Aquí nos referiremos exclusivamente al libro más reciente de Los pigmeos para observar de cerca tres aspectos en concreto: la parodia a los títulos, el uso de apócrifos y el juego con la voz autoficcional; elementos constantes en esta obra que apuntan a un interés transgresor, pues disimulan un respeto por los rasgos formales para utilizarlos de manera distinta. Se trata de la seriedad o formalidad en constante ruptura.
La alteración de las convenciones formales se observa desde el comienzo de la obra con las 50 páginas introductorias que anuncian un comienzo, pero provocan su dilatación. Al final, después de un amplio conjunto de microrrelatos, aparece un “Epílogo” que consta de un “epitafio del autor” y un “Telón de incertidumbre” de dos páginas más. Así, los paratextos que enmarcan el libro tienen un peso importante para comprenderlo y apreciarlo. Es decir, las partes de la obra colocadas al margen, como los títulos, los prólogos o las notas introductorias son resaltados de una manera distinta a la convencional. Comúnmente son discursos objetivos que aportan información sobre la obra y el autor pero, en este ejemplar, el lector se da cuenta que no puede confiar en ellos del todo. Estamos tan acostumbrados a leer paratextos grises que no reparamos en ellos. Pues ahora, Monsreal los recuerda para revertirlos. En concreto se trata de una parodia architextual que incorpora frases hechas o tipos de discursos muy específicos que aluden a la formalidad de un título pero tienen la intención de presentar textos diferentes que se burlan de esas mismas formas.
Para tener una idea de estos paratextos, basta con leer el índice. Algunos títulos son:
- “Introducción a la séptima biografía autorizada, arbitraria e inconclusa de Agustín Monsreal” (9).
- “Acerca de los siete Agustines” (16).
- “Fragmento de una entrevista de banqueta a nuestro autor” (18).
- “Preocupación cotidiana del autor” (19).
- “Nota de un crítico notable escrita por encargo (de A.M. y del editor) para la publicación de este cuentario” (21).
- “Preámbulo de corto y mediano alcance” (23).
- “Declaración a la lectora” (24).
- “El gran secreto de Monsreal. Lo que nadie se ha atrevido a decir. Síntesis pura y fidedigna de una entrevista colectiva realizada al autor a mitad de una conferencia magistral” (25).
En muchos de estos casos se apela a la veracidad, a frases comunes en un título, como ‘lo que nadie se ha atrevido a decir’. Además, se menciona el nombre real del autor, al igual que momentos serios y académicos, como sería una conferencia o una entrevista. Sin embargo, la repetición e hiperbolización de todos estos elementos hace que la formalidad se destruya; sobre todo cuando los relatos que han sido enmarcados por estos encabezados asumen el mismo disimulo de formalidad, pero auto-anulan al autor o lo recientemente escrito, para contradecir la veracidad prometida en un inicio. En cada caso puede apreciarse una intención irónica, en el sentido de que conviven la ficción y la realidad, pero también la veracidad y su misma anulación.
El segundo aspecto que nos interesa rescatar es la mención de textos apócrifos, que continúa la misma línea lúdica e irónica ya mencionada. El autor José María Merino, en “Los límites de la ficción”, define: “El apócrifo se muestra en principio como si fuese verdadero, formando parte de la realidad. Muchos aceptamos ese juego con regocijo, pero hay quien no lo puede entender” (86). Por suerte, las muestras apócrifas que arroja Monsreal son fáciles de identificar. Por ejemplo, en “Biografía de dudosa comprobación (autorizada por el autor)” (50), hay una antífrasis directa que cuestiona la posibilidad de esa fuente y aumenta cuando descubrimos que el relato se encuentra totalmente entre paréntesis, restándole importancia a los hechos narrados.
La función del apócrifo precisamente pone en tensión los límites de la ficción, pues la formalidad no solamente consiste en imitar discursos paratextuales y después transgredirlos, sino también en simular una voz de autoridad para romper con ella. Esto se construye a partir de la figura del personaje-autor que da todos los indicios de ser el autor-real, para después desacreditarlos o desacreditarse a sí mismo.
Estas consideraciones nos llevan a hablar del último aspecto a resaltar: la autoficción. Para algunos teóricos como Manuel Alberca, la autoficción depende de una identificación nominal entre protagonista y autor: “en la autoficción, la relación entre personaje, narrador y autor se comprueba inequívocamente por la misma nominación […] Sin embargo, esta relación resulta contradictoria con el estatuto narrativo ficticio otorgado al relato” (Alberca 148). Esta contradicción se intensifica cuando el resto de la información se empeña en mostrar la falta de veracidad de los textos. Incluso podemos observar cómo los rasgos autobiográficos son parodiados.
Por ejemplo, en “Introducción a la séptima biografía autorizada, arbitraria e inconclusa de Agustín Monsreal”, tenemos un título discordante: es una autobiografía autorizada, que menciona al autor real, al tiempo que se define como arbitraria. Además, dentro del texto se nos dice: “En el caso de A.M., que es el autor que nos ocupa, baste recordar que padece un magnífico buen humor que sólo se le echa a perder cuando le preguntan una vez y otra si está enojado porque ignora la fecha de su nacimiento o porque se la usurparon y no sabe cuándo cumplir años ni si él es él, o es alguien que nadie sabe quién es” (9).