona rara donde no entiendes qué está en juego ni por qué tomas las decisiones que tomas, y donde lo más importante sucede fuera de tu control, un poco instintivamente.

Pero sí creo haberme transformado como lector. De hecho, hacer el doctorado significó sobre todo eso: aprender a leer más atentamente, y a hacerlo desde posiciones diferentes, a veces incluso opuestas. Todo escritor es el primer lector de sí mismo, y esas formas de leer finalmente pueden potenciar la escritura, dotarla de mayor complejidad o rigor, aunque también existe el riesgo de que la condicionen, y que de pronto te descubras escribiendo para complacer ciertas expectativas críticas o teóricas, un poco anticipando cómo se leerá eso que escribes. Yo diría que esa es la amenaza más evidente, y el hecho de que en los últimos años decenas de escritores latinoamericanos nos hayamos puesto a hacer doctorados, seguramente irá dejando marcas en ese sentido, buenas y malas.

E.Z.: ¿Me podrías contar un poco cuáles son los temas principales, las investigaciones que condujiste para escribir tu último trabajo escrito, la tesis doctoral?

R.H.: En mi tesis intento reivindicar al diario íntimo, un género que ha sido poco atendido en América Latina. A partir de la lectura de tres diarios que me gustan mucho (La tentación del fracaso de Julio Ramón Ribeyro, Ese hombre y otros papeles personales de Rodolfo Walsh y Veneno de escorpión azul de Gonzalo Millán), cuestiono algunos prejuicios entorno a su recepción, donde predomina una expectativa testimonial y no literaria, y donde se concibe a este tipo de escritura como subsidiaria, intrascendente, menor.

Ribeyro escribió su diario durante al menos cuatro décadas, Walsh llevó el suyo por quince años, Millán le dedicó casi exclusivamente sus últimos meses de vida al suyo. Eso de por sí es revelador. Es una escritura muy vinculada a la experiencia del tiempo, una escritura que se forja contra una cotidianidad y una vida siempre en fuga. Me intriga y maravilla la urgencia ligada a esto, al propósito inútil de intentar fijar lo móvil, de buscar preservar lo que ya se ha perdido o se va a perder. También me seduce el hecho de que se trate de un género reacio a la institución literaria y al mercado editorial. El diarista, felizmente, escribe dándole la espalda a ambos.

E.Z.: De todo lo que me cuentas, no puedo dejar de pensar en Ricardo Piglia, otro escritor que personalmente me formó a mí con sus cursos, y que no está fuera del panorama que me acabas de esbozar. Por un lado, la lectura. Tal vez sea una verdadera pena que ya no podamos leer sin un lápiz en la mano (¡corrígeme si esto no vale para ti!); pero, de alguna forma, el escritor argentino propuso tomarnos en serio el acto de la lectura o, más bien, empujó un constante cuestionamiento alrededor de qué es “saber leer”. Por otro lado, la escritura íntima. Los Diarios de Emilio Renzi fueron muy aclamados tras su publicación el año pasado. ¿Qué te parecieron?

R.H.: Qué lujo haber tenido a Piglia de profesor, Enea. Además de ser un escritor extraordinario, es uno de los lectores más singulares en el ámbito del idioma. Yo empecé a leerlo cuando tenía dieciocho, y como tantos otros, desde entonces sentí muchísima curiosidad por su diario. Así que imaginarás mi felicidad cuando se publicó el primer tomo el año pasado. Más allá de cuánto me conmovió, me interesa el artefacto complejo que Piglia ha montado en el primer volumen. Es un diario que está preguntándose todo el tiempo qué es y qué puede ser un diario, y está lleno de vida y de una escritura entrañable. Si la práctica del género en América Latina se abre a una etapa de mayor madurez con La tentación del fracaso, siento que con los Diarios de Emilio Renzi, veinticinco años después, esa etapa empieza a cerrarse de algún modo. Son diarios que por lo demás se parecen: extensos, atravesados por la inquietud literaria y editados de manera radical décadas más tarde por los mismos diaristas. Hay casi una declaración de principios en ese hecho. Un deseo explícito de incrustarlo de raíz en el reino de lo literario.

