Rafael bernal. Antología policiaca. México: Fondo de Cultura Económica, 2015, 302 pp.
Rafael bernal. Antología policiaca. México: Fondo de Cultura Económica, 2015, 302 pp.
Con motivo del centenario del natalicio de Rafael Bernal, el Fondo de Cultura Económica publicó este año dos obras que eran desconocidas para el gran público: Mestizaje y criollismo en la literatura de la Nueva España del siglo XVI y Antología policiaca. Escribo «desconocidas», porque si bien la antología recoge textos publicados en la primera mitad del siglo XX y el estudio apareció por primera vez en 1994, la imposibilidad que representaba acceder a ellas hace que estos libros sean una novedad. Sumados a otros esfuerzos institucionales, la publicación de estas obras busca otorgar a Rafael Bernal el lugar que sin lugar a dudas merece en la literatura mexicana; no obstante, en medio de las celebraciones y las alabanzas, es fundamental preguntarse cómo se rescata y se integra a este autor al Olimpo literario.
En este caso, la antología que incluye todos los cuentos de corte policiaco que Rafael Bernal escribió constituye uno de los puntos que deseo tomar en cuenta para establecer el estado de nuestro sistema cultural. Si consideramos que toda antología es siempre una revisión pasada o presente de un proceso literario, la publicación de una obra policial por el F.C.E. se convierte en un doble cuestionamiento al canon: por un lado, se compensa a un escritor que alcanzó grandes públicos y que estuvo al margen de las mafias culturales, hechos rarísimos en nuestra literatura; por el otro, se reconoce un género que hasta hace poco se consideraba marginal. Es decir, Antología policiaca no sólo coloca a un autor incómodo al alcance de nuevos lectores, sino que además pone sobre la mesa el tan discutido y olvidado problema del género policiaco.
¿Rafael Bernal es grande por escribir en este género o el género es una herramienta que nos demuestra la versatilidad del autor? Para estas alturas la pregunta no resulta ociosa, ya que la aplastante presencia de El complot mongol y su referencia obligada crea una disyuntiva que no pocos han intuido: si ésta es su obra maestra, ¿el resto de su producción literaria debe organizarse y ser catalogada en relación con ella?, lo que supondría el aplauso de una pieza más que de una carrera consolidada, como finalmente ha ocurrido; o, por el contrario, ¿esta novela debe ser considerada como un espécimen que termina siendo algo más de lo que el género permite? En medio de estas dudas genéricas, donde no se sabe si se acepta una obra por el renombre de su autor, o viceversa, la publicación del F.C.E. entra en escena y nos revela que la inclusión del policiaco entre los géneros reconocidos, por lo menos en México, aún no está completa.
La antología recoge los textos que se publicaron en 3 novelas policiacas: «El extraño caso de Aloysius Hands», «De muerte natural» y «El heroico don Serafín»; los cuentos cortos «La muerte poética», «La muerte madrugadora», «La declaración»; y, finalmente, la novela corta Un muerto en la tumba. Todos estos textos recurren a la estructura del relato de enigma (o de corte inglés si se quiere) que tuvo entre sus máximos expositores a Edgar Allan Poe, Arthur Conan Doyle, G.K. Chesterton y que fue empleado por Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares en el célebre libro Seis problemas para don Isidro Parodi. Este subgénero del policial parte de ciertas convenciones que, más que grilletes, son elementos del juego que el autor propone al público que reconoce y consume este tipo de obras: tenemos un detective que supera en inteligencia y astucia a los demás personajes, un enigma, un número determinado de sospechosos y la resolución del misterio a partir de métodos deductivos del detective. El otro subgénero del policial, para tenerlo en cuenta, es la novela negra, que también tiene convenciones y marcas genéricas; en México, el mejor ejemplo de este tipo de obras es El complot mongol.
Las narraciones giran en torno a las obsesiones más recurrentes del autor: la crítica al sistema cultural del país, que regala premios, reconocimientos (y centenarios) a los artistas o académicos que solapan los excesos del poder; el reconocimiento del otro para poder restablecer una justicia más humana; y, sobre todo, la exaltación del hombre sin atributos, hecho que destruye las figuras de éxito que ostentan el poder y ejercen un dominio sobre las masas. Así, el relato de enigma ayuda al autor a exponer la podredumbre del mundo y establecer pequeños halos de luz que llegan, no con la resolución del misterio, sino con la comunicación entre seres solitarios.
