Portada. Fotografía tomada de internet.

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Los desencantos de la memoria

Alonso Cueto. La pasajera. Lima: Seix Barral, 2015, 130 p.

Alonso Cueto ha abordado el conflicto armado peruano en varias de sus obras. Su primer acercamiento fue en 1989 con el cuento “Pálido cielo”,1 ambientado en la etapa fujimorista de posguerra. Luis, el personaje principal, descubre que sus padres y uno de sus hermanos habían sido militantes de Sendero Luminoso y por eso habían muerto en los primeros años de la contienda. Con esta revelación su vida y su forma de conducirse con los demás cambian por completo. En este primer relato ya se asoma uno de los temas recurrentes del escritor limeño: los hijos no tienen conocimiento de las actividades de los padres y se relacionan con la guerra cuando ha terminado.

Alonso Cueto. Fotografía de Dominique Favre.

En su novela La hora azul (2005) el protagonista, Adrián Ormache, un abogado de clase alta, al igual que el personaje del cuento, descubre que su padre participó en el conflicto, pero esta vez en su papel de militar de alto rango que había sido capaz de cometer los crímenes más violentos en nombre de la lucha antiterrorista.

Por su parte, La pasajera (2015)2 también se sitúa temporalmente en la posguerra. Además de esto, comparte con La hora azul varios aspectos: sus protagonistas femeninas (Miriam y Delia) son mujeres jóvenes, originarias de Huanta, que fueron víctimas de violaciones a manos de militares, madres de niños nacidos de esas violaciones (Miguel y Viviana), migrantes en Lima e incluso desempeñan el mismo oficio: ambas trabajan en una peluquería en los barrios periféricos. Los personajes masculinos (el comandante Adrián Ormache y el capitán Arturo Olea) son ex militares que combatieron en la zona andina y que presenciaron y ejercieron actos violentos de diversa índole.

La diferencia principal es que en La pasajera, el capitán muestra no sólo arrepentimiento por las acciones cometidas durante el conflicto, sino que ese pasado lo atormenta y busca resarcir, de algún modo, el daño ocasionado a la víctima.

La historia es breve, se centra en un encuentro fortuito que cambia la vida de los personajes principales. A kilómetros y a años de distancia de la guerra, el capitán Olea, convertido en taxista en la capital peruana, recoge a una mujer que había sido su víctima en Ayacucho.

A partir de ese momento, ambos reviven el pasado que nunca dejó de perseguirlos pero que ahora se les presenta de manera frontal y trastoca sus vidas. Los dos son sobrevivientes, pero sus heridas son muy distintas. El capitán sentía que cargaba una maldición como castigo por haber permitido que se cometieran injusticias y perversiones inenarrables con la población ayacuchana.

En cuanto a Delia, había tenido que inventarse una nueva vida, sola y lejos de su pueblo. Tenía muchas marcas dolorosas que llevaba encima sin poder ocultarlas: “Era la cara de alguien que a los veinte años había atravesado todos los pormenores del infierno y había salido al otro lado del mundo para intentar vivir algo que se pareciera a una vida. Era una cara endurecida por la resistencia” (p. 105). Sin embargo, también tenía una muy valiosa: su hija Viviana quien, a pesar de haber sido fruto de una violación múltiple, era su más grande asidero para seguir viviendo.

Delia había logrado sobrevivir gracias a que pudo aprender a programar su memoria para seleccionar sólo momentos gratos: “Pensé en matarme. Pero no lo hice por Viviana. Y además por mis buenos recuerdos” (p. 73). Pero toparse con Olea le ocasionó que los malos recuerdos regresaran (los olores de los hombres que la habían violado, el sonido de sus voces, las imágenes de sus rostros riendo) y la situaran, de nuevo, en el borde de un abismo. Con esto entendió que nunca iba a escapar de ellos, aunque los hubiera enterrado en algún hueco de su memoria, podían emerger en cualquier momento.

Portada. Fotografía tomada de internet.

En la novela casi no hay diálogos ni acciones, se detiene sobre todo en los pensamientos de este par de personajes a partir de su encuentro. Profundiza en la forma en la que recuerdan un pasado traumático y en las maneras en las que cada lo enfrenta: Delia quiere huir mientras que el capitán desea ayudarla económicamente. El personaje de Olea resulta sorprendente por éste y otros motivos. El ex militar aparece como un hombre atormentado por haber consentido la violación de Delia. Es decir, él no participa y aún así se siente culpable por no haberse opuesto a las órdenes de sus superiores. A pesar del cuidado del autor por construir a su protagonista, resulta poco creíble que insista en que sólo se trató de una mujer, cuando son tan conocidas las cifras3 que dan cuenta de que las violaciones eran una práctica recurrente de los soldados en la zona y que sus propios compañeros aceptan: “la guerra era una mierda. Pero ya te digo, tenía sus cosas buenas. Eran los tiempos que podíamos tirarnos a esas indiecitas” (p. 64).