E.Z.: Autobiografías, diarios, correspondencias: todos géneros que implican cierto tipo de selección de eventos, de construcción de personajes, sobre todo de uno mismo, y de imaginación de un lector por parte de quien los escribe. Es decir, si entendiéramos todos estos ejemplos como parte de un mismo género narrativo, el de la escritura íntima, podemos estar o no de acuerdo que existe un juego muy fino entre realidad y ficción, un lugar que probablemente sea uno sólo. En este sentido, y a partir de tu experiencia, me interesaría que compartieras tu opinión alrededor de esta aporía (si así la podemos llamar) y luego que la relacionaras con la historia o con el concepto que tú tienes de ella…¿te parece, por ejemplo, un género que se presta como fuente documental?

R.H.: Me interesa menos la posibilidad documental de este tipo de escrituras que su dimensión literaria. En el ámbito de lo auto/bio/gráfico, se le ha dado demasiada importancia al segundo elemento, casi siempre pasando por alto la complejidad del encuentro de los tres. No es lo mismo mirar hacia los otros que mirar hacia uno mismo, y si esa mirada sucede desde la escritura, el resultado es aún más poroso, porque entran en juego las estrategias pero también las resistencias de quien intenta retratarse, las cosas que no puede o no quiere o no sabe ver en sí mismo y en lo que tiene alrededor, su voluntad consciente o inconsciente de mostrarse de una manera determinada. Por eso no leo diarios o autobiografías o correspondencias buscando verdades de ningún tipo. Si esas escrituras son una suerte de escenario donde atestiguamos la construcción de una imagen propia, si en ellas vemos a alguien probándose distintas máscaras y disfraces, no son estos los que me me interesan sino más bien el acto mismo de esa persona probándoselos, cómo intenta ocultarse o hacerse más visible por medio de ellos.

E.Z.: …y esto es a lo que apunta tu última novela Los afectos, ¿no?

 R.H.: Sí, es cierto, ahí también los personajes se prueban distintas máscaras y disfraces a lo largo de la novela. Se están buscando todo el tiempo, y los cambios que experimentan son radicales. Supongo que en última instancia a todos nos sucede un poco lo mismo, ¿no? Tardamos en volvernos nosotros mismos, y en aceptar eso que somos o creemos ser.

La novela Los Afectos está inspirada en la excéntrica familia Erlt encabezada por el egocéntrico Hans, quien fue fotógrafo personal de Rommel y operador de cámara de la película de propaganda Nazi de Leni Riefenstahl. Tras la derrota alemana en la Segunda Guerra mundial, la familia migra a Bolivia, un viaje que poco a poco desgastaría los lazos de una estabilidad familiar. Una narración polifónica, ya que cada capítulo está narrado por voces distintas, nos revela los detalles, los sentimientos y los puntos de vistas de tres hermanas Erlt: Heidi, Trixi y Monika. El escenario en el cual se desarrolla la segunda parte de la novela es la secuela de la guerrilla boliviana a través de la radicalización marxista de Monika con su participación en el Ejercito de Liberación Nacional de Bolivia y personaje que pasará a la historia por ser la alemana “vengadora del Che” por haber matado al embajador boliviano en Alemania, quien había ordenado la amputación de las manos del guerrillero como prueba forense de su deceso.

E.Z.: ¿Cuál fue el procedimiento gracias al cual conseguiste retratar a tus personajes? Digo que son tuyos pero también “nuestros”, en el sentido de que pertenecen ya a los libros de historia por la relevancia de un acto. Por eso, me imagino que tuviste que apoyarte a algún tipo de investigación preliminar (documental, fotográfica, escritura íntima, etc.) para empezar a verlos antes de que hablaran. Tal vez, la pregunta adecuada es ¿cómo fue el proceso, el “trámite histórico”, o el pasaje literario de conseguir volver algo “nuestro” en algo tuyo?

R.H.: Vi y leí cuanto pude durante seis o siete meses, sin estar del todo seguro qué haría con las notas que iba tomando, ni por dónde se movería la novela. No hay demasiado material disponible sobre los Ertl, y creo que eso terminó siendo decisivo, porque me permitió escribir con bastante más libertad de la que creía posible al principio. Es cierto que tenía algunos hechos concretos a los que aferrarme, y que sabía que debía llegar a ellos, pero alrededor predominaba la incertidumbre de siempre. Por decir algo, me interesaba explorar la cotidianidad de la familia, un día a día del que había descubierto poco en la etapa de investigación. Así que debí imaginarlo todo, desde los cigarrillos que comparten Trixi y su madre hasta la noche de bodas de Monika. Para el tipo de escritor que soy, esos hechos mínimos son igual de relevantes que las grandes hazañas en las que se vieron envueltos los miembros de la familia. Por eso me detuve por igual en lo que entraría sin duda en una biografía y lo que seguramente no, en lo más visible y en lo que no se ve, en la aventura exterior y en el viaje interior. Mi acercamiento a ellos, de más está decirlo, sucedió siempre desde las ambigüedades de la ficción. No quiero convencer a nadie de que “así” fueron sus vidas. En el mejor de los casos, intento convencerlos nada más de que esta es una manera interesante de escribir sobre ellos.