Ahora bien, Rafael Bernal parodia y transgrede las convenciones del subgénero en numerosos niveles, dialoga con obras como Del asesinato considerado como una de las bellas artes de Thomas de Quincey o con la obra de G. K. Chesterton; sin embargo, su eficacia se logra por el tono humorístico con el cual están escritas las narraciones. Lejos de la solemnidad del padre Brown o la elegancia de Sherlock Holmes, Rafael Bernal crea un detective gris y sin gracia, cuya inteligencia le causa más problemas de los beneficios que podría obtener con ella; su nombre: Teódulo Batanes. Este genio de la provincia mexicana, inseguro y profundamente religioso, pone en evidencia que la universalidad (como la busca otro personaje de los textos reunidos) está en la inclusión de todas las periferias. Este personaje representa el eje de la antología, no sólo porque aparece en la mayor parte de las narraciones, sino porque enseña al lector que entre lo sublime y lo ridículo sólo hay un paso.
En un canon medido por el afán formal, donde la innovación ad infinitum es la norma, los cuentos de Rafael Bernal levantan la voz por esta otra tradición que ha sufrido el menosprecio de la crítica, pero que a cambio ha ganado lectores en diferentes generaciones. Las recetas de cocina, lo sabemos todos, no hacen el platillo. Ahora bien, si Antología policiaca ayuda a este replanteamiento genérico, también es cierto que existen ciertos escollos que deben superarse. En este caso me gustaría ahondar en el prólogo que escribió Martín Solares para la antología, en el cual se tocan algunos puntos sobre la problemática que he mencionado.
.
Martín Solares parte de dos premisas: la primera, que los relatos compilados son experimentos que preparaban la elaboración de El complot mongol, considerada como la obra cumbre de Rafael Bernal; la segunda, que los relatos de enigma son un paso anterior, ya superado, para la construcción del género. Las implicaciones de estas posturas son evidentes: por un lado, los relatos incluidos en la antología son medidos por la cercanía que tienen con la novela publicada en 1969, más que por sus propios méritos; asimismo, se concibe que el subgénero empleado es menor y, por tanto, su trascendencia queda reducida al hecho de que un autor canónico lo utilizó. Martín Solares escribe: «[Rafael Bernal aprendió] que el género detectivesco, la narración concebida como un simple acertijo, era un caso cerrado en la historia de la literatura, uno que estaba por agotarse, y se propuso crear nuevas formas literarias. Por eso fue y volvió muchos años después con El complot mongol bajo el brazo» (p. 10). Es decir, debemos cerrar el libro que tenemos en las manos, apreciado sólo por los estudiosos del tema, y abrir la novela que nos revelará el producto completo. Aquí, es necesario señalar un aspecto: que, como bien nota Martín Solares, las narraciones de Antología policiaca y El complot mongol representan dos procesos literarios distintos; sin embargo, es mucho más provechoso para ambos si dejamos de lado una visión progresiva y pensamos en ciclos narrativos que se sustentan por sí mismos, con sus propias reglas y convenciones. De esta manera, Antología policiaca deja de ser un engendro prematuro para constituirse en una pieza única que se enfrenta a los lectores con la independencia que Rafael Bernal buscaba cuando los creó.
Finalmente, si se expresa que la estructura de los cuentos compilados está superada y que éstos tienen una disculpa por ser experimentos, entonces se reconoce que debemos leer el libro por el renombre de quien lo escribe y no por sus cualidades literarias. En la celebración de un centenario esto es políticamente correcto, sin embargo, a la larga termina por desbaratar los pedestales que se levantan. El recelo de Martín Solares no está enfocado hacia las narraciones de Rafael Bernal, es claro, sino hacia los relatos que siguen una fórmula determinada; por lo cual, si el autor utiliza este tipo de géneros, lo conveniente es encontrar los rasgos de originalidad y novedad que lo acerquen al modelo de escritor aceptado en el campo literario, aquel que creó El complot mongol y no Un muerto en la tumba. Martín Solares escribe: «Un principiante siembra las pistas de un modo evidente a lo largo de la trama», éstas «sobresalen demasiado […]. Luego regresa sobre sus pasos y nos aburre con una revisión detallada. Por eso el lector se va […]. En El complot mongol, en cambio, las pistas están disfrazadas y ocultas en la historia» (pp. 11-17). En este sentido, se limita una de las facetas más importantes de Rafael Bernal para hacerlo más adecuado a la imagen del escritor que desciende a las profundidades más olvidadas y que, cada cierto tiempo, recoge un género olvidado para iniciar su formación. Multifacético, el genio de Rafael Bernal se consolida mediante la literatura de fórmula y no a pesar de ella.
Entre centenarios y coronaciones, el género policiaco parecería un elemento que debe ser explicado para justificar su presencia. Sin embargo, hay un hecho que no debemos pasar por alto: si se mantuvo desaparecido o encapuchado a Rafael Bernal dentro del escenario nacional, este año los esfuerzos de diferentes instituciones hacen posible que el lector, lejos de las festividades, tenga la última palabra. El placer de la sombra y no de la luz, quizá sea el mejor reconocimiento para el escritor mexicano.
Licenciado en Lengua y Literaturas Hispánicas por la UNAM. Maestro en Letras (Latinoamericanas) de la misma institución con una tesis sobre la apropiación del…
Compartir en redes