El epígrafe que inaugura la novela es muy revelador. La frase retomada de la obra shakespeariana The life and death of King John: “I will instruct my sorrows to be proud” parece describir los deseos del coronel que busca expiar sus culpas. Debe convertir el dolor y las penas que lleva arrastrando por años en algo positivo, debe propiciar con ello un cambio en Delia, ayudarla para sentirse, tal vez no orgulloso, pero sí menos culpable.

Algo pasajero es algo que dura poco, por eso Delia no sólo es una pasajera en ese taxi, es una viajera que está de paso en Lima porque la violencia la forzó al desarraigo y le hizo saber que no podría permanecer tranquila durante mucho tiempo: “Soy una pasajera. Nunca voy a poder estar en ningún lugar” (p. 89).

El tema no se ha agotado para Alonso Cueto, La pasajera no es la última obra en la que lo aborda. Recientemente, apenas tres meses atrás, se ha publicado la última entrega de su trilogía de novelas sobre el conflicto armado interno peruano, que lleva por título La viajera del viento. Esta última también es protagonizada por un militar retirado que había estado en la zona de emergencia y que, al igual que el capital Olea, se encuentra años después con una mujer a la que le había disparado y a la que creía muerta.

Hay varios aspectos medulares que unen a las tres obras: no aparece ningún senderista, la violencia es ejercida por los militares y es su perspectiva la que está privilegiada. Además, los tres protagonistas están en una constante búsqueda de redención por los hechos cometidos durante la guerra y ninguno puede borrar los recuerdos de ese pasado reciente.

Finalmente, las novelas plantean la posibilidad de que una reconciliación es posible a pesar de que la sociedad esté profundamente fragmentada. Esta idea está condensada en las palabras que un sacerdote le dirige a Olea: “El perdón es lo más difícil y, sin embargo, uno no puede seguir viviendo sin perdonar a otros y a uno mismo. Vivir es perdonar para poder seguir viviendo. No sólo es un acto de generosidad. También de supervivencia” (p. 76).

Bibliografía

Comisión de la Verdad y Reconciliación. Informe final. Lima: CVR, 2003. Web 15 enero 2013. <https://goo.gl/xrn8Fb>

Cueto, Alonso. La viajera del tiempo. Lima: Seix Barral, 2016.

______. La pasajera. Lima: Seix Barral, 2015.

______. La hora azul. Barcelona: Anagrama, 2005.

______. Pálido cielo. Lima: Peisa, 1989.

Acerca del autor

Brenda Morales Muñoz

Licenciada, maestra y doctora en Estudios Latinoamericanos (área de literatura) por la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México. Realizó…

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Notas al pie:

  1. El cuento también está incluido en Gustavo Faverón (ed.), Toda la sangre. Antología de cuentos peruanos sobre la violencia política, Lima: Matalamanga, 2006.
  2. En el mismo año de su publicación, Salvador del Solar la adaptó al cine con el nombre de “Magallanes”, protagonizada por la actriz peruana Magaly Solier y por el actor mexicano Damián Alcázar.
  3. Las violaciones de soldados peruanos a mujeres campesinas fueron recurrentes durante todo el conflicto armado. Ocurrían en diversos lugares, sobre todo en los cuarteles. La violencia sexual se practicaba como una forma de trueque. Las mujeres se acercaban a las bases militares a buscar información y eran violadas a cambio de información o para salvar a los familiares que habían sido detenidos. No se sabe a ciencia cierta cuántas mujeres fueron violadas. Los casos denunciados son alrededor de 2 500 y todavía no hay ningún sentenciado. La violencia de género incluye, además de violaciones (en promedio las víctimas fueron mujeres entre 10 y 29 años de edad, aunque también hubo niñas más pequeñas e incluso ancianas, y fueron llevadas a cabo en su mayoría ˗83%˗ por agentes estatales), prostitución forzada, unión forzada, esclavitud sexual, abortos y embarazos forzados. Los datos sobre este tema en el Informe de la CVR se encuentran en el tomo VI: capítulo 1, apartado 1.5: la violencia sexual contra la mujer.