E.Z.: Hablando de máscaras y de mimetismos, ¿cómo viste o concebiste la visión de género y el tema de la voz femenina que está en la novela? ¿Te parece una sensibilidad que viene de la escritura íntima?

R.H.: Tradicionalmente hubo una suerte de división genérica del espacio, ¿no? Penélope se queda en casa esperando el regreso de Odiseo, que es el que sale a recorrer el mundo. En Los afectos Aurelia, la madre, obedece un poco a esos lineamientos. Las hijas, en cambio, se van rebelando, cruzan una y otra vez el límite de lo doméstico y de lo supuestamente femenino. Entran y salen pero además no se atienen al relato único del padre, a las noticias que trae él. Siguiendo esta lógica, la novela está narrada desde las perspectivas de ellas y no la de Hans.

Por otra parte, como señalas, está el asunto de la intimidad, que a mí me interesa mucho. Pero esa intimidad no la pienso en términos de género sino de cercanía con lo que se narra. Quiero estar cerca de mis personajes, entender sus dilemas y frustraciones, sus terrores, su vulnerabilidad. Quiero saber de qué están hechos.

E.Z.: Te quiero felicitar mucho (otra vez) porque Los afectos acaba de salir o saldrá dentro de poco en varias traducciones en diferente países. ¿Cómo te resultó el proceso de traducción, es decir, eres un autor que está muy involucrado en el proceso? ¿Cuáles son (siempre que las haya) las “libertades” que dejas a los/las que reescriben tus palabras para otras culturas y contextos lingüísticos?

R.H.: Los traductores son los héroes invisibles de la literatura, los que en verdad la mantienen viva. Creo que podríamos dejar de escribir (ya hay tanto, y conocemos tan poco de lo que ya hay), siempre y cuando se siga traduciendo. En cuanto al proceso mismo, en mi experiencia el escritor se vuelve un acompañante: deja de manejar ese auto que tantos problemas le ha dado y se pone en el asiento de al lado. Quien elige las palabras ahora, quien lucha con el lenguaje oración tras oración, es el traductor, y el libro que sale como resultado es tan suyo como del escritor. Yo soy enfermizamente obsesivo y puedo pasarme días quitando y poniendo y quitando una sola palabra, y me ha costado aprender a asumirme como un colaborador de mis traductores, alguien que conoce bien la ruta y puede ayudar. Por lo demás, aparte del español solo sé inglés, así que esa es la única traducción que leí.

E.Z.: Para concluir esta breve conversación y con la esperanza de seguirla, ojalá, estimulados por otras publicaciones tuyas, quisiera nada más preguntarte en lo que estás haciendo ahora y/o lo que piensas hacer en un futuro no tan remoto. ¿Tienes encaminado algún proyecto nuevo o algún otro to-do list en tu escritorio?

 R.H.: El último año lo dediqué casi exclusivamente a escribir la tesis. Apenas me liberé, hace unas semanas, fui corriendo a la máquina a empezar algo nuevo. Todavía no sé qué es, pero ya estoy metido de cabeza, viendo cómo las cosas van formándose lentamente, cómo encuentran su lugar. Sucede algo difícil de explicar durante el proceso de escritura. Se enciende la antena y todo lo que hay alrededor empieza a enviarte señales. Una anécdota del locutor de la radio, algo que ves en la calle, un chiste que te cuenta tu madre por teléfono: de pronto no hay nada que no afecte de algún modo eso que estás escribiendo. Es un estado maravilloso. Solo espero que dure lo suficiente, para salir de él con un nuevo libro bajo el brazo.

Acerca del autor

Enea Zaramella

Es licenciado por la Università degli Studi di Trieste (2007) y doctor por Princeton University (2015). Sus estudios sobre literatura investigan las relaciones entre producción cultural latinoamericana, sonidos, paisajes sonoros y medios de comunicación. Actualmente escribe desde University of Birmingham en Reino Unido. Ha sido miembro del SENALC.

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